domingo, 27 de marzo de 2011

Un héroe de nuestro tiempo: Mohamed Bouazizi (17dic2010 - 4ene2011)

Cuando Mohamed Bouazizi salió de su casa en la madrugada del 17 de diciembre del 2010 no esperaba que los acontecimientos fueran a desarrollarse de la manera que lo hicieron. Fue al mercado central, compró a crédito la fruta que iba a vender en la calle, la cargó en su carrito y se dirigió al centro de Sidi Bouzid , la pequeña ciudad tunecina en la que había nacido y vivido durante los 27 años que iba a cumplir en muy pocas semanas. Era un hombre pobre, pero no desgraciado. Tenía toda su juventud en los puños y en el pecho. Su padre murió siendo él muy pequeño, y desde entonces supo lo que era trabajar para sobrevivir. Ahora era el sostén de toda su familia: su madre, un tío suyo inválido, hermano de su padre, y sus cinco hermanas pequeñas. Había intentado entrar en el Ejército y en otros trabajos estables, pero sin éxito. Con la venta callejera de fruta ganaba unos 110 euros al mes (75.000 pesos chilenos) con los que conseguía hasta pagarle los estudios superiores a una de sus hermanitas, la más lista. A pesar de su pobreza rampante Mohamed tenía proyectos, es decir, esperanzas. La más importante era la de llegar a comprarse una camioneta usada con la que le fuera más fácil llevar adelante su negocio.

 
Hasta aquí la vida de uno de esos innumerables héroes anónimos que llenan las calles de las ciudades norteafricanas . Pero aquella mañana del 17 de diciembre las cosas empezaron de pronto a desenvolverse de una forma radicalmente distinta. A las diez y media, cuando llevaba ya más de dos horas vendiendo su fruta por las calles de Sidi Bouazid, la policía se encaró con él: le dijeron que estaban ya hartos de advertirle que no podía venderse fruta sin una licencia municipal; luego le confiscaron su báscula electrónica. Mohamed se resistió: ¿qué iba a hacer él si no podía vender fruta en la calle y si tampoco tenía dinero para pagar la licencia?... ¿qué hacían si no centenares o miles que como él se ganaban la vida todos los días vendiendo en las calles? Mohamed estaba harto de verse sometido a la presión constante de la policía, era un ilegal, lo sabía, pero ¿eran ellos capaces de decirle la manera de dejar de serlo sin morirse de hambre?  Más o menos así debió transcurrir una conversación violenta, me atrevería a decir que desesperada por parte de Mohamed. Probablemente quiso arrancar de las manos de la agente que la aferraba su báscula electrónica, el caso es que el resto de los policías lo empujaron y abofetearon, tirando su carrito por el suelo, toda la fruta , que ni siquiera era todavía de Mohamed, derramándose y destrozándose sobre el empedrado de la calle.

Entonces Mohamed dio un segundo paso decisivo. Estaba furioso, no solamente desprovisto de sus medios de vida sino mancillado en su dignidad, tratado como un delincuente. Se dirigió a la Gobernación de Sidi Bouzid para entrevistarse con alguien responsable, exigiéndole justicia. Casi no lo dejaron ni entrar, ¿quién era aquél desgraciado que venía allí chillando como un energúmeno?... ¿quién se creía que era? De manera que lo echaron violentamente a la calle.

Y Mohamed llegó así a la culminación de su impotencia y su desdicha. Se produjo en esos instantes dentro de él la transformación misteriosa que lo convirtió, pronto se vería, en un héroe de nuestro tiempo. Desde la calle gritó a los de la Gobernación que se iba a quemar vivo, muchos testigos lo oyeron. Compró con el poco dinero que había ganado una lata de bencina, volvió a las puertas de la Gobernación, se roció por entero y se prendió fuego.

Esto sucedió a las once y media de la mañana del 17 de diciembre del 2010, menos de una hora después de su altercado con la policía.  A las cinco y media de la tarde del 4 de enero del 2011, dieciocho días después de su inmolación, Mohamed moría en la unidad de quemados de un gran hospital tunecino. Su terrible agonía y finalmente su muerte provocaron un alud de protestas en la sociedad tunecina, que empezó en Sidi Bouzid pero se extendió enseguida a todo el país. La gente, primero los jóvenes y enseguida sus padres y todo Túnez, incluyendo el Ejército, comprendieron de súbito que las cosas no podían seguir así, que ya estaba bien de corrupción y falta de perspectivas de futuro. El 14 de enero, diez días después de la muerte de Mohamed, el presidente de Túnez, Ben Ali, tuvo que salir del país en un avión con toda su familia, camino de un asilo vergonzante en Arabia Saudita después de que Francia le hubiera negado el suyo.

Se iniciaba así una revolución en Túnez, que inmediatamente resultaría en otra de características similares en Egipto, y que actualmente mantiene en una situación tensa y prerrevolucionaria a buena parte de los países árabes. Uno no cree en milagros, pero a veces se rasca la cabeza asombrado de las fuerzas subterráneas que esconden las sociedades humanas y que un día inesperado entran en erupción como puede hacerlo un volcán. Es también lo de David frente a Goliat, pero en 2011 y en un mundo que al menos en Occidente, no en Túnez ni en el mundo árabe, ha dejado de creer en los mitos bíblicos y hasta en Dios.



Hay una foto tremenda, digna de ganar un premio Pulitzer, que no puedo dejar de presentar aquí. Fue tomada el 28 de diciembre en la habitación de la unidad de quemados en que agonizaba Mohamed, once días después de su inmolación y una semana antes de su  muerte. Presionado ya por el escándalo y la indignación públicos, el presidente Ben Ali, primero por la izquierda, visita a Mohamed, pero lo hace con un equipo de la televisión tunecina, que ocupa en la foto el mismo sitio que nosotros sus espectadores, es decir, de nuestro lado del lecho de Mohamed. Está claro que Ben Ali ha ido allí a hacerse la foto, a intentar demostrar, cuando ya es tarde, que él también está con Mohamed.
La situación de nuestro héroe es conmovedora: el cuerpo totalmente vendado, salvo la boca por la que entran sondass quizá para alimentarlo, y el tubo del respirador  entrando directamente en la tráquea. La cama del hospital adquiere el carácter, no sé si trágico o mágico, de un altar en el que se está produciendo la inmolación de un héroe. Todo esto merece el respeto de nuestro silencio.

Sobre lo que quiero llamar la atención es sobre los dos grupos humanos que, además de Mohamed, aparecen en la foto: a la derecha los médicos, a la izquierda Ben Ali y su séquito. La actitud de ambos es toda una lección de lenguaje corporal: los médicos cruzan los brazos, los políticos las manos por delante del cuerpo. Desmond Morris ha escrito con mucho ingenio sobre estos asuntos. Cruzar los brazos lo asimila él con interponer un parachoques entre quien los cruza y los que tiene enfrente; es una actitud defensiva pero no asustada, interpone una barrera, simplemente. En el caso de la doctora hay algo más, pues esconde ambas manos bajo los brazos, cuando lo normal es esconder una y mostrar la otra; no sé si ese algo es simplemente cultural o muestra un mayor rechazo. La postura de los políticos es, para Morris, también típicamente defensiva; con el cruce de las manos por delante no se limitan a interponer una barrera, quieren además protegerse de algo que les asusta o amenaza; Morris asimila esta postura con la del niño que busca agarrar la mano de su padre, solamente que en el caso de un adulto tiene que hacerlo con su propia mano. Otro autor británico cuyo nombre no recuerdo decía que era la posición de proteger, antes que otra cosa, “las joyas de la corona”.

En cualquier caso: los médicos, ocupados en intentar salvar la vida de su paciente, ven la llegada de Ben Ali y su séquito como una intromisión. Mientras que Ben Ali y los suyos están consternados, no saben qué cara poner, de alguna manera se las ven venir, quizá piensan más en ellos que en Mohamed.

Nota final: he recogido la información de esta entrada de la prensa electrónica y, en lo que es el calendario de los hechos, de un artículo muy recomendable en Wikipedia.

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