sábado, 13 de diciembre de 2014

Escuchar el silencio

He llorado de frío una vez en mi vida. Fue en 1981 y en el borde del Sahara, viajando en la caja de un enorme camión de transporte de mineral de Uranio entre Agadez, una ciudad todavía sahariana y Niamey, la capital de la República del Níger. Parte del viaje se hizo de día, parte de noche, siempre por un camino infernal, en el que aquella caja de camión botaba y rebotaba y nosotros con ella, conducida por un chofer que desconocía absolutamente la piedad. Íbamos allí tres españoles con un joven tuareg, que se bajó en ninguna parte donde también se subieron tres campesinos songhay con un enorme chivo, al que tuvieron que amarrar a los dos costados de la caja de aquel camión para que no se destrozara.
Cuando se hizo de noche el viento que hacía el camión a la velocidad endiablada a que lo llevaba su diabólico chófer metía en aquella caja un aire revuelto e implacablemente frío que nos calaba y nos calaba y nos calaba hasta que nos llegó a los mismísimos huesos. Ya no había donde refugiar la dignidad. Invadido por el frío, yo me harté de llorar, sin que ninguno de mis compañeros se enterara. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Dar cabezazos de desesperación contra los hierros de aquella caja? No. Llorar fue poner en marcha una emoción que me consolaba, y así soporté el viaje.


Sirva todo esto para poner de manifiesto la diferencia que hay entre una sensación, el frío, y un sentimiento, el llanto desesperado.



Si en lo térmico la sensación mas penosa que uno puede tener, al menos en mi experiencia , es el frío, en lo sónico es el silencio. Es tan terrible, da tanto miedo a unos humanos que somos animales sociales, como la oscuridad en lo óptico.Una prueba de ello es el papel que juega la televisión entre muchos ciudadanos. Está permanentemente encendida en muchos hogares, sin que nadie la vea ni la escuche, como puede estar encendida una estufa. Simplemente para armar un ruido que rompa el horripilante silencio.

Por supuesto que el silencio tiene, como el frío o la oscuridad, las dos caras de Heráclito. Lo mismo que hay un silencio que aterroriza hay otro que tranquiliza, pacificando el ánimo.


En el caso del silencio, no en el del frío, hay además un misterioso factor selectivo. Más allá del silencio existe una multitud de silencios específicos que somos capaces de diferenciar y detectar.Imaginaros que si vivís en el campo amanece un día en el que no cantan los pájaros o no ruge el mar o no murmulla el viento. Enseguida lo notamos, es decir, notamos la falta del sonido amado.



Pues lo mismo pasa en el mundo de los afectos, de las personas que queremos.  Si nos faltan, y porque las queríamos,  seguimos escuchando su silencio.



Ese es el sentimiento que tengo yo hoy. No solamente hoy, todos los días, pero mis hijos me han recordado que hoy sería el cumpleaños de Margarita. Yo nunca he sido capaz de recordar los cumpleaños. Pero hoy, lo mismo que ayer y que mañana, escucho el silencio de aquella Margarita con la que hablaba todos los días estuviera donde estuviese.



Y ser capaz de seguir escuchando su silencio, de alguna forma extraña pero que me parece fácil de entender, sigue dándome su compañía.


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