martes, 14 de julio de 2015

El Euro: análisis de una desilusión.

Sé que a los lectores de mi blog no les interesan demasiado mis opiniones políticas o económicas. También participo con ellos en una enorme confusión acerca de lo que está pasando con Grecia y la Eurozona, confusión que arranca de que los que pudieran y debieran hacerlo no nos dicen toda la verdad. Aun así, me parece tan amenazado el futuro de la Unión Europea, y me duele y me confunde tanto el rumbo que llevan los acontecimientos, que no puedo dejar de expresar aquí, en unas notas que intentaré sean breves, las explicaciones que intento darme a mí mismo.

Hay dos formas de ver un problema como éste, desde fuera o desde dentro. La visión exterior es la que nos suministran los medios de comunicación, cuyo elemento central es la noticia, un acontecimiento llamativo relacionado con el problema de fondo. Hoy día estamos sometidos a un torrente de noticias, la mayoría de las cuales se nos dan sin relación con su significado, haciendo buena aquella sentencia ya vieja del profético McLuhan, “el medio es (que quiere decir se convierte en) el mensaje”.

La visión interior de un problema es la que pretende llegar a sus causas, sus raíces. Lo que no puede conseguirse sino describiendo, analizando, pormenorizando éstas. Ello obliga a una cierta subjetividad, a la aplicación de la intuición y de un método de análisis que quizá tenga más de filosófico que de técnico. En este territorio interior de las causas  es donde voy a intentar moverme.

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La opción que finalmente le ha dado la Eurozona a Grecia ha sido terriblemente dura y en mi opinión injusta. Esto último por una razón fundamental, puesta de manifiesto en un informe secreto del Fondo Monetario Internacional desvelado por la Agencia Reuters: que las condiciones impuestas por la Eurozona a Grecia son incumplibles, lo que llevará a un fracaso más, con un empobrecimiento insoportable de la sociedad griega y finalmente, con su salida inevitable del Euro.

Nos abruman y saturan las noticias sobre los protagonistas de estos hechos: Varoufakis, Tsipras, Schlaube, Merkel, Hollande... Sus vienen y van, sus arrogancias y frustraciones,  la falta de piedad de unos y la inconsistencia de otros, todo eso.

Pero ¿qué hay en el fondo, cuáles son los vientos, las corrientes, las tensiones telúricas de la historia que mueven todo esto?

Yo creo que hay tres factores fundamentales:

1).- La entrada del capitalismo en su fase financiera, probablemente terminal. Si una primera fase técnica se extendió desde la Revolución Industrial durante todo el siglo XIX;  una segunda fase comercial empezó con el capitalismo de la abundancia de Henry Ford y terminó con la implosión del comunismo; la tercera fase financiera se inició con la aparición de los derivados en las Bolsas y viene desarrollándose a un ritmo frenético e ingobernable. Nadie está al mando de esta megamáquina enloquecida. Si en tiempos ya pasados los bancos creaban dinero pero lo hacían manteniendo una relación razonable con la economía real (siendo ésta la de los bienes materiales, los servicios y los salarios), ahora la creación virtual de dinero no está sometida a más control que las crisis periódicas, brutales e inmanejables de un sistema financiero que tiene una dimensión planetaria y carece de patrias. Como lo ha sido la crisis que empezó en 2008 en Wall Street y que todavía no ha terminado.

Hoy el dinero lo es todo; sobra y en su superabundancia inunda y ahoga el mundo de los humanos y sus cosas. Las unidades macroeconómicas de medida monetaria no son ya los miles de millones, sino los billones, y si todo sigue así nadie sabe dónde se llegará. La inflación y la deflación no son ya los mecanismos que regulan el dinero, sino las grandes crisis, los cracks y las vueltas a empezar.

En estas circunstancias, la crisis del Euro tal y como estaba concebido, una moneda sin el necesario soporte político y fiscal, era inevitable.


 2).- La dilución de la Unión Europea en un número excesivo de países. Consecuencia difícilmente evitable de la caída del comunismo soviético, que dejó libres, listos para la democracia, a un montón de países de la Europa Oriental. La Unión Europea no podía abandonarlos, estaba obligada a integrarlos en su aventura política para ayudarlos económicamente y eso hizo. Pero mientras mayor era el número de países, todos con un derecho de veto, más difícil se hacía ponerlos de acuerdo. Así ha terminado sucediendo que alrededor de Alemania se ha ido congregando una Europa nórdica y alrededor de Francia otra Europa mediterránea. La dispersión en demasiados países ha llevado a la reunificación en dos bloques cuyos intereses y culturas son diferentes. Esta es una de las causas de la crisis actual de la Eurozona y del castigo absolutamente desproporcionado a Grecia, una víctima propiciatoria.


3).- La falta de líderes con ideales y compromisos paneuropeos. La construcción de la Unión Europea ha venido siendo un proceso aristocrático, impulsado por líderes que han ido más allá de los intereses inmediatos de sus países, movidos por la visión de una gran Europa. Estos líderes (Adenauer, De Gasperi, Schuman primero, Kohl, Delors después) venían escaldados de la gran tragedia que fue la II Guerra Mundial. Luego han pasado tantas cosas… En tanto Europa fue próspera, los pueblos europeos aceptaban con facilidad la idea de una patria común, pero desde que el comunismo cayó y el capitalismo quebró, la gente se ha vuelto más cazurra, más aldeana, en definitiva más nacionalista, menos paneuropea. Liderar a estos pueblos divididos, conducirlos por un camino más y más común, se hace cada día más difícil.


Este conjunto de causas es, probablemente, muy difícil de superar para algo tan pequeño como a escala mundial es Europa. Que tiene además otros problemas no mencionados aquí, como el demográfico o el del enfrentamiento con un islamismo expansivo. Para seguir avanzando en la construcción de esa Europa ideal, una y diversa, que está en las mentes europeas, no bastará con seguir caminando paso a paso, trabajosamente. Hará falta un gran revulsivo, algo que todavía no podemos siquiera imaginarnos.


Una grande, grandísima sorpresa.

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