miércoles, 23 de diciembre de 2015

Navidad 2015

(Foto tomada de okdiario)

Pasado mañana, como cada año, celebramos ese acontecimiento extraordinario, absolutamente singular para los que creemos en él, del nacimiento de Jesús, el Dios hecho hombre, en Belén. Misterio escandaloso y profundo que  nos da una pista sobre el comportamiento de Dios  visto desde una perspectiva humana.

Nuestro Dios cristiano es una continuación histórica del Dios judío. Este último es ante todo un Dios creador, que se interesa por su creación desde fuera de ella, a través de su providencia y su justicia. El Dios cristiano, que nace hombre en Jesucristo, es además de creador un Dios redentor, que se compromete íntimamente con su creación, caminando en el tiempo desde dentro de ella y construyendo así la historia de la salvación.

O dicho lo mismo de otra forma: Si como nos ha ilustrado Simone Weil, el Dios creador ha tenido la generosidad de abrir un hueco en su plenitud para dar cabida a la existencia del Universo, es decir, si la Creación divina consiste en un generoso retirarse, el Dios redentor y salvador se hace hombre en Jesucristo para formar parte de ese mundo creado, corriendo sus riesgos, sufriendo sus penas y participando en sus gozos.

De manera que así es el comportamiento de Dios visto desde nuestra perspectiva humana y cristiana. Y en base a este comportamiento yo me atrevo a inferir algo más sobre ese Dios nuestro. Pero antes, para hacerme entender mejor, narraré una anécdota personal. Se trata de  mi primera crisis de fe.

Yo era muy niño, quizá cinco años o menos. Un niño muy bueno, que con esa lógica implacable de los niños deducía que si me moría siendo tan bueno tendría que ir necesariamente al cielo. Pensando en el asunto, ya me veía en el cielo, junto a esos angelitos gordezuelos que pinta Murillo, cantando a Dios al ritmo marcado por sus arpas. Yo me representaba la situación como en una película; el primer año de eternidad, cantando sin parar a un Dios muy próximo y lleno yo por ello de felicidad; al décimo año, un poco aburrido pero cantando todavía; a los cincuenta años, cansado de cantar y empezando a pensar que aun me quedaba una eternidad por delante; y a los cien años de estar en el cielo, desesperado, harto de cantar y lamentando haber sido tan bueno y haberme ganado así aquel cielo que me estaba resultando un suplicio. ¿En qué consistía mi crisis de fe? En que yo rechazaba con horror ese premio supremo de ir al cielo.

Ahora que he recorrido la mayor parte de mi vida sé que las cosas no podrán ser así. El Dios de los cristianos no es un Dios extático y mayestático. Es un Dios en marcha y un Dios de amor. Es un Dios con proyectos, en definitiva un Dios con futuro, que va permanentemente en busca de algo y en esa búsqueda suya hay sitio para que la comparta con Él todo el Universo y más específicamente nosotros los humanos.

Por eso la vida eterna en la que creemos los cristianos, esa vida para los que la hayan merecido después de la muerte, no va a ser un aburrimiento infinito. Junto a ese Dios cristiano tan arriesgado, generoso y amoroso, esa vida eterna será, desde el principio, una aventura espiritual sin límites, llena de sorpresas y gozos.

Esta es mi forma de ver desde diciembre del 2015 el misterio implícito en el nacimiento de Jesús.


Feliz Navidad para todos.

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