viernes, 1 de enero de 2016

Nochevieja 2015

Como en el año 2014, experimento la misma sensación vivísima del tiempo que pasa. No es mi tiempo el que lo hace, sino el del mundo. Pero este mundo cuyo tiempo pasa no me es indiferente. Por eso esta Nochevieja me es nostálgica y esperanzada y temerosa y alegre, todo revuelto. Bebo un whisky mientras espero que lleguen las campanadas de las doce, con mis doce uvas listas y la sensación recurrente de que me asomo a los acantilados de Punta Tilduco, en Chiloé, con el vértigo y la inmensidad oceánica por delante.

En unas horas nos despertaremos en el Añonuevo. Ya entonces se habrá convertido en humo mucha de la magia de estos momentos. Por eso ahora hay que vivirlos con la intensidad que merecen y que solo puede ser, en mi caso, una intensidad hacia dentro.

Mi perro Curro se sienta junto a mí, él pendiente de las explosiones cercanas de los petardos que ya van llenando la noche. Los tronidos para exorcizar el miedo existencial. Curro ladra de vez en cuando, entre asustado y enfadado. En la televisión ha empezado ya el espectáculo de la medianoche, que culminará en las doce campanadas, invitación a la alegría de vivir.

¡Viva la vida! Pues sí, larga y dichosa vida para los que viven. Eso es lo que deseo con la intención de hacer todo lo posible por conseguirlo.

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