domingo, 30 de octubre de 2016

Magia, Religión, Ciencia

Hace pocas semanas, el huracán Matthew recorría las costas orientales de Florida dejando caos y destrucción a su paso, abatidos ya Haití y Cuba por los daños producidos. Se inició como una ligera tormenta tropical que apenas alteraba la fuerza tranquila y sostenida de los vientos alisios en el Atlántico central. Pero por delante de él, hacia el Oeste, se extendía una amenaza terrible que no estaba en los cielos, sino en las aguas: el calor que éstas albergaban, sus altas temperaturas, verdadero polvorín termodinámico capaz de incendiar las suaves brisas de las tormentas tropicales para tornarlas en furiosos y destructores huracanes. Un calor explosivo que además era transportado hacia el Nordeste por la corriente del Golfo, el mismo camino que los huracanes suelen seguir y que los hace capaces de terminar embistiendo, como hizo Sandy en 2012, hasta a la lejana y aparentemente segura Nueva York. De manera que ese Sol benigno gracias al cual existe la vida sobre La Tierra tiene también efectos destructores. Y es que creación y destrucción, luz y oscuridad, día y noche, paz y guerra, conforman el eterno juego heracliteo de los opuestos, siempre en marcha.

Imagen del huracán Matthew impactando con la costa de Florida el 1 de Octubre de 2016

Pero lo que a mí me produce un cierto abatimiento es la ingenuidad humana, nuestra ilimitada capacidad de sorprendernos y volvernos a sorprender una y otra y otra vez, ante acontecimientos que, si hubiéramos pensado en ellos, nos habrían parecido posibles y hasta probables. Nuestra resistencia a prepararnos para lo peor, eso que antes o después pero ineluctablemente, conforme con la ley de Murphy, terminará llegándonos.

Esta resistencia a enfrentarnos con lo que en definitiva no es sino el Mal, manifiesta un fatalismo que procede de la impotencia que sentimos frente a unas fuerzas del Cosmos que nos sobrepasan. “Lo que tenga que llegar llegará”, nos decimos, asumiendo que cuando eso llegue, solo entonces, será el tiempo para el valor y la compasión. Mientras tanto, como les sermoneaba, provocándolos, San Pablo a los Corintios, “vivamos y comamos que mañana moriremos”.

La causa profunda de ese fatalismo con ribetes hedonistas que nos domina está en que, a pesar de todos nuestros avances científicos y tecnológicos, a pesar del inmenso poder de construcción y destrucción que hemos acumulado los humanos, llegando así a constituirnos en la amenaza de extinción y a la vez la esperanza de salvación de la entera Biosfera, a pesar digo de todo ello, la mayoría de nosotros seguimos siendo criaturas impresionables y asustadas, con una enorme inseguridad en nosotros mismos. Es por eso que procuramos reflexionar lo menos posible acerca del futuro, ayudados eficazmente en esto por la sociedad de consumo que hemos construido y en la que impera el absolutismo de lo inmediato.

Siempre ha sido más o menos así.

Sir James Frazer
Sir James Frazer (1854-1941) fue un escocés, profesor en Cambridge, que contribuyó decisivamente a la creación de la Antropología Cultural. Sin apenas moverse de Inglaterra estudió minuciosamente muchas culturas primitivas, gracias a los informes que demandaba de administradores coloniales del Imperio Británico, entonces en su cenit. Idea central de Frazer fue que la primera creación cultural del hombre primitivo, anterior incluso al Lenguaje, es la Magia, que con el tiempo histórico ha ido derivando hacia sus dos grandes ramas, la Religión y la Ciencia. Una ley fundamental de los magos y lo mágico es la de la Semejanza o la Correspondencia, que podría formularse así: los distintos niveles de organización del Cosmos, desde lo subatómico hasta lo galáctico pasando por  lo vegetal, lo animal y lo humano, operan ateniéndose a las mismas leyes fundamentales, que son las que también rigen el mundo de lo espiritual. 

Cueva de Lascaux (Francia)
Lo importante para el mago no es conocer estas leyes, una tarea que claramente lo desborda, sino reconocer su existencia y su vigencia en todos los ámbitos de la realidad. Por eso el shaman cree que, dotado de poderes que le han sido conferidos por los espíritus que soportan el mundo, puede actuar sobre determinadas esferas de lo creado para, en virtud de esa ley de la Correspondencia, obtener efectos sobre otras esferas bien distintas. Así, el shaman paleolítico dibuja en lo más hondo de una cueva, en el marco de rituales complicados, escenas de caza mediante las que cree que va a  favorecer las acciones cinegéticas que van a llevar a cabo otros miembros de su clan.  O la machi mapuche sube trabajosamente a lo alto de su rewe, ese tronco de canela tallado como los peldaños de una tosca escalera, a la vez que canta extrañas canciones acompañadas por el batir del tambor y el tintineo de los cascabeles rituales, para 
conseguir así que, por correspondencia, su alma ascienda por el eje del mundo hasta el ultramundo donde moran los poderosos espíritus con los que quiere ponerse en contacto.
Rewe mapuche
O el brujo africano clava puntas en sus fetiches de madera, en una suerte de primitivo vudú, con el propósito de alterar los estados físicos o mentales de personas a las que intenta transformar, para bien o para mal, con su magia.

Fetiche de los Bakongo









Salvando las distancias, yo mismo y en este blog (“Amor y Gravitación”, 27 abril 2013) establecí una suerte de correspondencia entre la gravitación de los cuerpos celestes y el amor de los seres humanos. Cabe aplicar esta dialéctica de la Correspondencia o Semejanza a muchos de los más importantes problemas prácticos con los que nos enfrentamos los humanos, considerando si podríamos comprender mejor estos problemas al compararlos con lo que conocemos de ámbitos muy distintos en la Naturaleza o en la Historia. Pondré algunos ejemplos, como simple ilustración en este espacio necesariamente corto que es una entrada de blog:

1).- El problema de la viabilidad de la Unión Europea: ¿pueden unos estados nación con largas historias de desencuentros y con lenguajes y culturas diferentes integrarse de modo permanente en una unión supranacional?  La correspondencia aquí podría ser con un ecosistema vegetal, tal como un bosque nativo de Chiloé. La integración requiere un proceso de domesticación del bosque, de modo que se convierta en una especie de jardín botánico. Eso exige un equipo de jardineros (Bruselas), unas técnicas de gestión (organismos y leyes paneuropeos) y la eliminación de mucha flora no deseable (renuncia por los países integrantes a señas de identidad nacional muy queridas).

2).- El problema identitario de España: ¿tiene una solución pacífica y duradera la crisis del estado autonómico?  Aquí también serviría la correspondencia con la conversión del bosque silvestre en un jardín botánico. Otra correspondencia sería con un ecosistema animal de predadores y presas que comparten un territorio. Según esta última, la supervivencia del estado autonómico exigiría que todas las autonomías pudieran ser a la vez predadores y presas unas de otras. Que no existiera un pez más grande que los demás, por lo menos no un pez que pudiera comerse a todos y al que no pudiera comerse ningún otro. Aplicando la correspondencia, requeriría una deslocalización geográfica de la administración del estado; es decir, una “barcelonización” de Madrid (y nunca una “madridización” de Barcelona). Tampoco podría haber un pez al que no pudiera comerse nadie, en correspondencia sería necesaria una desaparición de los Conciertos con vascos y navarros, más aún, una completa igualación fiscal de todos los territorios (mismas reglas del juego). Cosas así.

Si tanto la Religión como la Ciencia proceden, como quería Frazer, de una misma Magia ancestral, podrían encontrarse en ambas vestigios de la ley mágica de las Correspondencias. No tengo duda de que existen.

En las Religiones pueden encontrarse muchos ejemplos. Así, en el Judaísmo, las correspondencias cabalísticas entre el significado literal de los textos y uno o varios significados secretos, esotéricos, de origen divino. En el Cristianismo, la transustanciación del pan y el vino en carne y sangre de Cristo, necesarias como alimento espiritual. Etcétera.

Y en la Ciencia, pese a su explícito rechazo de lo mágico, también quedan muchos vestigios de la ley de la Correspondencia. No en balde el mismo Isaac Newton, pilar fundamental de la Ciencia moderna, practicó también el alquimismo. Un vestigio muy generalizado es el de la modelización. Así el método científico, en su intento de ir comprendiendo cada vez mejor la realidad natural que estudia, opera frecuentemente con un sistema de modelos, asumiendo que hay una Correspondencia entre el modelo y esa realidad natural a la que intenta ir cercando. Otro gran ejemplo es el del lenguaje matemático, según la idea de Galileo proponiendo que el libro de la Naturaleza estaba escrito en un lenguaje matemático. La Correspondencia se establece en cuanto a que el científico dialoga con la naturaleza utilizando un lenguaje tan matemático como posible.

Finalmente el Arte, nacido en las cuevas paleolíticas como un componente de los rituales shamánicos, sigue mostrando innumerables Correspondencias mágicas. Así es en la Literatura, donde héroes como Don Quijote y Sancho o los de Dostoyevski, son transfigurados por el lector entusiasta en componentes importantes de su propia vida. O en esa gran Pintura que en un momento de contemplación iluminada nos emociona sin que sepamos por qué. O en la Música sublime, clásica o pop, que llega a ser para su oyente inspirado una astronave en la que viaja a través de espacios infinitos.

Y es que, en definitiva, nuestro mundo y nuestra vida siguen siendo mágicamente misteriosos. Quizá sea gracias a esta condición por lo que somos capaces de soportarlos.

sábado, 1 de octubre de 2016

Lo ascético

Un Sadhu es un monje hindú que practica la Ascesis como
etapa final en su camino hacia la purificación.
(Foto cortesía del Dr Sarkar)
Nuestro mundo real, el de nuestra carne y nuestra mente, carecería de dinamismo si no existiera el tiempo. Éste es quien hace posibles las cadenas de causas y efectos que le dan consistencia y explicación a nuestra existencia. 

Más allá de nosotros mismos, todas las dimensiones de la naturaleza tienen en el tiempo su causa primera. Así empieza el Génesis: “en el principio, creó Dios los cielos y la tierra”, y ese “principio” alude sin nombrarlo al tiempo, primer actor de la creación.



Recuerdo ahora aquella ecuación fundamental de la Mecánica newtoniana que nos enseñaban en el colegio:

F x t   =  m x v

 Fuerza x tiempo  =  masa  x velocidad

         Impulso mecánico  = cantidad de movimiento

Así, en un terremoto, el impulso mecánico es la fuerza gigantesca con que dos placas tectónicas se empujan una a la otra durante un tiempo muy largo, igual a la cantidad de movimiento que se libera cuando, como consecuencia de la quiebra de aquel empujarse, una masa gigantesca de tierra y rocas empieza a vibrar y esta onda se transmite a gran velocidad a lo ancho de toda la Tierra, provocando la destrucción a su paso. Y en una tempestad, el impulso mecánico es la fuerza de un viento feroz sobre el mar durante algunas horas, capaz de levantar grandes olas que se mueven veloces, amenazando la vida de los barcos que encuentran.

Nuestras mentes humanas son asiento de fenómenos análogos, aunque no se les pueda calificar, dada su naturaleza inmaterial, de newtonianos. Así, nuestras decisiones importantes son consecuencia de impulsos que nacen de la interacción, durante un cierto tiempo, de nuestra voluntad con nuestra inteligencia y nuestro instinto. Fuerzas que se esconden entre los pliegues más recónditos de nuestros cerebros, se despiertan un día y empiezan a actuar en silencio. Generan así unos impulsos sostenidos que terminan poniéndonos en marcha. Muchas veces se trata solamente de iniciar un camino nuevo. Pero en otros casos nos tiramos desde lo alto a un abismo en cuyo fondo terminaremos aplastados, o a unas aguas nadando a través de las cuales alcanzaremos lo que anhelábamos. Motivados, al hacerlo así, para correr riesgos.

No debemos temerle a nuestros impulsos, ni reprimir nuestros movimientos, siempre que pongamos nuestra  atención en una introspección continua de las fuerzas que vagan por nuestro interior. En esto consiste la Ascética, que está presente en todas las culturas y todas las religiones. Cuyo objetivo es no tolerarnos la coexistencia con fuerzas tenebrosas, esas que son capaces de llevarnos al desastre. Por eso los ascetas intentan vivir, en la medida de lo posible, en un estado de pureza interior.

Alguien le preguntó un día al humorista italiano Pitigrilli en qué consistía la educación. “Pues se trata de comportarse cuando estés delante de los demás como si estuvieras solo”, contestó Pitigrilli. Y después de unos instantes de silencio continuó: …”Y cuando estés solo como si estuvieras delante de los demás”.

Algo así podría ser el fundamento de una ascética para la gente corriente.


P.S. He publicado la misma frase de Pitigrilli en este blog el 20 marzo 2011 y el 22 diciembre 2012. Cosas de la edad, pero no puedo negar que se trata de una de mis frases preferidas (lo que, lamentablemente, no significa que haya tenido mucho éxito al intentar ponerla en práctica, aunque no me doy por vencido).