Desde que dejé Chiloé llevo mes y
medio en Sevilla y he sido incapaz de escribir una sola palabra. Empezaré
explicando brevemente lo que me ha pasado. En mis últimos días en Duhatao contraje
una rickettsiosis, y aunque no se ha podido tipificar con exactitud de qué
Rickettsia se trata, me ha producido lo que aquí se llamaría una “fiebre
botonosa”. Lo de botonosa es por la huella maculosa que deja en la piel la
picadura del artrópodo que vectorizó a la bacteria, sea aquél ácaro, pulga o
garrapata, pero que al picar para alimentarse de mi sangre introdujo la
enfermedad. Y lo de fiebre porque el proceso infeccioso produce un
debilitamiento general del organismo, que cursa con febrículas vespertinas, debilidad
general, inapetencia, mareos, abierto todo ello a la posibilidad de que en
cualquier momento la Rickettsia ataque con éxito algunas zonas vitales del
cuerpo y produzca crisis graves. La prevención contra esto es sencilla: actuar
pronto con un tratamiento del antibiótico Doxiciclina. Pero éste tiene que ser
prolongado: casi treinta días en mi caso, para estar seguros de que se erradica
totalmente la enfermedad.
Hace unos días que los médicos me
han dado el alta y poco a poco empiezo a recuperar unas ganas (una necesidad)
de escribir y leer que había perdido casi completamente. La experiencia es
interesante: uno se da cuenta de hasta qué punto la actividad mental, esa que a
primera vista puede parecer tan inmaterial, viene condicionada por el tono
vital del conjunto del cuerpo, lo que es consecuencia de la absoluta integridad
psicofísica del individuo, de la persona. Lo que tú escribes o dejas de
escribir, los resultados de tu inspiración artística o filosófica o científica
o simplemente personal, no dependen solo de tu mente o tu cerebro, sino de todo
tú: tus riñones, tus pulmones, tu corazón, tu hígado, tus músculos y huesos,
también de todos ellos al unísono. Tu actividad intelectual, como tu actividad
física, tus sentimientos, tu bienestar o malestar, dependen de la integridad de
tu persona. Pero entiéndaseme bien, no quiero decir que tengas que estar en
plena forma para que puedas crear algo o vivir en plenitud, sino que lo que
seas capaz de crear o experimentar vendrá determinado por tu estado tanto
psíquico como físico.
Para poner un ejemplo concreto,
contemplo desde esta perspectiva a los grandes escritores. Al Freud joven que
experimentaba en su propio cuerpo los efectos de la cocaína y al Freud maduro
que se mantenía casto para no perder fuerza mental. Al Balzac que mientras
escribía la gigantesca y espléndida Comedia Humana tenía que consumir litros de
café bien cargado. Al Kafka tuberculoso y arrinconado en Praga por una vida
rutinaria, sin horizontes. Al Poe medio alcoholizado tras haber sido un
brillante alumno de la exigente y exclusiva West Point, convertido finalmente,
cuando escribía en mesas de taberna sus grandes obras, en un fracaso como
persona. También al fuerte Melville y al literariamente hercúleo Dostoyevski,
aunque este último necesitara entregarse de vez en cuando a demonios diversos,
como el juego, para sentirse de alguna manera vivir. Al Baroja riguroso,
solterón, solitario y metódico.
Tantos otros hombres y mujeres
cuya forma de enfrentar el durísimo problema de la creación intelectual o el no
menos durísimo del vivir en plenitud, ha dependido del tono vital específico
que han tenido sus cuerpos, o que ellos han querido o se han visto obligados a
darles.
En fin, ahora empiezo a escribir
de nuevo y me parece como si regresara de un largo sueño, o lo que es lo mismo,
un largo viaje, con algunas cosas que contar. Ya las iré desgranando.