miércoles, 28 de febrero de 2007

(6).- Simone Weil


Nació en 1909 y solo vivió 34 años. Como de muchos otros grandes místicos, hemos conocido su obra tras su muerte, y está compuesta de multitud de cartas y trabajos cortos. Aún así, la estatura de Simone Weil como maestra espiritual del S. XX no cesa de crecer. Hay en ella algo más que el simple y profundo misticismo, un testimonio de vida y una luz intelectual que, al menos para mí, la convierten casi en un ángel.

Sus padres eran judíos agnósticos, y en el más pulcro agnosticismo fue educada Simone, como su hermano André, que llegaría a ser uno de los matemáticos más ilustres del siglo XX. La naturaleza de Simone fue siempre frágil, asolada por terribles dolores de cabeza. Sin embargo estudió filosofía en la Ecole Nomal Superieur, donde fue la segunda de su promoción, con nada menos que Simone de Beauvoir como número tres. Dedicó su vida a la enseñanza de la filosofía en la escuela secundaria…junto con la más intensa acción, que le llevó a trabajar como obrera en la fábrica de Renault y a venir a España en 1936 como miembro de las Brigadas Internacionales. Porque Simone tenía una enorme preocupación social, y era una persona de izquierdas, sin que a su compromiso político se le pudieran poner apellidos.

Un día, con ocasión de una visita a Asís, se dio un tropezón espiritual, porque tuvo, sin que jamás hubiera podido sospecharlo, una experiencia mística que la convirtió a la fe en Cristo Jesús. Se trató de una conversión interior, es decir, no se dio de alta en nada, pero tomó la costumbre, entre otras cosas, de recitar con frecuencia un poema metafísico inglés que le había mostrado un amigo. Ella misma nos cuenta lo que le sucedió poco después:

(…) en el momento culminante de las violentas crisis de dolor de cabeza, me he dedicado a recitarlo poniendo en él toda mi atención y abriendo el alma a la ternura que encierra, (…). Fue en el curso de una de esas recitaciones, (…) cuando Cristo descendió y me tomó (…). En este súbito descenso de Cristo sobre mí, ni los sentidos ni la imaginación tuvieron parte alguna; sentí solamente, a través del sufrimiento, la presencia de un amor análogo al que se lee en la sonrisa de un rostro amado. (A la espera de Dios, Trotta eds).
A partir de entonces, Simone Weil pone toda su vida al servicio de esta conversión. Aunque los amigos que la acompañan en esta andadura son todos católicos y algunos sacerdotes, Simone no acepta el bautismo. Ella se siente más ligada al catolicismo que a cualquier otra doctrina, pero tiene serias dudas sobre la Iglesia Católica como institución, y considera además que su carisma es ser cristiana desde fuera,

No veo cómo evitar la conclusión de que mi vocación es ser cristiana fuera de la Iglesia. La posibilidad de tal vocación implicaría que la Iglesia no es tan católica de hecho como lo es de nombre, y que deberá serlo algun día, si está destinada a cumplir su misión (Carta a un religioso, Trotta eds).

En muchos de sus escritos mostrará una mezcla muy singular de crítica profunda a la Iglesia como institución con un cariño inmenso a la misma, como depositaria del mensaje de Cristo, a quien ella tanto ama. Pero Simone está convencida de que la mayoría de las grandes religiones son igualmente válidas y responden al mismo carisma, que es también el de esa multitud de ateos que lo son porque para poder ser religiosos se les ha exigido que traicionen a su inteligencia, y no han podido hacerlo.
Esa inteligencia que en la vida de SimoneWeil ha ido tan de la mano de su espíritu, de su personalidad mística, como ella misma lo expresa en estas bellísimas palabras:

Cuando la inteligencia, habiendo hecho silencio para dejar que el amor invada toda el alma, comienza de nuevo a ejercerse, se descubre conteniendo más luz que antes, más aptitud para captar los objetos, las verdades que le son propias. (Carta a un religioso, Trotta eds).

Llegada la II Guerra Mundial, los padres de Simone, por su condición de judíos, huyen a USA y consiguen arrastrar a Simone con ellos. Pero por muy poco tiempo. Ella quiere volver a Francia, estar allí junto a los franceses que sufren bajo Hitler. Consigue volver a Inglaterra y alistarse con de Gaulle. Quiere que la introduzcan en Francia, para formar parte de la resistencia. Pero desarrolla una tuberculosis, entrando en la culminación de la desdicha que ha sido su vida, esa desdicha que para Simone es un signo de Dios y la mejor posibilidad de encontrarlo. No quiere comer, porque cree que ayunando puede compartir el sufrimiento de los que están en Francia. Y muere en un hospital inglés.

Terminaré mi semblanza de esta santa laica, una de las grandes místicas del siglo XX, con un fragmento de su ensayo sobre El amor a Dios y la desdicha:


Este desgarramiento por encima del cual el amor supremo tiende el vínculo de la unión suprema, resuena perpetuamente a través del universo, desde el fondo del silencio, como dos notas separadas y fundidas, como armonía pura y desgarradora. Esta es la palabra de Dios. La creación entera no es sino su vibración. Es esto lo que oímos a través de la música humana cuando, en su mayor pureza, nos atraviesa el alma. Es esto lo que más claramente captamos a través del silencio, cuando hemos aprendido a escuchar el silencio. Quienes perseveran en el amor oyen esta nota en el fondo de la degradación a que les ha llevado la desdicha. A partir de ese momento ya no pueden tener ninguna duda. (A la espera de Dios, Trotta eds).

miércoles, 21 de febrero de 2007

(5).- Ludwig Wittgenstein

Fue una de los filósofos más brillantes del S.XX, y no hay pruebas directas de que tuviera el tipo de vivencias místicas que estamos considerando en estos apuntes. Pero tanto su vida como su pensamiento son compatibles con la posibilidad de que Wittgenstein fuera un místico y, en cualquier caso, es uno de los grandes pilares que, desde un punto de vista estrictamente laico, hacen respetable la propuesta de que una visión mística del mundo y la vida sean posibles en el S. XXI.

Nacido en la Viena imperial anterior a la I guerra mundial, y en el seno de una familia aristocrática de origen judío, fue educado como católico, aunque en su juventud fue agnóstico. Su reconversión al cristianismo tuvo lugar en el curso de la Gran Guerra, y en ella fue determinante la lectura de una introducción a los Evangelios escrita por León Tolstoi. Antes de esta época difícil, en la que combatió voluntariamente en las zonas más avanzadas y de mayor riesgo, ya había trabajado en Cambridge junto a Bertrand Russell y destacado como una gran promesa filosófica. Precisamente durante los últimos años de la guerra y estando a su final prisionero de los italianos, fue cuando terminó de escribir su primera gran obra, el Tractatus logico-philosophicus, que conmovió los cimientos de la filosofía del S. XX. A partir de entonces, y hasta su muerte en 1951, fue considerado uno de los genios filosóficos de Occidente.

Tenía una personalidad angustiada y vivió una vida muy intensa, de entrega total a lo que hacía y en lo que creía. Fue un pensador hasta la extenuación, llegando en sus épocas de mayor creatividad filosófica a temer morir por los esfuerzos que estaba realizando. Pero fue mucho más que un pensador. Pudo haber tenido una vida fácil, porque su familia era multimillonaria y su cátedra en Cambridge estaba garantizada gracias a su brillantez. Pero no lo hizo. No solo combatió en la I guerra mundial como un soldado valeroso, de lo que pudo haberse librado, sino que después de ella renunció a toda su fortuna y a la cátedra en Cambridge, haciéndose maestro de escuela y trabajando como tal durante varios años en una zona rural de Austria. También pasó mucho tiempo retirado en una cabaña aislada en un fiordo noruego, pensando y, quién sabe, quizá contemplando. Finalmente volvió a Cambridge, pero llegada la II Guerra Mundial dejó la Universidad y trabajó como voluntario en un hospital de la zona más bombardeada de Londres, porque quería compartir los riesgos con los millones de personas que sufrían los efectos terribles de la guerra.

Wittgenstein fue el fundador de la filosofía analítica, a la que también se ha llamado positivismo lógico, una corriente filosófica que quiso negar el valor de cualquier filosofía metafísica, centrando su atención en el lenguaje y su significado. La mayoría de los filósofos analíticos mantuvieron que la filosofía limitaba con la ciencia, y que su único destino viable era cientifizarse totalmente, dejando en el baúl de los recuerdos toda la filosofía trascendental que, desde los griegos, había constituido la columna vertebral del pensamiento occidental. Pero Wittgenstein, y aquí está su gran aportación a la esfera de lo místico, mantuvo que la filosofía no solo limitaba, por un lado, con la ciencia, sino que también lo hacía, por el otro, con lo inefable, es decir, con lo místico.
Hay dos citas de Wittgenstein en la parte general de estos apuntes que deberían leerse ahora, por lo clarificadoras. Mencionaré para terminar otra de una carta que le escribió a un colega, hablando de su Tractatus:
"Quise escribir en el prefacio de mi libro, aunque luego no lo hice, que constaba de dos partes: una es todo lo que contiene, la otra todo lo que no he escrito en él. Y precisamente esta segunda parte es la verdaderamente importante.(…) En pocas palabras, respecto a todo eso de lo que muchos parlotean, yo me he definido en mi libro permaneciendo en silencio." (Carta a Ludwig von Ficker, octubre 1919)

domingo, 18 de febrero de 2007

(4).- Charles de Foucauld

El primer místico europeo del S. XX es ante todo un hombre de acción. Y hasta qué punto. Graduado en la Academia Militar de Saint Cyr, lucha en Argelia contra los rebeldes al poder colonial francés. Pero se aburre del ejército, y a los 24 años cuelga el uniforme y emprende una aventura de espía y geógrafo por el sur de un Marruecos que todavía es libre y que no acepta occidentales en sus territorios. Disfrazado de judío en una caravana que recorre un país feudal, al que la sequía ha puesto ante una hambruna que llena los caminos de bandoleros desesperados, sabe tomar alturas a escondidas haciendo uso de un sextante y un horizonte artificial. Se juega la vida, pero traza un plano del Marruecos profundo que le será útil a los ejércitos franceses que pronto van a invadirlo. Es entonces un hombre joven, amante de la aventura, seguro de sí mismo y ateo convencido.

La conversión le llega a los 28 años, de una forma inesperada, casi brutal. Este convertirse a la fe en Dios desde una vida como mínimo agnóstica es una característica de muchos de los místicos europeos del S. XX. En el caso de Foucauld, que es un hombre al que le gusta llevar las cosas al límite, su conversión lo hace encerrarse durante siete años en un monasterio trapense en Siria, donde vive como un monje contemplativo. Pero ese no es su camino. Se va entonces a Nazaret, donde vive durante tres años como hortelano y recadero de un monasterio de monjas clarisas. Tampoco le llena, aunque en Nazaret tiene unas vivencias del Jesús humilde y callado que lo fue durante el 90% de su vida, que lo marcarán para siempre. Vuelve a Francia, donde se ordena sacerdote, y enseguida parte para Argelia, intenta entrar en Marruecos sin conseguirlo, y se dirige al Sahara, primero a Beni Abbes, para terminar en Tamanrasett, la patria de los Tuareg del Hoggar, donde en 1905, con 47 años, inicia una vida como un eremita muy especial, hasta que en 1916 muere asesinado por unos bandidos.

El eremitismo de Charles Foucauld es especial por lo que tiene de mezcla con una acción extenuante, ésa que nunca lo ha abandonado. Vive en una casucha que él mismo se ha construido, los pocos tuareg que se le acercan en aquellas soledades lo aceptan como un morabito, un hombre santo, pero también saben que es un baba, un sacerdote cristiano, y lo rehuyen. Él quiere vivir con los tuareg, entregarles todo su amor a Cristo en forma de bondad, estar presente sin protagonismos, esperando el momento en que le pidan algo o en que lo necesiten. Su carisma es el de Jesús de Nazaret. Su trabajo de carpintero es el de elaborar un diccionario Tamachek-Francés y recopilar todos los materiales escritos en Tifinag, siendo uno y otro el lenguaje hablado y escrito de los Tuareg. Y lo lleva a cabo con todas sus fuerzas.

Es la vida de un místico, aunque no ha dejado largos escritos de espiritualidad, sino una profusión de cartas a un sinfín de amigos lejanos. Sus quehaceres son una continua preparación para el recogimiento, y en los larguísimos momentos de soledad absoluta que ha vivido allí a lo largo de once años, ha tenido que sentirse caer muchas veces en su propio pozo, y encontrarse allí en lo hondo con su amadísimo Jesús de Nazaret. Eso, seguro.

Nos ha legado muchos textos cortos que testimonian la clase de maestro espiritual que fue. Citaré como ejemplo unas frases de la carta que escribió a un amigo:


“Hay que pasar por el desierto y vivir allí para recibir la gracia de Dios. Es en el desierto donde uno se vacía, tirando todo lo que no sea Dios y dejando esa casita que es nuestra alma lista para que Dios la llene por entero.(…) Hace falta ese silencio, ese recogimiento, ese olvido de todo lo creado, en medio de los cuales Dios establece su reino y da forma al espíritu interior.” (Carta al padre Jeromo, 19 mayo 1898).

Murió con el deseo de crear la fraternidad de los Hermanitos de Jesús, que siguieran su carisma, el de Jesús de Nazaret, pero lo hizo atrozmente solo. Sin embargo hoy, noventa años después de su muerte, habiendo sido beatificado recientemente porque, ya se sabe, los místicos no son gente que inspire desde el principio la confianza de la Iglesia, más de quince mil personas repartidas por todo el mundo se consideran hijos espirituales suyos, encuadrados en instituciones que se reclaman sus herederas. A los Hermanitos de Jesús no es fácil encontrarlos, a no ser que se les busque por los rincones más remotos, olvidados y desheredados del mundo. Siguen el mandamiento que Charles de Foucauld expresaba en otro escrito suyo:



“Todos somos hijos del Altísimo. Todos…el más pobre, el más repugnante, un recién nacido, un viejo decrépito, la persona menos inteligente, la más abyecta, un idiota, un loco, un pecador, el mayor pecador, el más ignorante, el último de los últimos, aquél que más nos repugna en lo físico o en lo moral es un hijo de Dios, un hijo del Altísimo.”(Œuvres Spirituelles)

Viven sus hijos como él vivió, en una suerte de vida contemplativa impregnada de preocupación y ocupación por esos abandonados de los demás junto a los que están. Su oración fundamental, la que define su comunidad de hijos de Charles de Foucauld, es la que ellos llaman Oración del Abandono, y reúne todos los requisitos del abandono místico en Dios, de la caída sin condiciones en el pozo metafísico. Dice así:



““Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en tus manos. te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo y porque para mí amarte es darme, entregarme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tu eres mi Padre.”

miércoles, 14 de febrero de 2007

(3).- Miguel de Molinos


Septiembre de 1685. El dibujo de la izquierda representa al sacerdote español Miguel de Molinos compareciendo ante el tribunal de la Santa Inquisición de Roma, para escuchar la sentencia que lo condenará por herejía a cárcel perpetua. Tiene las manos atadas y un cirio encendido entre ellas. Morirá en prisión once años después.
Sin embargo, en 1675, cuando publicó su Guía Espiritual, era la moda en Roma y en toda la Europa cristiana. Ejercía de padre espiritual de decenas de personas piadosas, entre los que se incluían cardenales ilustres. ¿Qué ha pasado?

La condena de Miguel de Molinos significa el cerrojazo dado por la Iglesia católica al misticismo como vía hacia la salvación, una vía iniciada en el siglo I bajo la influencia del judío Filón de Alejandría, y que se ha desarrollado con brillantez a través del eremitismo egipcio y de los monjes medievales para culminar en los místicos españoles del S. XVI. Pero ¿por qué? Pues son los tiempos de la Ilustración. Roma no puede ignorar a Descartes, ni a Pascal ni a Newton. Una nueva era se viene encima, la de la Razón, en la que el misticismo no tiene nada que hacer.

Miguel de Molinos es el bellísimo canto de cisne de este final. Su Guía Espiritual describe con la mejor precisión literaria del S. XVII (los tiempos de Gracián), el camino hacia el recogimiento y el salto a lo hondo del pozo metafísico, y lo hace con una maestría que no tiene parangón ni antes ni después. Se inicia así un largo silencio, y habrá que esperar hasta el S. XX para encontrar claros rebrotes místicos.

Quede reflejado aquí mi homenaje a este hombre santo y perseguido, a este gigante místico, Miguel de Molinos, con la reproducción parcial del siguiente párrafo del Libro II de su Guia Espiritual:

129. Tres maneras hay de silencio: el primero es de palabras, el segundo de deseos y el tercero de pensamientos.(…) No hablando, no deseando ni pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma, se comunica y la enseña en su más íntimo fondo la más perfecta y alta sabiduría.

lunes, 12 de febrero de 2007

(2).- Teresa de Jesús

Vivió en el S. XVI, en una España que a la vez que era un Imperio se debatía angustiada en un sinfín de guerras y conflictos: la lucha inacabable contra el Turco en el Mediterráneo (uno de sus hermanos murió en ella), las guerras de religión en Europa, la sangría migratoria hacia América (siete de sus nueve hermanos varones se fueron a las Indias, de los que cinco jamás volvieron, uno de ellos murió en guerras con los Araucanos, otro desapareció), la acción terrible de la Inquisición (su abuelo paterno fue judaizante, obligado a llevar el sambenito en Toledo y a dejar esta ciudad por Avila).

Teresa era una joven hipersensible y brillante, a la que su padre metió en un monasterio cuando su madre murió. Podía haber llevado una vida acomodada de monja piadosa y rica, pero lo abandonó todo para fundar conventos de carmelitas descalzas: una renovación rigurosa y entusiasta, llevada a cabo por ella, de la orden del Carmelo. Y su vida fue una continua lucha, hasta la extenuación, fundando conventos de sus hijas espirituales por todos los rincones de España, peleando contra un sinfín de incomprensiones e intrigas, ella, una pobre mujer, con la sola fuerza de su personalidad y su carisma. Escribió además muchísimo, y cuando uno lee hoy sus obras se sorprende al encontrarlas tan llenas de vida.

Nadie, pues, como Teresa, para proponerla como arquetipo de mujer de acción, de lucha y compromiso. Y sin embargo, sabía recogerse, y es una de las figuras cimeras del misticismo cristiano. Escribió Las Moradas, una guía espiritual para llegar a lo hondo del pozo metafísico y encontrarse allí con Dios, o con Jesús, como ella habría dicho, con el Crucificado. Un versillo suyo recoge muy bien lo central de la tensión mística:

Vivo sin vivir en mí,
Y tan alta vida espero,
Que muero porque no muero



La foto de la derecha reproduce un éxtasis de Santa Teresa, tal y como lo concibió Bernini. Un ángel va a atravesar su corazón con una lanza, como hizo el soldado romano con Jesús en el Calvario, pero Teresa está totalmente arrebatada de sí misma, inundada de Dios.



Junto a Teresa de Jesús, no puede dejar de mencionar a Juan de la Cruz, carmelita descalzo como ella, compañero de muchas de sus fatigas, hombre sensible y contemplativo donde los haya y a la vez obligado a la acción. Juan hizo un gigantesco esfuerzo literario por hacernos comprender el fondo de sus experiencias místicas a través de la poesía, cuyas estrofas explicó a su vez en larguísimas disgresiones teológicas. Hay unos versos suyos que expresan muy bien en qué consiste la plenitud del recogimiento, ese momento en el que el místico se arroja sin dudas a lo hondo de su pozo metafísico:

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

domingo, 11 de febrero de 2007

(1).- Plotino


Vivió en el S. II D.C., cuando el mundo estuvo sumido en una confusión tan grande si no mayor que la actual. Fue un griego que nació en Egipto, donde se hizo filósofo junto a Amonio Sacas, en Alejandría. Acompañó a los ejércitos romanos durante algunos años de guerras en Asia, y luego se estableció en Roma, como maestro de gente culta e influyente, donde finalmente murió.

No fue un hombre religioso, sino un filósofo seguidor de Platón, aunque creía en Dios. No era el Dios de Plotino un creador, ni existía como lo hacen las cosas del mundo, ni tampoco era la presencia absoluta que abarca todo lo existente. Plotino lo llamaba el Uno, aunque reconocía que nada podíamos conocer o decir de Él. Nosotros, es decir, todo nuestro universo, procedíamos del Uno no por creación, sino por emanación, como la luz que constituye nuestro día procede del sol. De manera que la emanación del Uno nos envolvía dándonos la existencia. Para Plotino esta emanación, que tenía que recorrer un camino que parecía imposible entre Dios y nosotros, se diferenciaba en tres a modo de capas concéntricas: la más cercana a Dios era el Espíritu, del que emanaban el Alma y el Cuerpo de nuestro universo, ocupando el Alma una suerte de posición intermedia entre los otros dos.

Pero lo más maravilloso de todo era que, como en la semejanza de dos triángulos, la estructura humana remedaba a la del Universo, es decir, que nosotros también estábamos hechos de espíritu, alma y cuerpo. Y podíamos contemplar a Dios a través de nuestro espíritu, y aunque esto no nos fuera ni comprensible ni racionalizable, sí era capaz de cambiar drásticamente nuestras vidas.

Hasta aquí podía llegar Plotino con el poder de su razón de filósofo. A partir de aquí, es decir, una vez que intentaba adentrarse en los territorios espirituales, la única via de acceso era la mística. De manera que Plotino, además de seguir siendo toda su vida un gran filósofo y maestro, se ejercitó en el recogimiento y la contemplación durante muchos años. Dice Porfirio, el discípulo que recopiló toda su obra, que llegó a verlo cuatro veces en éxtasis. Ocasiones éstas en las que Plotino creía que empezaba a entrever al Uno, lo que consideraba la culminación de su vida.

ALGUNOS MÍSTICOS QUE EN EL MUNDO HAN SIDO

Terminaré estas notas con semblanzas muy breves de personas que, perteneciendo a nuestra cultura occidental, de raíces judeocristianas y griegas, han visto lo espiritual que hay en nuestra naturaleza como distinto a lo mental/racional y, por supuesto, a lo corporal. La mayoría de ellos han vivido esta visión, es decir, han sido místicos, pese a que también casi todos ellos han sido gente de mucha acción y compromiso con los demás.

Mi objetivo al presentar estas semblanzas es ilustrar, por vía de ejemplo, las ideas que he venido esbozando. Mostrar también cómo se puede ser místico viviendo en la confusión del mundo. Dejar, por último, trazadas las pistas hacia algunos verdaderos maestros espirituales, para los que quieran profundizar en estos conocimientos.

viernes, 9 de febrero de 2007

(7).- La culminación en lo impensable

Y ya no me queda nada más esencial que decir. He llegado al mismo estadio con el que Ludwig Wittgenstein cierra su Tractatus logico-philosophicus:

“7. De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca.”

Quisiera simplemente resumir el contenido de estos apuntes: a través de la oración y la meditación nos preparamos para el recogimiento, y una vez en éste, quizá podamos asomarnos a nuestro pozo metafísico y, por qué no, hasta tener el valor de arrojarnos en él, o la suerte de que el misterio tire de nosotros hacia abajo. A partir de ahí, es imposible pensar o decir algo. Pero, casi con toda seguridad, cuando volvamos a nuestro mundo espaciotemporal ya no seremos los mismos.

jueves, 8 de febrero de 2007

(6).- Cómo ignorarse, que es recogerse, hacia fuera

Recogerse hacia fuera es empezar a contemplar.

En general, con respecto al mundo que nos rodea, podemos adoptar una de tres posibles actitudes: interaccionar con él, ignorarlo o contemplarlo. Las dos primeras se corresponden con los ámbitos corporal y mental de nuestra naturaleza. Actuamos y reaccionamos frente a multitud de sensaciones y cogniciones a través de las cuales nos estimula continuamente el mundo exterior. Ignoramos, a la vez, la mayoría de ese mundo que nos rodea. Pero también lo contemplamos, aunque naturalmente no seamos conscientes de ello, porque la contemplación pertenece al ámbito de lo espiritual que hay en nosotros. Así, contemplamos cuando miramos con todo nuestro amor a esa persona querida que duerme, o cuando nos quedamos atónitos, como si se hubiera descorrido el velo de un misterio, ante esa obra de arte que de pronto, desde la pared de un museo o en mitad de la calle, nos ha calado.

La contemplación puede ejercitarse, de hecho la humanidad viene haciéndolo así desde tiempos muy remotos, y al hacerlo nos vamos despojando de todas nuestras constricciones mentales y corporales, liberándonos hacia fuera de esas partes de nosotros mismos, recogiéndonos así hacia el interior de nuestro pozo metafísico. Esta es, pues, la segunda gran vía hacia el recogimiento.


El mandala de la foto superior es un ejemplo de contemplación activa. Es una estructura efímera, fabricada con granos de arena coloreados. Los monjes tibetanos practican, a la vez que lo van haciendo, el recogimiento hacia fuera, que culmina en el momento en que el mandala es terminado.
Pero todo lo que nos rodea está abierto a nuestras posibilidades de contemplación. Lo importante no es el objeto que contemplemos, sino nuestra actitud al hacerlo. Debemos concentrarnos totalmente en él, volcarnos en su examen, pero desde una postura totalmente pasiva, es decir, más abriéndonos a la exploración de nuestro yo por el objeto que explorando activamente ese objeto nosotros mismos. Intentaré explicarme con un ejemplo: he aquí que estoy utilizando como objeto de mi contemplación la fotografía de un paisaje; recorro con mi mirada todos sus elementos, este árbol, ese camino que serpentea hacia arriba, aquellas montañas lejanas; pero en verdad no soy yo el que recorre el paisaje, sino que estoy dejando que el paisaje me recorra a mí: que el árbol se apodere de toda mi sensibilidad estética, que el camino ocupe toda mi tensión hacia el futuro, que las montañas lejanas llenen toda mi fantasía; que todos ellos a la vez vacíen mis ojos y todos mis sentidos de cualquier otra sensación, y mi mente de cualquier otra vivencia.

miércoles, 7 de febrero de 2007

(5).- Cómo recogerse hacia dentro

Preparados ya cuerpo y mente, llega el momento de alcanzar el brocal de nuestro particular pozo metafísico para arrojarnos dentro. Hay dos formas alternativas de hacerlo. La primera es un movimiento hacia el centro de nosotros mismos, y la desarrollaré hoy.

En este movimiento, empezamos dejando atrás la oración y la meditación con las que nos hemos preparado. Cerramos los ojos si estamos en reposo, bajamos la vista al suelo si caminamos. E iniciamos el trabajo paciente de ir desconectando todos los circuitos de nuestra actividad corporal y mental.
No se trata de quedarnos dormidos. Mantenemos viva una tensión, la de aspirar a caer como un plomo hacia las honduras de nuestro pozo, pero nada más. Intentamos relajarnos. Si algo corporal o mental llama nuestra atención lo apagamos, cambiando ligeramente de postura en el primer caso o tornando temporalmente a algún mantra en el segundo.

Nos dejamos ir, llevados nada más que por el ansia de disolvernos, apagando pacientemente todo lo que haya permanecido encendido, o lo que se reenciende, excepto la atención automática a dar los pasos y evitar los obstáculos, si es que estamos caminando. Con el afán permanente de no llegar a sentir ningún afán, de disiparnos, de sumergirnos en la nada.

Es imposible predecir hasta donde puede llevarnos este proceso. Puesto que somos gente corriente y no grandes místicos, es probable que no lleguemos a alcanzar un recogimiento pleno, que resulte en un desistimiento total de nosotros mismos. Pero lo que alcancemos será siempre, si actuamos con honestidad, verdadero recogimiento interior, y tendrá sus efectos.

martes, 6 de febrero de 2007

(4).- Técnicas de preparación para el recogimiento.

La preparación para el recogimiento puede ser inmediata o desarrollarse de una forma más continuada.

En sus aspectos corporales, la preparación inmediata para un recogimiento sin grandes pretensiones, como el que nos ocupa, es sencilla. Se trata nada más que de asegurar que el cuerpo no va a llamar excesivamente nuestra atención. Hay circunstancias que lo hacen imposible, y de las que se debe huir: una digestión pesada, el hambre, la sed, un dolor apreciable, el sueño, la enfermedad, el deseo, etc. Cuando se dan con intensidad, uno ni siquiera debe plantearse la posibilidad de recogerse. Pero siempre puede esperarse a situaciones más apacibles, normalmente unas horas del día o unos días de la semana en los que nuestro cuerpo esté más tranquilo y aplacado.

En sus aspectos mentales, la preparación inmediata para el recogimiento se hace mediante la recitación de mantras, equivalentes a lo que sería la oración para una persona religiosa, y también mediante la concentración forzada de la mente en algún tipo de pensamiento reglado, lo que los maestros han llamado meditación. Un mantra debe tener un contenido tranquilizador para el que lo recita, pero puede ser inventado por uno mismo, por ejemplo: “el titilar de las primeras estrellas que se hacen visibles”, y debe repetirse una y otra vez, intentando pacíficamente que su contenido ocupe plenamente nuestra atención. En cuanto a la meditación, se trata de reflexionar activamente sobre algo cuyo contenido nos hemos impuesto, pero que no tiene por qué tener un significado religioso; por ejemplo, se puede meditar sobre algo relacionado con la geometría del espacio, como en la exploración mental de la intersección de un plano con un cono, o de éste con un cilindro o una esfera. Se trata, en definitiva, de despejar la mente de distractores de peso, preparándola para que deje ver las oscuridades y escuchar los silencios de lo espiritual.


Hay también una preparación a medio y largo plazo para el recogimiento, equivalente a la ascesis de la que tanto han tratado los maestros. Desde la perspectiva laica y nada pretenciosa de este escrito, se trataría solo de entrenar el cuerpo y la mente para que no se arroguen nunca un protagonismo excesivo. Hay muchísimos caminos posibles, siendo éste quizá el tema de entre los que nos ocupa del que más se ha escrito, dada su importancia. Pero en estas notas la cuestión se reduce a ejercitarse en llevar una vida sencilla y sobria, sacándole el mayor partido posible a las cosas pequeñas y huyendo de las grandes pasiones o compulsiones. Una actividad concreta muy recomendable, que no siempre está al alcance del que lo necesita, es lo que podría llamarse el peregrinaje, es decir, el viajar por el mundo a lo pobre, con un morral y un bastón, como lo hacía el Cela joven, experimentando el cansancio, la intemperie y la soledad, dejándose en el camino muchas vanidades al ir descubriendo, en las circunstancias en que uno se obliga a vivir durante el viaje, su escasísima consistencia.


El monje tibetano de la foto superior ha peregrinado durante varios años, dando tres pasos, postrándose en tierra tendido a todo lo largo, otros tres pasos, otra postración…y así durante cerca de dos mil kilómetros, en su búsqueda de la paz interior.

lunes, 5 de febrero de 2007

(3).- El recogimiento y cómo alcanzarlo.

Despojarse de todo lo que es lastre que dificulta la subida hasta el territorio de lo espiritual es, pues, la primera decisión necesaria para emprender el camino. A esto lo han llamado algunos maestros recogimiento, porque es un recogerse, un retirarse, fuera de los dos ámbitos que van a hacer imposible avanzar hacia lo espiritual: uno es el ámbito de lo corporal, el otro el de lo mental o racional.

El recogimiento tiene sus técnicas, que pueden dividirse de entrada en dos grandes categorías: las de preparación y las de acción. La situación del que busca recogerse es análoga a la del corredor de un maratón, que por una parte tiene que organizar su vida para poder correrlo, mediante ejercicios preparatorios, dieta adecuada y hasta una visión del mundo, y por otra tiene que correrlo, un día concreto, agotando hasta el final todas sus fuerzas y recursos.


Las técnicas de preparación para el recogimiento pueden estar dirigidas hacia el ámbito corporal o hacia el mental. En lo corporal, se trata de técnicas orientadas a conseguir la indiferencia ante los dos grandes atractores de los sentidos, el placer y el dolor. Ayunos, cilicios, mortificaciones, en los tiempos antiguos, ejercicio físico, parquedad en el comer y beber, moderación sexual, en los actuales. En lo mental, las técnicas intentan neutralizar los grandes distractores del pensamiento, entre los que destacan la angustia y la exaltación. En todas las culturas y religiones han sido dos las fundamentales: la oración y la meditación. En cuanto a la primera, lo importante desde el punto de vista que nos ocupa es su aspecto mántrico: repetimos alguna frase o jaculatoria para adormecer o tranquilizar nuestras capacidades intelectivas, eso es todo. La joven tibetana de la foto de abajo gira su molinillo de oración a la vez que repite, una y otra vez, "Om mani padme hum".

En cuanto a la meditación, se trata de una domesticación de la reflexión, es decir, una constricción de la misma hacia temas que le imponemos desde fuera.


Una vez preparados, ¿cómo alcanzamos el recogimiento, ése que va a hacernos posible la vivencia de lo espiritual? Pues seguimos instalados en un entorno de dicotomías, porque hay dos caminos principales: podemos recogernos hacia dentro, concentrándonos en ir apagando poco a poco, de forma sistemática, todas nuestras luces sensoriales e intelectuales; o hacia fuera, interesándonos de tal manera en la contemplación de un objeto exterior que nos olvidemos completamente de nuestro cuerpo y nuestra mente. Aquí aparece por primera vez la palabra contemplación, y aunque la hemos aplicado a algo que es verdadera contemplación en un sentido espiritual, no se trata más que de sus rudimentos.

Lo escrito hasta ahora en este texto nº 3 no es más que el programa que voy a seguir en textos sucesivos, en los que intentaré describir en detalle cada una de las técnicas o aproximaciones. Es sin embargo importante que haga ahora dos advertencias, que en realidad son una misma:
Primera: carezco de autoridad como maestro de lo espiritual para escribir un tratado de mística, porque soy un humano tan corriente como la mayoría de los que tengan la imprudencia de leerme.
Segunda: pero estoy convencido de que la vivencia de lo espiritual está al alcance de cualquiera. No tendrá la profundidad de la de un místico cristiano o un monje tibetano, pero será pura y legítima experiencia mística. No ya beneficiosa, sino indispensable para vivir la vida más plenamente. Y creo que esto es posible independientemente de cualquier adscripción religiosa, porque está encarnado en nuestra naturaleza.

domingo, 4 de febrero de 2007

(2).- Al encuentro de lo espiritual.

UNA SALIDA EN FALSO.

Lo espiritual está fuera del ámbito de lo racional, es decir, es inefable, hasta impensable. Si quiero alcanzarlo, tengo que empezar por descubrir un camino que me lleve hacia allí, dibujar una ruta. A continuación, ponerme en marcha y con suerte, vivir algo nuevo y dejarme guiar por lo que algunos maestros han dejado dicho acerca de cómo se puede seguir profundizando en esa vivencia tan extraña.

El primer paso en esta ruta es el que esos mismos maestros han marcado. Tengo que aceptar que puede haber una realidad imperceptible por mis sentidos y mi intelecto. La mayoría de la gente ilustrada se negará a darlo, escandalizada de tanta idiotez. Así que empezaré el camino prácticamente solo.



Nada más entrar en él, lo que me encuentro es una cuesta empinadísima. Intento remontarla cargado con todo mi equipaje: la mochila llena de los gadgets inútiles que perfilan mi vida de occidental consumista, que me pesa muchísimo, el par de botas de repuesto, la tienda de campaña, los prismáticos, la brújula, la cocinita de gas, qué sé yo cuantas cosas. Del esfuerzo que estoy haciendo por trepar con una carga tan pesada me siento morir. Así que no puedo más y ruedo cuesta abajo, hasta llegar dolorido a mi punto de partida. Allí permanezco un rato en el suelo, inmovilizado por todo mi equipaje y con una sensación de fracaso.

Pienso, porque todavía puedo y debo hacerlo. Y tomo una decisión: me despojo de casi todo lo que llevo, me quedo con lo estrictamente imprescindible: el mono recio, la cazadora, las botas y los calcetines gruesos, el bastón, el morral, la cantimplora, ¡ya es bastante!, y empiezo a subir de nuevo.

sábado, 3 de febrero de 2007

(1).- El pozo metafísico.




¿Existe lo espiritual? Y si existe, ¿tiene una importancia práctica en nuestras vidas? Este tema, tan absurdo y heterodoxo en el mundo occidental en que vivimos, donde adoramos a la diosa Razón, me parece interesantísimo. Por eso me lo voy a proponer como el primero a considerar en mi blog.
Para introducirlo copio un texto que escribí hace tiempo.

EL POZO METAFÍSICO.

Estoy convencido de que los seres humanos tenemos una arquitectura muy singular, a la vez que extraordinariamente sencilla. Lo más hondo de cada uno de nosotros, lo más entrañable e íntimo, a la vez que lo más universal y abierto, es de naturaleza espiritual. Este espíritu humano es, a su vez, como la interfase entre el alma, racional y espaciotemporal, y un misterio inefable que existe fuera del espacio-tiempo. Voy a intentar profundizar en la naturaleza de este misterio y de nuestras relaciones con él a través del espíritu. Para ello, y en aras de la eficacia pedagógica, no me queda otro remedio que acudir a una imagen. Intentemos ver al individuo humano como una esfera con tres capas: la exterior es el cuerpo, la intermedia el alma, la interior el espíritu. Pero lo sorprendente es que en el centro de esta esfera, rodeado totalmente por el espíritu humano, es decir, el mío, el tuyo, el suyo, el de cada persona, se abre un inmenso pozo metafísico, profundo y oscuro hasta extremos que se nos hacen inimaginables. De manera que un ser humano tiene hacia fuera límites perfectamente discernibles: el contorno de su piel, la precisión de su vista, la sensibilidad de su oído, la longitud de sus miembros, el alcance de su memoria, la agudeza de su inteligencia. Pero hacia dentro es ilimitado, está relleno de un abismo insondable, cuya naturaleza califico de metafísica porque nos es completamente desconocida.

El caso es que la mayoría de los humanos son totalmente ignorantes de esta su estructura interior. Solamente algunos, a través de duros y continuados ejercicios de introspección, han sido capaces de llegar hasta el brocal de su pozo metafísico. La mayoría de los que lo han conseguido, cuando se han asomado al pozo han retrocedido aterrorizados, poseídos por un vértigo indescriptible. Algunos, más valientes o tozudos, han persistido en su disposición de mirar hacia el fondo, y lo que han llegado a percibir ha sido un inmenso silencio, una hondísima nada. Poquísimos locos, sintiendo una atracción invencible, se han subido al brocal del pozo y se han arrojado a esta nada inabarcable. Han caído, y caído, y caído, crecientemente aterrorizados, verificando que la más absoluta oscuridad puede llegar a ser todavía más oscura. Han perdido todas las referencias, han constatado que esa nada en la que se van introduciendo tiene la capacidad de aniquilarlos. Y cuando, finalmente, se sentían a punto de desaparecer, bing, han desaparecido, para, bang, reencontrarse inmediatamente en el seno de Dios o, para los ateos que lo han intentado, de la Absoluta Trascendencia. Allí no han tenido miedo, aunque es mucho más complicado: allí ya no eran ellos, siéndolo, allí no existían ni el tiempo ni el espacio, solo Dios o la trascendencia más absoluta, pero desde allí ellos mantenían la capacidad de ver con absoluta lucidez la extensión, la razón y el significado de su presencia en el mundo. Luego se han despertado, como si fuera una mañana cotidiana más, como si vinieran de un sueño largo, profundo y relajante. Y ya no han podido volver a vivir su vida como antes, ni tampoco se han atrevido, en la mayor parte de los casos, a contar su extraordinaria aventura, por miedo a no ser creídos.

Este pozo metafísico es la pieza central de nuestra condición humana y a la vez su misterio más profundo. La inmensa mayoría de las personas pasa por la vida sin ser consciente de su existencia, lo que no significa que no juegue, para cada uno de ellos, un papel determinante. Porque el pozo es, además de un abismo central, una ventana inmensa abierta a esa totalidad en la que no existe el espacio-tiempo.

Ahora tengo que introducir una hipótesis, que a algunos les parecerá una locura y a otros la puerta que les abre un mundo nuevo. En cualquier caso, se trata de una hipótesis difícilmente sometible a prueba en el estado actual de nuestros conocimientos. Pero a la que hay que mantener como hipótesis, es decir, no podemos permitir que se convierta en creencia, tenemos que mantener la aspiración a que algún día pueda someterse a prueba.
La hipótesis es que el pozo metafísico no es sino un ámbito de encuentro. Su oscuridad, su vaciedad, son solo aparentes, la consecuencia de que, estando más allá del espacio-tiempo, el pozo es inconcebible para nuestra razón. La hipótesis afirma que es a través de este pozo como mantenemos todo tipo de relaciones espirituales, con los otros individuos, humanos o no, dotados de espíritu, con los grandes espíritus, con otros espíritus angélicos o demoníacos, y con Dios o la Absoluta Trascendencia.

Me gustaría terminar esta nota sobre el pozo metafísico con una consideración histórica. La visión de esa tercera dimensión espiritual del ser humano estaba en los primeros filósofos griegos, hasta Platón, aunque no en Aristóteles. También estuvo en las religiones primitivas, y sigue estando en las grandes religiones orientales. Está en el judaísmo. Estuvo en el cristianismo y en sus herejías durante los primeros siglos, en Orígenes, en San Agustín, en los Gnósticos, estuvo sobre todo en el gran Plotino y en otros neoplatónicos. Dejó de estar presente en la tradición escolástica que inició Tomás de Aquino. Desapareció de la tradición filosófica occidental desde Descartes, aunque luego los grandes filósofos alemanes, Hegel es un ejemplo, se debatieron, en vano, en su búsqueda. Intentó estar en la psicología profunda, a través de Jung. Ha estado siempre presente en los místicos, nunca en los científicos. Pero la lucha continúa, y lo hará hasta el fin de los tiempos. Esta es la condición humana.
Ludwig Wittgenstein testimoniaba con claridad sobre esta realidad espiritual en su Tractatus logico-philosophicus, donde dice:


6.522 Existe en efecto lo inexpresable. Tal cosa resulta ella
misma manifiesta; es lo místico.

viernes, 2 de febrero de 2007

MI PRIMER TEMA: LO ESPIRITUAL

Cómo ejercitar nuestra dimensión espiritual.