sábado, 28 de febrero de 2015

Rickettsia

Células humanas infectadas por Rickettsia rickettsii .
Cada uno de los pequeños bastoncitos rojos es una bacteria
con un genoma incompleto que solo puede vivir parasitando
el citoplasma de una célula humana.
(Tomado de Wikipedia)
Desde que dejé Chiloé llevo mes y medio en Sevilla y he sido incapaz de escribir una sola palabra. Empezaré explicando brevemente lo que me ha pasado. En mis últimos días en Duhatao contraje una rickettsiosis, y aunque no se ha podido tipificar con exactitud de qué Rickettsia se trata, me ha producido lo que aquí se llamaría una “fiebre botonosa”. Lo de botonosa es por la huella maculosa que deja en la piel la picadura del artrópodo que vectorizó a la bacteria, sea aquél ácaro, pulga o garrapata, pero que al picar para alimentarse de mi sangre introdujo la enfermedad. Y lo de fiebre porque el proceso infeccioso produce un debilitamiento general del organismo, que cursa con febrículas vespertinas, debilidad general, inapetencia, mareos, abierto todo ello a la posibilidad de que en cualquier momento la Rickettsia ataque con éxito algunas zonas vitales del cuerpo y produzca crisis graves. La prevención contra esto es sencilla: actuar pronto con un tratamiento del antibiótico Doxiciclina. Pero éste tiene que ser prolongado: casi treinta días en mi caso, para estar seguros de que se erradica totalmente la enfermedad.

Hace unos días que los médicos me han dado el alta y poco a poco empiezo a recuperar unas ganas (una necesidad) de escribir y leer que había perdido casi completamente. La experiencia es interesante: uno se da cuenta de hasta qué punto la actividad mental, esa que a primera vista puede parecer tan inmaterial, viene condicionada por el tono vital del conjunto del cuerpo, lo que es consecuencia de la absoluta integridad psicofísica del individuo, de la persona. Lo que tú escribes o dejas de escribir, los resultados de tu inspiración artística o filosófica o científica o simplemente personal, no dependen solo de tu mente o tu cerebro, sino de todo tú: tus riñones, tus pulmones, tu corazón, tu hígado, tus músculos y huesos, también de todos ellos al unísono. Tu actividad intelectual, como tu actividad física, tus sentimientos, tu bienestar o malestar, dependen de la integridad de tu persona. Pero entiéndaseme bien, no quiero decir que tengas que estar en plena forma para que puedas crear algo o vivir en plenitud, sino que lo que seas capaz de crear o experimentar vendrá determinado por tu estado tanto psíquico como físico.

Para poner un ejemplo concreto, contemplo desde esta perspectiva a los grandes escritores. Al Freud joven que experimentaba en su propio cuerpo los efectos de la cocaína y al Freud maduro que se mantenía casto para no perder fuerza mental. Al Balzac que mientras escribía la gigantesca y espléndida Comedia Humana tenía que consumir litros de café bien cargado. Al Kafka tuberculoso y arrinconado en Praga por una vida rutinaria, sin horizontes. Al Poe medio alcoholizado tras haber sido un brillante alumno de la exigente y exclusiva West Point, convertido finalmente, cuando escribía en mesas de taberna sus grandes obras, en un fracaso como persona. También al fuerte Melville y al literariamente hercúleo Dostoyevski, aunque este último necesitara entregarse de vez en cuando a demonios diversos, como el juego, para sentirse de alguna manera vivir. Al Baroja riguroso, solterón, solitario y metódico.

Tantos otros hombres y mujeres cuya forma de enfrentar el durísimo problema de la creación intelectual o el no menos durísimo del vivir en plenitud, ha dependido del tono vital específico que han tenido sus cuerpos, o que ellos han querido o se han visto obligados a darles.


En fin, ahora empiezo a escribir de nuevo y me parece como si regresara de un largo sueño, o lo que es lo mismo, un largo viaje, con algunas cosas que contar. Ya las iré desgranando.

domingo, 1 de febrero de 2015

Melancolía contra tristeza

1887.- Tolouse-Lautrec.- Retrato de Van Gogh
(Tomado de Wikipedia)
Gris invernal. Viento, frío, lluvia, soledad, los restos de una gripe, eso piensas, que se obstina en no rendirse, todo esto, tan propio del Enero español, trae consigo, inevitablemente, una cierta tristeza.

Reflexionas. Y concluyes que si quieres evitar que la tristeza te convierta en una estatua de sal no tienes más que un camino: intentar con todas tus fuerzas transmutarla en melancolía.

Porque la tristeza es absolutamente gris, ninguna otra cosa lo es tanto. El gris suele ser un compromiso temporal entre el negro y el blanco, pero en la tristeza hay una fusión irreversible de ambos colores y con ella su destrucción mutua.

La tristeza excluye siempre a la esperanza.

Convirtiéndola en melancolía, intentas engañar a la tristeza, desvirtuándola. Para ello diriges tu atención hacia el pasado y como estás triste evocas todo lo negativo, fracasado y malo que ha habido en ti. Pero la evocación melancólica te hace imaginar finales felices para aquéllo que terminó en fracasos estrepitosos. Entonces te das cuenta de que en muchas ocasiones estuviste casi tocando con las puntas de los dedos de tu alma esos finales felices, luminosos, llenos de amor y de vida.

“Diablos”, te dices, “ aquello no terminó bien pero estuvo a punto de hacerlo”. Y esto, que es melancolía en estado puro, te consuela, te hace olvidarte de la tristeza de verdad, esa que es solo presente, siempre presente, existencial, absoluta, implacable, diabólicamente presente.

Te ayuda a entender cuántas veces te pasaron muy cerca las flechas de los finales felices. Comprendes que la vida, dadas sus inevitables complejidades, siempre será un juego de azar.

Esta visión de la vida, bella y consoladora, te trae con ella a la esperanza.

“¿Quién sabe”, piensas, “quizá mañana todo cambie para mejor, ¿por qué no?”


Y te pones manos a la obra, siquiera sea para evitar que, si las cosas no salen mañana bien, sea por culpa tuya.