miércoles, 28 de diciembre de 2016

El terremoto de Chiloé del 25 de diciembre de 2016

He querido esperar unos días antes de escribir mis impresiones sobre este terremoto, que tuvo su epicentro en el mar, al SW de Quellón y NW de Melinka, alcanzando una intensidad de 7,6 Richter. ¿Por qué esta espera? Quizá porque es mi primer terremoto de consideración, una experiencia que comparto con la mayoría de los chilotes nacidos después de 1960, cuando el terrible seísmo que centrado en Valdivia se abatió sobre el Sur de Chile, cuyo tsunami acompañante causó un daño terrible en Ancud. Aunque ya estaba yo en Chiloé cuando el terremoto de Febrero del 2010, que asoló al centro de Chile pero aquí en el Sur apenas se notó.

Tengo que empezar diciendo que vivir los escasos momentos que duran los movimientos de un terremoto es una experiencia que imprime carácter, es decir, imborrable. No por cantidad, sino por calidad. Porque, ¡diablos! si algo sentimos los humanos como sólido es la tierra que pisamos, y cuando esta tierra se comporta, de súbito, como un gigantesco y rocoso pedazo de jalea, encima del cual te encuentras tú, totalmente indefenso, se te viene abajo la mayoría de los esquemas que constituían, por expresarlo de alguna manera, tu carta de navegar por este planeta.

El domingo 25 de diciembre amaneció un bonito día. A las diez y media de la mañana yo asistía a la misa que estaba celebrando en la catedral de Ancud el obispo de la diócesis, monseñor Juan María Agurto. Todo transcurría con normalidad hasta que, ¿cuándo? Pienso que acababa de darse la Comunión pero, aunque parezca increíble, mi memoria es incapaz de reconstruir el momento exacto, como si el disco duro de mi cerebro haya sido reformateado por lo que vino después. El caso es que todo empezó a temblar, en un movimiento lento y sostenido que iba en ascenso. Creo que en aquellos segundos iniciales el sentimiento que predominaba en todos los que estábamos allí era de incredulidad. Ante la inmediatez de los acontecimientos, razonar se hacía imposible, pero la realidad terminó imponiéndose con su crudeza. El temblor, un trepidar de todo lo que en circunstancias normales es inmóvil, iba a más. Curiosamente, y esto no creo que se me olvide nunca, el movimiento anormal de las cosas venía acompañado de un bramido indescriptible, profundo y sostenido, que parecía salir de lo hondo de las entrañas de nuestra madre Tierra, aunque me llegaba desde todas las direcciones. El obispo se mantenía firme en el altar, aparentemente expectante, como todos nosotros. En las décimas de segundo que transcurrían con muchísima lentitud el terremoto, que así lo habíamos identificado ya, iba yendo a más, a más, a más. Ya no pudimos aguantarnos. Alguien empezó a dirigirse hacia la puerta, pero sin pánico, tal y como si la misa hubiera acabado, quizá intentando convencerse de que todo aquello era solamente un mal sueño. Y los demás empezamos a seguirle. El obispo se mantenía firme en el altar, mirando cómo empezábamos a salir. Yo tuve por unos instantes la sensación de que hacíamos mal yéndonos y dejándolo allí, al menos eso me parece recordar ahora, pero no por ello me detuve, mis pies y mi cabeza se movían por entonces en universos muy distintos. Y de pronto, tan inesperadamente como había empezado, el movimiento cesó y con él los bramidos que nos llegaban de lo profundo. Don Juan María se dirigió a nosotros y nos pidió calma, lo que nos hizo volver automáticamente a nuestros sitios. Todos, empezando por monseñor, estábamos manifiestamente impresionados. Pero lo que tampoco se borrará nunca de mi memoria es que, en el apacible marco de tranquilidad que había poseído a casi todas las cosas, las grandes lámparas del templo, que colgaban del techo sostenidas por lo que parecían largos cables de acero, seguían oscilando pesadamente, en largos movimientos pendulares que se mantenían señalando lo que acababa de pasar. He intentado reconstruir en mi memoria la dirección que tenían estas oscilaciones de las lámparas; cruzaban el templo de costado a costado, en un eje SE/NW, más o menos perpendicular a la línea que une Ancud con el epicentro del terremoto, lo que no entiendo, porque la onda sísmica debería llegarnos a nosotros casi desde el mismo Sur. En cualquier caso: aquellas solemnes oscilaciones  de las grandes lámparas colgantes, convertidas en extraños péndulos de Foucault, no las olvidaré jamás.

El obispo empezó a hacer algunas consideraciones sobre lo que acabábamos de vivir. “Nosotros estamos a salvo”, vino a decir, “pero ¿qué puede haber pasado o estar pasando en otros sitios de Chile?” Nos invitó a rezar. Alguien en el templo hablaba por un celular. El obispo, desde el altar, le gritó, “¿Hay noticias, qué dicen?”  Y se oyó la voz, “En Quellón”, solamente eso, y todos comprendimos dónde había golpeado la tragedia.

Salimos a la calle. Empezaba a sonar con fuerza sostenida la sirena de alarma de tsunami de la Municipalidad. Casi a la vez sonó en mi celular una alarma similar, establecida como norma en todo Chile por la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencias del Ministerio del Interior).

Finalmente apenas hubo daños, ninguna pérdida de vidas humanas. Chile es un país bien preparado para enfrentar los riesgos telúricos que se le derivan de estar en el mismísimo borde de ataque en el que el viejo continente ancestral, el Gondwana, se enfrenta con las mares primigenias y sus fondos. Creo que este riesgo telúrico impregna la cultura de Chile y la dota de unos valores que otros pueblos no tienen en tanta medida, como son la solidaridad, la entereza ante la desgracia y hasta una cierta bravura.


Cuando ya íbamos a salir de la catedral monseñor Agurto, todavía desde el altar, nos dirigió unas palabras de ánimo. No recuerdo su contenido exacto, pero no olvidaré el grito que repitió dos veces, “¡Fuerza, …, fuerza!” Ese grito que he oído cuando el terremoto de 2010, en su forma de “¡Fuerza Chile!” y que brota del mismo corazón de una gente admirable, los chilenos, que nunca se van a resignar a ser víctimas pasivas de la desgracia.

La catedral de Ancud por fuera y por dentro. En la imagen de la derecha pueden verse las grandes lámparas que cuelgan del techo

domingo, 25 de diciembre de 2016

El abrazo

Paul Klee (1939).- El abrazo
Esta noche de Navidad que es, siempre lo fue, una noche mágica, sientes el peso de muchos interrogantes. Recuerdas a los que quieres, que están lejos. Te percibes como rodeado, más todavía, empapado por una niebla de trascendencia, entendida esta palabreja como un traspasar, un taladrar, ir más allá. Sin que llegues a ser plenamente consciente de ello, barruntas, intuyes, entrevés, que la inmensa mayoría de los problemas que nos afligen a los humanos tienen solución. Entre ellos están, naturalmente, los que te afligen a ti mismo. Y que esta solución pasa por un abrazo inmenso y a la vez único. Inmenso porque abarca a todo el Universo, cuando lo piensas te parece desmesurado, pero cuando lo sientes te das cuenta de que es así, a todo el Universo, empezando por los que tienes más próximos a ti. Y único, que quiere decir singular, porque no es el abrazo típico entre dos que salen a la vez al mutuo encuentro. No. Eres tú, solo tú, quien lanza al aire, que es el viento, este abrazo solitario que pretende abarcar a todo lo que existe.

Así, desde esta posición de partida, vas encontrándote con todos los que están cerca de ti y con todo lo que te es familiar, y tu abrazo se va convirtiendo, mágicamente, en un abrazo entre dos. Uno tras otro, uno tras otro, sin que le veas el fin, un maravilloso abrazo entre dos.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Navidad 2016

Una madre siria refugiada y su hijo descansan tras cruzar la frontera con Jordania (ACNUR)

Yo creo en la magia de la Navidad, que a pesar de todos los años y decepciones pasados desde que hace ya más de dos mil Jesús nació en Belén, sigue siendo la fiesta más entrañable y hermosa de todo el mundo occidental, cristiano en su día. Me gusta felicitar a mis amigos con este motivo, pero de verdad, deseándoles que sean felices.

El sentimiento respecto a lo religioso (a favor o en contra) se ha ido interiorizando con el paso del tiempo. En nuestro mundo las proclamaciones públicas de ser algo o estar a favor o en contra de algo no tienen sentido salvo en circunstancias muy graves. No en balde la votación, corazón de nuestros sistemas democráticos, es secreta.

Las religiones, también la cristiana,  son todas una cuestión de fe. La Navidad es uno de los dos grandes misterios del cristianismo, que no tiene ni podrá tener nunca una explicación razonable. Solo puede llegarse a entenderla a través de la fe.

Por eso una forma de hablar de la Navidad, que es lo que yo querría hacer, es hablando de la fe, que es a lo que me dispongo.

¿Es la fe algo más que un acto de obediencia, ciegas ambas?

¿Tiene sentido hablar de la fe en nuestro mundo, tan alejado de lo sagrado?

¿Es la fe una forma de la confianza? Yo confío en mi madre, en mi mujer, mis hijos, mis amigos, ¿pero creo de verdad en ellos?

¿En qué creo yo? Esta es probablemente la gran pregunta que todos tendríamos que hacernos de vez en cuando. Y para los cristianos, por cierto, una de esas veces debería ser la Navidad.

¿Qué es tener fe? Confiar, esperar… sí, pero de una forma desinteresada. La generosidad, el altruismo, son características de la fe más importantes que sus contenidos concretos. Si yo tengo fe en algo, es que estoy dispuesto a empeñar mi vida en ello.

¿Daría yo mi vida por un hijo, o por mi mujer, empeñaría mi vida en la salvación de uno de esos niños de Alepo que ya han olvidado lo que es la sonrisa? Hay tantos Alepos, muchos tan cerca de uno...

Esa es la pregunta. Que podría plantearse en sentido inverso, de forma mucho más abierta, ¿por qué causa o persona o esperanza estaría yo dispuesto a entregar mi vida?

Vivimos en un mundo en el que muchos de nosotros no hemos sentido nunca la necesidad de hacernos esa clase de preguntas. No ha hecho falta. Los días han ido pasando, simplemente, sin nada definitivo que recordar.

Pues esta es la pregunta que yo quiero plantearme hoy junto a los que de vosotros queráis hacerlo. Tú y yo, ¿a qué causa o cosa o persona o esperanza estaríamos dispuestos a entregar nuestra vida, arriesgando nuestra seguridad, nuestro bienestar, nuestra confortable indiferencia?

Feliz Navidad y un fuerte abrazo.




martes, 20 de diciembre de 2016

El pasado es el presente

Una tarde de tormenta, desde Punta Tilduco (Chiloé)


De pronto tienes la sensación de que el tiempo, tu tiempo, no ha pasado nunca, de que tu pasado es tu verdadero presente y que tu presente no es sino un palpitar de tus sentidos, estando como estás a la orilla del río interminable por el que fluye todo lo que existe.

Sí, cuando tienes esa extraña sensación desaparece toda la pena y toda la angustia que en tantas otras ocasiones llegas a sentir, acerca de lo que fue y no volverá a ser o no debería haber sido.

Entonces te sientes totalmente acompañado, dándote cuenta de que tú eres sobre todo la compañía que te dan tus recuerdos. 

experimentas una necesidad tranquila de perdonar y ser perdonado, querer y ser querido, amar y ser amado.

sábado, 17 de diciembre de 2016

El peso de la TECNOSFERA

Y bien, en aparente (pero solo aparente) contradicción con lo que escribí ayer, hoy leo en la sección de Ciencia de Le Monde una noticia “bombástica”, como se la podría calificar en inglés. 

Un equipo internacional liderado por el Departamento de Geología de la Universidad de Leicester ha calculado el peso de laTecnosfera. Entendiendo por Tecnosfera el conjunto de materiales físicos que han sido producto de la actividad humana desde que Homo sapiens se puso de pie sobre este planeta Tierra.

ESTE PESO ASCIENDE (¡agárrense bien!) A 30.000.000.000.000 DE TONELADAS.

Lo he escrito bien: treinta mil miles de millones de toneladas, equivalentes a 50 kg por metro cuadrado de superficie planetaria, incluyendo océanos, desiertos, polos…todo.

Para meditar. Alguien me decía no hace mucho tiempo que una manera adecuada de modelizar la presencia de los humanos sobre la Tierra sería asimilarnos a un virus para el que no se conoce ninguna medida neutralizadora, y que por ello crece y crece y crece.


Ante esta noticia, los chistes de Singer que ya he publicado aquí un par de veces se revelan proféticos.


viernes, 16 de diciembre de 2016

En la tempestad, atentos al viento

1851.- Aivazovski.- Tempestad.

Aquí en Duhatao el NW ha soplado con fuerza esta madrugada. Mi cabaña se conmovía, la lluvia crepitaba furiosa sobre el tejado de zinc, innumerables ruidos entrechocaban y se mezclaban de mil maneras distintas generando todo tipo de rumores, desde aullidos hasta cantos. Yo, entre sueño y sueño, he ido viviendo la confusión cósmica de esta tempestad, una más de las muchas que se abaten sobre Chiloé a causa de la pelea inacabable que mantienen, sobre el Pacífico cercano, los vientos helados que desprende la Antártida con los más cálidos de nuestras latitudes medias.

Suelo levantarme muy temprano, entre las 5 y 6 de la madrugada cuando todavía, en este verano austral, es de noche pero ya se inicia un suave clarear por el Este. Hoy lo hice así, enseguida me calenté un café, subí con él a mi estudio, encendí el ordenador y empecé a repasar las noticias que ofrecía mi prensa favorita.

Me sorprendió una extraña iluminación que poco a poco me iba poseyendo. Yo, que suelo ser un ferviente y crédulo lector de la prensa Internet, percibía ahora la inmensa superficialidad de las noticias que iban apareciendo en mi pantalla, su profunda falsedad, la inconsistencia de casi todas ellas. ”¡Diablos!” iba yo pensando, “¿cómo es posible que pierda mi tiempo todas las madrugadas con esta basura?”

No es que estuviera tomando por mentirosos a los periodistas que habían escrito aquellas noticias, la información era casi siempre veraz, de eso estaba yo convencido. La falsedad y la irrelevancia las veía en ellas mismas, sus protagonistas y sus contenidos. La mayoría solo deberían leerse cuando reflejadas en un espejo mágico que las despojara de su condición embustera, algo parecido a esos espejos descubridores de fantasmas porque éstos no pueden reflejarse en ellos.

Entonces comprendí que lo que necesitamos hoy de los periodistas no es que nos transmitan las noticias que les llegan, sino que salgan a buscar, con un espíritu investigador y crítico, también con mucha fuerza y esperanza, las noticias que de verdad y con urgencia pueden informarnos sobre los caminos que está siguiendo nuestro mundo a través del tiempo y hacia dónde se dirige.

Me asomé a la ventana. Empezaba a hacerse fuera una luz que era todavía muy gris. La enorme confusión impresionaba, árboles y arbustos se abatían unos sobre otros golpeados por un viento feroz que los castigaba desde muchas direcciones distintas. El entrechocar violento de sus ramas y hojas, además del propio ulular del viento a medida que ascendía por los barrancos que me rodean, se fundían en un gigantesco grito.

¡Que grandeza! Y sin embargo lo urgente, lo verdaderamente decisivo en aquellas circunstancias, sobre todo para el que estuviera sin refugio en mitad de aquella triste amanecida, sería conocer la dirección desde la que verdaderamente estaba soplando aquel vendaval.


Los mil vientos distintos que lo abatían todo desde muchas direcciones cambiantes no eran sino el resultado del régimen turbulento de la tempestad. Tenía que haber un viento general que soplara desde una misma dirección, no cambiante, del mar. Ese es el que sería importante, quizá decisivo, conocer.

1868.- Aivazovski.- Tempestad.

martes, 13 de diciembre de 2016

La alegría del Halcón


La composición que presento quizá tenga demasiadas fotos, pero he querido recoger tantos movimientos como posible de este bello ejemplar de Halcon peregrino subespecie cassini, poblador habitual de los acantilados costeros de Chiloé y de toda la costa chilena, “desde Arica al cabo de Hornos”, como dicen en su magnífica guía de campo de “Las Aves de Chile”, de la que he tomado la lámina que acompaña, Daniel Martínez y Gonzalo González.

Las fotos las hizo mi amigo Santiago Elmudesi hace unos días, cuando avistamos al halcón desde unos 90 ms de altura sobre el mar, frente a la roca del Elefante, en Punta Tilduco, Duhatao. Muy cerca he tenido localizado durante años un nido de halcones peregrinos, que en los dos últimos veranos no han aparecido. Por eso me alegro mucho de ver ahora anidando en la cara Norte, que no la Sur, del mismo barranco esta pareja de peregrinos, que o son familia de aquéllos o los mismos buscando más independencia.

Solo un ejemplar de la pareja nos sobrevoló, el otro se quedó entre rocas de vértigo, donde tendrían su nido. Pero este que lo hizo manifestó un comportamiento que nunca les había conocido. Los peregrinos suelen ser voladores formidables y cazadores empedernidos, que no pierden su tiempo. Siempre los he visto atareados, y hasta he tenido la suerte de contemplar el picado tremendo de uno de ellos sobre un zorzal en vuelo, al que mató del golpe y atrapó enseguida en el aire, mientras caía, para llevarlo a su nido. Pero éste de las fotos no dejaba de sobrevolarnos y gritarnos, intentando llamar nuestra atención. Gracias a eso pudo Santiago tomar muchas fotos no comunes de un ave poco sociable. Por lo leído en la Guía de campo este comportamiento es típico de los peregrinos cuando están iniciando la fase reproductora, es decir, haciendo el nido o ya incubando los huevos, pero sin que todavía hayan nacido pollos exigentes a los que alimentar.

Lo que a mí me encantó de la escena fue la alegría de vivir que el Halcón manifestaba. Sí, eso es lo que he dicho, alegría de vivir, felicidad de respirar y de sentir el latir de su corazón y de ver allá abajo rocas enormes que se empequeñecían como pedruscos y de sentir la fuerza del viento y el frescor del aire y el brillo del Sol y el azul de las aguas inmensas. Alegría de estar allí en ese preciso momento y de tener todo un verano por delante, de esperar  las crías que vendrán y los afanes que traerán, de no sentir miedo, hasta de amar a su manera, como los Halcones, sin duda, saben hacerlo.

Esta alegría de vivir, que todos, absolutamente todos los seres vivos, hemos tenido la oportunidad de experimentar, es la forma más sencilla, quizá también la más profunda, de felicidad. Aquel Halcón, sin saberlo él y sin comprenderlo yo, estaba siendo capaz de transmitirme todos sus sentimientos felices. 

Bendito sea.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Misterios de los bosques de Chiloé

Cenando con un grupo de amigos campesinos, en Chiloé. En la sobremesa se inicia una conversación tranquila, al estilo chilote. Si en una tierra ardorosa como mi Andalucía las conversaciones son calientes como esos Soles de agosto que casi nos ponen en erupción con máximas de 45ºC a la sombra, en el Chiloé campesino una conversación interesante va encendiéndose poco a poco, como un buen fuego de leña. Cuando la nuestra alcanza su clímax, empiezan a aparecer, como fantasmas, temas interesantes de los que habitualmente no se habla.

Los bosques nativos de Chiloé, esos que desde la Creación no han sido tocados nunca por la mano del hombre, todavía existen y están llenos de misterios. Yo no soy supersticioso, más aún, intento aplicar una visión científica a los fenómenos nuevos para mí. Estos bosques primitivos son ecosistemas muy especiales de los que todavía desconocemos muchas cosas. En relación con ellos, surge en nuestra conversación un tema del que yo jamás había oído o leído nada.

Uno de los que está allí habla en primera persona, de lo que le pasó a él. Atravesaba un día una cuadrilla de leñadores  uno de estos bosques misteriosos. El que lo cuenta, Pedro, se quedó por alguna circunstancia un poco atrasado, oyendo cerca a los que lo precedían pero ya sin verlos. Entonces, súbitamente,  se le llenó la nariz de un olor muy extraño, que nunca antes había experimentado. Y enseguida sintió unos mareos que pronto se convirtieron en desorientación y en percepciones distorsionadas de los árboles, arbustos, sombras y desniveles que lo rodeaban. Así se quedó sin rumbo y se habría perdido quizá para siempre si no fuera porque sus compañeros, extrañados de su ausencia, volvieron atrás y lo buscaron y recuperaron.

Yo me quedo sorprendido de lo que escucho, pero a mis contertulios chilotes les parece normal. La mujer de Pedro, dispuesta a convencerme de que ese tipo de sucesos no son infrecuentes, me cuenta que a su hermano le pasó lo mismo cuando era joven y estaba con un grupo de leñadores en un bosque de la orilla del Pacífico, frente a la isla de Metalqui.

Hablamos de todo esto. Para ellos se trata de acontecimientos inexplicados, no sobrenaturales. Y es frecuente tropezarse con este tipo de fenómenos en los bosques. Surge otro tema del que yo había oído hablar antes: estás en la orilla de un gran bosque, viéndolo desde fuera, y de pronto hasta los árboles más grandes empiezan a conmoverse y cimbrear como si un gigante los estuviera apartando a su paso, a la vez que el murmullo de la multitud de hojas que se agitan violentamente se convierte casi en un aullido. Ese misterioso gigante, que no es más que un enigma ante tus ojos asombrados, pasa de largo y se pierde en la distancia. (He transcrito fenómenos parecidos en dos entradas de este blog: "Un trauco emerge del bosque", 6junio2013; y "De traucos, vientos y nieblas", 14diciembre2014).

Muchos campesinos se limitan a constatar la existencia de estos acontecimientos,  misteriosos por inexplicables. Pero en lo más hondo de nuestra naturaleza humana está encarnada la necesidad de buscar explicaciones a los fenómenos que no comprendemos. Así surgieron la ciencia y la filosofía, pero también la mitología y la religión. Cuando no se pueden encontrar explicaciones razonables, algunos dan un  salto hacia lo trascendental. Es el caso, por ejemplo, de mi amiga la señora Marta. Ella también olió cuando era una niña algo que jamás había olido antes, un extraño olor que, por cierto, nunca ha olvidado. Coincidió esto con grandes incendios de bosques hacia el Sur, por las orillas del río Chepu. Multitud de animales huían del fuego y pasaban a veces por donde Marta vivía, en busca de refugio. Alguien debió decirle a Marta que aquel olor podía proceder de un trauco, ese espíritu permanente de los bosques de Chiloé, que huía también. Y Marta decidió creerlo, firmemente, así lo sigue creyendo hoy y hasta a veces, en determinadas épocas del año, como cuando entra el verano, le llegan todavía ramalazos de aquel olor.

A mí la intuición me dice que los acontecimientos descritos podrían tener como causa hongos con propiedades alucinógenas. Estos hongos, junto a muchos otros, existen en los bosques chilotes, como en otros muchos bosques del mundo. Es posible que Pedro, al apartar algunas ramas de su paso, golpeara alguno de estos hongos y desde los esporangios maduros ocultos bajo su sombrero se desprendieran miles de esporas microscópicas de las que Pedro inhalara las suficientes para llegar a tener una suerte de experiencia psicodélica.
Gymnopilus spectabilis


Hay un libro precioso sobrehongos de Chile, escrito por Giuliana Furci, que pude descargarse gratuitamente en Internet. Allí figura, entre otros, un hongo presente en los bosques del Sur de Chile y en muchas otras partes del Mundo, el Gymnopilus spectabilis, al que se conoce con el nombre de “hongo de la risa” por sus propiedades psicoactivas. Debe decirse también que es altamente tóxico.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Trump y el futuro del Mundo

Donald Trump
Un buen amigo, lector asiduo de mi blog, me pregunta cómo es que todavía no he escrito una palabra acerca de Trump. Intento ahora responderle.

En este caso de Trump, como en cualquier otra elección democrática, es importante distinguir entre el candidato vencedor y los ciudadanos que, votando a su favor, han hecho posible su victoria.

En cuanto a Trump, desconfío de sus capacidades para un puesto tan importante como el de presidente de USA. Porque carece totalmente de experiencia política y administrativa y además es arrogante. Aparenta creerse el “rey del mambo” y si se lo cree de verdad mal, muy mal asunto, malísima prognosis. Que no intenten tranquilizarnos con que hay otros poderes equilibradores, capaces de amortiguar sus eventuales desaciertos. El sistema político USA es presidencialista, el máximo poder está a la vista de todos y tiene apariencia humana, por eso es un sistema democrático. Si el presidente no lo hace bien, a USA le irá mal y con ella al Mundo, de eso estoy seguro y además hay ejemplos abundantes. Quizá no les vaya mal inmediatamente, pero el futuro estará muy comprometido.

En cuanto a los que lo han votado, representan a esa mitad de los norteamericanos a los que las cosas les han ido yendo cada día un poquito peor durante años, que por eso desconfían de la marcha del Mundo y del futuro que van a tener sus nietos. Son víctimas de una Megamáquina económico/financiera que se ha liberado de todo control político y recorre el Mundo entero sin frenos y sin visión del largo plazo. Hillary Clinton representaba para muchos la subordinación del poder político a esa Megamáquina ciega, por eso probablemente ha perdido. Por cierto que viene al pelo recordar la frase que, pronunciada o no por él,  inmortalizará a su esposo, el presidente Clinton: “¡es la economía, estúpido!”.

Este mismo problema norteamericano se reproduce en Europa y en toda América en términos muy parecidos. Los ciudadanos de a pie desconfían de la clase política que los dirige y se ponen en manos de líderes populistas, que casi siempre les prometen lo que saben que no van a ser capaces de conseguirles. Un círculo éste que puede llegar a ser verdaderamente vicioso.

¿Es todo esto que pasa una manifestación de ese ciclo político a muy largo plazo que se mueve por el Mundo y el Tiempo como las olas gigantescas de una gigantesca mar de fondo? Me temo que sí. Lo que significaría que la democracia y con ella lo que han llegado a ser Europa y también América, están frente a una perspectiva de riesgo.

¿Llegaremos a una situación en la que tengamos que poner las esperanzas de nuestros nietos en manos de los mandarines chinos y su sabiduría confuciana?


Todo es posible. 

Siempre lo ha sido.

Xi Jinping

miércoles, 30 de noviembre de 2016

EL ARROJO Y EL RIESGO

Riesgo y arrojo son componentes característicos del comportamiento humano, como lo son sus ausencias.

Te arriesgas cuando das un salto en el vacío, esperando encontrar al otro lado lo que estabas buscando o ansiando. Es como arrojarte a un barranco oscuro bajo la suposición de que la otra orilla, que no ves, estará lo suficientemente cerca para que puedas alcanzarla con el impulso de tu salto.

Riesgo y arrojo son dos bellas palabras íntimamente emparentadas. Recuerdo ahora mis días junto a la gente de la mar, esos pescadores de altura que pasan la mayor parte de sus vidas en aguas lejanas, arrostrando un sinfín de peligros desde la soledad de sus pequeños barcos. Rafael Montoya era uno de ellos y mi amigo. Un día le preguntaba yo cuáles eran las cualidades más importantes en el patrón de un pesquero de alta mar. Me contestó de inmediato: “el arrojo”. Me gustaba provocarlo para conocerlo mejor, así que le argumenté si no sería más importante el conocimiento de las técnicas de navegación y pesca. Paseando como estábamos por las calles de Algeciras, se paró con los brazos en jarra y casi me gritó: “dime en qué universidad o academia aprenden los toreros a enfrentarse con los toros”.
Rafael Montoya

El arrojo no es osadía ni valor temerario. Un hombre arrojado como lo fue Rafael demostró muchas veces su capacidad de arriesgarse en empresas difíciles. Pero ese valor suyo se apoyaba en su capacidad de calcular los riesgos.


La recíproca es cierta: para calcular con fiabilidad y precisión los riesgos es indispensable tener valor. El miedo te aloba, te apuna, paraliza tu mente y ciega tus sentidos. Si te arrojas con miedo al barranco oscuro que tienes por delante es muy probable que termines estrellado en el fondo.

Por eso el arrojo, más que ciencia o experiencia, es arte puro.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Teilhard de Chardin

Punta Tilduco una tarde de Sol
Empieza la tarde de domingo y yo ojeo las páginas de algunos libros de Teilhard de Chardin, leídos y subrayados por mí hace muchos años, cuando era nada más (y nada menos) que un joven estudiante.

Leer a Teilhard desde el rincón agreste, apartado de lo urbano, en que ahora mismo me encuentro, es una experiencia interesante y reveladora. Fue un hombre comprometido con la Ciencia y a la vez profundamente religioso. Su trabajo científico quedó reflejado en revistas de Paleontología, que era su especialidad. Pero es su obra literaria la que ha trascendido al público, en particular “El fenómeno humano” y “La visión del pasado”.
Aunque dudo que hoy los jóvenes lean mucho a Teilhard, a mí me marcó para siempre. En su homenaje, en vez de seguir hablando de él, voy a copiar aquí algunas de las frases suyas que yo subrayé cuando era joven:

“El mundo no tiene interés más que hacia delante” (CV73)

“El mundo se transformaría y sería invencible, y estaría armado para todas las conquistas, si los hombres se amasen los unos a los otros” (CV81).

“¿Acaso el espíritu no lo anima todo, incluso las plantas, incluso las piedras?” (CV113).

“Incluso a la mirada de un simple biólogo, nada se parece tanto a un camino de la Cruz como la epopeya humana” (FH374).

“El Hombre se ve sin metáfora capaz de experimentar y descubrir su Dios a través de la longitud, la anchura y la profundidad del Mundo. Poder decirle literalmente a Dios que uno lo ama no solamente con todo su cuerpo, con todo su corazón, con toda su alma, sino con todo el Universo en vías de unificación: he aquí una oración que no puede hacerse más que en el seno del Espacio-Tiempo” (FH356).

“¿Qué ciencia podrá nunca revelar al Hombre el origen, la naturaleza, el régimen y la potencia consciente de voluntad y de amor de que está hecha su vida? (MD69).


P.S. Las letras que siguen a cada frase significan el libro, y los números la página, de los que las extraje.Todos ellos editados en España por Taurus hacia fines de los 1950’s comienzos de los 1960’s. CV…Cartas de Viaje; FH….El Fenómeno Humano; MD….El Medio Divino.

Punta Tilduco una tarde de niebla

martes, 22 de noviembre de 2016

Chiloé otra vez



La cadencia de las revisiones oncológicas me deja unos meses de libertad provisional que aprovecho para volver a Chiloé. Todo va bien. Durante el larguísimo vuelo, cuando ya amanece, pasamos como otras veces sobre la línea que separa el Gran Chaco paraguayo del resto del país. La visibilidad es perfecta, sin rastros de nubes. De nuevo me encuentro, geometrizado por grandes potreros infinitos, ese territorio que hasta no hace mucho era silvestre. Es la industrialización de la ganadería, la conversión de la tierra madre que lo era de los amerindios que la poblaban en un recurso globalizado en manos de multinacionales lejanas. Siento tristeza, y con ella la firme intuición de que lo mismo está pasando o va a pasar en grandes espacios naturales de América y África. ¿Hacia dónde va este mundo que debería ser el nuestro, el de todos?

Poco después, en una mañana luminosa, es la gran Cordillera de los Andes quien me da la bienvenida a Chile. Bellísima, con poca nieve para el final de la primavera austral en que estamos, lo que de alguna manera no racionalizable me inquieta. Pero su belleza puede con mis miedos.



Es jueves y encuentro el aeropuerto de Santiago más lleno de gente que nunca, lo que me hace pensar que la situación económica de Chile es boyante, y me alegro. Luego, el vuelo desde Santiago a Puerto Montt transcurre a lo largo de la cordillera y de la línea de volcanes que a partir de Concepción y hacia el Sur la festonea por el Oeste. El día sigue siendo perfecto. Los volcanes, más altos que la tierra parda que los rodea, destacan limpiamente con la blancura de sus nieves. Hasta el bellísimo Osorno, ese monte Fuji americano, está completamente desnudo de las nubes y celajes que casi siempre lo cubren.




 Después el canal de Chacao y en la otra orilla mi querida Chiloé. Desde la borda de estribor del ferry veo a lo lejos la plataforma que estudia la geología de la piedra sobre la que se asentará la columna central del puente que unirá Chiloé con el continente. Otra interrogante, bajo la convicción de que este puente, si llega a hacerse, traerá con él oportunidades y amenazas para los chilotes, que resultarán en cambios buenos y malos. ¿Cuánto serán los pesos relativos de unos y otros? ¿Estará el alma de Chiloé suficientemente protegida contra una invasión que vea a estas islas más como un recurso explotable que como un acervo de personas y  valores a los que, por encima de todo, respetar?

La sensación de que el Mundo está convulso y de que las megamáquinas, que Lewis Mumford definió con tanta precisión, se mueven fuera de control, me puede. Finalmente llego a mi casa en Duhatao, donde todo es silencio, soledad y paz. La primera noche allí el viento, como siempre, arranca gemidos y voces de los árboles que me rodean. Siento un poco del mismo miedo que el humano primitivo, ese que ha vivido en una naturaleza a la que todavía no dominaba, le ha tenido siempre a la oscuridad de la noche.

Ya por la mañana, cuando todavía no ha hecho más que clarear, mis vecinos queridísimos, los Tiuques, son los primeros en darme la bienvenida a mi casa. Reclaman su pan y yo se los doy entre emocionado y alegre. Estoy seguro de que a ellos no les está moviendo el interés, sino la confianza en mí y el hecho de que a pesar de mis ocho meses de ausencia, no me han olvidado.




Buenos días, Chiloé. Aquí estoy otra vez. Un abrazo.

domingo, 30 de octubre de 2016

Magia, Religión, Ciencia

Hace pocas semanas, el huracán Matthew recorría las costas orientales de Florida dejando caos y destrucción a su paso, abatidos ya Haití y Cuba por los daños producidos. Se inició como una ligera tormenta tropical que apenas alteraba la fuerza tranquila y sostenida de los vientos alisios en el Atlántico central. Pero por delante de él, hacia el Oeste, se extendía una amenaza terrible que no estaba en los cielos, sino en las aguas: el calor que éstas albergaban, sus altas temperaturas, verdadero polvorín termodinámico capaz de incendiar las suaves brisas de las tormentas tropicales para tornarlas en furiosos y destructores huracanes. Un calor explosivo que además era transportado hacia el Nordeste por la corriente del Golfo, el mismo camino que los huracanes suelen seguir y que los hace capaces de terminar embistiendo, como hizo Sandy en 2012, hasta a la lejana y aparentemente segura Nueva York. De manera que ese Sol benigno gracias al cual existe la vida sobre La Tierra tiene también efectos destructores. Y es que creación y destrucción, luz y oscuridad, día y noche, paz y guerra, conforman el eterno juego heracliteo de los opuestos, siempre en marcha.

Imagen del huracán Matthew impactando con la costa de Florida el 1 de Octubre de 2016

Pero lo que a mí me produce un cierto abatimiento es la ingenuidad humana, nuestra ilimitada capacidad de sorprendernos y volvernos a sorprender una y otra y otra vez, ante acontecimientos que, si hubiéramos pensado en ellos, nos habrían parecido posibles y hasta probables. Nuestra resistencia a prepararnos para lo peor, eso que antes o después pero ineluctablemente, conforme con la ley de Murphy, terminará llegándonos.

Esta resistencia a enfrentarnos con lo que en definitiva no es sino el Mal, manifiesta un fatalismo que procede de la impotencia que sentimos frente a unas fuerzas del Cosmos que nos sobrepasan. “Lo que tenga que llegar llegará”, nos decimos, asumiendo que cuando eso llegue, solo entonces, será el tiempo para el valor y la compasión. Mientras tanto, como les sermoneaba, provocándolos, San Pablo a los Corintios, “vivamos y comamos que mañana moriremos”.

La causa profunda de ese fatalismo con ribetes hedonistas que nos domina está en que, a pesar de todos nuestros avances científicos y tecnológicos, a pesar del inmenso poder de construcción y destrucción que hemos acumulado los humanos, llegando así a constituirnos en la amenaza de extinción y a la vez la esperanza de salvación de la entera Biosfera, a pesar digo de todo ello, la mayoría de nosotros seguimos siendo criaturas impresionables y asustadas, con una enorme inseguridad en nosotros mismos. Es por eso que procuramos reflexionar lo menos posible acerca del futuro, ayudados eficazmente en esto por la sociedad de consumo que hemos construido y en la que impera el absolutismo de lo inmediato.

Siempre ha sido más o menos así.

Sir James Frazer
Sir James Frazer (1854-1941) fue un escocés, profesor en Cambridge, que contribuyó decisivamente a la creación de la Antropología Cultural. Sin apenas moverse de Inglaterra estudió minuciosamente muchas culturas primitivas, gracias a los informes que demandaba de administradores coloniales del Imperio Británico, entonces en su cenit. Idea central de Frazer fue que la primera creación cultural del hombre primitivo, anterior incluso al Lenguaje, es la Magia, que con el tiempo histórico ha ido derivando hacia sus dos grandes ramas, la Religión y la Ciencia. Una ley fundamental de los magos y lo mágico es la de la Semejanza o la Correspondencia, que podría formularse así: los distintos niveles de organización del Cosmos, desde lo subatómico hasta lo galáctico pasando por  lo vegetal, lo animal y lo humano, operan ateniéndose a las mismas leyes fundamentales, que son las que también rigen el mundo de lo espiritual. 

Cueva de Lascaux (Francia)
Lo importante para el mago no es conocer estas leyes, una tarea que claramente lo desborda, sino reconocer su existencia y su vigencia en todos los ámbitos de la realidad. Por eso el shaman cree que, dotado de poderes que le han sido conferidos por los espíritus que soportan el mundo, puede actuar sobre determinadas esferas de lo creado para, en virtud de esa ley de la Correspondencia, obtener efectos sobre otras esferas bien distintas. Así, el shaman paleolítico dibuja en lo más hondo de una cueva, en el marco de rituales complicados, escenas de caza mediante las que cree que va a  favorecer las acciones cinegéticas que van a llevar a cabo otros miembros de su clan.  O la machi mapuche sube trabajosamente a lo alto de su rewe, ese tronco de canela tallado como los peldaños de una tosca escalera, a la vez que canta extrañas canciones acompañadas por el batir del tambor y el tintineo de los cascabeles rituales, para 
conseguir así que, por correspondencia, su alma ascienda por el eje del mundo hasta el ultramundo donde moran los poderosos espíritus con los que quiere ponerse en contacto.
Rewe mapuche
O el brujo africano clava puntas en sus fetiches de madera, en una suerte de primitivo vudú, con el propósito de alterar los estados físicos o mentales de personas a las que intenta transformar, para bien o para mal, con su magia.

Fetiche de los Bakongo









Salvando las distancias, yo mismo y en este blog (“Amor y Gravitación”, 27 abril 2013) establecí una suerte de correspondencia entre la gravitación de los cuerpos celestes y el amor de los seres humanos. Cabe aplicar esta dialéctica de la Correspondencia o Semejanza a muchos de los más importantes problemas prácticos con los que nos enfrentamos los humanos, considerando si podríamos comprender mejor estos problemas al compararlos con lo que conocemos de ámbitos muy distintos en la Naturaleza o en la Historia. Pondré algunos ejemplos, como simple ilustración en este espacio necesariamente corto que es una entrada de blog:

1).- El problema de la viabilidad de la Unión Europea: ¿pueden unos estados nación con largas historias de desencuentros y con lenguajes y culturas diferentes integrarse de modo permanente en una unión supranacional?  La correspondencia aquí podría ser con un ecosistema vegetal, tal como un bosque nativo de Chiloé. La integración requiere un proceso de domesticación del bosque, de modo que se convierta en una especie de jardín botánico. Eso exige un equipo de jardineros (Bruselas), unas técnicas de gestión (organismos y leyes paneuropeos) y la eliminación de mucha flora no deseable (renuncia por los países integrantes a señas de identidad nacional muy queridas).

2).- El problema identitario de España: ¿tiene una solución pacífica y duradera la crisis del estado autonómico?  Aquí también serviría la correspondencia con la conversión del bosque silvestre en un jardín botánico. Otra correspondencia sería con un ecosistema animal de predadores y presas que comparten un territorio. Según esta última, la supervivencia del estado autonómico exigiría que todas las autonomías pudieran ser a la vez predadores y presas unas de otras. Que no existiera un pez más grande que los demás, por lo menos no un pez que pudiera comerse a todos y al que no pudiera comerse ningún otro. Aplicando la correspondencia, requeriría una deslocalización geográfica de la administración del estado; es decir, una “barcelonización” de Madrid (y nunca una “madridización” de Barcelona). Tampoco podría haber un pez al que no pudiera comerse nadie, en correspondencia sería necesaria una desaparición de los Conciertos con vascos y navarros, más aún, una completa igualación fiscal de todos los territorios (mismas reglas del juego). Cosas así.

Si tanto la Religión como la Ciencia proceden, como quería Frazer, de una misma Magia ancestral, podrían encontrarse en ambas vestigios de la ley mágica de las Correspondencias. No tengo duda de que existen.

En las Religiones pueden encontrarse muchos ejemplos. Así, en el Judaísmo, las correspondencias cabalísticas entre el significado literal de los textos y uno o varios significados secretos, esotéricos, de origen divino. En el Cristianismo, la transustanciación del pan y el vino en carne y sangre de Cristo, necesarias como alimento espiritual. Etcétera.

Y en la Ciencia, pese a su explícito rechazo de lo mágico, también quedan muchos vestigios de la ley de la Correspondencia. No en balde el mismo Isaac Newton, pilar fundamental de la Ciencia moderna, practicó también el alquimismo. Un vestigio muy generalizado es el de la modelización. Así el método científico, en su intento de ir comprendiendo cada vez mejor la realidad natural que estudia, opera frecuentemente con un sistema de modelos, asumiendo que hay una Correspondencia entre el modelo y esa realidad natural a la que intenta ir cercando. Otro gran ejemplo es el del lenguaje matemático, según la idea de Galileo proponiendo que el libro de la Naturaleza estaba escrito en un lenguaje matemático. La Correspondencia se establece en cuanto a que el científico dialoga con la naturaleza utilizando un lenguaje tan matemático como posible.

Finalmente el Arte, nacido en las cuevas paleolíticas como un componente de los rituales shamánicos, sigue mostrando innumerables Correspondencias mágicas. Así es en la Literatura, donde héroes como Don Quijote y Sancho o los de Dostoyevski, son transfigurados por el lector entusiasta en componentes importantes de su propia vida. O en esa gran Pintura que en un momento de contemplación iluminada nos emociona sin que sepamos por qué. O en la Música sublime, clásica o pop, que llega a ser para su oyente inspirado una astronave en la que viaja a través de espacios infinitos.

Y es que, en definitiva, nuestro mundo y nuestra vida siguen siendo mágicamente misteriosos. Quizá sea gracias a esta condición por lo que somos capaces de soportarlos.

sábado, 1 de octubre de 2016

Lo ascético

Un Sadhu es un monje hindú que practica la Ascesis como
etapa final en su camino hacia la purificación.
(Foto cortesía del Dr Sarkar)
Nuestro mundo real, el de nuestra carne y nuestra mente, carecería de dinamismo si no existiera el tiempo. Éste es quien hace posibles las cadenas de causas y efectos que le dan consistencia y explicación a nuestra existencia. 

Más allá de nosotros mismos, todas las dimensiones de la naturaleza tienen en el tiempo su causa primera. Así empieza el Génesis: “en el principio, creó Dios los cielos y la tierra”, y ese “principio” alude sin nombrarlo al tiempo, primer actor de la creación.



Recuerdo ahora aquella ecuación fundamental de la Mecánica newtoniana que nos enseñaban en el colegio:

F x t   =  m x v

 Fuerza x tiempo  =  masa  x velocidad

         Impulso mecánico  = cantidad de movimiento

Así, en un terremoto, el impulso mecánico es la fuerza gigantesca con que dos placas tectónicas se empujan una a la otra durante un tiempo muy largo, igual a la cantidad de movimiento que se libera cuando, como consecuencia de la quiebra de aquel empujarse, una masa gigantesca de tierra y rocas empieza a vibrar y esta onda se transmite a gran velocidad a lo ancho de toda la Tierra, provocando la destrucción a su paso. Y en una tempestad, el impulso mecánico es la fuerza de un viento feroz sobre el mar durante algunas horas, capaz de levantar grandes olas que se mueven veloces, amenazando la vida de los barcos que encuentran.

Nuestras mentes humanas son asiento de fenómenos análogos, aunque no se les pueda calificar, dada su naturaleza inmaterial, de newtonianos. Así, nuestras decisiones importantes son consecuencia de impulsos que nacen de la interacción, durante un cierto tiempo, de nuestra voluntad con nuestra inteligencia y nuestro instinto. Fuerzas que se esconden entre los pliegues más recónditos de nuestros cerebros, se despiertan un día y empiezan a actuar en silencio. Generan así unos impulsos sostenidos que terminan poniéndonos en marcha. Muchas veces se trata solamente de iniciar un camino nuevo. Pero en otros casos nos tiramos desde lo alto a un abismo en cuyo fondo terminaremos aplastados, o a unas aguas nadando a través de las cuales alcanzaremos lo que anhelábamos. Motivados, al hacerlo así, para correr riesgos.

No debemos temerle a nuestros impulsos, ni reprimir nuestros movimientos, siempre que pongamos nuestra  atención en una introspección continua de las fuerzas que vagan por nuestro interior. En esto consiste la Ascética, que está presente en todas las culturas y todas las religiones. Cuyo objetivo es no tolerarnos la coexistencia con fuerzas tenebrosas, esas que son capaces de llevarnos al desastre. Por eso los ascetas intentan vivir, en la medida de lo posible, en un estado de pureza interior.

Alguien le preguntó un día al humorista italiano Pitigrilli en qué consistía la educación. “Pues se trata de comportarse cuando estés delante de los demás como si estuvieras solo”, contestó Pitigrilli. Y después de unos instantes de silencio continuó: …”Y cuando estés solo como si estuvieras delante de los demás”.

Algo así podría ser el fundamento de una ascética para la gente corriente.


P.S. He publicado la misma frase de Pitigrilli en este blog el 20 marzo 2011 y el 22 diciembre 2012. Cosas de la edad, pero no puedo negar que se trata de una de mis frases preferidas (lo que, lamentablemente, no significa que haya tenido mucho éxito al intentar ponerla en práctica, aunque no me doy por vencido).

lunes, 26 de septiembre de 2016

Fronteras interiores de la sociedad de consumo: la Nación Navajo.


Muchos terrícolas que se sienten afortunados viven ya en el seno de una sociedad de consumo. Lo hace toda Europa, casi toda América y una parte creciente de Asia. Para las grandes áreas que todavía se quedan fuera, como sucede con buena parte del Oriente Medio  y casi toda Africa, la sociedad de consumo es el paradigma a alcanzar. La polaridad entre los que ya están y los que todavía no han llegado genera alta tensión en las fronteras exteriores de las sociedades de consumo, ante cuyas alambradas y muros de defensa, a lo largo de todo el Mediterráneo y del borde meridional de USA, se acumulan millones de personas que llegan hasta allí huyendo de la violencia y la desesperanza.


Pero ¿hay también fronteras interiores, barreras que dentro del territorio ocupado por las sociedades de consumo separan a los que no quieren pertenecer a ellas? Por supuesto que sí. No me refiero a los cinturones de miseria y abandono que rodean a muchas megalópolis y que no son sino la cara oculta de éstas, ni a los pequeños grupos humanos que por imperativos geográficos siguen sumidos en una cultura preindustrial y por ello anticonsumista, como pueden ser los Inuits del Ártico americano, o los Amerindios cazadores/recolectores de las selvas amazónicas. Sino a grupos humanos que pudiendo integrarse persisten en su deseo de mantenerse fieles a tradiciones ancestrales incompatibles con la sociedad de consumo, y que tienen tamaño suficiente para que pueda trazarse alrededor de ellos una frontera geográfica.


Yo acabo de encontrarme con uno de ellos: la Nación de los Navajos, enclavada en el SW de USA. 

Los Navajos fueron, junto con los Cheyenes, uno de los grupos amerindios más numerosos de Norteamérica. Una variante guerrera de los Navajos fueron los Apaches, pero los primeros, más numerosos, se adaptaron a una vida de pastores seminómadas de ovejas traidas por los españoles, en las vastas estepas de Arizona y Nuevo México. Cuando los yanquis expulsaron a los mexicanos de aquellas tierras, los Navajos mostraron cierta resistencia al nuevo colonizador. Pero finalmente aceptaron recluirse en una reserva india que con el tiempo no ha hecho más que crecer en tamaño hasta constituir lo que hoy se llama oficialmente la Navajo Nation, un territorio semiautónomo gobernado por los propios Navajos y dotado de unos poderes legislativo, ejecutivo y judicial propios.


La Navajo Nation (Navajo Country en el mapa) ocupa un territorio de 62.000 km2  (aproximadamente 2/3 de Portugal o Cuba) repartido entre los estados norteamericanos de Arizona (AZ en el mapa), Nuevo Mexico (NM) y algo de Utah (UT), con una población de solamente 166.000 habitantes, ya que se trata en buena parte de estepas semidesérticas.

En su territorio se encuentran algunas grandes bellezas de la naturaleza, entre las que destaca el inigualable Monument Valley, inmortalizado por Hollywood y John Ford.




Foto del Valle de los Monumentos tomada desde el Centro de Visitantes y Museo. Las inmensas y bellísimas Mesas tienen un significado religioso para el pueblo Navajo, como en general lo tienen todas las maravillas de la Naturaleza para los pueblos de tradición shamánica. Madre Tierra y Padre Cielo, con toda su majestad, justo frente a nuestros ojos.


En el Centro de Visitantes del Monument Valley hay una piedra tallada en la que se recogen los datos más significativos de la Navajo Nation y que reproduzco a continuación.




Primero se presentan las estadísticas demográficas y de nivel de vida de la Nación de los Navajos. Lo que se pone de manifiesto inmediatamente es que se trata de gente joven y muy pobre, que mantiene todavía una cultura propia aunque amenazada por la integración en USA y que tiene unos hábitos de vida fundamentalmente ganaderos. 
Después de estos datos hay un párrafo que merece la pena traducir:


<<Estas estadísticas muestran que muchas familias Navajo viven en la pobreza. Aunque nuestras vidas se enriquecen por el hecho de habitar una tierra muy hermosa en la que vivieron nuestros antepasados, y donde continuamos con nuestras tradiciones ganaderas y agrícolas, con la práctica de la artesanía y con nuestras ceremonias.  Hoy trabajamos duramente para mantener bien  vivas nuestra lengua y nuestras tradiciones en medio del mundo moderno.>>



Así es. En nuestra fugaz visita, apenas pudimos acercarnos al pueblo Navajo, algunos de cuyos asentamientos veíamos de lejos desde la carretera, perdidos en la árida y grandiosa estepa. El aspecto de estos asentamientos mostraba claramente que esta gente se encontraba absolutamente fuera de nuestra sociedad de consumo. Siempre se trataba de grupos de muy pocas casas, no más de tres o cuatro, frecuentemente solo una, rodeadas de un increíble maremagnum de chatarras variopintas, entre las que destacaban automóviles y camionetas que en otras circunstancias estarían ya desguazados. Tomé algunas fotos desde lejos y a la velocidad de un auto en la carretera, que no reflejaron bien la situación. Por eso he recurrido a una foto tomada de Google Earth que presenta uno de estos típicos asentamientos Navajo y que muestro a continuación.




Este asentamiento tiene una sola casa. Llama la atención la cantidad de objetos  que se desparraman a su alrededor, que mayoritariamente son automóviles, entre sedanes y camionetas. La mayoría de estos autos suelen estar en una situación de desguace, como si fueran los que la familia que vive allí ha venido usando sucesivamente durante muchos años. También puede distinguirse una autocaravana; la presencia de éstas era relativamente frecuente en los asentamientos navajos, poniendo de manifiesto un modo de vida de pastores seminómadas.

Pero lo que muestra la presencia de vehículos medio arruinados es que en una cultura como la de los Navajos no se tira nada. Las máquinas  que ya son inservibles se conservan, por si en algún momento fuera necesario usar para los fines más insospechados alguna de entre sus multitudes de piezas sueltas. Este comportamiento es absolutamente contrario a los mandatos de nuestras sociedades de consumo, establecidas sobre la base de una obsolescencia rápida de los bienes y servicios utilizados, la creación continua de nuevas necesidades y la aparición de nuevas soluciones para satisfacerlas. Todo esto coordinado, movido y fundamentado por el dinero como unidad fundamental de los intensísimos intercambios.


El comportamiento de los Navajos es habitual en culturas ligadas a la naturaleza y alejadas de lo urbano. Yo lo he observado en la gente de la mar de mi tierra andaluza, unos pescadores de altura que jamás tirarán nada de las herramientas y materiales de trabajo que han dejado de serles útiles porque, quién sabe, cualquier día en medio de la mar, alejados de toda asistencia técnica, un trozo de aquel alambre o un cojinete del motor de aquella otra bomba ya arruinada o el tubo de cobre en U de un grupo frigorífico ya desechado, pueden servirles para arreglar una avería de una máquina sin repuestos o enmendar cualquier otro entuerto. También lo he observado entre los campesinos de Chiloé, unos colectivos humanos casi totalmente autosuficientes, a los que precisamente esta autosuficiencia, al alejarlos de los mercados y mantenerlos así con poca plata, los aparta culturalmente de los hábitos de las sociedades de consumo.

No tuve ocasión de hablar tranquilamente con ningún Navajo. Solamente intercambiamos algunas palabras fugaces con un joven guia turístico en nuestra visita al Antelope Canyon. 


El Antelope Canyon se abre bajo una estrecha y

larga hendidura en el terreno y se recorre
como un largo túnel. El viento y la lluvia han 
 erosionado extrañamente las areniscas que
lo constituyen, y los juegos de luces son 
bellísimos.

Nos dijo que estábamos en la Navajo Nation, un territorio autónomo dentro de USA, 25.000 millas cuadradas en las que viven unas 100.000 personas. Que su abuela hablaba la lengua Navajo, su madre la entendía y él todavía es capaz de reconocer algunas palabras, pero se está perdiendo. Y que en todo el territorio está absolutamente prohibido beber alcohol, conservando así lo que en USA fue hace muchos años la Ley Seca.

Nos transportó a través del desierto hasta el cañón en una camioneta 4x4 algo maltratada por el uso y los años. De vez en cuando el camino estaba cubierto por arena blanda que le obligaba a meter la tracción. Observé que para sacarla de nuevo tenía que parar el vehículo y meter por unos instantes la marcha atrás, entonces la tracción saltaba. Me acordé de las viejas camionetas campesinas tan frecuentes en mi querido Chiloé, algunas de las cuales son de tercera o cuarta mano y que raramente se averían. Aunque cuando lo hacen siempre hay tiempo para esperar a que alguien pase y nos ayude a salir de la pana, lo que sin duda hará.


Me acordé mucho en este contacto con la Nación Navajo de Aldous Huxley y su extraordinaria novela Brave New World (traducida al español como “Un mundo feliz”). Aunque Huxley era inglés y su utopía novelada se desarrolla en Londres, dicen que se inspiró para escribirla en la sociedad industrial americana fraguada por Henry Ford y su Modelo T. El libro se publicó en 1932, y Huxley había visitado antes USA, donde quedó muy impresionado con el desarrollo de lo que era sin duda la primera sociedad de consumo. En la novela, que describe una sociedad utópica en la que los ciudadanos, totalmente controlados pero aparentemente felices porque están divididos en castas desde el nacimiento, reciben una educación hipnótica adecuada a su condición y consumen soma, una droga distribuida por el estado que los coloca en el séptimo cielo, ocupan también un papel destacado los llamados salvajes, gente que vive una vida primitiva, agrupados en clanes muy lejos de la sociedad utópica.  Estoy seguro de que Huxley se inspiró en estos Navajos de USA para dibujar a sus “salvajes”.

Y creo que la novela de Huxley es, hasta un cierto límite, premonitoria de lo que ha venido pasando después y merece ser leída de nuevo ahora. Eso es lo que yo voy a hacer.


Aldous Huxley con la portada de la primera edición de su Brave New World