domingo, 12 de noviembre de 2017

Creencias frente a convicciones

Ahora que nuestra vida diaria, aquí en España, está salpicada continuamente por lo que hacen o postponen, dicen o callan, los políticos, se me ocurre pensar en la necesidad de la acción.Un político debería ser capaz de distinguir entre su ideología y su acción de gobierno. Pero el mismo problema tenemos la gente de a pie, los vulgares ciudadanos. Entre ellos yo, que debería discriminar entre mis sentimientos y creencias, por un lado, y mis compromisos y objetivos, por el otro.

Los políticos se convierten en peligrosos fracasados cuando les importa más su ideología que el servicio a su país. Y la gente corriente, como yo, se topa con la frustración cuando lo que le mueve en el mundo es nada más que un puñado de creencias apilado contra otro de sentimientos.

No es que yo desprecie la ideología en los políticos o las creencias en los ciudadanos. Muy al contrario: creo que son una base indispensable para el compromiso y la acción. Pero estos últimos exigen mucho más. Requieren convicciones, propósitos y metas. Por la otra cara de la moneda heraclitea, también necesitan de nuestra habilidad para descubrir a tiempo si el camino que hemos tomado lleva o no a esa meta nuestra. Un camino del que no existe mapa y por eso exige exploración, tanteos, idas y venidas continuados. Las mejores botas para esta tarea son las de la capacidad de autocrítica, el complemento indispensable y permanente de la fuerza de voluntad.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Televisión y mentira

Creo que mi mayor decepción en estos días críticos que está viviendo España a causa de los secesionistas catalanes, me la están produciendo los medios de comunicación, particularmente la televisión. La mayoría de las cadenas de televisión españolas, destacando las más vistas, es decir, las más populares, han trivializado lo que está pasando convirtiéndolo en una especie de reality show. Informan a un ritmo trepidante sobre los forcejeos, las tácticas, los enfrentamientos dialécticos entre los dos bandos, pero lo hacen como si lo que narran fuera, en lugar de la tragedia histórica que realmente es, una suerte de partido de fútbol, de espectáculo deportivo de masas, en el que no hay razón frente a sinrazón, o si se quiere, enfrentamiento entre dos razones contradictorias, sino simplemente un forcejeo emocionante que terminará dando un ganador y un perdedor, en el mejor de los casos un simple empate, es decir, nada. Lo que venden, porque lo venden en el sentido de que su único objetivo es el crematístico,  no es otra cosa que ese puro espectáculo. Y lo cobran en porcentajes de audiencia, que se traducen para ellos en más demanda de espacio publicitario por los fabricantes de los grandes productos de consumo (automóviles, alimentos, bebidas, etc), un espacio que les pagan a precio de oro.

Y me parece que se justifican moralmente ante ellos mismos intentando convencerse de que el buen periodismo es el que se limita a exponer lo objetivo que contienen las noticias.  Pero esto es una tremenda falacia, una muestra bien clara de su hipocresía moral. Porque la mayoría de las noticias que se publican, mucho más si lo que destacan es el espectáculo, están sesgadas. Yo no dudo que pueda existir el buen periodismo, pero ese no es el periodismo que lo que intenta (por todos los medios) es ser un buen negocio vendiendo medias verdades que, son, siempre lo han sido, la más peligrosa de las mentiras.

La televisión, cuando se estableció en Europa a finales de los 1950s, fue recibida con grandes esperanzas por mucha gente bienintencionada. Se la veía como un instrumento poderosísimo para la educación y el desarrollo cultural de los pueblos. Pero en lo que se ha convertido, con honrosas y escasas excepciones, es en una basura que lo que hace es entontecer y corromper a esos pueblos.


Una amenaza para el futuro de todos. Tanto más peligrosa cuanto con más artificios intenta convencernos de que lo que nos cuenta es la pura verdad.

 ¿Pura? ¿En serio?