sábado, 19 de agosto de 2017

Barcelona y el odio

La imagen corresponde al incendio de este verano en el Coto Doñana, cerca de Sevilla.
Pero quiere representar a la Destrucción, en su sentido más universal.


Finalmente, lo que tenía que pasar pasó. El terrible atentado de Barcelona estaba al caer, eso lo sabían todos los que querían saberlo. Y según lo que nos cuentan, si no hubiera volado por los aires la casa donde los terroristas preparaban sus explosivos, habría sido todavía más sangriento.

Los capturados hasta ahora por la Policía, todos o casi todos ya muertos, han sido los ejecutores materiales del atentado, un puñado de jóvenes de origen marroquí sin preparación militar ni ficha policial previa. Las características conocidas del asunto hacen inevitable la conclusión de que formaban parte de un grupo terrorista organizado. Posiblemente dependían organicamente del ISIS, es decir, tenían unos enlaces y unos inspiradores que muy probablemente no aparecerán nunca.

Las víctimas, quince mortales, otras tantas en estado muy grave y hasta un centenar más de heridos, pertenecían a casi treinta naciones distintas y representaban fielmente al tropel de turistas que llenaba estos días Barcelona, es decir, al ancho mundo. Todos, indudablemente, inocentes hasta la mismísima médula de sus huesos. Pero de eso precisamente se trataba, de cometer un crimen inútil, injustificable. Algo que pusiera claramente de manifiesto el alcance diabólico, refinado, ciego y bestial, del odio químicamente puro.

Porque ha sido el odio quien se ha asomado a Barcelona. El odio es el rey de los demonios. Cuántas veces lo hemos visto saltar como una chispa en un rincón cualquiera para ponerse a recorrer el mundo aleatoriamente, como un remolino al rojo vivo, creciendo y creciendo y destruyéndolo todo a su paso. Luego nosotros los humanos podemos analizar el asunto con nuestras herramientas, racionalizarlo, encontrar mil motivos más o menos ocultos que expliquen, sin justificarlo, lo que ha sucedido. Pero esto no es sino un ejercicio de autocompasión que nos permite mantener a salvo nuestras esperanzas.

El odio no tiene explicación. Como fuerza ciega que es lo único que tiene, aquí y ahora, es un comienzo y un final. Aparece inesperadamente, destruye y vuelve a esconderse. Hasta que reaparece de nuevo.

Merece la pena detener el pensamiento en este asunto. Sin sobrecogerse, sin salir a la búsqueda de una explicación. Simplemente oliendo, palpando, viendo y escuchando al odio.