jueves, 31 de marzo de 2011

Vistas dinámicas del blog



¡Estos de Blogger son la monda!

Muy interesantes las nuevas vistas dinámicas de un blog que ofrecen ahora.
www.olo-ololo.blogspot.com/view/flipcard
www.olo-ololo.blogspot.com/view/mosaic
www.olo-ololo.blogspot.com/view/sidebar
www.olo-ololo.blogspot.com/view/snapshot
www.olo-ololo.blogspot.com/view/timeslide

Opciones para todos los gustos. Quizá demasiadas, como suele suceder con la informática, Internet y Google.  ¿Llegará un día en que seamos incapaces de elegir, por exceso de opciones? Ese día podemos perder definitivamente, de una forma sutil, la poca libertad que nos queda.

Aun así, una vez más y de momento, mi agradecimiento a Blogger, que es Google. ¿Qué sería de nosotros sin Google?

La fiesta del Caleuche en la playa de Mar Brava

Dada su condición sobrenatural, sería en vano intentar representar gráficamente a un barco como el Caleuche. Esta imagen lo es de la brickbarca argentina Tijuca, que navegó muchos años entre Iquique y Buenos Aires y Europa, llevando salitre, pasando frente a Chiloé y cruzando el cabo de Hornos 

El velero Caleuche es uno de los componentes más prominentes de la mitología chilota. Es un barco fantasma, es decir, un ente espiritual que está más allá de todo lo humano y al que a veces se le asignan cualidades buenas y otras malas. El Caleuche bueno es un protegido de la Pincoya, una diosa guapísima que cuida del mar y que recoge en el Caleuche las almas de los marinos que murieron ahogados para que puedan descansar. El Caleuche malo navega con una tripulación de espíritus poco recomendables, que en principio no se van a meter contigo si tú no te metes con ellos, pero que como se enfaden tienen poderes para hacerte desgraciado; que también se relacionan con brujos y otros humanos de mala condición, de modo que, finalmente,  se trata de un barco y unos tripulantes de los que más vale huir si se te acercan.

Hoy voy a transcribir una historia del Caleuche malo que me  ha contado Nelson Ampuero, amigo mío, guardián nocturno de una estación de buses en Ancud y constructor de maquetas de barcos en sus ratos libres. A él se la contó su padre, Ricardo Ampuero, asegurándole que era totalmente cierta, “tú sabes que tu padre, Ricardo Ampuero, jamás ha mentido”, le decía.

Ricardo nació en los 1890’s y murió en los 1980’s con más de noventa años. Debió ser una auténtica fuerza de la naturaleza, porque entre otras cosas tuvo dieciocho hijos de dos matrimonios sucesivos. De todos ellos Nelson, mi amigo y relator de esta historia, es el más joven. Ricardo vivió una vida partida en dos mitades bien distintas. Durante la primera fue campesino chilote, pues vivía en los alrededores de Puchilcan, un lugar donde hay un puente que cruza un río, 15 Km al Sur de Ancud. Su propiedad (que probablemente ni siquiera era suya, porque entonces muchos campesinos en Chiloé desarrollaban su vida en terrenos propiedad del Gobierno y tenían a su disposición toda la tierra que eran capaces de faenar), estaba apartada de todos, bien metida en el bosque espeso que desde Puchilcán llegaba entonces, todavía lo hace hoy a medias, hasta Chepu por el Sur y Mar Brava por el Norte. A partir de los 1940’s Ricardo emigró a la ciudad de Ancud y desarrolló una segunda mitad de su vida totalmente ciudadana. Aquí nació y ha vivido hasta ahora mi amigo Nelson.

Paso ahora a relatar lo que Nelson me ha contado:
Fig.1.- Trazado (débil línea blanca) de la cabalgada de Ricardo 
Ampuero entre Puchilcan y Quetalmahue. 
Picando dos veces con el botón izquierdo del ratón se ve la 
imagen aumentada.
<< Hacia la mitad de los años 1930’s a mi padre le gustaba mucho ir hacia comienzos del invierno a coger ostras a Quetalmahue. No lo hacía por necesidad, sino por placer, lo mismo que lo hacían otros señores y gente rica de Ancud. Se montaba en su caballo Pingo y echaba más de medio día de viaje en llegar hasta Quetalmahue, que lo hacía (Fig.1) alcanzando el mar a la altura de la desembocadura del río Pudelle, muy cerca de la piedra Run, cabalgando luego a todo lo largo de la playa de Mar Brava hasta llegar al río Quilo y desde allí a Quetalmahue. Un día de Mayo había vendido las ostras pescadas para comprar algunos abarrotes. Entre unas cosas y otras salió de Quetalmahue por la tarde y le cogió la noche a mitad de la playa de Mar Brava. Era una noche oscura, sin Luna y  totalmente cubierta de nubes. Por eso le extrañó ven una luces en el cielo, que se movían de un lado a otro. Pronto comprendió que eran el reflejo en las nubes de unas luces que nacían del suelo, unas centenas de metros por delante de él, hacia el Sur. Enseguida empezó a oír una extraña música. Se fue acercando sigilosamente, con las riendas del Pingo bien cogidas, y mientras más cerca estaba mejor iba percibiendo lo maravillosa que era aquella música, la más hermosa que había escuchado en su vida, “nunca me imaginé que pudiera existir una música así”, me decía mi padre. Asomándose sigilosamente por detrás de las dunas pudo ver que el Caleuche estaba fondeado en mitad de la parte más ancha del río Pudelle (Fig.2), ya casi donde desemboca en el mar. Y que toda la tripulación bailaba con mujeres bellísimas  al ritmo de aquella música.  La luz que los envolvía a todos ellos y al propio barco era sobrenatural, parecía salir del interior de ellos mismos y era una luz blanca y celestial”.
Fig.2.- Desembocadura del río Pudelle, en el extremo Sur de 
la playa de Mar Brava.

“Mi padre, Ricardo Ampuero, era un hombre valiente. Tan fascinado estaba con lo que veía que decidió que no podía perder aquella oportunidad. Así que armándose de coraje se acercó algo más con mucha cautela y desde la oscuridad gritó a los del Caleuche quién era y que estaba en condiciones de poderles servir ganado vivo para que celebraran sus banquetes. Especificó más: les gritó que podía conseguirles terneros negros, corderos negros y chanchos negros para sus celebraciones, porque pensó que este era el color de los animales que a aquella gente extraña le convenía. Luego se arrancó con su caballo y salió de allí, protegido por la oscuridad, lo más deprisa que pudo”.

“Algunas noches después estaba mi padre durmiendo en su cabaña de Puchilcan. Ya de madrugada empezó a ladrar y ladrar y ladrar el Ríetecoile, su perro, que se llamaba así porque era capaz de reírse como una persona. Mi padre sabía que eran ladridos de miedo. Se oían también otros ladridos extraños. Así que mi padre abrió la puerta para ver qué pasaba. Nada más hacerlo se le echó encima un enorme perro negro, que lo tiró al suelo y allí lo mantuvo inmovilizado con las patazas sobre su pecho. Era el perro más grande que había visto en su vida, más que un San Bernardo, que dicen que son los perros más grandes que existen. Lo acompañaba otro perro mucho más pequeño, con el pelo y las orejas  muy finos y largos,  todo ello del color de la plata. Se fijó mi padre mejor y vió que todo el pelo de este perro estaba hecho de finísimas fibras de plata pura. Luego se atrevió a mirar de frente al gran perro negro y comprobó con grandísima sorpresa que sus ojos eran de oro puro, enteros de oro macizo, aunque las distintas partes se distinguían bien por su distinta forma y grosor. Estos dos perros no dejaban de ladrarle en actitud muy agresiva. Tenía mi padre un buen machete que había comprado en Comodoro Rivadavia, en la Argentina, donde había trabajado algún tiempo. Le gritó a su mujer que se lo trajera, que lo tenía colgado en el techo de su dormitorio. Y cuando ella vino con el machete los dos perros huyeron y se perdieron en la noche”.

“Unas semanas más tarde mi padre volvió a ir a Quetalmahue a pescar ostras. En el retorno hacia Puchilcan se le hizo otra vez de noche. Llegando a un lugar que él conocía donde había un pozo bajo un gran árbol, una voz le dio las buenas noches desde la oscuridad, sorprendiéndolo. Resultó ser un vecino suyo de Puchilcán que tenía fama de brujo. Lo invitó a un cigarro liado, y empezaron a hablar de las cuatro cosas que habla la gente del campo cuando se encuentra. Entonces el brujo le preguntó cómo le había ido la otra noche con los del Caleuche. Al principio mi padre no lo entendió bien, pero el brujo se explicó: los dos perros que habían ido a su casa, el grande negro de los ojos de oro y el chico entero de plata, eran el capitán del Caleuche y su hijo. Habían ido a cerrar el trato de ganado negro que Ricardo les había propuesto. Mi padre le contó entonces al brujo que no los había reconocido. El brujo, quizá con un poquito de maldad, le contestó que al no hacerlo se había condenado a ser pobre, porque los del Caleuche le habrían pagado el ganado negro con lingotes de oro. >>

Comentando después con mi amigo Nelson esta historia, llegamos a la conclusión  de que lo más probable es que la comunicación entre una persona normal como su padre y los fantasmas del Caleuche fuera, sencillamente, imposible. Por eso los perros no consiguieron entenderse con él.

Nelson cree firmemente en la existencia del Caleuche, al menos así me lo manifestó a mí. Me dijo más: el Caleuche es ubicuo y lo mismo aparece que desaparece; igual pasa con su marinería. “Ha sucedido a veces que un tronco muerto flotando en la mar era un marinero del Caleuche convertido en tal para camuflarse. También hace años una familia se encontró un lobo marino en unas rocas y empezó a apalearlo para matarlo, pero resultó ser otro marinero del Caleuche que les mandó un mal que los mantuvo a todos enfermos durante mucho tiempo".

Relatado queda todo ello.

P.S. La foto de la Tijuca está tomada de una preciosa página web que habla mucho de los grandes veleros que cruzaban el Cabo de Hornos en los S. XIX y XX.

martes, 29 de marzo de 2011

Halcón peregrino chileno (subespecie Cassini)



Por fin se me puso a tiro de cámara uno de los halcones peregrinos de la pareja que vive cerca de mi casa, en el entorno de la Punta Tilduco, donde anida todos los veranos desde hace años. Posiblemente, por su tamaño, es la hembra, más corpulenta que el macho en estos animales.

Detalles de su  fuerte pico y sus penetrantes
 y hermosos ojos negros
El Halcón peregrino es un mito entre las aves, más aún, entre todos los animales, pues es el que puede desarrollar velocidades más altas. Hace, en efecto, sus picados para cazar a sus presas a 300 Km/h, pudiendo llegar a veces hasta muy cerca de los 400 Km/h.  Yo he visto a uno de estos cazando en el cielo de la Punta Tilduco. Se mantenía en el aire a mucha altura, aleteando (porque estas aves no son capaces de planear como las gaviotas o los jotes) y con la cola muy abierta para ayudarse. Lo observaba con los prismáticos, dejé de mirarlo un momento y cuando lo observé de nuevo ya estaba mucho más bajo, todavía encima de mí, con un zorzal chileno entre sus garras. Así que me perdí el picado, otra vez será.

Detalles de sus poderosas garras,
 el arma esencial para el apresamiento
Aunque lo llamemos peregrino, porque los que veranean en el Ártico emprenden larguísimas migraciones para invernar, la mayoría de las subespecies, entre ellas la chilena Cassini, son sedentarias. Pero el Halcón peregrino está extendido por todo el mundo, posiblemente entró en América por la misma ruta de los amerindios, las latitudes subárticas.  Si nos limitamos a la vida en el aire, es el predador máximo entre las aves, alimentándose sobre todo de otras aves más pequeñas, como el zorzal, que caza en vuelo. Para mí ocupa un espacio análogo al de la Orca en los océanos, y es tan hermoso y cargado de tonos románticos como ella.

Presento aquí algunas de las fotos que le tomé ayer para dar una idea de este animal y su belleza.
Esperé a que se echara a volar, lo que hace siempre batiendo
 con fuerza unas alas característicamente puntiagudas

domingo, 27 de marzo de 2011

Un héroe de nuestro tiempo: Mohamed Bouazizi (17dic2010 - 4ene2011)

Cuando Mohamed Bouazizi salió de su casa en la madrugada del 17 de diciembre del 2010 no esperaba que los acontecimientos fueran a desarrollarse de la manera que lo hicieron. Fue al mercado central, compró a crédito la fruta que iba a vender en la calle, la cargó en su carrito y se dirigió al centro de Sidi Bouzid , la pequeña ciudad tunecina en la que había nacido y vivido durante los 27 años que iba a cumplir en muy pocas semanas. Era un hombre pobre, pero no desgraciado. Tenía toda su juventud en los puños y en el pecho. Su padre murió siendo él muy pequeño, y desde entonces supo lo que era trabajar para sobrevivir. Ahora era el sostén de toda su familia: su madre, un tío suyo inválido, hermano de su padre, y sus cinco hermanas pequeñas. Había intentado entrar en el Ejército y en otros trabajos estables, pero sin éxito. Con la venta callejera de fruta ganaba unos 110 euros al mes (75.000 pesos chilenos) con los que conseguía hasta pagarle los estudios superiores a una de sus hermanitas, la más lista. A pesar de su pobreza rampante Mohamed tenía proyectos, es decir, esperanzas. La más importante era la de llegar a comprarse una camioneta usada con la que le fuera más fácil llevar adelante su negocio.

 
Hasta aquí la vida de uno de esos innumerables héroes anónimos que llenan las calles de las ciudades norteafricanas . Pero aquella mañana del 17 de diciembre las cosas empezaron de pronto a desenvolverse de una forma radicalmente distinta. A las diez y media, cuando llevaba ya más de dos horas vendiendo su fruta por las calles de Sidi Bouazid, la policía se encaró con él: le dijeron que estaban ya hartos de advertirle que no podía venderse fruta sin una licencia municipal; luego le confiscaron su báscula electrónica. Mohamed se resistió: ¿qué iba a hacer él si no podía vender fruta en la calle y si tampoco tenía dinero para pagar la licencia?... ¿qué hacían si no centenares o miles que como él se ganaban la vida todos los días vendiendo en las calles? Mohamed estaba harto de verse sometido a la presión constante de la policía, era un ilegal, lo sabía, pero ¿eran ellos capaces de decirle la manera de dejar de serlo sin morirse de hambre?  Más o menos así debió transcurrir una conversación violenta, me atrevería a decir que desesperada por parte de Mohamed. Probablemente quiso arrancar de las manos de la agente que la aferraba su báscula electrónica, el caso es que el resto de los policías lo empujaron y abofetearon, tirando su carrito por el suelo, toda la fruta , que ni siquiera era todavía de Mohamed, derramándose y destrozándose sobre el empedrado de la calle.

Entonces Mohamed dio un segundo paso decisivo. Estaba furioso, no solamente desprovisto de sus medios de vida sino mancillado en su dignidad, tratado como un delincuente. Se dirigió a la Gobernación de Sidi Bouzid para entrevistarse con alguien responsable, exigiéndole justicia. Casi no lo dejaron ni entrar, ¿quién era aquél desgraciado que venía allí chillando como un energúmeno?... ¿quién se creía que era? De manera que lo echaron violentamente a la calle.

Y Mohamed llegó así a la culminación de su impotencia y su desdicha. Se produjo en esos instantes dentro de él la transformación misteriosa que lo convirtió, pronto se vería, en un héroe de nuestro tiempo. Desde la calle gritó a los de la Gobernación que se iba a quemar vivo, muchos testigos lo oyeron. Compró con el poco dinero que había ganado una lata de bencina, volvió a las puertas de la Gobernación, se roció por entero y se prendió fuego.

Esto sucedió a las once y media de la mañana del 17 de diciembre del 2010, menos de una hora después de su altercado con la policía.  A las cinco y media de la tarde del 4 de enero del 2011, dieciocho días después de su inmolación, Mohamed moría en la unidad de quemados de un gran hospital tunecino. Su terrible agonía y finalmente su muerte provocaron un alud de protestas en la sociedad tunecina, que empezó en Sidi Bouzid pero se extendió enseguida a todo el país. La gente, primero los jóvenes y enseguida sus padres y todo Túnez, incluyendo el Ejército, comprendieron de súbito que las cosas no podían seguir así, que ya estaba bien de corrupción y falta de perspectivas de futuro. El 14 de enero, diez días después de la muerte de Mohamed, el presidente de Túnez, Ben Ali, tuvo que salir del país en un avión con toda su familia, camino de un asilo vergonzante en Arabia Saudita después de que Francia le hubiera negado el suyo.

Se iniciaba así una revolución en Túnez, que inmediatamente resultaría en otra de características similares en Egipto, y que actualmente mantiene en una situación tensa y prerrevolucionaria a buena parte de los países árabes. Uno no cree en milagros, pero a veces se rasca la cabeza asombrado de las fuerzas subterráneas que esconden las sociedades humanas y que un día inesperado entran en erupción como puede hacerlo un volcán. Es también lo de David frente a Goliat, pero en 2011 y en un mundo que al menos en Occidente, no en Túnez ni en el mundo árabe, ha dejado de creer en los mitos bíblicos y hasta en Dios.



Hay una foto tremenda, digna de ganar un premio Pulitzer, que no puedo dejar de presentar aquí. Fue tomada el 28 de diciembre en la habitación de la unidad de quemados en que agonizaba Mohamed, once días después de su inmolación y una semana antes de su  muerte. Presionado ya por el escándalo y la indignación públicos, el presidente Ben Ali, primero por la izquierda, visita a Mohamed, pero lo hace con un equipo de la televisión tunecina, que ocupa en la foto el mismo sitio que nosotros sus espectadores, es decir, de nuestro lado del lecho de Mohamed. Está claro que Ben Ali ha ido allí a hacerse la foto, a intentar demostrar, cuando ya es tarde, que él también está con Mohamed.
La situación de nuestro héroe es conmovedora: el cuerpo totalmente vendado, salvo la boca por la que entran sondass quizá para alimentarlo, y el tubo del respirador  entrando directamente en la tráquea. La cama del hospital adquiere el carácter, no sé si trágico o mágico, de un altar en el que se está produciendo la inmolación de un héroe. Todo esto merece el respeto de nuestro silencio.

Sobre lo que quiero llamar la atención es sobre los dos grupos humanos que, además de Mohamed, aparecen en la foto: a la derecha los médicos, a la izquierda Ben Ali y su séquito. La actitud de ambos es toda una lección de lenguaje corporal: los médicos cruzan los brazos, los políticos las manos por delante del cuerpo. Desmond Morris ha escrito con mucho ingenio sobre estos asuntos. Cruzar los brazos lo asimila él con interponer un parachoques entre quien los cruza y los que tiene enfrente; es una actitud defensiva pero no asustada, interpone una barrera, simplemente. En el caso de la doctora hay algo más, pues esconde ambas manos bajo los brazos, cuando lo normal es esconder una y mostrar la otra; no sé si ese algo es simplemente cultural o muestra un mayor rechazo. La postura de los políticos es, para Morris, también típicamente defensiva; con el cruce de las manos por delante no se limitan a interponer una barrera, quieren además protegerse de algo que les asusta o amenaza; Morris asimila esta postura con la del niño que busca agarrar la mano de su padre, solamente que en el caso de un adulto tiene que hacerlo con su propia mano. Otro autor británico cuyo nombre no recuerdo decía que era la posición de proteger, antes que otra cosa, “las joyas de la corona”.

En cualquier caso: los médicos, ocupados en intentar salvar la vida de su paciente, ven la llegada de Ben Ali y su séquito como una intromisión. Mientras que Ben Ali y los suyos están consternados, no saben qué cara poner, de alguna manera se las ven venir, quizá piensan más en ellos que en Mohamed.

Nota final: he recogido la información de esta entrada de la prensa electrónica y, en lo que es el calendario de los hechos, de un artículo muy recomendable en Wikipedia.

viernes, 25 de marzo de 2011

La cultura del Chiloé rural (3).- La vida de una niña humilde en Duhatao (final).


Me hubiera gustado seguir interrogando a María durante bastante más tiempo, pero veo que empieza a cansarse. En realidad me ha contado lo esencial de su infancia. Si yo hiciera el ejercicio de contemplar la mía ante la demanda de un extraño que me interrogara, tampoco sería mucho más lo que tendría que decirle. La infancia, entendiendo por tal el periodo comprendido entre los cinco y los diez años, es una etapa difícil de la vida. Uno empieza a ser entrenado para ocupar un lugar en el mundo, por lo tanto a ser utilizado. En el caso de María, desde que pudo hacerlo ella estuvo encargada de todas las faenas internas de la cabaña en que vivía: barrer el suelo, hacer la comida, cosas así, mientras que sus padres adoptivos trabajaban en el campo. En mi caso, la rutina diaria era ir al colegio, hacer los deberes en casa y dormir. Yo odiaba esta rutina, en particular la disciplina del colegio y el miedo al castigo, añorando la libertad que había tenido cuando era un bebé. Me desahogaba con los juegos, mis incontables juegos de niño, que eran vuelos de la imaginación hacia mundos maravillosos o trepidantes. Cuando le he preguntado a María a qué jugaba cuando era niña me ha dicho que ella lo que hacía era ocuparse de las faenas de la cabaña. Cuando le he insistido, se ha parado a pensarlo un momento y me ha dicho, “no sé… trepar a los árboles… columpiarnos… cosas así”. Quizá ha pensado que esos tesoros de la imaginación infantil hay que guardarlos con siete candados y no se le pueden contar a un extraño. O a lo mejor están tan escondidos que tiene que hacer un esfuerzo mayor que el que ha hecho para recordarlos.

Me ha contado algunas cosas, sí, que completan el paisaje de este cuadro de su infancia que he querido pintar aquí. Las describo y termino esta semblanza.

Cuando le he preguntado por su relación con la naturaleza que la rodeaba, y más concretamente con los animales salvajes, me ha dicho que apenas existía esa relación porque ella, en su infancia, siempre permanecía en la cabaña o sus alrededores. Solo recuerda el caso de los zorritos de Darwin, que sus padres adoptivos perseguían activamente, cercándolos con sus perros para matarlos. Esto era porque los zorritos, a su vez, mataban las gallinas y los corderos y chanchos recién nacidos que se ponían a su alcance. En esto coincide María con la opinión generalizada de que el zorrito, que está en trance de extinción en Chiloé, ha sido víctima sobre todo del perro doméstico.

 También le pedí más detalles sobre lo que comían habitualmente. Me respondió respecto a lo que comían sus padres adoptivos, una dieta basada en la papa en forma de milcaos y chapaleles, o simplemente asada en las cenizas calientes del fogón. También era esta dieta muy abundante en carne y pescado, la primera procedente de cuando carneaban un ternero, y el pescado casi siempre robalos capturados con lienza desde la playa. Cortaban muy delgados los trozos de carne o pescado,  que salaban y colgaban del techo sobre el fogón para que se secaran y ahumaran, con todo lo cual se conservaban mucho tiempo. A veces estos trozos  eran demasiado gruesos y la sal no los penetraba totalmente, lo que permitía que pudiera crecer en su centro el gusano o larva de la mosca. Como María era la cocinera, cuando echaba a la olla alguno de estos trozos de carne mal conservada, uno o dos gusanos hervidos terminaban apareciendo en la superficie del caldo, y su madre adoptiva le decía que no importaba, que ese guiso había que comérselo.

Respecto al barrido de la cabaña, que como ya he escrito se hacía con un escobón grande de ramajos, recuerda María riéndose la que se formaba cuando se barría. Entre el polvo que levantaba el escobón y el humo que ya estaba acumulado en la parte alta, había veces que era imposible ver nada.
También me contó que sus padres se hacían ellos mismos sus botas de monte, formadas sobre un trozo de cuero de vaca con el pelo hacia dentro, cosido por la parte de arriba con tiras finas de cuero.

Esto, de momento, ha sido todo. Creo que la forma de vivir de María y sus padres en el campo y en los 1970’s, no se diferenciaba mucho de la de tres o cuatro siglos antes. Una cultura rural, integrada en la naturaleza y totalmente autosuficiente. Basada en la leña, la papa, el ganado y la orilla del mar. Dura y auténtica, tal y como es la gente de Chiloé.

Por cierto que he conocido pocas personas con la capacidad que tiene María de leer los signos de la naturaleza tal y como se van desplegando delante suya. Solamente en relación con los pudúes, a los que ella llama venados, y en los últimos días, me ha mostrado sus huellas y qué es lo que comen en los alrededores de mi cabaña: como arrancan la corteza de los ciruelillos jóvenes, que debe ser un bocado exquisito para ellos, o acaban con todos los brotes tiernos de las matas de chilcones que están a su altura sobre el suelo. Todo esto visto y leído en sus efectos sobre las plantas.  Al igual que los rastreadores de aquellas películas clásicas del Oeste, María anda naturalmente por el campo mirando más al suelo que al cielo, demostrándote continuamente la cantidad de mensajes que están escritos en los bosques, las pampas y los senderos para el que sepa leerlos. 
Si personas con estas capacidades de percepción creen firmemente en la existencia del Roende, por algo será, pienso yo. Y empiezo a ser más cauto en relación con los misterios de los bosques chilotes, más respetuoso, convencido de que no todos vemos lo mismo, porque cada uno ve lo que es capaz de ver,  nada más... y nada menos.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Contra la oscuridad

Cuando la oscuridad te acosa, cerrando golpe a golpe los espacios de luz que te iban guiando, y tienes la impresión de que el laberinto en que estás metido no tiene salida,




Cuando ves que las furias arremeten contra lo que tú creías que era una roca, esa que sentías que llevabas dentro, y empiezas a temer que tú también podrías llegar a deshacerte en pedazos,




Entonces es cuando tienes que tener en cuenta que eso que sientes no es más que miedo, producto de tu debilidad humana, que fuera de ti  todo sigue siendo hoy igual que era ayer y que será mañana, que encima del pozo en que tú solo te has metido sigue viva la luz del día y que pronto considerarás lo que estás sintiendo ahora una efímera pesadilla.

martes, 22 de marzo de 2011

La cultura del Chiloé rural (2).- La vida de una niña humilde en Duhatao (continuación).

Describiré ahora el modo de vida de la familia adoptiva de María, que estaba basado en la combinación de ganadería, agricultura, marisqueo y leña, que es el sistema típico de explotación del campo chilote. Las diferencias entre familias están en la intensidad de la explotación que pueden llevar a cabo, que depende de los recursos disponibles en personas, dinero y tierra, por este orden de importancia. En el caso de María, personas no había más que el padre y la madre, que ya eran mayores cuando María todavía era pequeña.  Dinero, nada. Y tierra, la justa para la supervivencia, mitad pampas y mitad renovales.

Tenían algunas vacas a las que les criaban los terneros que luego vendían. De las madres obtenían algo de leche, la estrictamente necesaria para el consumo doméstico. También tenían la indispensable yunta de bueyes y un caballo. En ganado menor disponían de algunos chanchos (cerdos). Hacían reteimiento (matanza) una vez al año, y la madre de María usaba la manteca para amasar el pan y otros menesteres de la cocina.

Además había gallinas, esas entrañables gallinas chilotas que son mascotas más que animales de granja. En el caso de María, así era sin duda. Las gallinas  se recogían todas las noches dentro de la cabaña familiar, arrimaditas al fogón, donde en uno de sus lados había dispuestos unos palitos para que las gallinas pudieran encaramarse  y dormir así calentitas junto al fuego. También dormían dentro de la casa los gatos, mientras que los perros lo hacían fuera. Cuenta María que cuando alguna gallina tenía pollitos sucedía, a veces, que algún gato no podía resistir la tentación, los acechaba en silencio durante la noche y mataba alguno. Como era difícil que el pollito no hiciera ningún ruido, el gato era descubierto enseguida, y al día siguiente sacrificado. Recuerda María que sufría al verlos matar, porque la forma de hacerlo era cruel, a palos en la cabeza, los cuales no eran del todo certeros y el animal tardaba en morir, con mucho sufrimiento. Esta crueldad no era intencionada, sino resultado de la torpeza.

En cuanto a la ropa, tenían bastante escasez, posiblemente como consecuencia de andar siempre cortos del dinero necesario para comprarla en Ancud. Se apañaban básicamente con lana de oveja tejida en el campo. De telas, prácticamente nada, lo indispensable, pero María no consigue acordarse de prendas concretas. Sí recuerda que aprovechaban los sacos de 40 kg en que venía la harina que se compraba para hacer  el pan. Abriéndoles un agujero en el fondo para la cabeza y dos a los lados para los brazos, los convertían en camisas de dormir. Probablemente se trataría de sacos de yute (Nota 1).

Respecto al calzado, la situación era parecida. Solamente el padre de María usaba habitualmente botas de goma. La madre iba siempre descalza, más aún, le costaba ponerse zapatos cuando tenía que hacerlo, como para ir a la ciudad , porque le resultaban muy incómodos. María y su hermano, también, andaban habitualmente descalzos.

Comían bien. En el campo chilote hasta los más pobres han tenido siempre su tierra y su ganado, salvo excepciones inevitables y desgraciadas. Bastaba con ser diligente para no pasar hambre. La base de la alimentación era la papa. En la huerta se cultivaba repollo, ajo, cilantro, cosas así. La carne y leche la suministraba el ganado vacuno, también el reteimiento del chancho y algunas aves. La grasa para cocinar era manteca de chancho. Luego estaba todo lo que daba la mar: principalmente  luches y cochayuyos (dos tipos de algas comestibles), lapas y a veces robalos.

Se dormía en el suelo, más o menos cerca de la candela según fuera invierno o verano, sobre una cama de la misma paja ratonera con la que se hacía el techo, quizá cubierta con una frazada o un cuero y tapándose el cuerpo con una o más frazadas.

Los niños iban a la escuela, pero solamente a la primaria. Los padres adoptivos de María eran creyentes, pero dado lo aislados que vivían tenían pocas ocasiones de ir a la iglesia. Jamás faltaban a misa con ocasión de la fiesta de la Candelaria, el 2 de febrero
.
Dice María que, en la práctica, a la ciudad, aparte de para hacer alguna que otra compra muy fortuita, solo se iba para morir. Cuando una persona se ponía muy enferma solían llevarla como podían, parte del camino en un trineo tirado por bueyes, parte a lomos de caballo, hasta el hospital de Ancud, las más de las veces para que muriera allí.

Por esto mismo prácticamente nunca se iba al médico. Tampoco había machis por allí que pudieran practicar una medicina natural. Su madre era la doctora de la familia, con las hierbas sanadoras que conocía, administradas normalmente en forma de agüitas. Una anécdota curiosa de su madre es que utilizaba de vez en cuando su propia orina para tratarse. La iba guardando hasta un total de unos quince días en una artesa de madera, de modo que la orina llegara a fermentar. El caso era, dice María, que desarrollaba un olor muy fuerte. Luego se daba friegas con ella por toda la cabeza. Después, naturalmente, se lavaba bien con jabón. Decía la madre de María que estas friegas ayudaban a prevenir los “aires”, que entiendo eran los accidentes cardiovasculares.

En estas condiciones tan pobres y a la vez tan compenetradas con la naturaleza, se crió María. Su vida, como la de todos, ha cambiado mucho, pero no guarda un mal recuerdo de su infancia, al contrario. En la tercera parte de esta historia intentaré que me cuente cómo fue su relación con los animales y las plantas que los rodeaban.

Hablando con María de todas estas cosas, le comenté que yo tenía la impresión de que el Roende (o Trauco) tenía el significado funcional de asustar a los niños lo suficiente para que no se alejaran de casa y se perdieran en el bosque. Estuvo de acuerdo en que eso era posible, pero inmediatamente se puso seria y me dijo: “pero el Roende existe”.

También me contó, en el curso de esta conversación, otra historia de brujos, que le había contado su padre adoptivo como algo que le había sucedido a su abuelo. Paso a narrarla.

Un intento de secuestro.

La abuela adoptiva de María, a la que ella no conoció, estaba dando a luz una noche, sobre una piel de ternero, sola con su marido en su cabaña. Los perros empezaron a ladrar. El abuelo vio una sombra que se debatía en la ventana, como queriendo entrar. Entonces el abuelo cargó la escopeta que tenía, que podía ser todavía de las que se cargaban por la boca, porque dice María que le puso “sal bendita”. Supongo que pondría pólvora, un taco, plomos o postas mezcladas con sal y finalmente otro taco para apretarlo todo (Nota 2). Se asomó a la ventana y disparó al bulto negro, que salió huyendo perseguido por los perros. A los pocos días, alertado quizá por el vuelo de los jotes, alguien se encontró en una playa cercana y solitaria el cadáver de un hombre, con heridas de plomo, vestido con una especie de pijama o mono hecho de lana completamente negra y con los pies descalzos. Nadie lo conocía por los alrededores, y por eso se pensó que podría tratarse de un brujo.

Esta historia hay que ponerla en relación con la ya contada en este blog respecto a la celebración de un aquelarre. Creía la gente que los brujos robaban guagüitas (bebés) para sacrificarlos en sus rituales, y ésta podría haber sido la intención del presunto brujo que se asomó por la ventana de esta historia, entrar y llevarse a la guagüïta.  

Notas:

(1).- En los 1950s, la gente de la mar en España, al menos los pescadores de altura del Sur, cuya vida conozco bien, entraban en el puerto de Tanger (Marruecos) para comprar los sacos de yute en los que llegaba el azúcar importada de Cuba. Con estos sacos se hacían impermeables de mar, para trabajar en cubierta de sus barcos con mal tiempo. Como en el caso de María, un agujero en el fondo para la cabeza y dos a los lados para los brazos. Luego lo impregnaban todo con abundante aceite de linaza para impermeabilizarlo. Decía el amigo que me lo contó que algunos se pasaban con la linaza, y quedaban sus trajes de mar rígidos como una armadura medieval.


(2).- A la sal marina siempre se la ha considerado dotada de propiedades mágicas, en muchas culturas. Desconozco las razones de fondo. En España, la gente de la mar, que suele ser supersticiosa, tiene mucho cuidado con la sal. Si, por ejemplo, una vecina llega a tu puerta y te pide un poco de sal prestada, no se la puedes dar nunca desde dentro de tu casa. Tienes que coger tu paquete de sal, salirte con él fuera de tu casa, y una vez allí, darle la sal que necesita. Se piensa que si la sal sale de dentro a fuera se lleva con ella toda la buena fortuna que pueda haber en la casa.

lunes, 21 de marzo de 2011

Hernando de Magallanes navega de nuevo



El espíritu indomable de Hernando de Magallanes va a poder contemplar de nuevo las aguas de su Estrecho desde una nao que es réplica exacta de aquéllas con las que él consiguió atravesarlo.

Este es el proyecto que lleva adelante un empresario chileno de Punta Arenas, Juan Luis Matassi. Ha construido en el astillero familiar la nao de la que presento hoy aquí, con su autorización, algunas fotos. Estas fueron tomadas por Branco Papic, que vive en Chiloé, y me las hizo llegar nuestro amigo común Miro Yurac. Cuando las vi me quedé con la boca abierta, y tenía poderosos motivos  para ello. Soy un apasionado de la navegación y de su historia, y por razones que no vienen al caso conozco muy bien cómo era una de esas naos en las que navegaban los españoles de la época de los descubrimientos. Pues la que ha construido Juan Luis es una réplica exacta de aquellas naos, además de que la construcción se ve bellísima y de una gran calidad. Haré todo lo posible por ir a Punta Arenas a disfrutarla de cerca.
El proyecto de Juan Luis Matassi es turístico. En una primera fase, quiere que su nao sea la sede de un Museo Hernando de Magallanes, en Punta Arenas. Y en una segunda fase, botarla a la mar y convertirla en un museo flotante, en el que los entusiastas de la navegación puedan cortar las aguas del estrecho como lo hizo Magallanes en su nao Trinidad, como lo hizo también la nao Victoria, que navegaba con ella y consiguió culminar la primera vuelta al mundo. A mí me parece una idea empresarial y turística extraordinaria, y ya felicito a Juan Luis por el éxito que se merece y que estoy seguro le va a llegar enseguida.

De la gesta de Magallanes se podrían escribir millones de palabras. Recomiendo la biografía que le hizo Stefan Zweig y la narración de toda la circunnavegación por uno que la culminó junto a Elcano, el italiano Antonio Pigafetta. Aquellos navegantes del siglo XVI eran gente absolutamente extraordinaria. Baste decir que Magallanes cruzó el Estrecho de su nombre en 27 días, enfrentando los vientos huracanados que bajan de las montañas que lo circundan y las corrientes enloquecidas que empujan a los barcos contra las rocas. Lo de huracanados y enloquecidas no es exageración. En los Ocean Passages for the World del Almirantazgo británico, pero en los editados actualmente, cuando se supone que la navegación a vela ha progresado muchísimo técnicamente respecto al S. XVI, se dice que un velero que navegue exclusivamente a vela no debe aventurarse a cruzar el Estrecho de Magallanes de Este a Oeste, siendo preferible que lo haga por fuera del Cabo de Hornos; porque si lo intenta tendrá que enfrentar corrientes hacia el Este y vientos del Oeste muy duros, y la travesía puede llevarle más de tres meses. Pues eso Magallanes lo hizo en menos de un mes. Creo que basta con este comentario para marcar la talla de aquellos hombres.

Por cierto que fue la gente de Magallanes quien inventó el nombre de Patagón, por las enormes huellas que dejaban los amerindios que habitaban aquellas orillas, resultado de que eran altos pero además calzaban grandes zapatos de piel de guanaco. De ahí surgió la denominación de Patagonia, una región inmensa que llegaba casi hasta Buenos Aires y hasta Chiloé, y que no pudo ser conquistada ni colonizada hasta el S. XIX.

Magallanes y su gente debieron pasarlo tan mal atravesando el Estrecho, que cuando por fin alcanzaron el mar abierto en el cabo Pilar, le dieron a ese mar el nombre de Pacífico, y eso que es bien sabido que las aguas del océano en esas latitudes son de las más tempestuosas del planeta, y sus olas vienen encrespándose e irritándose durante más de 7.000 kms, desde Nueva Zelanda, llegando con frecuencia al cabo Pilar arboladas y gigantescas.



domingo, 20 de marzo de 2011

La cultura del Chiloé rural (1).- La infancia de una niña humilde en Duhatao

Bosque de olivillos costeros entre Duhatao y Pumillahue

Decía Pitigrilli, el gran humorista italiano, que “la educación consistía en  comportarte cuando estás solo como si estuvieras delante de los demás, y cuando estás delante de los demás como si estuvieras solo". A un nivel más profundo, la cultura es aquello que determina, no solo cómo te comportas cuando estás solo o ante los demás, sino también cómo lo haces cuando te enfrentas con hechos inesperados y te ves ante situaciones difíciles, o cuando estás contento y quieres celebrar con los demás las bondades de la vida. Implica la cultura una visión del transcurrir del tiempo, del por qué y el para qué estás en este mundo, unas creencias, unas fuentes de miedo y otras de esperanza, unos hábitos, unas costumbres, unas reglas de comportamiento, tantas y tantas cosas más. Tu cultura, la tuya, la que has mamado de tu madre y recibido de tu padre, ésa que te ha ido haciendo una persona, es como un árbol grande y viejo. Crees que la conoces porque puedes ver su tronco atormentado, sus ramas y sus hojas. Pero sus raíces, esas que en el caso de la cultura penetran en lo más profundo del misterio humano, en el subconsciente y en el pasado, están siempre bajo tierra, escondidas, ocultas.


Intento en estas líneas aproximarme a la cultura del Chiloé rural, campesino y marinero. Lo hago para dejar un testimonio escrito de ella. Un testimonio,  uno más, humilde, sin pretensiones de totalidad. A pesar de lo limitado de mis objetivos, la tarea es enorme, tanto como la misteriosa complejidad humana. Consciente de la dificultad, inicio mi caminar. Lo hago recogiendo las vivencias de una amiga que pertenece a esa cultura, a la que daré el nombre figurado de María. Escribiré esas vivencias con pluma fiel de amanuense, tal y como ella me las ha contado. Las acompañaré también, cuando sea pertinente, de comentarios y anotaciones mías. Y haré lo imposible por que su lectura sea suficientemente entretenida.

En ello me pongo ya.

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María nació a mediados de los 1960’s, en el sector rural de Duhatao, comuna de Ancud, provincia de Chiloé. Fue uno de los numerosos hijos de una mujer muy pobre, que no teniendo la capacidad de criarla, la dio en adopción a un matrimonio ya mayor, sin hijos, que vivía en un rincón apartado, en medio de los bosques que se extienden entre la laguna Tuerta y el río Duhatao, cerca de la orilla del mar. Como en muchas otras culturas rurales, esta práctica de la adopción puede haber sido relativamente corriente en Chiloé. El niño adoptado era acogido por unos padres capaces de criarlo pero que no podían tener hijos naturales. Este matrimonio infértil se garantizaba así una sucesión, y sobre todo una protección durante la vejez (Nota 1).

Los padres adoptivos de María tenían una dificultad adicional. Ella era de una región lejana a Duhatao, y él, aunque natural de aquí, procedía  de una familia poco fértil y no tenía hermanos. Esto, en aquellos tiempos, también conducía a la pobreza, pues no disponías de parientes cercanos con los que te fuera fácil hacer mingas,  es decir, compartir un trabajo colectivo, hoy te ayudo yo a tí a recoger las papas y mañana tú a mí, este tipo de cosas. Lo que disminuía mucho tus posibilidades de siembras y otros trabajos agrícolas. Nunca fue un factor limitante en Chiloé la posesión de la tierra, los padres adoptivos de María tenían la suya, el problema era disponer de los recursos humanos necesarios para trabajarla. Si además vivías en un sitio alejado, tus dificultades aumentaban. No pasabas hambre, pero difícilmente podías generar el excedente de ganado o papas que te permitiera, vendiéndolo en el mercado,  conseguir moneda suficiente para comprar otros bienes necesarios que solo podían obtenerse en la ciudad. Vivías entonces en unas condiciones de autosuficiencia, a un nivel de supervivencia. Solamente te abastecías fuera de tu campo de lo estrictamente indispensable, y ya veremos cuán poco era esto.

Bosque nativo al Este deDuhatao. Estos árboles
 alcanzan en su mayoría alturas de 30 a 40 m
En estas circunstancias, la infancia de María fue pobre, pero no infeliz. 

Vivía con sus padres adoptivos en una cabaña muy sencilla, prácticamente reducida a una habitación, en cuyo centro había un fogón de llama viva, hecho en una depresión del suelo, siempre encendido y relleno de piedras y cenizas bajo la leña. Una cadena colgaba del techo sobre el hogar; en sus eslabones se colgaban mediante ganchos más o menos grandes los distintos cacharros de cocina; siempre había allí una tetera con agua caliente lista para hacerse un mate, y allí se disponía la olla para preparar un caldillo o un curanto; la altura del eslabón en que se colgaba el correspondiente cacharro determinaba el calor que recibía. Manejada con habilidad, esta cocina tenía las mismas prestaciones que una más moderna, aunque resultara incómodo su uso (Nota 2). Pero el sentimiento de incomodidad nace de la posibilidad de comparar opciones, y allí esto no existía.

La base de cenizas y piedras sobre la que ardía la leña se utilizaba en ocasiones como horno para cocer el pan; se amasaban piezas grandes que se enterraban para cocer en las cenizas calientes; luego, cuando el pan estaba listo, había que raspar toda su superficie con un cuchillo para dejarlo bien limpio. Pero era un pan muy rico. (Nota 3).

Las paredes de la cabaña eran de tablas  cubiertas por tejuelas de canelo. El techo, comúnmente a dos aguas, estaba hecho de un armazón de varas cubierto de paja ratonera (Nota 4), formada ésta en haces que se colocaban muy apretados unos contra otros.  Inicialmente se colaba algo de agua de lluvia, pero pronto el humo del fogón transportaba hasta el techo partículas muy finas de leña medio chamuscada y breas, que iban rellenando los poros existentes entre la paja y terminaban asegurando una buena impermeabilidad. Claro que esto tenía una contrapartida, que el humo salía fuera cada vez con más dificultad, porque la cabaña no tenía chimenea. María recuerda riéndose que cuando la cabaña era vieja todo terminaba estando bien seco dentro, “pero vivíamos entre el humo, estábamos permanentemente negros como el carbón”.


Las ventanas eran pocas y pequeñas, porque no tenían cristales. Para protegerse del frío y la lluvia se cubrían con trozos del plástico de los sacos de abono, que era semitransparente,  permitiendo que dentro de la cabaña hubiera una luz de penumbra, suficiente para orientarse y moverse. La puerta era una, partida en dos mitades, la de abajo y la de arriba.


El suelo era de tierra apisonada, supongo yo que tendría todo en derredor una zanja exterior para evitar que entrara el agua. Se barría con escobones hechos de ramajos. Cuenta María, riéndose también, que a medida que se iba barriendo se iba sacando poquito a poco tierra del suelo fuera, y que cuando pasaba cierto tiempo el suelo interior de la cabaña llegaba a estar bastante por debajo del exterior. Seguramente eso lo hacía más confortable y hogareño (Continuará).


Notas:
(1).- Lo mismo sucedía hace años en sectores rurales y pueblecitos marineros del Sur de España, cuando todavía no había un sistema de Seguridad Social para campesinos sin tierra y pescadores. Las parejas pobres, que eran la mayoría, no podían permitirse el lujo de llegar a la vejez sin hijos. Lo habitual no era la adopción, sino que la mujer quedara fecundada por su novio antes de que se formalizara la unión, asegurando así la fertilidad de la pareja. A esto se le llamaba “comerse la merienda antes de que llegara la hora”.

(2).- La foto que hace de portada al blog lavidaesbellayencolores.blogspot.com es un ejemplo de este tipo de cocinas, que todavía existen en Chiloé. El blog citado, cuyo nombre es “Descubriendo el archipiélago williche”, proporciona, con sus excelentes fotos y textos, una inmersión profunda en la gente y la cultura de Chiloé.

(3).- Yo he comido un pan parecido en pleno desierto del Sahara, solo que en vez de cenizas se usaba la arena calentada por el fuego y en vez de harina se usaba sémola de trigo. Sale un pan excelente, que cuando comido recién hecho está delicioso y no necesita haber sido amasado previamente.


(4).- La paja ratonera es el Anthoxanthum altissimum, una gramínea herbácea muy alta que crece en verano en las pampas de Chiloé. Hay una referencia a ella en un libro esencial para el conocimiento de Chiloé: Cárdenas, Renato y Villagrán, Carolina (2005).- Chiloé. Botánica de la cotidianidad. Tendré que citar más de una vez este libro indispensable y lo haré como Cárdenas/Villagrán 2005. 



viernes, 18 de marzo de 2011

Del Japón a Chile: la singladura de un Tsunami

Tomado de:


Casi veinticuatro horas, una singladura en términos naúticos, es lo que ha tardado el Tsunami provocado por el seísmo del día 11 de marzo del 2011 en Japón en alcanzar las costas de Chile. Casi 17.000 km recorridos a una velocidad constante de unos 700 km/h. Todas estas cifras son impresionantes por sus dimensiones absolutamente suprahumanas, como lo es el que un fenómeno telúrico, que eso es en definitiva un Tsunami, pueda extender sus efectos a toda la inmensidad del Océano Pacífico. Ante estos hechos la Tierra se nos queda pequeña, y el ánimo sobrecogido.

El gráfico de la entrada recoge claramente la dinámica del suceso. En él se ve cómo ha ido extendiéndose el tren de olas del Tsunami por todo el Pacífico, y el tiempo que ha tardado en llegar a cada punto.
El terremoto, con un Richter de 9,0, ha sido devastador en sus efectos en tierra firme, pero si no fuera  por algunos de sus efectos colaterales, como el accidente nuclear (ver Nota al final), el Tsunami lo habría sido más todavía, como suele suceder.Porque la tecnología ha luchado eficazmente a lo largo de los años contra las ondas de choque sísmicas, pero contra la arrolladora muralla de agua de un Tsunami poco se puede hacer, como no sea salir corriendo.

En esto del salir corriendo vale la pena detenerse un momento. Cuando un Tsunami avanza paralelo a una costa, porque el epicentro del terremoto que lo ha producido está cerca de ella, como ha sucedido ahora en Japón y pasó en Chile en el gran terremoto del 2.010, la velocidad de desplazamiento de la ola es algo más lenta que en las aguas libres del océano, pero puede alcanzar fácilmente los 500 km/h. En términos prácticos esto significa que en la costa situada bajo la influencia de un Tsunami que se desplaza a lo largo de un litoral, la ola destructora llega a las playas afectadas en menos de 2 horas. No hay sistema de alarma en el mundo que sea capaz de prevenir a tiempo el desastre inevitable, por muy perfeccionado que esté. La única salida para salvar vidas es que la gente que está en la playa salga corriendo,por su propio impulso, lo antes posible después de sentir el seísmo,  hasta subir a una altura por encima de los 40 ms sobre el nivel del mar. Esto lo sabe muy bien los que viven en las costas de Chile, un país que es afortunado desde este punto de vista porque en casi todo su litoral las orillas del mar están festoneadas por cerros. En cuanto que sienten el seísmo, los chilenos de la costa trepan a los cerros, porque está encarnado en su cultura el hacerlo. 

Pero hoy  bastante más del 50% de la población de Chile vive en ciudades del interior (el 40% en Santiago), y se han educado en una cultura urbana, alejada del mar. Muchos bajan desde estas ciudades a las playas en verano. De donde puede concluirse que el mejor método de prevenir los desastres en pérdidas de vidas humanas provocados por un Tsunami es la mentalización y la instrucción de los niños y los jóvenes a lo largo de todo su ciclo de aprendizaje, desde la Escuela hasta la Universidad.

Todo el que duerma en la costa durante una plácida noche de verano, debe tener claro el trazado de su camino de huida en la oscuridad hasta una altura segura por encima de los 40 metros sobre el nivel del mar. 

Nota: Pero parece que el accidente nuclear fue también un efecto directo del Tsunami, en cuanto a que fue éste el que destrozó el sistema de refrigeración de los reactores nucleares, mientras que los reactores en sí mismos resistieron las ondas sísmicas, y solo se incendiaron y fundieron después, como consecuencia de la falta de refrigeración.


LIBIA: el Consejo de Seguridad aprueba el recurso a la fuerza

Son casi las diez de la noche chilena del 17 de marzo y el Consejo de Seguridad de la ONU acaba de aprobar por mayoría de 10 sobre 15, sin ningún voto en contra, la intervención militar en Libia. La zona de exclusión aérea, que impedirá a la aviación de Ghadafi seguir bombardeando a los libios, debe ponerse en marcha inmediatamente, eso hay que esperar.

Por doloroso que sea siempre el recurso a la violencia, creo que esta es una noticia extraordinariamente buena y hoy es un día grande para el mundo. No había otra salida razonable y democrática. Si hubieran intervenido por su cuenta USA o la OTAN, el mundo se les habría echado encima.

Ojalá la decisión marque además un cambio irreversible y la ONU y su Consejo de Seguridad recobren, o mejor, adquieran por fin, el protagonismo que deben tener en el gobierno del mundo. Un mundo multipolar, sin imperios, donde tiranos (no hay mejor nombre) como Ghadafi no tengan sitio.

Por lo demás, suerte para los libios, que se encontrarán ahora, ojalá llegue a ser así, ante un vacío de poder y la amenaza de enfrentamientos secundarios, porque hay que suponer que el ejército de Ghadafi quede moralmente deshecho. Esos son los riesgos de la libertad. Ahora es cuando hay que ayudarlos. Al menos el dinero del petróleo no les va a faltar, pero el dinero no lo es todo, peor aún, en el caso libio puede ser un peligro cierto.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Buscadores de tesoros en Chiloé


Parte importante de la historia de una tierra es la que le cuentan los padres y los abuelos a sus niños. Esta es la historia todavía viva, vivida, en trance de convertirse en leyenda, capaz de alimentar las fantasías de los jóvenes. Yo intento descubrirla en mi pequeño Duhatao, aplicando a esta tarea si no el mismo cariño, porque eso es imposible, un cariño parecido al que don Serafín Gonzalez aplicó a su entrañable Quilo. Hay un matiz, yo no busco objetos, sino narraciones, memoria todavía viva que pueda dejarse escrita.

Hoy le toca a un aspecto muy importante que mi amiga y vecina me ha descubierto, el de los buscadores de tesoros. Es importante no solo para Duhatao, sino para todo Chiloé y en particular para su costa Oeste, abierta al océano Pacífico. Esta es una costa problemática por varias razones. el clima es duro, los vientos fuertes, las tormentas frecuentes; un barco de vela puede verse empujado por un temporal, que casi siempre se entabla desde el Noroeste, hacia la costa, con pocas posibilidades de salvación, porque buena parte de ella es brava y rocosa, y la que no lo es forma playas enormes y abiertas, como la de Cucao, donde tampoco hay ninguna posibilidad de refugio. Precisamente uno de los pocos puntos en esta costa que ofrece alguna esperanza de salvarse es la boca del río Duhatao, donde éste se abre en una suerte de caleta o ensenada protegida de las enormes olas de tormenta por una salida al océano muy estrecha. Claro que hay que saber y poder llegar hasta allí, porque por fuera de esta salida hay una confusión de rocas traicioneras, la misma que aparece en la foto que hace de puerta de entrada a este blog. Intentando salvarse naufragó hace años en estas aguas crueles un barco del Norte con veinte o treinta personas a bordo, que habían venido a hacerse un futuro durante la “fiebre del loco”. El último naufragio tuvo lugar hace menos de cinco años, cuando un bote se perdió intentando entrar en Duhatao con mal tiempo, y no se ha sabido nada más de él ni de los dos hombres que lo tripulaban.


Desde los siglos XVI al XIX, muchos barcos de vela que navegaban entre Magallanes y puertos más al Norte han surcado estas aguas, españoles de guerra o comercio, piratas holandeses, franceses o ingleses, balleneros o loberos yanquis, elegantes y rápidos clípers que venían desde Europa a Chile a cargar nitrato, fragatas y bergantines yanquis que llevaban emigrantes a California y buscadores de oro al Yukon. Tántas almas, tántas historias e ilusiones. Entre todos estos barcos, el destino de algunos fue naufragar a causa de un temporal en las costas de Chiloé. Y de estos que naufragaron, unos pocos llevaban tesoros a bordo, bien porque los habían robado o porque querían guardarlos en sitios más seguros. El caso es que en Chiloé, y particularmente en Duhatao, persiste la memoria de algunos de estos tesoros, que empieza ya a transfigurarse en leyendas que mi amiga me ha contado. Voy a dejar constancia de ellas aquí.

La primera se refiere a la laguna Tuerta, situada a poco más de dos kilómetros al Sur de donde vivo. Un riachuelo baja por allí hacia el mar y en una quiebra de los cerros que dificultan su paso se abre en una pequeña laguna, difícil  de descubrir porque el bosque es espeso. Sus aguas son negras, porque el fondo es de piedras negras y quizá también porque las aguas vienen cargadas de los jugos color café de las raíces del tepú. El caso es que dice la tradición que hace muchos años, no se sabe cuántos, unos hombres pasaron por allí con tres mulas cargadas de oro huyendo de otros que los perseguían para robarles. Seguían una huella que sube desde la playa de Chicallanca y pasa por la laguna. Debían ir desesperados, viéndose ya cogidos, quizá porque sus mulas no podían más, pues el oro pesa. Decidieron tirar su tesoro al fondo de la laguna para poder escapar más ligeros. Mi amiga no sabe explicarme más detalles. Piensa que podían ser indios huyendo de españoles codiciosos. A mí me extraña lo de las mulas, porque no las hay en Chiloé, aunque puede que las hubiera en los primeros tiempos de los españoles. Yo imagino que más bien pudo tratarse de navegantes que naufragaron con mucho oro y huían de campesinos curiosos. El caso es que esta noticia persistió durante muchos años, siempre con visos de ser real, hasta el punto de que hace relativamente poco tiempo, siendo mi amiga una niña, un caballero de Ancud trajo a la laguna Tuerta máquinas para encontrar de una vez ese tesoro. Se instalaron cañerías para desviar el curso del arroyo, eso mi amiga lo vio. Y se secó la laguna Tuerta con una bomba. El trabajo fue difícil, porque no dejaba de manar agua del fondo de la laguna, pero finalmente lo consiguieron. No encontraron nada, dicen que solamente una piedra negra que tenía incrustado algo de oro, pero yo sospecho que esto lo inventó el caballero de Ancud para no darse por totalmente fracasado. Quizá el tesoro se lo llevó mucho antes alguien que pasó por la laguna sin hacer ruido, que es como trabajan los mejores cazadores de tesoros.

La segunda historia se refiera a la playa de Diojan, dos kilometros hacia el Norte de donde vivo. Allí, no hace muchos años, menos de cien y más de cincuenta, un hombre empleaba su tiempo en buscar chupones bajo las matas de quiscales (Greigia sphacelata). Estos quiscales son plantas de un metro de diámetro con hojas afiladas dispuestas en rosetas muy espesas, bajo las cuales crecen sus frutos muy dulces, los llamados chupones, que hasta en su forma parecen caramelos. Estando en esto el hombre vio de lejos un cordero nuevo, que parecía perdido. Fue tras él entre las malezas y en el trance de cogerlo tropezó con una caja vieja y herrumbrosa. La abrió y encontró algo que nunca antes había visto, que por lo que se supo después pudieron ser lingotes de oro. Hay que decir que este hombre no estaba muy en sus cabales, es decir, que tenía cierta fama de loco entre sus vecinos. Con la caja se fue a Ancud, a la tienda de comestibles de la que se surtía. Eso en aquellos años había que hacerlo a caballo y se tardaba en ir y venir un día. Se la enseñó al tendero y éste se la cambió por harina  y otros abarrotes, diciéndole además que no volviera más por allí, que ya estaba harto de verlo y aguantarlo. El caso es que según cuentan, con el paso de los años este tendero, poco a poco, empezó a hacerse o mostrarse más y más rico, hasta que llegó a ser muy rico. Esto es todo lo que se sabe del asunto. Los padres u otros parientes de mi amiga conocieron a la señora del buscador de chupones, y ésta, aparte del correr de la voz popular, es la mejor prueba de que disponemos de la veracidad de esta historia.

La tercera y última historia atañe a la punta de Tilduco, situada entre la laguna Tuerta y la playa Diojan, más o menos dondevivo. La leyenda dice que perdida en las aguas bajo esta punta hay un ancla de oro. Yo eso lo dudo mucho, porque las anclas de los marinos son de hierro, rígido y resistente, y el oro es demasiado maleable . Pero con la figura sincrética del ancla de oro la leyenda puede haber querido sintetizar un barco cargado de oro. El caso es que algo debe haber de cierto en todo esto, porque no hace muchos años aparecieron por allí unos gringos que estuvieron varios días volando repetidamente con avioneta por las aguas próximas, y que finalmente le pidieron permiso al dueño de la propiedad de la que forma parte la punta de Tilduco para explorar la costa en busca de cosas antiguas. Permiso que dicho dueño les negó, quizá pensando que si allí había un tesoro el que tenía que encontrarlo era él. Los gringos se fueron para no volver más. Hay que decir que la punta de Tilduco es un enorme farallón que cae a pico sobre el mar, y que en su base se abre una gran cueva en la que algunos que se han atrevido a llegar hasta ella por tierra han encontrado conchales, que son restos antiguos de conchas de mariscos, indicadores de un poblamiento remoto. También tengo amigos de por allí que en los buenos tiempos del negocio de los locos escondían en la cueva los que habían cogido cuando eran más de la cuenta, para venderlos más tarde. Así está la cosa.

Me gustaría terminar esta memoria de hechos pasados con dos consideraciones.

Máscara funeraria en lámina de oro puro
Calima, Colombia, S. I-X A.C
Museo Etnológico de Berlin-Dahlem
Foto de Andreas Praefcke
La primera lo es con respecto al oro. Quizá no hay un mineral que haya estado ligado a los humanos desde tiempos más remotos. Resistente a todo tipo de corrosión, maleable, poco abundante, estuvo presente en el invento del dinero y ha sido desde entonces un poderoso excitante de la fantasía humana. Porque además el oro todavía puede encontrarse en la naturaleza, de ahí la figura del buscador de oro, ese de la fiebre de oro del Yukón que inmortalizó el gran novelista Jack London, el que puede encontrar la fortuna en un filón escondido o en las arenas de un río. Pues bien: en Chiloé todavía hay buscadores de oro, que yo los he visto. Solo persisten hoy en Cucao y sus alrededores, hasta Rahué por el Sur. Buscan el oro en las arenas de la 
playa, porque las vetas auríferas parece que afloran a la superficie en el fondo del mar. También se ha buscado oro hasta hace pocos años en Pumillahue, al lado de Duhatao. De hecho, Pumillahue en williche significa “lugar de mucho oro”.

La segunda, con respecto a la búsqueda de tesoros en las costas de Chiloé abiertas al Pacífico. No solo tengo estas tres referencias a través de mi amiga. Conozco otras personas de Pumillahue que han participado en una expedición (así hay que llamarla, por las grandes dificultades de acceso) a un lugar de la costa entre Duhatao y Chepu en busca de unos restos de naufragio antiguo que se veían desde el mar pero no eran accesibles por lo bravo de aquellas orillas. Tuvieron que atravesar una masa de vegetación casi impenetrable para llegar a la costa, y ya en ella trepar como chivos. Encontraron componentes de hierro de un velero antiguo, entre ellos un ancla enorme. Pero nada de oro.

En  cualquier caso: ciertas o no, en todo o en parte, estas tres historias son bonitas y encierran mensajes importantes sobre la cultura local:  que está abierta al mar, desde el que puede llegarle tanto la desgracia como la salvación, y abierta también a la esperanza fantástica de que el día menos pensado la pobreza puede convertirse en oro puro, de 24 kilates, como el de la máscara funeraria colombiana que he bajado de esa cueva de Alí Babá que es Internet.