viernes, 28 de febrero de 2014

Algo se está moviendo en las entrañas del mundo.

Hace ahora tres años que la que se llamó primavera árabe estaba en todo su esplendor. La revolución popular había estallado en la plaza Tahrir del Cairo, el poder despótico de Gadaffi empezaba a agonizar en Libia, la muerte de un héroe, Mohamed Bouazizi, iniciaba el final de un régimen corrupto en Túnez. Todos estos acontecimientos ponían de manifiesto que los pueblos podían rebelarse y cambiar la historia, por tanto el mundo.

Yo estaba entonces en Chiloé, como ahora, y escribí sobre estos asuntos, que me parecieron trascendentales, en el sentido más literal de este adjetivo. Lo eran. A pesar de que estas revoluciones no han llevado todavía a ninguna liberación clara, la entera Africa del Norte y el mundo árabe en su conjunto ya no serán nunca más lo mismo que fueron antes de que estos acontecimientos se desencadenaran. Unos pueblos que lo único que quieren es paz, justicia y esperanza, demostraron que estaban ahí, en pie. Muchas cosas cambiaron desde entonces silenciosamente. Y seguirán haciéndolo.

En estos días el mundo está enfrentando otros dos acontecimientos de significado distinto pero que a mí me parecen de primera magnitud histórica.

1).- La revolución popular más pura y dura ha acabado en Ucrania con un régimen despótico. Todo indica que ha sido una victoria del pueblo solo contra sus opresores. Apoyar a estos fue un inmenso error de la Rusia de Putin. No apoyar con más entereza a los rebeldes ha sido una cobardía de la Unión Europea y la mayoría de las potencias occidentales; cobardía disfrazada de prudencia, por supuesto, pero cobardía. Toda la Europa que fue comunista se conmueve, harta de ver cómo regímenes que fueron despóticos son ahora regímenes corruptos, con personajes del mismo pelaje al mando. Ahí puede surgir un mundo nuevo, en las tierras de Dostoyevski, Tolstoi, tantos otros hombres ilustres, ahí puede renacer ese mundo nuevo de las cenizas de otro mundo que ya está muerto.


2).- Los asaltos a las fronteras de Ceuta y Melilla, dos ciudades españolas ancladas en la costa mediterránea marroquí, por jóvenes subsaharianos que han abandonado sus países para buscar esperanzas de futuro en la Unión Europea. Hace ya muchos años, en 1981, fui testigo de la odisea de todos aquellos jóvenes que ya entonces se ponían en marcha desde la negritud en busca de un futuro mejor. Su primer escollo era el cruce del Sahara. Tardaban hasta dos y tres años en conseguirlo, en una aventura en la que les tocaba trabajar como esclavos en los sitios más insólitos y morir muchos en las arenas del desierto; Gadaffi fue un especialista en maltratar a estos infortunados. Son esos jóvenes que han llegado ¡por fin! a las fronteras de la Unión Europea, que para ellos son las fronteras de la esperanza, y que se encuentran con barreras insalvables, pues la tecnología del control fronterizo ha avanzado mucho y cada vez es más difícil para los desesperados superarla. Asaltan las vallas fronterizas dispuestos a morir en el intento, esa es su petición de auxilio. El Africa negra está harta de su soledad, su condena a la desesperanza. Lo que hace en Ceuta y Melilla es gritar pidiendo auxilio. ¿Seremos capaces los europeos de dárselo? Es nuestra responsabilidad. Durante siglos los esclavizamos, luego repoblamos América con ellos, finalmente los sometimos a un colonialismo despiadado. Va siendo hora de que hagamos algo más justo. Además nos vendría bien, la Europa envejecida necesita de la juventud africana, esto lo digo para que los cínicos también entiendan que ayudar a Africa puede ser para Europa un buen negocio a largo plazo. 

¿A largo plazo?, dirán algunos, ¿qué es eso del largo plazo? Pues el único territorio donde puede sobrevivir la esperanza.

  Arriba: Jóvenes subsaharianos que acaban de saltar violentamente la 
 valla fronteriza y entrar en Melilla.
 Abajo: Revolucionarios ucranianos en Kiev.

jueves, 27 de febrero de 2014

Un final es un comienzo


Son las seis de la madrugada, todavía de noche en este final del verano austral. 

Experimentas esa sensación que puede tenerse a veces de que estás acabado, que terminó tu tiempo, que el silencio se pliega sobre ti y te tapa como un manto oscuro, cuajado de estrellas.


Es extraña, quizá dura, pero no es en absoluto una sensación de fracaso. Muy al contrario, es expectante, hasta emocionada. ¿Qué se abrirá ahora?, piensas, ¿dónde, cuándo y cómo será el nuevo comienzo? 

Porque sabes que cuando mueras de verdad, si es que alguna vez mueres, ni siquiera te darás cuenta de que estás muriendo. 

Sabes que mientras estés vivo estarás eso, vivo. Nada menos que eso.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Estudiando y protegiendo a las ballenas

Tengo por vecinas y amigas aquí en Duhatao a Elsa Cabrera y Barbara Galletti, fundadoras del Centro de Conservación Cetácea de Chile, una organización no gubernamental dedicada a la protección de las ballenas chilenas, muy en particular la Ballena Franca Austral (Right Whale en el esquema de abajo) y la Ballena Azul (Blue Whale). Ambas especies visitan las costas de Chiloé todos los años. Particularmente la Ballena Azul está presente aquí durante la mayor parte del verano, siendo las concentraciones de Ballena Azul en los extremos NW y SW de Chiloé de las más grandes del mundo.

Se cumplen ahora diez años de que las dos iniciaran sus esfuerzos de protección de las ballenas chilenas, con la fundación de CCC. Siguen realizando con el mismo entusiasmo del principio un trabajo bastante duro: fotoidentificar a las Ballenas Azules durante su presencia frente a Duhatao en verano para hacer una estimación científica del tamaño de la población  que nos visita aquí todos los años. Salen a la mar todos los días que el tiempo lo permite en su pequeño bote, patroneado por José, un pescador de la caleta de Puñihuil que se hace cargo de la navegación mientras que Elsa fotografía a los animales que encuentran y Bárbara anota todos los datos de registro. Los tres, Elsa, Bárbara y José forman un equipo compenetrado en un trabajo de bastante riesgo y gran dureza, como yo pude comprobar ayer gracias a que, al estar Bárbara en Puerto Montt por el varamiento con muerte de una Ballena Azul que tuvo lugar probablemente por la colisión con ella de un gran buque de pasajeros, ocupé su sitio en el pequeño bote acompañando a Elsa y José en un día más de su actividad fotoidentificadora.


Elsa, fotografiada ayer en el bote Alfaguara, insignia de CCC en su actividad cetológica. 

Elsa es profesional de la fotografía y su trabajo consiste en, una vez que José acerca el bote a una ballena emergida, que lo estará por poco tiempo, obtener fotos de aquellas partes del cuerpo (aleta dorsal, cola, cara, más unas que otras en función de la especie de la ballena) que tienen valor identificatorio para un individuo concreto, jugando un rol parecido al de nuestras huellas dactilares.

Hacer buenas fotos identificatorias con un teleobjetivo bastante pesado, en un bote que navega a mucha velocidad para acercarse a la ballena y sin tener otro apoyo que sus pies, pues las dos manos tienen que estar ocupadas con la cámara, es un trabajo bien difícil que Elsa domina.




José es un hombre de mar en toda la extensión de esta noble apelación. Nacido en la isla de Santa María, que cierra el Golfo de Arauco frente a la ciudad de Coronel, emigró a Chiloé cuando tenía 18 años y desde entonces ha sido pescador en la caleta de Puñihuil. 


Poca gente conoce las ballenas como él, capaz de identificar sus soplos a una distancia increíble y con el sexto sentido necesario para buscarlas y encontrarlas allí dónde están.









Hacía días que no se veían ballenas en las costas de Puñihuil y Duahatao y nosotros salimos en el Alfaguara muy temprano por la mañana para buscarlas. Bárbara nos indicó que exploráramos hacia el Sur y eso hicimos. Una vez que dejamos atrás la isla de Metalqui, José empezó a ver krill, esas aglomeraciones de pequeños crustáceos que constituyen el alimento de la Ballena Azul, y nos mostró cómo saltaban minúsculos en la proa del bote. Poco después ya veía José los grandes soplos de las ballenas en el horizonte, algo que yo, por supuesto, no conseguía por más que me estrujara los ojos. Poco después de haber sobrepasado hacia el Sur la desembocadura del río Pescado nos topamos con dos Ballenas Francas, lo que fue todo un acontecimiento por su rareza y a las que Elsa fotografió profusamente, obteniendo todos sus detalles identificativos.

Después seguimos navegando hacia el Sur y cuando estábamos al través de la desembocadura del río Abtao, casi llegando a Huentemó, donde empieza Cucao, fue la locura: soplos por todas partes, cerca y lejos, que delataban a Ballenas Azules que emergían por unos segundos para respirar. A mí estos soplos gigantescos del animal más grande de la Tierra me parecieron al principio algo así como esas trombas marinas que como tornados que son llegan a unir mar y cielo. Luego, ante la profusión de soplos en todas direcciones, tuve la sensación de encontrarme en el seno de una gran batalla naval antigua. Elsa fotografiaba y fotografiaba, José seguía a las ballenas por las manchas delatoras de aguas lisas que aparecen en la superficie del mar como consecuencia de los movimientos de sus enormes colas, colocando al Alfaguara donde tenía que estar cuando las ballenas por fin emergían. En fin, un espectáculo absolutamente fantástico, del que presento a continuación algunas fotos.

La cara de una de las dos Ballenas Francas identificadas. Parece como si el ojo derecho semiemergiera del agua en la izquierda de la foto,  y nos mirara (todo esto se verá mejor picando dos veces en la foto con el ratón), quizá preguntándose qué hacen allí aquellos extraños pigmeos. Pero no es así, Elsa me indica que el ojo está mucho más abajo, metido completamente en el agua. 

La Ballena Franca tiene unas callosidades naturales en la cara sobre las que crecen con el tiempo algunos animales marinos. La disposición de estas manchas blancas es única para cada individuo y tiene valor identificatorio.



El soplo de una Ballena Azul, que puede alcanzar una altura de hasta cuatro o cinco metros.

Se produce cuando la ballena, que ha estado comiendo krill con su tremenda bocaza abierta como la pala enorme de una gigantesca retroexcavadora, la cierra, expulsa el agua a través de las barbas quedándose así con el krill filtrado, y sube a la superficie para respirar. El soplo es el aire ya sin oxígeno expulsado. Inmediatamente a continuación la ballena aspira aire y se sumerge para seguir comiendo.




Lo primero que despierta la admiración ante una Ballena Azul es su enorme masa, su gigantesco volumen.  En el extremo izquierdo se ve la aleta dorsal, que en la Ballena Azul es ridículamente pequeña, un remanente evolutivo sin función actual, o casi.







En el lomo de esta Ballena Azul que ha iniciado los movimientos de inmersión se aprecia claramente el relieve de sus vértebras. José decía que era indicio de delgadez, por mala alimentación o enfermedad.








Tanta era la densidad de Ballenas Azules frente a Abtao que muy frecuentemente iban en parejas. Aquí la ballena de la izquierda está terminando de soplar desde los opérculos (orificios nasales) situados en lo alto de su cabeza, y la de la derecha navega veloz con su aleta dorsal todavía claramente emergida.




En las tres fotos de abajo se muestra una de las piezas con valor identificatorio de las Ballenas Azules. En la zona que rodea a la minúscula aleta dorsal hay pequeñas manchas permanentes que son específicas de cada individuo y permiten identificarlo. Pero hay que actuar con rapidez. La ballena ha soplado y aspirado nuevo aire, muestra su lomo (izqda) y enseguida empieza a arquearse (centro) para sumergirse de nuevo (dcha). A veces al final de esta fase mostrará la cola.  Todo esto dura unos segundos y Elsa tiene que apresurarse para sacar una buena foto, con todo detalle.



La cola, en las raras ocasiones en que, como en la serie de fotos de abajo, emerge completamente, tiene un gran valor identificatorio. Manchas y también cicatrices o muescas únicas para cada individuo en los bordes de la cola (dos picaditas de ratón para verlo algo mejor).  En estas fotos de cola hay que darse todavía más prisa.



Ya por la tarde seguía la fiesta identificatoria de Elsa y José cuando de pronto empezó a levantarse una niebla que fue espesándose. Estos cambios súbitos de las condiciones de navegación son típicos de estas aguas y las hacen peligrosas. El Alfaguara, patroneado por José, se vio obligado a iniciar su vuelta a Puñihuil.

Pasada la isla de Metalqui, la niebla se espesó y perdimos totalmente de vista la costa. Hay que decir que un bote tan pequeño como el Alfaguara solo lleva un GPS manual como instrumento de navegación. Elsa y yo pensamos que un compás ayudaría a José, indicándole el rumbo seguido. Una de las funciones de mi reloj de muñeca es precisamente un compás. Se lo ofrecimos a José como ayuda, pero no lo consideró necesario. Nos dijo que podía conocer el rumbo del bote viendo el ángulo que formaba con la mar de fondo, que había venido todo el día del WSW, y no iba a cambiar en unas horas, siendo además este WSW la dirección casi permanente de las mares de fondo de aquí.

Toda una lección de marinería, una de las muchas que José, desde su extrema sencillez, muestra continuamente sin presumir de nada.


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Para terminar esta entrada me gustaría ampliar algo la presentación que he hecho de Bárbara, Elsa y su CCC. 

Hace diez años decidieron que había que hacer algo para prevenir la destrucción de la naturaleza por los humanos y se pusieron en marcha. Lo que más admiro de ellas es que, siendo radicales por lúcidas en sus planteamientos, viendo con claridad lo catastrófico de la situación hacia la que se encamina el mundo, no son radicales ni catastrofistas en su praxis. Muy al contrario, creen en la gente, en la capacidad que tienen los humanos de corregir sus rumbos y actuar de forma más justa y generosa con respecto al futuro.  En los diez años que llevan en Chiloé han ayudado muy certera y eficazmente a la gente de la caleta de Puñihuil a gestionar de forma sostenible y respetuosa con la naturaleza un negocio turístico que progresa brillantemente, siendo hoy la Pingüinera de Puñihuil uno de los atractivos turísticos más visitados de Chiloé. Elsa me lo decía con claridad: muchos proyectos de transformación o de conservación de los ecosistemas fracasan porque sus promotores son demasiado impacientes; se colocan delante de la gente a la que quieren liderar, corren y corren sin mirar hacia atrás, hasta que sin darse cuenta se quedan solos. Si una mejora de la sostenibilidad o la conservación de la naturaleza tiene que tardar diez años, porque su entorno antropológico no está preparado para asumirlo en menos tiempo, es una locura proponerse hacerlo en cinco. Hay que acompañar a la gente, confiar en los humanos, en su capacidad de rectificar y arriesgar. Eso sí, sin renunciar jamás a los propósitos, manteniendo una guardia, una tensión, a la vez amable y constante.

Confianza, pues, en el más racional, también el más animal, de los animales: el hombre.

Aunque quizá, más que confianza, fe en su capacidad de cambiar para mejor. Optimismo a la vez insistente y confiado.

martes, 25 de febrero de 2014

Atardecer en Punta Tilduco, Duahatao, Chiloé, Chile

Para mis amigos que querrían estar aquí pero no pueden, ahí van algunas fotos del atardecer de hoy visto desde la terraza de mi cabaña.


El mar como elemento central del paisaje.

En él, incluso en un día calmo como hoy, la mar de fondo del WSW, ésa que llega de Magallanes después de correr enloquecida desde Nueva Zelanda, asurcando las aguas con su firma.






Hace muchos años, la gente de por aquí que se ganaba la vida en las playas, mariscando o recogiendo algas, dormía en ellas. Encendía hogueras para calentarse durante la noche. A veces estas hogueras o sus chispas prendían los matorrales de quila, que llegaban casi hasta la línea de la pleamar. Las quilas eran jugosas por fuera pero secas por abajo. Un incendio se desataba, que si llegaba hasta el bosque quemaba los viejos troncos centenarios de los olivillos. Quedaban como en la foto, testimonio del paso del tiempo y de la fatalidad que lo acompaña. También perchas para que los pájaros puedan contemplar el paisaje y calentarse en el Sol mañanero, después de la frialdad de la noche.




Mis amigos Tiuques usan estas viejas perchas para espiarme y ver cuando he preparado su desayuno de pan en el barandal de mi terraza.

De esta forma cariñosa me dan los buenos días. Del mismo modo me desean buenas noches, como en la foto.




La piedra del Elefante luce sus mejores colores y formas con el Sol poniente. A mí me parece que me está mirando, consolándose conmigo de la magnitud larguísima de una vida geológica. Ella a lo mejor querría ser ya arena.




A mi lado hacia el Norte, el bosque de Olivillos luce en todo su esplendor, que lo es desgarrado, pobre y marinero, sometido como está a los peores vendavales del NW y a la sal marina. 

Los Olivillos crecen en sus puntas, los troncos desnudos parecen muertos, pero no lo están. Son como aquellos navegantes antiguos de los veleros que exploraban y descubrían el mundo. Comidos por el escorbuto, la fatiga y el miedo, a pesar de todo ello les seguía latiendo el corazón con toda su fuerza. 

Los olivillos y los hombres resisten bien al mar.






El Sol de verano se pone finalmente por el WSW. Cada día un milagro distinto de colores.

Siempre nos deja con la seguridad de que volverá a encontrarse con nosotros cuando amanezca. No nos dice adiós, sino hasta mañana.








































































lunes, 24 de febrero de 2014

La costa brava de Chiloé

La isla de Metalqui, hoy, vista desde el Norte
Visité hoy de nuevo la isla de Metalqui, con unos amigos y otra vez en la embarcación Blue Whale Explorer, una empresa conjunta de los operadores turísticos de la pingüinera de Puñihuil. El día prometía bueno pero no cuajó como tal: un viento frío del Sur, la omnipresente mar de fondo y una niebla que disminuyó la visibilidad a poco más de una milla, lo convirtieron en un día duro, gélido en mitad del océano, en el que no había horizonte suficiente para avistar ballenas. Aun así, es tanta y tan singular la belleza de aquellos paisajes que sobradamente mereció la pena la excursión.

Lobos junto al mar en la cara Sur
de la isla de Metalqui
Metalqui seguía tan bello como siempre, llenos de lobos enamorados y sus familias, un espectáculo visual espléndido pero también oloroso y sonoro. Allí estaba fondeado, amparándose del viento Sur tras los farallones impresionantes de la costa Norte de la isla, un pesquero de Castro, el Carlos Fabian, dedicado a la pesca de la reineta (palometa o japuta en España) con espinel (palangre en España). Estos barcos hacen turnos de varios meses en la mar, una vida dura, más en aquellas aguas. Nos acercamos a saludarlos y nos pidieron tabaco, voló un paquete de cigarrillos hacia ellos y tardaron décimas de segundo en encenderlos y “echárselos a pecho”. Me acordé de la gente de la mar española, los pescadores de altura, de los que tan cerca estuve durante años. Aquellos hombres del Carlos Fabian me parecieron personajes escapados de un libro de Herman Melville o de una narración de Francisco Coloane.


Izquierda: El Carlos Fabian, abrigado del viento Sur en la cara Norte de Isla Metalqui.
Derecha: la tripulación del Carlos Fabian agradeciendo el tabaco.
La vuelta a Puñihuil entre la niebla y el frío me maravilló y desató mi imaginación. El patrón de nuestra embarcación, Francisco Altamirano, navegó ahora cerca de la costa, que se conoce mejor que la palma de su mano. Con escasa visibilidad, iba viendo y reconociendo las grandes rocas que cubren toda este litoral Oeste de Chiloé. Y yo, viéndolas emerger de entre la niebla como monstruos fantasmales , con su collar de rompientes blancos y furiosos, me acordé de todos los navegantes que han pasado por aquí durante los siglos de la navegación a vela, de sus penalidades y a veces naufragios. De la fragata Wager, en la que navegaba el abuelo de Lord Byron, que naufragó entre rocas al sur del Golfo de Penas. De las dos naos de la expedición  exploradora de Juan Ladrillero, de las que solo volvió una al Callao después de casi dos años, y con pocos supervivientes a bordo, de los accidentados viajes de Sarmiento de Gamboa. De tantos otros. Y disfruté contemplando aquella extraña, tempestuosa y desgarrada forma de belleza.

Arrecifes rocosos junto a la isla de Metalqui

sábado, 22 de febrero de 2014

El Picaflor en la Lía.

¡Por fin lo vi de cerca y pude fotografiarlo! Llevo un mes en Duhatao y apenas he visto picaflores. Los oigo, sí, pero son pocos y pasan veloces a mi lado, buscando con su apariencia siempre laboriosa misterios que desconozco. Hoy lo tuve ante mí explorando las flores de la misma Lía en la que libaba en junio del año pasado, ¡y le hice la foto!

Punta Tilduco, donde vivo, es más frío que Puñihuil y por supuesto que Ancud. Es un sitio ventoso, donde además en verano se entablan con facilidad nieblas vespertinas,al amparo de los vientos de travesía que llegan cargados de humedad marina que condensa cuando esos vientos resbalan hacia arriba subiendo por estos barrancos. Las flores de los Chilcos están aquí más atrasadas que en Ancud, como las de las Lías. Y los picaflores vuelan nerviosos y veloces de un lado para otro, explorando los arbustos que ya muestran flores, por ver si éstas se han abierto, ansiosos quizá de disponer ¡por fin! de un buen desayuno de néctar.


Desde que llegue a Chiloé el Picaflor fue siempre mi animal tótem. Creo que me trae buena suerte y también buenos recuerdos. ¡Bendito sea éste que por fin me ha visitado sin prisas excesivas!

Chiloé, ¿una cultura o un recurso?

Esta imagen satélite de Chiloé, tomada de Wikipedia,

recoge muy bien la realidad geográfica de la Isla Grande 
y el archipiélago aunque falten algunas de las islas 
más alejadas.
Se ven muy bien las zonas desforestadas, los bosques,
las grandes playas arenosas como Mar Brava o Cucao,
las zonas urbanas. Puede descargarse en todo su tamaño
(5,2 MB), de la referencia remarcada en azul.
Me preocupa Chiloé. He llegado aquí por última vez, después de más de seis años de enamoramiento con ella, hace ahora justo un mes. La he encontrado tan bella como siempre, tan ensimismada también en esa belleza suya, lejana, aislada entre mares, desprevenida de los movimientos que están haciendo los que, consciente o inconscientemente, son sus enemigos y la amenazan.

No vengo aquí de redentor, ni con un paternalismo displicente y entrometido. Vengo con unas cuantas cicatrices que me han hecho en mi tierra, España y Europa, donde ya he visto las consecuencias que puede tener este falso progreso que invade el planeta y que ha desplazado y tergiversado a aquel Progreso que nació con la Ilustración y que aspiraba a cambiar para bien al mundo. Vengo con todo mi respeto y cariño para Chiloé y para Chile, con mi agradecimiento también por la generosidad con que siempre me han acogido.

He comprobado que esta angustia mía por el futuro de Chiloé la tienen aquí los más jóvenes, también muchos de los mayores, pero entre estos los sentimientos y las opiniones están más divididos y sobre todo, consecuencia inevitable de la edad, hay más resignación ante lo que se ve caer sobre Chiloé con la inevitabilidad con la que cae un meteorito destructor. Los jóvenes, más exigentes, se rebelan porque ven que les están quitando un mundo entrañable que por derecho y ley de vida debería ser de ellos. También porque los jóvenes de hoy son más maduros que nunca lo fueron y las ven venir, quizá porque el sistema mundial de dominio los rechaza, no les deja sitio para construir ese futuro que, lo repito, es legítimamente de ellos y nada más que de ellos.

¿Dramatizo? No lo creo. Chiloé, para los que han llegado de fuera como yo, es única y preciosa, irreemplazable por nada de lo que pueda traer ese progreso que llega anunciándose con el mismo ruido y la fuerza con la que el ejército persa llegaba a las puertas de Atenas en los tiempos de la Grecia clásica. ¡El progreso! El concepto, también la esperanza, más devaluado y traicionado que ha conocido el mundo en los últimos siglos. Chiloé es un tesoro frente a ese falso progreso, preciosa pero frágil como una copa de cristal de Bohemia, que necesita gente que la defienda ante unos invasores que la invaden sin escrúpulos, que llegan dispuestos a todo, muy peligrosos porque además no se dan cuenta de la amenaza tan mortal que representan. Ellos, los del progreso, están en otras cosas, por eso se creen inocentes. Están en sus crecimientos, sus rentabilidades, sus creaciones de riqueza, mirando hacia los bosques, las playas, los animales y los hombres de Chiloé desde lo alto de sus gigantescos bulldozers mentales, como si lo que tuvieran por delante fueran simplemente recursos y como tales siempre, siempre, siempre, inagotables, exprimibles hasta el infinito.

A las pruebas me remito. Están pasando cosas que anuncian tiempos de destrucción. En Castro se ha construido un Mall de dimensiones gigantescas para una ciudad pequeña, saltándose por las buenas las ordenanzas municipales y las leyes, que luego todo se arregla pagando una multa o dando dos pasitos atrás después de haber dado cincuenta adelante. Este Mall destrozará el tráfico y la tranquilidad de Castro, no traerá la música del progreso, sino sus berridos, y acabará además con un pequeño comercio que es uno de los pilares de esta ciudad. En Ancud se insiste en obtener un permiso para la construcción de un parque eólico en la playa de Mar Brava, uno de los lugares, junto con el golfo de Quetalmahue que le da entrada desde Ancud, más prístinos y bellos de Chiloé y por tanto de Chile. Y esta insistencia, después de un primer fracaso ante los tribunales, procede de estrictos criterios de rentabilidad, es más barato plantar los gigantescos molinos de viento en una playa cercana al mar que en sitios de acceso más costoso, eso es todo. Pero se compromete así irreversiblemente, pues la vida media de un parque eólico es de más de treinta años, el desarrollo de los recursos turísticos de Ancud, quizá a largo plazo la riqueza más importante que esta bellísima región tiene.

Finalmente está el puente sobre el canal de Chacao, todavía un proyecto pero con muchos visos de ser puesto en marcha. Cada día se ve más claro que este puente no se hace para beneficio de Chiloé y los chilotes. A estos el puente, con sus autopistas auxiliares y sus peajes, les encarecerá su salida de Chiloé hacia el continente. A Chiloé le abrirá un agujero en su muralla para que entren y salgan con toda su potencia los que solo quieren de ellas sus recursos, sus bosques, su bordemar, hasta su viento querrán llevarse convertido en electricidad.

Yo no creo que las autoridades chilenas y chilotas sean activamente responsables de lo que está pasando. Pero sí pueden serlo por omisión. Chiloé necesita que la defiendan. Necesita un planeamiento a largo plazo que vea a Chiloé no como un recurso, sino como una cultura, y no como algo disponible para el primero que llegue, sino como algo propio, antes que de nadie, de sus habitantes. Un planeamiento que determine con claridad qué puede hacerse, dónde, cuándo y cómo, en beneficio siempre, antes que de ninguna otra cosa, del futuro de Chiloé y su gente. Necesita también el desarrollo de leyes que la protejan. La figura del plebiscito popular como paso obligado para la implantación de grandes obras públicas que cambien la configuración del territorio. La participación de los municipios de Chiloé en los beneficios que reporten estas obras públicas o los de grandes empresas que lleguen aquí para explotar los recursos de las islas. La prohibición de adquirir cantidades excesivamente grandes de tierras, bosques u otros recursos de Chiloé por compradores foráneos. Todas estas herramientas, que no son en definitiva sino los instrumentos de una gestión democrática de una isla como Chiloé y sus recursos, ya se aplican en otros lugares del mundo, como la isla del Príncipe Eduardo en Canadá o las islas Shetland en Escocia. Conviene estudiar los resultados de estas experiencias.

Resumiendo para acabar, Chiloé necesita que se proteja su condición natural, histórica, cultural y humana, dándole a todo esto prioridad sobre la simple y ciega explotación de sus recursos. Chiloé es para Chile un tesoro que tiene que defender. Lo que Chile necesita sobre todo de Chiloé es su belleza para disfrutarla, su tranquilidad para cargar las pilas en medio de una vida ajetreada, su paz para sumergirse uno en ella y descubrirse a sí mismo, su imaginación, su fantasía mitológica, para soñar despierto, que es quizá la forma más profunda y completa de descanso. Y si no se cree que todo esto es lo más importante que Chiloé puede aportarle a Chile, que se lo pregunten no a los chilotes, sino a los chilenos, y en particular a los que viven en Santiago.


En cuanto a los chilotes, no he conocido ni uno solo que no esté orgulloso de serlo y de sus islas. Así, como han venido siendo, progresando pero desde dentro, sin necesidad de que vengan a cambiarla, que desgraciadamente es sobre todo a explotarla,  desde fuera. 

viernes, 21 de febrero de 2014

El vuelo



Millones de años antes de que los humanos levantáramos el vuelo, ya volaban ellos, con la misma pericia y belleza que lo siguen haciendo.



jueves, 20 de febrero de 2014

Para los momentos inefables

Para esos momentos de la vida en que te sientes lleno de descubrimientos que querrías pregonar y sin embargo eres incapaz de articular palabra. Es como cuando viajas en tren, entras en un largo túnel y de pronto, sin que lo esperes, llega la luz y te encuentras ante un hermoso paisaje. Precisamente porque te quedas mudo, a momentos así se les debería llamar inefables.

La de esos tiempos inefables es una de las categorías de la felicidad, quizá la más humilde, porque raramente llegas a ser consciente de que está ahí, junto a ti, acompañándote. Tú solamente te sientes lleno de sentido, tu vida rebosa de significado. Tanto así que eres incapaz de vigilarte a ti mismo con la suspicacia que pones en eso cuando eres menos feliz. No sueles darte cuenta de que esos momentos inefables han existido hasta que te faltan. Entonces, desde su ausencia y su recuerdo, comprendes el tesoro, el don que son.

Por eso, cuando en el seno de uno de esos momentos inefables no sepas qué decir, cuando sabiendo que tendrías muchas cosas que gritar no consigues articular una sola, ese es el tiempo de limitarte a dar gracias. Nada menos. A todos los que te quieren, a los que son tolerantes contigo, a los que piensan bien de ti, en suma, a los que creen en ti, darle las gracias a todos esos desde tu silencio y tu lejanía, recordándolos. Quién sabe, a lo mejor están todavía por descubrir ondas de afecto que circulan por el espaciotiempo o por su cara oculta a velocidades inmensas, próximas a las de la luz. Por si es así, aprieta los dientes y los ojos, sopla y haz como si estuvieras lanzando estas ondas de afecto a todos esos que persisten en no olvidarte.

A la vez que das las gracias a  los que te quieren, haz un esfuerzo y acuérdate de los que crees que no te quieren e intenta comprenderlos.  Acuérdate también, si no es pedirte demasiado, de la gente concreta que tú sabes que está sufriendo, esos a los que conoces de cerca. Sopla con fuerza tu afecto hacia tu espacio exterior, a favor o en contra del viento, porque quién sabe, a lo mejor a ellos les llega también algo.


Y cuando baje la marea, descansa, comprende que los momentos inefables no son eternos, son eso, momentos que vienen y van, sal de la vida.

miércoles, 19 de febrero de 2014

La verdad

Por aquello de que la gente de ciudad tiene que andar siempre con tareas y ocupaciones a cuestas, siempre pensando en que se le va el tiempo, que la vida es demasiado corta, que quiere hacer mucho más de lo que puede hacer, me traje a Duhatao un montón de libros para leer acerca de la crisis planetaria que va a ocupar este siglo XXI, lo del cambio climático y todo eso.

Y en verdad que los estoy leyendo, aunque lentamente, al ritmo pausado al que corre el tiempo aquí en Duhatao. Contienen estos libros mucho ruido de fondo, están llenos de discursos inteligentes, datos, acusaciones, justificaciones, pronósticos, sugerencias, enseñanzas, de todas esas innumerables chispas de inteligencia que los cerebros humanos somos capaces de albergar y producir.

Estos libros que traje a Duhatao me los llevaré de vuelta a ese mundo urbano al que, lo quiera yo o no, pertenezco, para terminar de leerlos allí. Pero hay un libro que solo puede leerse aquí, el libro de la naturaleza, escrito en vivo por los animales y las plantas, las rocas, la tierra, las nubes, el cielo y el mar que aquí me rodean. Leyendo este libro durante estos días me he dado cuenta de que, en verdad, no hay conflicto entre la naturaleza y el hombre, que en lo más hondo y verdadero de sí mismo el hombre no es sino una parte de la naturaleza. ¡Parece tan obvio! Y sin embargo muchísima gente no lo entiende, menos aún lo practica, así.

El conflicto, que existe y es grave, lo tiene el hombre consigo mismo. Arthur Koestler lo anunció con dramática clarividencia: el desarrollo espectacular del neocórtex cerebral, que dio paso al Homo sapiens, puede verse de dos formas bien distintas: como un gran salto evolutivo hacia delante o como una enfermedad, el desarrollo monstruoso de un tumor cerebral que terminará acabando con el hombre mismo.

El problema está en que el hombre ha querido resolver ese conflicto que tiene consigo mismo a costa de la naturaleza, equivocando así totalmente el camino. Y persiste en ello, usando la tecnología de un modo que muchas veces puede calificarse de perverso. Por poner un ejemplo actual, ahora empieza a pensarse en que la solución al cambio climático podría estar en una suerte de geoingeniería planetaria, que nos permitiría sembrar la alta atmósfera de ácido sulfúrico para disminuir el paso de calor solar,  o los océanos de hierro para aumentar artificialmente la biomasa de microalgas capaz de absorber los excesos de CO2 de origen antrópico. Cosas así, monstruosidades así que no harían sino permitirnos continuar un poco más nuestra loca huida hacia delante. Finalmente, por este camino, la naturaleza, en particular la biosfera en su conjunto, sobreviviría, quien no lo haría sería el hombre, al menos lo humano tal y como todavía lo entendemos y apreciamos.

Este conflicto del hombre consigo mismo tampoco se resolverá con más tecnología, al contrario, así seguirá agravándose. La primera revolución tecnológica del hombre fue la invención del lenguaje hablado y se desarrolló en alfabetos y lenguajes escritos. Significó el encuentro del hombre con la palabra, de donde nació la cultura y en ella el ansia por buscar y encontrar la verdad. Es a este nivel tan primitivo, tan básico, al que el hombre debería retrotraerse para resolver sus conflictos internos. Deberíamos ser capaces de reencontrarnos con las palabras más elementales, desenterrar de entre las ruinas confusas de nuestros lenguajes actuales el lenguaje sencillo, ese que habla de las cosas importantes, que todos entienden: el amor, la belleza, la vida y la muerte, el bien y el mal, la felicidad, el altruismo, la violencia, el conflicto, todas esas palabras tan básicas. Ponernos frente a ellas, redescubrirlas, ir reconstruyendo las relaciones que las ligan. A partir de aquí, con pureza de corazón, vislumbrar cómo tendría que ser ese mundo nuevo en el que todos, incluida la naturaleza, deberíamos tener cabida. Desde esta visión y con ella, ir reconstruyendo el mundo de los hombres, pero no hacia fuera, sino hacia dentro, hacia las honduras de nuestros cerebros y corazones humanos.

A muchos le parecerá una salvajada lo que voy a decir ahora. No me importa. Estoy llegando a la conclusión de que el problema más importante con el que los hombres nos encontramos ahora mismo es el religioso. Pero no en el sentido institucional de las religiones existentes, sino desde una perspectiva mucho más básica y menos histórica. 

Tenemos que volver a creer en palabras que trasciendan nuestros instintos y nuestros intereses individuales o de tribu. Palabras que sean universales y que todos entendamos de la misma manera. Pocas pero claras. Eso hoy en nuestro mundo no existe.

Más que guerreros y sabios, lo que necesitamos hoy son santos y profetas. Más que filósofos, poetas. Más que dragones, ángeles. Gente con la inspiración y el carisma necesarios para unirnos en verdades sencillas, capaces de conmovernos y hacernos cambiar.

Ya lo dejó dicho un gran poeta, Antonio Machado:

¿Tu verdad?
No,la verdad;
Y ven conmigo a buscarla,

La tuya guárdatela.

El halcón

La naturaleza está siendo muy generosa conmigo en esta visita a Duhatao. Una de las aves que estaba ansioso por ver era el Halcón peregrino var. cassini, uno de los halcones más bellos y potentes en vuelo que pueda observarse. A pesar de su nombre, la variedad cassini no es peregrina, sino residente en Chile, donde vive en muchos habitats diferentes a todo lo largo del pais. Yo lo veo en los acantilados costeros de Duhatao, donde tengo localizadas a dos parejas, que anidan en unos barrancos inaccesibles. Las dos fotos que siguen muestran los dos lugares donde residen estas dos parejas que conozco.

El barranco de la izquierda está muy cerca de mi cabaña. El de la derecha, pegado a Punta Tilduco.
Esta tarde andaba yo por Punta Tilduco disfrutando de un día precioso. Soplaba un viento Sur bastante fresquito, y gaviotas y jotes parecían estar jugando a hacer atrevidas evoluciones en vuelo, yo percibía cómo estaban disfrutando. En esas oí unos gritos característicos encima mía y allí estaba un halcón peregrino, volando muy alto, planeando frente al viento y haciendo finalmente atrevidos picados. No cazaba, estaba como las otras aves disfrutando de la tarde, de eso estoy seguro. Pude hacerle algunas fotos en vuelo, que aunque malas como todas las mías dan una idea de la majestad y la gracia con que se mueven estos halcones en el aire. Las fotos están numeradas de acuerdo con su secuencia temporal. En las nº 5 y 6 empezaba a iniciar un picado que fue espectacularmente rápido, demasiado para que yo fuera capaz de captarlo. 


Remató el halcón este picado con un espectacular giro abrupto hacia arriba mediante el que se posó en su nido, cuya situación yo ya conocía. Pude fotografiarlo allí, demostrando así que se trataba en efecto de un halcón peregrino, como puede verse en las siguientes tres fotos.

La foto de la izqda muestra una vista amplia del acantilado en que está el nido, señalado éste por una flecha roja. La foto superior derecha es una aproximación independiente de la anterior, con la máxima potencia de mi teleobjetivo; aquí la flecha roja señala dónde está posado el halcón. Y la foto inferior derecha es un aumento puramente informático de la anterior, donde puede verse sin ninguna duda que se trata en efecto de un halcón peregrino.



martes, 18 de febrero de 2014

Mi pan de hoy

Mi pan de hoy, el cuarto o quinto que preparo en mi vida, recién salido del horno. Corteza crujiente, miga consistente. Me siento razonablemente satisfecho, aunque sé que no debe confiarme. Murphy el pérfido, el que inventó la famosa ley, “Si  algo puede salir mal, antes o después terminará saliendo mal”, ese tipejo,  siempre está al acecho de los incautos.





Mar cruel

Tomé esta foto en la Punta Tilduco, el día que fuí a
visitar la animita. No había mar de viento, pero en 
la costa de Chiloé abierta al Pacífico hay  siempre
una mar de fondo que rompe con furia contra las
rocas y crea corrientes y remolinos entre los que 
solo son capaces de nadar los lobos, como el que
se ve en la foto.
Por fin he podido llegarme hasta la mismísima Punta Tilduco, un extremo de roca dura volcánica, a veces de lavas cortantes,  en el que la tierra chilota se hunde en el océano. Quería ir allí para visitar la animita que han construido sus vecinos y amigos en memoria de Juan Carlos Barría, hermano de mi vecina y amiga la Sra Marta, que un día de Noviembre del 2012 fue allí, literalmente, tragado por el océano y murió. Ya he mencionado esta historia pero ahora debo repetirla porque he estado allí. Tenía Juan Carlos 43 años y era un hombre fuerte y acostumbrado al trabajo en la costa, como tantos otros chilotes. Había ido solo hasta allí para recolectar cochayuyo, ese alga de larguísimos tallos negros que crece en las rocas intermareales y parece cuando la mecen las olas la larga cabellera de la Pincoya. Es un trabajo arriesgado, similar en muchos aspectos al de los mariscadores gallegos que cogen el percebe en las rocas de la Costa da Morte, allá por el cabo Toriñana, en Galicia. Lo echaron de menos sus amigos cuando se hizo de noche, fueron a buscarlo y no lo encontraron, pasaron toda la madrugada bajando por aquellos acantilados en una tarea dificilísima, por tal de dar con él, vivo o muerto. No lo consiguieron. Entonces empezaron a buscarlo por mar, quiero decir por el fondo del mar, ya que estos chilotes de la costa son casi todos magníficos buzos y se conocen a la perfección el litoral tanto por encima como por debajo de la línea de mareas. Finalmente lo encontraron a varios cientos de metros de la orilla, en el fondo, justo enfrente de la Punta Tilduco. Algo que a mí me parece imposible, una verdadera hazaña, que ellos consiguieron sin darle más importancia, con la sola fuerza de sus pulmones.

La animita que recuerda a Juan Carlos Barría, una sencilla cruz blanca plantada en el punto desde el que debió bajar al mar.

La opinión general es que estando Juan Carlos entre las rocas cortando los tallos del cochayuyo, una ola más grande que las demás debió cogerlo por sorpresa y tirarlo al agua. Una vez allí, puesto que las olas grandes casi nunca vienen solas, sino en grupos de tres o cuatro, las que llegaron detrás pudieron golpearlo contra las rocas y malherirlo. Imposible saber exactamente lo que pasó. Los forenses dijeron que no encontraron agua en sus pulmones, por lo que pudo morir por los golpes o el frío, incapaz de salir del agua, más que ahogado. Dicen sus amigos que sabía nadar bien.


Me impresionó la soledad en que está la animita que lo recuerda, una sencilla cruz blanca plantada allí, en el mismo borde del océano, muy lejos de cualquier rastro humano. También  su limpieza, así como la de las flores artificiales, de colores vivos, que la acompañan. Alli estaba, delante mismo de mis ojos, esa tradición chilota tan espiritual de recordar a los muertos con una manifestación permanente de cariño, como la animita es. Yo, solo también allí ante la crucecita, recé un padrenuestro en memoria de Juan Carlos. Que descanse en paz. 



domingo, 16 de febrero de 2014

Naufragio (un cuento de terror).

Se despertó, abrió los ojos y no reconoció dónde estaba. Eso sí, lo rodeaban muebles y libros que se correspondían con sus preferencias más íntimas. Tampoco sabía por qué estaba allí, podría haberse caído del cuerno de la luna o que hubieran construido la habitación a su alrededor mientras dormía. Lo sorprendente es que le daba igual.

Se restregó los ojos, hasta se pellizcó el brazo para comprobar si seguía vivo, como hacía cuando era un niño imitando a su héroe, Guillermo Crompton. Sonrió. Sintió sed y echó de menos una botella de agua de regaliz.

Fue curioseando de rincón en rincón, de libro en libro, abriendo sus páginas y comprobando por sus pliegues y subrayados, hasta por algunas manchas de chocolate o café, que habían sido leídos muchas veces. Cuando pasó cerca de la única puerta de aquella habitación sin ventana alguna, excepto una claraboya inalcanzable en el altísimo techo, intentó  abrirla pero no pudo. Se inclinó hasta el nivel de la cerradura y comprobó que la llave estaba echada aunque todavía  puesta. Le sorprendió, aunque de momento no le dio importancia.

Pasó mucho tiempo, tanto que empezó a convencerse de que todo aquello era una pesadilla. Pero ¡parecía tan real! Volvió a pellizcarse, diablos, le dolió, así que se sintió aliviado, no estaba dormido ni muerto.

Sintió una chispa de iluminación cuando súbitamente comprendió que su obligación era salir de allí. Pero ¿por dónde? La puerta seguía firmemente cerrada.  Empezó a explorar aquella extraña habitación, que era retorcida como un laberinto, llena de libros y cuadros y objetos tan extraños como una bellísima muñeca de porcelana rota y sin ojos. Todos inmensamente atrayentes para él, por cierto. Nada, no encontraba por donde se pudiera escapar.

Hasta que, estando medio dormido en el gran sillón de lectura, se le ocurrió una idea: levantar la gruesa alfombra que se extendía ante él. Lo hizo y como esperaba apareció una vieja trampilla de madera. La alzó de inmediato y encontró que allí nacía una escalera que descendía hasta perderse pronto en una oscuridad absoluta. No tenía con qué alumbrarse pero estaba dispuesto a explorar a tientas el nuevo recinto misterioso, todo fuera por encontrar una salida.
Solo que cuando empezó a bajar lo fue penetrando desde los pies un frío profundísimo, como nunca antes lo había experimentado. Y a la vez que este frío invadía su cuerpo, una agudísima sensación de soledad iba llenándole el alma.
No pudo seguir. Cuando volvió a la habitación misteriosa le faltó el aliento durante mucho rato. Sentía hambre y sed, pero no encontró nada que comer o beber.

Así que volvió a intentar la bajada al sótano, y otra vez lo rechazó aquel frio tan intenso que llegaba a doler.

En eso siguió algún tiempo, sin conseguir nada. Entonces se le ocurrió otra idea brillante: tirar al fondo oscuro del sótano algunos muebles de madera y a la vez desencuadernar algunos libros para hacer una hoguera con ellos en la habitación. Con este fuego convertir algunos otros libros en teas y tirarlas encendidas al fondo del sótano, en la misma dirección en que había arrojado los muebles de madera. Todo ello con la esperanza de encender finalmente un fuego en el sótano que, calentándolo a él y a la vez iluminándolo, le permitiera completar su exploración.
“En todo caso”, se decía, “aun suponiendo que el sótano no tenga salida, el humo llegará a alguna parte, porque aquí entra el aire. Cuando los de fuera lo vean llamarán a los bomberos y estos me salvarán”.

Pero ¿y si ardía todo aquello antes de que los bomberos llegaran? Esto era bastante probable, porque lo que oía fuera de la habitación cuando ponía la oreja en la cerradura era el más absoluto silencio, como si aquel edificio, o lo que fuera, estuviera deshabitado.

El caso era que no tenía otra solución mejor. Salvarse o morir en el intento. Ya, después de todos los días que habían pasado, no podía seguir aguantando el hambre y la sed.

Se preguntó qué hubiera hecho en su caso Guillermo Crompton, su héroe. Lo veía con los ojos de la imaginación en la portada de uno de sus libros. Lucía su sonrisa de niño travieso, esa que tanto fascinaba a sus seguidores. Pero ahora, de pronto, ese Guillermo que él estaba imaginando mostraba un brillo irónico y feroz en su sonrisa jovial. Y esto aterrorizó a nuestro héroe, lo despojó del valor necesario para seguir luchando. Así que se echó a dormir en un rincón. “Ya vendrá alguien a salvarme”, se dijo con cierta amargura, aunque no era hombre que perdiera fácilmente la moral. El sueño, por más agotado, hambriento y sediento que estaba, no acababa de llegarle. “Pronto amanecerá”, pensó para consolarse, “y entonces aporrearé con todas mis fuerzas la maldita puerta hasta que alguien me oiga y venga a salvarme ”.


Sabía de sobra que muy bien podría suceder que nadie lo oyera. Pero aguantaba el tipo, ¿qué otra cosa podía hacer un hombre como él, que consideraba la dignidad humana el valor que sustentaba a todos los demás?