domingo, 26 de marzo de 2017

LA COMPLEJIDAD

Cuando la vida es suficientemente larga y uno tiene cierta capacidad de lucha, ganará y perderá muchas batallas, vencerá y será vencido, triunfará y fracasará, muchas veces. No se trata de una simple visión subjetiva del transcurrir de los acontecimientos, sino que en verdad verá el cielo o morderá el polvo, sentirá la plenitud de la victoria o el sabor amargo del fracaso, una y otro con frecuencia suficiente para ni endiosarse ni creerse un miserable. De modo que cuando uno observa su propia vida con una cierta perspectiva, se da cuenta de que lo que ha llegado a ser, eso que contempla de sí mismo ante el espejo de su memoria, es consecuencia tanto de sus plenitudes como de sus vacíos, de sus luces como de sus oscuridades, de sus aciertos como de sus fallos. Y hasta comprende que muchas veces enseña más y fortalece más la propia vida un fracaso que un éxito. Porque a uno lo va tallando ese escultor que es el tiempo, como a un trozo de mármol o madera, a cincelazos o hachazos, algunos de los cuales liberan de lastres, pero otros duelen y dejan huecos que nunca volverán a llenarse.

Esto es así tanto más cuanto más turbulenta ha sido tu vida. En mi caso, la vida que he vivido ha sido lo suficientemente cambiante para que no pueda quejarme. He sido muchas cosas, trabajado en muchos sitios, viajado a muchos destinos y jugado con muchos sueños. Entre toda esta variedad, quiero recordar ahora mis tiempos de científico, investigador sobre genética microbiana en una universidad USA. Trabajé mucho pero además tuve mucha suerte, pues hasta pude publicar un paper  en los Proceedings of the National Academy of Sciences USA, lo que en aquellos tiempos era un hito importante en una carrera científica. Descubrí una mutación en un gen que afectaba a la fusión de los núcleos de dos células de levadura de sexos opuestos cuando copulan, formándose como consecuencia de esta mutación un heterocarionte en vez de un cigoto. Aquéllo, en aquellos días de los 1970´s en que se estaba pasando de la genética microbiana a la biología molecular, tuvo bastante eco en el mundillo científico interesado en el tema.  Recuerdo todavía la tarde en que por fin obtuve la prueba de la formación de heterocariontes con dos o más núcleos haploides, en vez de cigotos con uno solo diploide. Suponía la culminación de dos años de trabajo duro, con bastantes decepciones y bajo una inquietud permanente. Pero lo inefable del momento estaba en ese encontrarse ante algo que hasta entonces había permanecido oculto, la confirmación de una hipótesis pero sobre todo el descubrimiento de un aspecto hasta entonces desconocido de la naturaleza. Esa sensación de plenitud… nada relacionado con el tema se le asemejó, ni antes durante la búsqueda ni después con el éxito. 


(A) y (B), células normales de levadura, reproduciendose por gemación. Los núcleos, en negro.
(E) y (F), células con dos núcleos (dicariontes), dividiéndose ambos en sincronía.
(C), (D) y (G). Heterocariontes con dos, nueve y cuatro núcleos.

Y es que toda vida humana está dividida en etapas separadas por puertas. Cada éxito o cada fracaso es una de esas puertas, que al abrirse y dejarte pasar te libera de lo pasado y te enfrenta con lo que tiene que llegar, que es algo absolutamente nuevo para ti. Pero en lo que yo quisiera poner el énfasis ahora es que tanto los éxitos como los fracasos son puertas, que gracias a ellos nuestras vidas son viajes, que los fracasos son para nosotros tan indispensables como los éxitos. Ejemplo de lo que quiero decir nos lo dio Teresa de Jesús cuando escribió Las Moradas. Este libro es una descripción y una guía del camino espiritual que siguió a lo largo de su vida la gran mística que Teresa fue. En su libro compara ella este camino místico con un gran castillo configurado como una serie de recintos, que son las moradas, alcanzadas una tras otra cuando el alma va cruzando las puertas que las separan, cada vez más cerca de la culminación, en el centro del castillo, de un trabajoso recorrido espiritual.

Esta sucesión de moradas y de puertas que las separan y a la vez las unen es la que le da a la vida de un individuo humano su complejidad. Una vida es mucho más que un camino, es una compleja sucesión de caminos, limitados por alambradas, ríos y barrancos que impiden el paso, atravesados estos por puertas y puentes a los que hay que llegar y cruzar. Todo tan complejo, tan improbable y azaroso…  Pero ¿por qué complejo, qué quiero yo expresar con eso de la complejidad? Parece un concepto sencillo, pero en realidad es casi imposible de definir. Lo complejo es mucho más que lo compuesto. Lo compuesto es el resultado de la agregación de partes diferentes, como un espejo y su marco. En lo complejo estas partes diferentes interaccionan además entre sí, influyéndose unas a otras, de modo que muchas veces su comportamiento es incomprensible, o contraintuitivo.


La complejidad existe a todos los niveles de organización, puede ser subatómica, molecular, celular, organísmica, humana, cósmica. Puede ser estructural como en un cuerpo humano, causal como en el juego del ajedrez, de control como en una discusión. Puede hacer que nuestro futuro (en forma de expectativas) influya sobre nuestro pasado (la visión que tenemos del mismo) y, mucho más intuitivamente, a la inversa.

A mí, como científico que lo fui y de alguna manera lo sigo siendo, me han fascinado particularmente dos complejidades biológicas, la del núcleo celular y la del tejido cerebral. De momento apenas estamos empezando a entenderlas, aunque los científicos se esfuerzan en intentar desentrañarlas. Y de hecho se está dando un desplazamiento decisivo desde la Molecular Biology a la Systems Biology, desde lo reduccionista a lo holista, construyendo así un holismo compatible y coordinado con el reduccionismo más puro y duro.

Cromosoma de una célula humana mostrando su compleja estructura interna en plato de spaghettis (Paulson y Laemli, 1977). Cada uno de los innumerables filamentos enredados en la foto forma parte de un continuo, la molécula de DNA que constituye un cromosoma. El núcleo de una célula humana, una esferita de 0,01 mm de diámetro,  contiene 46 cromosomas, con una longitud total de DNA de 2m. ¿Cómo es posible? Porque las largas moleculas de DNA son finísimas, 0,000002 mm de sección, y están plegadas siguiendo un plan que todavía desconocemos.

Neurona del neocórtex cerebral dibujada por don Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), premio Nobel que, en estos días de explosión de las Neurociencias, es todavía reconocido en todo el mundo como el gran precursor. La mayor parte de nuestro cerebro está constituida por una maraña aparentemente caótica de estas neuronas, entrelazadas unas con otras y finalmente conectadas en una red tridimensional más compleja que la del más complejo computador que los humanos hayamos sido capaces de construir. En un cerebro humano hay decenas de miles de millones de estas células, con centenares de billones de conexiones entre ellas, unas cifras que desafían la imaginación. Verdaderamente astronómicas.

A los humanos de hoy la complejidad nos molesta, puede llegar hasta a desesperarnos. No en balde somos, modernos o postmodernos, herederos directos del gran Descartes, que inventó el reduccionismo como método filosófico, y del Siglo de las Luces, que confiaba en un progreso inacabable, siempre adelante, sin problemas. Pero la conciencia de la complejidad, que existió en los tiempos antiguos y en el medievo y el renacimiento cristianos, está volviendo para quedarse. Cada día somos más conscientes de que el camino hacia el futuro no es recto y despejado, tiene baches, curvas sin visibilidad, vados que cruzan ríos turbulentos y puertos que trepan montañas imponentes. La cinética con la que hay que avanzar por él es no lineal, lo más simple que puede aproximarse a ella es una cinética ondulatoria, con éxitos y fracasos, luces y sombras, paces y guerras.

¡Ay las guerras, siempre presentes en la historia! Lo mejor que puede decirse de ellas es que algunas de las crestas que forman las grandes olas de la historia no pueden con su peso y se deshacen en furiosas rompientes, que lo arrollan todo a su paso, y que eso es una guerra. En numerosísimas ocasiones los humanos han tenido que recurrir a las guerras para la resolución de conflictos imposibles, las guerras han sido las espadas que han deshecho los nudos gordianos que impedían el progreso en paz.

Ahora estamos celebrando los 60 años de existencia de la Unión Europea y estamos a la vez en gran riesgo, agravado por el Brexit, de que todo lo construido termine rompiéndose. En el mundo entero empiezan a oírse trompetas que suenan a otra gran guerra. La responsabilidad principal de la Unión Europea es la de evitarla, y para eso tiene que hacerse más unida, más segura de sí misma, más fuerte también, quizá sobre todo en lo militar, más proactiva en cuanto a su presencia en el mundo. Tiene que dominar su complejidad, y para eso tiene que empezar por aceptarla.

En cuanto a cada uno de nosotros, más nos vale aceptarnos como complejos, no lineales, hasta fractálicos. Nos llegarán, inevitablemente, triunfos y fracasos, venturas y desgracias, que son precisamente las que irán marcando el camino de nuestras vidas. Aceptémoslo así, no nos detengamos a celebrarlo o lamentarlo, crucemos las puertas para dejarlas atrás.  Con serenidad y confianza en el futuro. Con esperanza.

domingo, 12 de marzo de 2017

Luminosa oscuridad interior

1888.- Van Gogh.- El dormitorio de Arlés
Tú te pareces en muchos aspectos a tu dormitorio, esa habitación oscura  que es tu último refugio, tu madriguera. En ella, en lo que tiene de cotidiano, descansas de tu angustia de vivir. Así puedes pasar  los días y los meses y los años y hasta la vida entera, dormido como Blancanieves lo estuvo, es decir, esperando.

Un día, sin que sepas de dónde has sacado las fuerzas,  intentas salirte de tu vida para verte desde fuera. Es como si te despertaras en mitad de la noche.

Abres los ojos y te tropiezas con una oscuridad impenetrable, sin que llegues a tener miedo. Sientes la urgencia de saltar de la cama, pero todavía faltan muchas horas para que amanezca. Puedes elegir entre encender o no la lamparita de tu mesilla de noche. Decides no encenderla, te levantas y recorres tu dormitorio como un ciego que almacena en su memoria todas las distancias de aquel espacio tan familiar. Te gusta moverte así entre tus tinieblas, apostando contra ti mismo si cuando extiendas la mano tentarás la pared o la cómoda o la estantería que estabas esperando. Sueles acertar, pero no siempre, porque no eres infalible. Cuando te equivocas y no topas con lo que esperabas, te asustas y echas de menos la lamparita que no encendiste.

O, por el contrario, antes de levantarte extiendes la mano en plena oscuridad y la enciendes. La luz se hace de golpe y te deslumbra, solo entonces te sientas en la cama y percibes enseguida el desagradable frio del suelo bajo las plantas de tus pies. Ahora no hay ninguna incógnita frente a tus ojos, quizá por eso no sabes qué hacer. Caminas vacilante hasta el cuarto de baño y bebes un poco de agua fresca, acercando tu boca directamente al grifo del lavabo. Te das cuenta de lo seca que la tenías y, finalmente saciado, te sientes nadie, no eres nada.

Vuelves junto a tu cama, apagas la lamparita todavía de pie, enseguida te dejas caer sobre el colchón, imprimiéndole a la vez un ligero giro a tu cuerpo. No fallas el golpe, aunque no siempre ha sido así. ¿Te acuerdas aquella noche en la que al hacer eso caíste al suelo como un saco lleno de tierra y te dislocaste un hombro?

Tú estás ahora despierto en el pavoroso silencio de la madrugada y sientes súbitamente la presencia de un peligro indefinible. El miedo empieza a acercarse pero tienes el ánimo suficiente para gritarle y alejarlo.

Te arropas con las sábanas hasta el mismísimo cuello  y, prodigios de la imaginación, te sientes mucho más protegido. Has perdido definitivamente el sueño. No puedes evitar un bando de pensamientos que cruzan silenciosos la oscuridad sobre ti como misteriosas aves nocturnas.

Con una lucidez tan aguda que casi te pincha, empiezas a experimentarte solitario frente al misterio que tú mismo eres, frente a tu futuro, frente a tu pasado. Para distraerte intentas recordar los asuntos que van a ocuparte cuando llegue el día. Pero no lo consigues. Algo empieza a acercarse a ti desde lo más hondo de tu cerebro, sin hacer caso de las sugerencias, que quisieran ser órdenes, con las que intentas distraerlo.


Es a partir de este momento cuando a veces, muy raramente, tanto que puede pasar toda una vida sin que acontezca, llegas a enfrentar revelaciones interesantes, que incluso podrían llegar a ser decisivas.

sábado, 11 de marzo de 2017

Esperanzas renacidas

¿Cuántas vidas del alma vive uno a lo largo de la vida del cuerpo? Y por ello, ¿cuántas muertes del alma? ¿Pero puede morir un alma sin que lo haga su cuerpo? Y si puede morir, ¿puede renacer, tiene necesariamente que hacerlo?

¿Qué puede entenderse como la muerte del alma sin que lo haga su cuerpo? Yo voy a exponer mi opinión, y haciéndolo espero convertirla en mi creencia.

Un cuerpo vive en tanto late su corazón. Un alma muere cuando algo que le es esencial para seguir viviendo se le agota, pierde o rompe irreversiblemente. Esta muerte del alma puede ser lenta o súbita, dolorosa o estupefaciente, alegre o triste. Pero muerte es en cuanto a que la esperanza, que es el corazón de un alma, ha dejado de latir dentro de ella.

¿La esperanza? Sí, ese concepto universal que adopta infinidad de formas vivas a lo largo, lo ancho y lo hondo de lo humano en el tiempo. En mi caso, primero fue la esperanza del niño, que se cobijaba en las faldas de mi madre y  me permitía descubrir esa asombrosa belleza del mundo que luego apenas he sido capaz de percibir. Cuando murió, renació de ella la esperanza del joven, tempestuosa, trepidante, ansiosa de comprender y transformar el mundo. Luego entré en un campo de batalla en el que distintas formas de una misma esperanza fueron naciendo, muriendo y renaciendo. Todas ellas, por cierto, directamente relacionadas con el amor, pues no se trataba de proyectos de carrera o negocios, ni de ambiciones terrenales, sino de lo que aspiraba a ver satisfecha, esa necesidad radical que todo ser humano tiene en tanto su cuerpo vive en este mundo: amar y ser amado. Finalmente, ahora se cobija dentro de mi cuerpo la esperanza del viejo, la última que ha renacido y que sospecho será ya la que acompañe a mi cuerpo en los últimos pasos trabajosos de su carrera hasta la meta.

Toda esa atropellada sucesión de esperanzas tan radicalmente diferentes me confirma que las esperanzas del alma mueren pero son capaces de renacer, o de resucitar, según se quiera verlo.

¿En qué consiste, por cierto, mi esperanza de viejo? ¿Y en qué se diferencia de mis muchas otras muertas y renacidas esperanzas? Sigue siendo, sin duda, una esperanza puesta en mí mismo, en mi capacidad de realizar proyectos y alcanzar metas, unas ganas que me inundan como esa sangre espiritual bombeada a través de todo mi ser por ese corazón espiritual que es mi esperanza. Pero además esa esperanza mía de viejo es, cada día que pasa un poco más, esperanza en los demás. En mis hijos y nietos, mis amigos, mis personas queridas, pero también en los que quieran considerarse mis enemigos, y en aquellos otros de los que discrepo. Todavía más allá, en los muchísimos de los que solo sé que pueblan el mundo ahora o lo van a poblar en el futuro.

Se trata por tanto de una esperanza de viejo que como tal, es en buena medida transitiva. Basada, quizá, en una intuición que cada día que pasa se va consolidando más y más dentro de mí: “lo mismo de noble y bueno que yo siento, anhelo y espero, lo siente, anhela y espera la inmensa mayoría de los demás”.

Y porque el devenir del mundo y los humanos que lo pueblan nunca ha sido, ni tendrá por qué ser, un juego de suma cero, esa esperanza transitiva de un viejo, no solamente está viva, sino que hasta está justificada.

1559:- Brueghel el Viejo:- La virtud de la Esperanza.- Biblioteca Real, Bruselas.

El grabado en papel de Brueghel el Viejo que represento arriba forma parte de una colección de las Virtudes, que incluye a las tres teologales, Fe, Esperanza y Caridad, y las cuatro cardinales, Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Es curioso que estas cardinales están extraídas directamente de La República de Platón, mostrando así hasta qué punto el cristianismo está también enraizado en el viejo e ilustre saber griego.

En el grabado que comento, la Esperanza está representada por una dama firmemente asentada sobre un ancla en el seno de un mar tempestuoso, con una pala y una hoz en las manos y lo que parece ser una colmena sobre la cabeza. El ancla fue símbolo en la Antigüedad de la esperanza de salvación, pues lo era de los barcos, que no tenían otro medio para salvarse de un temporal que los arrojara sobre la costa. La pala, la hoz y la colmena, son también símbolos antiguos de la esperanza del labrador en que llegará una buena cosecha de mies y miel. Y la esperanza está humanizada en una dama porque los tiempos de Brueghel son ya los del humanismo renacentista. El ancla mantiene firme a un barco evitando así que las olas lo arrastren y lo hagan zozobrar, y en el barco hay otro símbolo antiguo de la esperanza, los brazos alzados hacia el cielo, en petición de salvación. Por lo demás casi todo es catástrofe o zozobra alrededor. Muchos barcos se están hundiendo y los senos de las grandes olas dejan entrever peces enormes que podrían devorar a los naúfragos. En el centro del grabado, sobre el muelle, una casa se incendia y unos hombres luchan por sofocar el fuego. Y a la izquierda, un portón se abre dejando ver a unos hombres que están presos y quizá hasta torturados. Sobre ellos una ventana enrejada sugiere que todo el edificio es una prisión. Pero también hay señales de esperanza. En el centro del muelle un hombre pesca y dos mujeres, una de ellas quizá preñada, lo acompañan.  Al fondo, ya fuera de las murallas de la ciudad, otros hombres labran un campo, símbolo antiguo de esperanza. Lo mismo que el pájaro que en el mismísimo muro de la prisión está libre, posado sobre una reja; pues otro símbolo antiguo de la esperanza era un pájaro escapando de su jaula.

Bajo el grabado hay un largo texto latino que yo, con la ayuda de Google, he traducido así:

<<Agradabilísima es la convicción de la esperanza, especialmente necesaria ante las dificultades casi intolerables de la vida>>.

sábado, 4 de marzo de 2017

Un escenario sombrío

Pasan los días y el presidente Trump continúa sorprendiendo al mundo entero con sus salidas de tono y sus escandalosas formas de actuar. Cuando todo esto comenzó, yo pensaba que Trump, un hombre de negocios sin preparación ni experiencia política, acostumbrado a redondear tratos, que no tratados, había adoptado para iniciar su mandato la táctica agresiva de muchos otros hombres de negocios: empezar avasallando, exhibiendo posturas extremas para situarse en una posición de fuerza desde la que poder acercarse cómodamente hacia lo que realmente quiere conseguir. Ahora empiezo a creer que no es así, que el personaje Trump se exhibe en toda su cruda realidad, lo que me preocupa.

En un sistema político, económico y social tan poderoso, tan legítimamente imperial, como el de USA, es difícil aceptar que una persona con tan absoluta falta de preparación para el cargo como Trump pueda llegar a la presidencia. Son muchos los filtros que tiene que pasar. Por eso la pregunta que casi quema al hacerla es inevitable: ¿cómo es posible que haya sido así, cómo que esté pasando lo que está pasando?

En política y mucho más si se trata de sistemas imperiales, se mueven fuerzas ocultas. Fuerzas que hacen política sin dar la cara, muchas veces porque no tienen rostro. Manteniéndose en lo oculto, son por naturaleza oscuras y pueden llegar a ser siniestras, hasta tenebrosas. Por referirme a USA, citaré el asesinato del presidente Kennedy, o de su hermano Robert o de Martin Luther King, todos ellos sin aclarar en cuanto a su posible (casi me atrevería a decir que probable) fondo conspiratorio. Podrían citarse casos parecidos en otros imperios, como el romano, el español, el inglés o el soviético, pero no me voy a distraer en ello. Que sean fuerzas ocultas no significa que estén personalizadas en individuos malévolos. Pueden ser la expresión de grupos complejos, o de estados de opinión (de alarmas sociales como dirían algunos de nuestros periodistas y jueces), o de circunstancias económicas o militares muy graves. Pero son fuerzas bien concretas, con un punto de aplicación y una dirección claramente marcados, que actúan de acuerdo con su lógica aplastante, sin ninguna clase de consideración moral.

Cuando yo veo lo que está sucediendo y el cómo lo hace, se me aparece de inmediato un escenario de la política y la estrategia que fuerzas ocultas intentan aplicar con Trump como instrumento, lo que se me hace muy inquietante. Conste que solamente planteo un escenario posible, espero que ni siquiera probable, nacido en mi fuero interno de algo tan aparentemente etéreo como un presentimiento. Pero creo que, por su trascendencia potencial  merece la pena el esfuerzo de describirlo.

El mundo entero está en una encrucijada. Las finanzas se han globalizado y recorren el mundo sin control. El cambio climático, que tendrá consecuencias económicas y sociales, parece estar ya instalado y en marcha. Surgen potencias como China con aspiraciones imperiales y fuerzas como el Islamismo radical que aspiran a la destrucción de lo que hemos venido llamando Occidente. Resurge una Rusia que se siente agraviada por haber perdido el imperio soviético, sobre todo en su vertiente europea y también frente al Islam. Poderosísimas revoluciones tecnológicas están ya en marcha, la informática deriva hacia una robótica que cambiará la economía y obligará a una redefinición del trabajo humano. Durante todo el S. XXI, la presión demográfica de los países más pobres sobre los más ricos será muy intensa, con muchos aspectos traumáticos.

Ante esta situación, la Unión Europea, aun estando todavía a primer nivel mundial tanto en lo político como en lo económico, no acaba de adoptar estrategias claras. La USA de Obama, pese a la buena voluntad de éste, tampoco lo hizo.  Pueden estar consolidándose en USA fuerzas ocultas, que situándose detrás de Trump, aspiren a una redefinición de estrategias y alianzas, sin contar con esa Unión Europea que ha sido su aliado durante los últimos cincuenta años. Al amparo de estas fuerzas rebrota en USA su tentación aislacionista, que siempre estuvo presente en el sector más tradicional de sus votantes. Dichas fuerzas ocultas pueden plantearse volver a adquirir, a nivel mundial, una superioridad política, económica y militar, que estaban perdiendo (Vietnam, Iran, China, ahora el Estado Islámico). Para ello pueden considerar conveniente cambiar un aliado débil y envejecido como la Unión Europea por otro que emerge con fuerza de sus miserias como la Rusia de Putín, que ya no es comunista pero sigue siendo autocrática.

El escenario descrito tiene una lógica interna que es tan consistente como inquietante. Por ese camino el mundo corre el riesgo de volver a estar en manos de bloques hegemónicos enfrentados, que resuelvan sus contradicciones con la única herramienta posible cuando un nudo se hace gordiano, la guerra.

La pregunta que habría que hacerse es si hay otro camino posible.

Parte de la respuesta pasa por un fortalecimiento político, social, cultural y militar de la Unión Europea. ¿Es eso factible? En todo caso, el desafío para Europa es tan enorme como urgente. Y temo que la toma de conciencia por sus dirigentes no sea todavía suficiente, menos aún por sus ciudadanos.

Otra parte de la respuesta podría estar en una carrera de América Latina hacia la unión política y económica, reforzando sus conexiones con Europa. ¿Esto, es factible? Lo dudo.

Tiempos difíciles e inciertos los que quedan de este siglo XXI que no ha hecho más que empezar. Pero por ello también apasionantes y dignos de que se pongan en ellos muchas esperanzas.


¿Lo haremos?