lunes, 29 de febrero de 2016

Los tiuques y la soledad

A mi tercer día de estar en Duhatao, han vuelto los tiuques en busca de su pan cotidiano. Pan sí, no queso. De momento lo están aceptando así. Estamos a final de verano y hay varios jovencitos entre los que vienen a pedirme. Se distinguen no solo por su menor tamaño, sino porque tienen las cabecitas todavía medio blancas. Y por el hambre inacabable que manifiestan.



La simpática presencia de los tiuques me acompaña, pero también me hace echar de menos otras presencias que sean humanas. Esta ausencia de semejantes, además de traerme un silencio que necesito, me activa la memoria. Los recuerdos de otras personas están ahora, libres de otros ruidos humanos, más vivos y presentes que nunca. A veces me hacen sentir la necesidad de hacer balance, de cuadrar las cuentas pendientes que me unen a ellas.

Me encuentro con que a mí nadie me debe nada, ni explicaciones, ni reparaciones, ni siquiera el reconocimiento que implicaría formular un sencillo “lo siento”. Desde mi perspectiva, lo que pudieron deberme en su día está ya saldado o descontado. Y esto me trae la paz del solitario, teñida de misantropía.

Pero yo debo tanto… Aquí y ahora soy dolorosamente consciente de las muchas veces que no pagué lo que me correspondía, de las muchas oportunidades que desaproveché de invertir en algo más de afecto, generosidad, paciencia, respeto, lealtad.

Esto me duele, la paz que aquí intenta llenarme se me va por entre los dedos del alma como si fuera agua. Haría cualquier esfuerzo por tener otra oportunidad de pagar lo que sigo debiendo. Aunque sé que el tiempo solo pasa una vez, que la vida es dura y raramente se encuentran en ella caminos de vuelta.


Por eso me quedo con lo que ya tenía desde el principio, los buenos recuerdos. Pero ahora soy agudamente consciente de mi pequeñez, mi miseria. De que en última instancia son esos buenos recuerdos  es decir, la presencia virtual de otras personas, lo único capaz de calentar mi soledad.

jueves, 25 de febrero de 2016

El mundo visto desde Duhatao

Estoy recién llegado a Duhatao, solo han transcurrido unos meses desde que me fui y aparentemente casi nada ha cambiado. El mar, las rocas, las olas que rompen furiosas sobre ellas, el bosque, el camino, mi cabaña. El silencio, el cielo, las nubes, el horizonte, la lejanía. Todo sigue en su sitio, interpretando su papel en ese gran teatro que es el mundo visto desde unos ojos humanos, como los míos.

Pero los árboles jóvenes que rodean mi casa han crecido mucho, tanto que yo, un hombre introvertido,  lo percibo con facilidad. Y los ulmos están floreciendo con vigor, cubiertos todos, hasta los más jóvenes, por sus penachos de flores blancas, marcando así cada uno su sitio en ese bosque chilote en el que los árboles, sea cual sea su especie, se entrelazan unos con otros en un continuo verde.

Este es un tiempo para la soledad, para reencontrarse uno a sí mismo, lejos de ese ruido ensordecedor de las ciudades que rompe todos los espejos.

Para escuchar también lo que a uno le dice su propio cerebro cuando no hay ruido humano que impida escuchar sus propias reflexiones.

Y a mí me estaba diciendo esta mañana, cuando me vestía escuchando una vieja canción, dos cosas sorprendentes: que los conflictos del futuro no serán entre explotadores y explotados, colonizadores y colonizados, occidentales y restodelmundo, luchas así, como las que han venido martirizando a la humanidad hasta ahora. Sino que serán, dentro de todas las sociedades suficientemente avanzadas, entre viejos y jóvenes y entre mujeres y hombres.

En un mundo que ya no podrá crecer hacia fuera, los jóvenes se rebelarán contra los viejos, intentando derribarlos de sus posiciones de poder. Y la rebelión de los jóvenes no será solo contra los individuos viejos, sino contra todo lo viejo: la historia, la herencia recibida, la sabiduría, la experiencia. Los jóvenes quemarán todos los libros sabios y se pondrán en la tarea de inventar un mundo radicalmente nuevo. Lo harán todos los jóvenes, en masa, muchos de ellos ni siquiera serán conscientes deque lo estén haciendo. Como los viejos soldados de aquellas guerras ya caducas.

Y en ese mundo nuevo en el que los hombres, en su integridad animal, ya no van a ser biológicamente necesarios, las mujeres se rebelarán definitivamente contra los hombres. Esta rebelión no lo será solamente contra los individuos machos y sus formas de establecer una posición masculina dominante en el mundo de las cosas. También contra todo lo masculino que hay en la cultura, la historia, la sensibilidad, el poder. Las mujeres rechazarán mucha de la sabiduría, toda esa que es esencialmente masculina, quemarán por eso muchos de los libros viejos que hasta ahora habían sido ilustres y venerados. Dejarán de basar su lucha en ser ellas como ellos, en tener los mismos derechos que ellos, y se lanzarán por un camino que ninguna de ellas sabrá dónde terminará llevándolas, pero que verán cómo el único camino que vale la pena seguir.

De estos modos la sociedad humana cambiará radicalmente, tanto que le será difícil reconocer, mucho menos venerar, su pasado. Y ésta será la única forma en que los humanos puedan sobrevivir en un mundo que se les habrá quedado pequeño, que en adelante no les permitirá crecer a su antojo.


Cuando las aguas de esta tempestad finalmente se calmen, si es que lo hacen, los humanos renovados recuperarán las viejas reliquias venerables y se asombrarán al hacerlo.

domingo, 14 de febrero de 2016

La vuelta

Muy pronto estaré de nuevo en Chiloé, aunque no será por mucho tiempo, mi régimen de libertad condicional me lo impide.

Mis sentimientos son contradictorios. Por una parte deseo verme pronto en ese Chiloé tan querido, por otra lo percibo como inalcanzable. Se me viene a la memoria de la emoción el recuerdo de aquel sueño/pesadilla que tenía a veces de niño: es de noche, un largo y estrecho pasillo une en casa de mis padres los dormitorios con la sala de estar, donde él está leyendo el periódico mientras que ella hace ganchillo, sentados en silencio ante una mesa camilla iluminada por el estrecho cono de luz de una pantalla. Yo corro hacia ellos por el inacabable pasillo penumbroso. Algo inquietante e innombrable me persigue, a punto ya de atraparme. Los veo al fondo, junto a la luz tan lejana, pero ellos no pueden verme a mí. Me esfuerzo desesperadamente, pero aunque mis piernas se mueven lo hacen sin fuerza y no consigo avanzar. Grito entonces pidiéndoles socorro, pero no me sale la voz del cuerpo. Presiento mi perdición inminente, consciente de que ellos, ignorantes de lo que me está pasando, no harán nada por salvarme. Mi angustia es inmensa.

Creo que la causa de mi desazón está en que sé que mi estancia en Chiloé será demasiado corta, limitada como va a serlo por fuerzas exteriores a mí.

Aun así, a medida que se acerca el momento de nuestro encuentro, me voy sintiendo más y más seguro de que cuando por fin vea sus orillas brumosas desde Pargua, al otro lado del canal de Chacao,sentiré esa paz inefable, honda y misteriosa, con la que Chiloé siempre me ha acogido.

Cuando pienso esto me doy súbitamente cuenta de que ya estoy allí, de que nunca me fui. Y de que por eso, lo quiera yo o no, mi encuentro con Chiloé lo será de alguna manera conmigo mismo.

Desde fuera hacia dentro.

domingo, 7 de febrero de 2016

España frente a su Destino .

La vida es dura. 

Aceptar las desgracias como efectos de la mala suerte es útil para neutralizar la desesperación. Uno trata de encajar esos golpes tremendos abriéndoles un hueco en la piel del alma, labrando alrededor de ellos una cicatriz de resistencia que, ocultándolos, ayude a olvidarlos. Se culpa al Destino, la Fatalidad, el fatum latino que es el fate inglés, como si se tratara de un dios mitológico. Que en las culturas más avanzadas se racionaliza como lo aleatorio, capricho en definitiva de la diosa Fortuna. Las desgracias tienen que ocurrir, se razona, siempre habrá terremotos, enfermedades, insuficiencias de lo político. “Me ha tocado a mí”, se argumenta, como podría haberme tocado la lotería. "Los españoles no tenemos remedio", también se dice. Todo esto es lo que define una actitud fatalista ante la vida.

La otra cara de esta moneda heraclitea es la rebeldía contra ese supuesto Destino, al que desde este lado se niega. Lo malo que me ha pasado tiene una causa eficiente, no es fruto del azar. No estoy dispuesto a doblegarme, me resisto a aceptar la desgracia como inevitable. Pero además la resistencia pasiva es solo un primer tiempo. Pronto paso al ataque, como quiso San Agustín que lo hiciera, con toda mi memoria, toda mi inteligencia y toda mi voluntad.

De manera que la batalla contra el Destino, que empieza en el fatalista aceptarlo para pasar al rebelde resistirlo y de aquí al combatirlo, es un aspecto fundamental de la condición humana.

Hay varias vías de escape.

Una es la de los que creen en el Dios único, los monoteístas. Ese Dios es el creador de todo lo que existe y por lo tanto, todopoderoso y omnisciente. Si la desgracia existe, Él tiene que conocerla de antemano. ¿Cómo la permite? Este es el problema del Mal, el de cómo entenderlo y aceptarlo. Tan formidable que uno de los intentos más profundos por encararlo, el de Job, termina admitiendo que la postura de Dios con respecto al Mal es un misterio. Y que la solución está en otra vida en la que ese Dios que todo lo conoce nos hará justicia.

Otra vía de escape es la de los que creen en la Ciencia y en el Progreso que se deriva de ella. El Mal sería una consecuencia de nuestras limitaciones, que la Ciencia y el Progreso van arrinconando. Más que intentar resolver por derecho el problema del Mal, lo que tenemos que hacer es persistir en nuestro empeño por un conocimiento científico de la realidad y el dominio tecnológico que se desprende.

Finalmente está la que a mí más me convence, que viene a ser una mezcla sincrética de las dos anteriores.  Dios crea el Mundo, sí, pero lo hace en un acto de generosidad, limitándose a sí mismo, quedándose fuera de este mundo creado, que por eso evoluciona en libertad. Esta libertad, que tiene un fuerte componente de azar, es el valor fundamental del Mundo creado por Dios, la herencia que le ha dejado. El problema del Mal es a la vez la oportunidad del Bien y son un problema y una oportunidad para todo el Mundo creado, pero más en concreto para nosotros los humanos. La implementación del Bien es lo indispensable, antes que la erradicación del Mal, y ello en dos frentes: el de la Razón, a través de la Ciencia y el Progreso, y el de la Emoción, a través del Amor cristiano, la Compasión budista y en definitiva todos los ejercicios de generosidad nacidos a lo largo de la historia.

Razón y emoción tienen que ir ligadas indisolublemente en la lucha contra la desgracia.



P.S. Este comentario tan especulativo ha tenido un nacimiento complicado. Llevo semanas intentando escribir algo que merezca la pena sobre la situación política de España, que me parece muy preocupante. Una y otra vez he destruido lo escrito, porque siempre llego a la conclusión de que lo que está pasando en España es el resultado de una mezcla endiablada de banalidades, inconsecuencias, pequeños egoísmos y fallos de visión en los políticos que nos gobiernan. Es decir, de miserias humanas sobre las que no merece la pena detenerse. Por todo ello, he visto finalmente con absoluta claridad que la mejor manera de referirme a esos problemas de los españoles es a través de un comentario como el que finalmente publico aquí, tan aparentemente apartado de lo pragmático y  que a lo largo de un domingo tranquilo acabo de escribir.