jueves, 30 de enero de 2014

Tiuques y jotes

Dejé hace unos días a mis tiuques negándose a comer un durísimo y correoso durazno seco. Pero poco después llegaron los jotes de cabeza negra y dieron buena cuenta de él.


Yo tenía una cuenta pendiente con mis tiuques, pero seguía sin pan. Eché mano de una de esas barritas que equivalen a una comida y que mucha gente usa para adelgazar y yo para llevarlas en la maleta cuando emprendo un viaje largo o incierto, por lo que pueda pasar. Era de sabor
chocolate, agradable para un urbanita como yo pero sin duda exótico para un tiuque de campo.  Corté dos trozos y los puse en el barandal de mi terraza. Los dos tiuques llegaron al rato, picotearon la golosina pero también la rechazaron. A poco llegaron a su vez los jotes de cabeza negra. Estos comen de todo, es frecuente verlos en los roquedos donde habitan los lobos marinos porque también se alimentan de sus cacas, comen lo que buenamente pillan, comerían hasta piedras si no hay otra cosa. Se posaron
en mi terraza y engulleron los pedacitos de barra de chocolate, a pesar de que me apostaría el cuello a que no habían probado un sabor intenso de chocolate en su vida.


Pero es que luego decidieron quedarse en mi terraza a pasar la tarde, quizá por si caía alguna otra golosina. Esto fue demasiado para mí, salí a la terraza y los eché a volar, tuve que acercarme mucho porque no se asustaban de mí. A la vez les saqué algunas fotos. Poderoso planeador el jote, con aires del cóndor. Su planeo es majestuoso, potente, preciso. Toda la fealdad del jote parado se transforma en belleza cuando vuela. Les pasa como a algunas personas, que solo cuando por fin se atreven a decir “aquí estoy yo” ponen de manifiesto el valor (o los valores) que esconden.
Esta belleza de los jotes me recuerda a la segunda categoría de belleza descrita por Plotino. Si la primera es la belleza de las formas, una belleza estática, escultural, la segunda es la belleza de los movimientos, de la acción con dirección, una belleza dinámica, proyectiva. Si la primera pide ser admirada, la segunda atrae, inspira, estimula a imitarla.











martes, 28 de enero de 2014

Las ballenas azules de Puñihuil

Ayer, amablemente invitado por mi amigo Francisco Altamirano, salí en su bote desde la caleta de Puñihuil (la famosa pingüinera, una de las atracciones turísticas más simpáticas y concurridas de Chiloé) para ver ballenas azules. Encontramos pronto a una pareja, a la que seguimos y fotografiamos durante un buen rato. Impresionan las dimensiones de estos animales, absolutamente gigantescos cuando comparados con nosotros, así como la ausencia total de peligrosidad que transmiten. Las ballenas no son bestias salvajes, sino simplemente ballenas, lo mismo que nosotros los humanos no somos ángeles racionales ni dueños de la creación, sino simplemente hombres. Ellas tienen unos cerebros tan desarrollados anatómicamente como los nuestros. También tienen una intensa vida social, abuelas, madres e hijas conviven durante muchos años y parecen mantener estrechas relaciones de dependencia y lealtades sólidas. Todos los veranos vienen a Chiloé unas 200-300 ballenas azules, que se alimentan aquí de un krill que no es antártico, sino posiblemente resultado de las corrientes y los afloramientos intensos que las grandes mareas provocan en el mar interior de Chiloé,  y que sale al Pacífico para alimentar a las ballenas por la boca del Guafo (desde el Golfo de Corcovado) al Sur de la isla y por el canal de Chacao (desde el Golfo de Ancud) al Norte, llevado por la corriente de la bajamar.

Vecinas mías en Duhatao son dos mujeres extraordinarias, Bárbara y Elsa, que comandan una ONG dedicada al estudio y protección de las ballenas azules de Chile. Trabajando junto con los pescadores chilotes de la caleta de Puñihuil han hecho algunas cosas grandes. Una de ellas fue organizar una minga que sacó del mar una ballena azul que había venido a morir a la ensenada de Pumillahue, cuyo esqueleto impresionantemente gigantesco está ahora, junto con una reproducción a tamaño natural de la goleta "Ancud", en el patio del Museo del mismo nombre. Merece la pena verse. Otra hazaña, desarrollada a lo largo de muchos años, ha sido racionalizar y ordenar el aprovechamiento turístico de la colonia de pingüinos de Puñihuil, haciéndolo compatible con la protección y el bienestar de los animales, una actividad de la que viven muchas familias y en la que los chilotes están demostrando su capacidad de organizarse en cooperativas.

En fin, vuelvo a las ballenas. Merece la pena verlas emerger cada tres o cuatro minutos para espirar grandes soplos de aire agotado e inspirar aire fresco, sumergiéndose enseguida de nuevo para seguir comiendo. Los diez pasajeros que íbamos en el bote estábamos extasiados. Cada avistamiento era un nuevo encuentro de nosotros los humanos con la naturaleza en el colmo de su majestad. Encuentro que, curiosamente, a mí me sabía a reencuentro, en el sentido de que aquellas ballenas inmensas estaban mostrando algo que me era muy familiar, muy íntimo, algo ya conocido por mí, vivido quizá desde antes de haber yo nacido. ¿La manifestación de la vida, del vivir, de lo viviente, a una escala tan grande que era imposible no verla? Quizá.


El caso es que no queríamos marcharnos, que hubiéramos seguido allí horas y horas, viéndolas emerger y sumergirse, una  y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, como una manifestación tan colosal como amigable, también tan bella y tan viva, de lo que es auténticamente el transcurrir.

domingo, 26 de enero de 2014

Del Nickjournal (3).- Desde el Estrecho (3 agosto 2009)

Nota introductoria: lo mismo que los ingleses llaman al Canal de la Mancha "the Channel", los españoles llamamos al Estrecho de Gibraltar "el Estrecho". Este estrecho nuestro es más importante que el inglés, y no lo digo por chauvinismo. Nuestro estrecho separa dos continentes, Europa y Africa,  a la vez que un océano, el Atlántico, del más viejo e ilustre de los mares, el Mediterráneo.
Cuando mis hijos eran pequeños nos embarcábamos en nuestro velero familiar durante mi mes de vacaciones, que pasábamos en las Baleares o en Portugal, pero desde el mar, sin apenas entrar en ningún puerto. Después, cuando volaron del nido familiar, nos reuníamos unos días de verano en alguna casa que alquilábamos en algún sitio hermoso y tranquilo, siempre junto al mar. En esta entrada narro algo de nuestra experiencia en una casa situada en mitad de la costa española del Estrecho.
Una advertencia final: las dos últimas fotos, que se tomaron y referenciaron del portal Flickr, han perdido ya sus referencias.

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He pasado dos semanas de vacaciones a la orilla del Estrecho de Gibraltar, en una casa rural (punto A de la foto satélite) dentro del Parque Natural del Estrecho, entre Tarifa y Algeciras. De difícil acceso, está en lo que fue la zona fortificada que Franco creó en la II Guerra Mundial para defender a España de una posible invasión aliada apoyada en Gibraltar. Hoy todavía se tropieza uno allí con grandes cañones de artillería de costa oxidados y numerosos búnkeres de hormigón armado semidesechos, que le dan al paisaje una nota de ominoso encanto. El acceso a la casa es muy difícil, una carretera de montaña en vías de disolución que remata en un carril imposible para todo coche que no tenga la altura de un todoterreno. La costa es acantilada y rocosa, catalogada por los geólogos como un flysch de extraño aspecto, capaz de destrozar a cualquier desgraciada patera que intente desembarcar allí de noche. La casa en sí misma es bonita y confortable, totalmente sostenible en cuanto a que obtiene la mayor parte de su energía de un generador eólico y algunas placas fotovoltaicas. De manera que aquello resulta ser un paraíso bastante singular, adecuado para recargar las baterías del ánimo después de muchos meses de vida urbana y para disfrutar de una soledad meditativa y contemplativa, ese bien hoy tan escaso.

La panorámica del Estrecho desde esta casa es grandiosa, no solo muy hermosa sino también muy sugerente, y ello en una doble dimensión, espacial y temporal.

El paisaje espacial tiene muchísimas facetas, que se estructuran sobre tres componentes principales:
• La masa imponente de agua, a la que se ve fluir hacia el Este para alimentar al cálido y evaporante Mediterráneo, y que tanto por su color como por su temperatura y profundidad es decididamente oceánica.
• La vida que puebla estas aguas, primero en los múltiples animales marinos, entre los que destacan los cetáceos y las aves migratorias, pero después en los humanos palpitantes, en su mayoría marroquíes, que cruzan en los ferries.
• Las montañas que le dan forma, tanto en la orilla europea como en la africana, destacando en esta última el Monte o Djebel Sidi Musa (punto C de la foto satélite).

Es el propio Djebel Musa, protagonista destacado de este paisaje, quien nos introduce en su dimensión temporal. Porque empezó su historia siendo, muy probablemente, la columna africana de Hércules, que junto con la columna europea, Gibraltar, marcaba para los romanos el límite occidental del mundo. Se llama Musa este monte en honor del general que invadió y tomó España para el Islam, Musa ben Nusair, como Gibraltar (Djebel Tarik) se llama así en honor del lugarteniente de Musa, Tarik ben Malik.

Contemplando al Musa, uno adivina enseguida los desgarrones de la historia bajo esta gran cicatriz que es el Estrecho. Lo mismo que las orcas acechan allí a los grandes atunes rojos, los piratas berberiscos acecharon durante siglos el paso obligado de sus posibles presas, convirtiendo la costa española en un desierto jalonado por una sucesión de torres almenaras, consecutivamente a la vista unas de otras. Una muestra ilustrativa es la torre Guadalmesí (punto B de la foto satélite), muy cercana a la casa que alquilamos. Construida en 1577, resulta impresionante su sencilla estructura militar, con un pescante superior para transportar hasta lo alto la leña empleada en hacer señales y una cámara de vivienda y defensa sin otro orificio que una estrecha puerta levantada del suelo cuatro metros.

Además, la casa en la que hemos vivido es un observatorio ideal porque por el Estrecho al que se asoma está obligado a pasar una buena parte de lo que entra y sale por mar del Mediterráneo. También de lo que se puentea entre Africa y Europa. Analizaré separadamente estas dos transferencias.


Entre el Mediterráneo y el Atlántico.

Ese Estrecho que une el Mediterráneo con el Atlántico es un pedazo más del océano, cruzado por toda clase de barcos y animales marinos.

La contemplación del paso incansable de los barcos innumerables lleva a una doble reflexión. En primer lugar, uno constata que el comercio mundial, como en los tiempos antiguos, sigue siendo en buena parte marítimo; elementos tan fundamentales para nuestra civilización como las fuentes de energía, los minerales, los automóviles y muchas de las manufacturas, siguen transportándose por barco. En segundo lugar, te entra por los ojos la profunda especialización que caracteriza a nuestras sociedades avanzadas, reflejada aquí en la amplia gama de tipos de barcos.

Los reyes de este tránsito E/W son los portacontenedores, casi tan masivos como los superpetroleros. Junto a ellos están los portautomóviles, sin lugar a dudas los barcos más feos jamás concebidos. Predominan luego los transportadores de energía, grandes bulkcarriers que entran en el Mediterráneo llenos de carbón y salen en lastre, mostrando impúdicamente sus vientres rojos, grandes gaseros que reparten por el mundo el gas natural argelino y grandes petroleros que entran y salen con petróleo de todos los orígenes. Destacan también en esta época del año los cruceros de turismo, esos de vacaciones en el mar. Finalmente llaman la atención los buques de guerra; en el tiempo que estuvimos en la casa pasaron dos cruceros lanzamisiles y un gran portaviones, todos americanos, navegando sobrevolados por sus propios helicópteros, que exploraban vigilantes la costa africana en busca de posibles amenazas.
Todo esto nos habla a gritos de un concepto fundamental en nuestro mundo hipertecnificado, el de la segmentaciónfuncional, la especialización. En conjunto formamos una civilización muy poderosa, capaz de muchas hazañas complicadas, pero cada uno de nosotros es un especialista que sabe hacer poco más que su o particular con un canuto. Con la vejez a la que hemos vencido ha desaparecido de nuestro entorno la sabiduría, lograda por los antiguos a base de mucho esfuerzo y experiencia. Un ejemplo llamativo de todo lo que quiero decir es el barco especializado en transporte de yates que pasó ante mis narices y que reproduzco en la foto, una especie de dique flotante que se semisumerge para acoger y liberar al sinfín de yates al que transporta desde unas zonas de navegación de placer a otras, a lo largo del ancho
mundo. Un barco éste que contrasta dramáticamente con las pateras que alguna vez se habrán cruzado con él en mitad de la noche, marcando ambos los dos extremos de posesión y desposesión de la sociedad global en que vivimos. Por cierto que detrás de este barco puede verse en la foto el enorme puerto de contenedores que la compañía Maersk, líder mundial de este negocio, acaba de construir en la orilla marroquí del Estrecho.

Un Estrecho en el que también hay una gran concentración de vida marina, porque es un paso obligado para todas las muchas especies migratorias y porque la mezcla de las aguas mediterráneas con las atlánticas genera afloramientos ricos en nutrientes. Se avistan delfines y calderones con facilidad. Empeñándose, pueden verse de cerca las orcas impresionantes que compiten durante el verano con los pescadores españoles y moros en la captura de los grandes atunes rojos, que están saliendo en esta época del Mediterráneo para invernar en las costas norteamericanas. Y con suerte pueden verse hasta cachalotes y grandes ballenas. Nosotros pudimos ver pasar a pocos metros por delante de nuestra casa dos rorcuales que navegaban hacia el Atlántico. En la composición fotográfica adjunta se ven con claridad dos movimientos de uno de ellos: a la izquierda, el comienzo de su soplido respiratorio; a la derecha, el dorso desde la cabeza hasta la aleta dorsal, claramente distinguible esta última.



Entre Africa y Europa
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Van y vienen continuamente ante nuestros ojos, como insectos laboriosos, esos ferries de todos los pelajes que transportan marroquíes y turistas entre las orillas de los dos continentes. En ellos navega la sangre que da vida a Marruecos, en forma de las divisas indispensables para sobrevivir, mucho más importantes las que proceden de la emigración que las del turismo, representando las primeras más del 5% del PIB marroquí. Y no solo cruzan los ferries, también las pateras vienen aunque muchas veces no vuelven. No las vemos porque suelen navegar de noche y no desembarcan por lo peligroso en la zona del Estrecho en la que estamos, sino algo más al Norte, en las playas de Tarifa y Bolonia. Pero la presencia permanente de las patrulleras de la Guardia Civil, insólita en otras aguas, atestigua aquí su existencia subyacente. Unas pateras en las que nos llega no solo la emigración clandestina marroquí, sino buena parte de la argelina y mucha de la subsahariana.

Esta emigración que es sangre para Marruecos es también una fuente indispensable de vitalidad para nuestra Europa envejecida demográficamente. Solamente un cambio violento en la política europea podría ralentizar la inmigración marroquí, pero es prácticamente imposible que ese cambio llegue.

Para el marroquí, que agobiado ya por una explosión demográfica largamente anunciada, emigra ahora a todo el mundo, Europa sigue siendo el destino más conveniente, que le permite mantenerse próximo a sus raíces. Puede que en España, cuando comparada con Francia, Italia y Holanda, esta influencia marroquí se vea atenuada por la inmigración procedente de Hispanoamérica, pero seguirá siendo muy importante y tendremos que contar con ella en el diseño de nuestro futuro.


La foto que he tomado de Flickr, en la que un grupo de hombres jóvenes marroquíes se proyecta desde un balcón ruinoso de la Kasbah hacia el puerto de Tanger, es decir, hacia el Estrecho y España y Europa, mientras que dos hombres mayores los respaldan, viene a resumir todo lo que quiero decir. La inmigración africana está cambiando Europa, convirtiéndola en una sociedad multirracial y multicultural. No solo está echando abajo las fronteras, sino diluyendo y mezclando a los pueblos.

En este proceso, la influencia de lo femenino es creciente. La inmigración en general, la marroquí en especial gracias a su cercanía, tiene un carácter cada vez menos masculino. De manera creciente, la mujer marroquí emigra acompañando al hombre, no solo como esposa o miembro de la familia, sino también como trabajadora.

El efecto cultural de una inmigración que lo sea mayoritariamente de varones es relativamente pequeño. Pero la mujer inmigrante sí que termina aportando un bagaje cultural de calado. Es ella mucho más que el hombre un referente cultural, porque la mujer, que termina siendo la madre, es la guardiana de los orígenes y las tradiciones. La mujer marroquí es muy diferente de la mujer europea actual. Y no va a cambiar con facilidad, porque la mujer marroquí inmigrante tendrá que ser el centro de esa familia que aportará a sus hombres la fuerza necesaria para asentarse a este lado del Estrecho.

La foto de las dos mujeres moras frente al mar, en la escollera de Tanger, es muy sugestiva. También la he tomado de Flickr.

Se las ve tímidas, como si se resistieran a aceptar nuestros abiertos hábitos culturales, en este caso mediados por el fotógrafo impertinente que quiere inmortalizarlas digitalmente. Una de ellas le da claramente la espalda a la cámara, protegiendo con un puño cerrado su rostro. La otra, que por cierto es bastante guapa, no puede resistir la tentación de mirar tímidamente hacia el objetivo. De alguna manera está empezando a tender un puente. Eso es lo que sin duda seguirá pasando. Pero todo puente que se precie de tal tiene siempre dos direcciones. No solo los inmigrantes cambiarán al asentarse en España, también nos irán cambiando a nosotros. Y no solo España cambiará, también lo hará Marruecos.

Al mismo compás, el Estrecho jugará un papel creciente de enlace, de unión y conexión. Seguirá siendo una interfase geográfica decisiva. A pesar de lo escondido que está para nuestros ojos deslumbrados por tantas otras cosas, a pesar de lo al Sur que queda.
(Escrito por Olo)
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¿Para cuándo el vuelo nupcial 2014 de los chalilos?

¿Quién lo sabe? Los millones de chalilos que a lo largo de todo el Sur de Chile esperan, probablemente ya impacientes, el momento en que se les de la libertad para el vuelo nupcial, deben estar más ansiosos todavía que yo. Tienen que ser un día y una noche calurosos. 
Puesta de sol hoy, 25 de enero, sobre punta Tilduco,
en la costa NW de Chiloé
El anochecer de hoy sobre punta Tilduco, en Duhatao, fue frío, amarillo, nada propicio para una juerga nupcial. Y el pronóstico del tiempo que se atreve a dar Accuweather para los próximos 45 días también es frío. De hecho el día (con su noche) más caluroso previsto es el próximo miércoles 29 de enero, con máxima en Ancud de 21ºC y mínima de 14ºC. Después, siempre según Accuweather, la máxima solo llega un día (martes 4 de febrero) a los 20ºC, pero con mínima de 9ºC, y la mínima no sobrepasa ningún día, hasta que se cierra el pronóstico el 10 de marzo, los 12ºC. Un final de verano frío, eso parece que es lo que puede haber.

Claro que un pronóstico tan largo… ¡es tan impreciso! En cualquier caso, si los chalilos se animan, el próximo miércoles podrían darnos una sorpresa. Para entonces los vientos que ahora nos soplan en Chiloé fríos y del Sur  nos soplarán del NW y serán más cálidos. ¡Veremos qué pasa! En cualquier caso, hay que mantener la tensión, al menos a niveles similares a la que sin duda están manteniendo en estos momentos nuestros hermanos chalilos. Para ellos está a punto de llegar un momento trascendental en sus vidas, ¡el momento!


Cambiando de tema, llevo solo dos días en Duhatao y ya han venido a visitarme mis tiuques, en busca probablemente del pan que les daba. Pero todo lo que yo tenía era unos duraznos secos, eso les ofrecí. Quienes me visitaron fueron un padre o madre con un pollo joven, que  estaba empezando a volar. Ya los había visto el día anterior, pero lejos de mi cabaña. El adulto le dejó el sitio al pollo para que cogiera el durazno, pero al final ninguno de los dos se decidió, quizá porque el durazno no les gusta. Imbécil de mí, es preciso que mañana tenga pan, no puedo fallarles.
El adulto (ixquierda) ha sobrepasado el durazno seco dejándole el sitio al pollo (dercha), que mira el durazno con una curiosidad que luego pudo convertirse en rechazo.

sábado, 25 de enero de 2014

El puente sobre el canal de Chacao

Ya estoy en Chiloé. Crucé el canal de Chacao en una de sus barcazas, acordándome del proyecto de construcción del puente y preguntándome si eso sería bueno o malo para los chilotes. En el canal abundaban esta vez los pingüinos, pero no vi lobos. En cuanto a lo de bueno o malo, es una falsa alternativa. Será, si llegan a construirlo, bueno y malo. Los chilotes tendrán que apoyarse sobre lo bueno y neutralizar lo malo del puente.

Lo bueno estará en eliminar lo que de malo tiene el aislamiento de una isla. Al hacer más fácil la comunicación con el continente, el puente mejorará la oferta de muchos productos y bajarán los precios de consumo, se tendrá un acceso más fácil y barato a servicios sanitarios y culturales radicados en el continente, aumentará el turismo, que es una fuente importante de trabajo y riqueza para la isla, etc

Lo malo estará en eliminar  lo que de bueno tiene el aislamiento insular de Chiloé: la singular personalidad cultural de la isla grande y su archipiélago; su autosuficiencia de recursos, derivada en parte de un saber vivir no consumista; la polivalencia artesanal de su gente, que las hace bien capaces de sobrevivir por sí mismas; lo prístino, intocado de buena parte de su naturaleza, sus playas y bosques; su peculiarísimo bordemar. 
La facilidad de las comunicaciones abierta por el puente  atraerá iniciativas ávidas de aprovecharse de los recursos de Chiloé con objetivos, por crematísticos, a corto plazo, eso que se formula como “coge el dinero y corre”. Quizá estas iniciativas puedan dar trabajo y bienestar inmediatos a los más necesitados, pero desarraigarán también a los chilotes más pobres de su cultura y su terruño, de su polivalente autosuficiencia y su sentido de la solidaridad, es decir, en este mundo turbulento en que vivimos, de una parte importante de sus posibilidades de futuro.

Es difícil hacer un balance entre lo bueno y lo malo que traiga el puente. Todo acontecimiento con valor estratégico, y el puente sobre el Chacao lo es, tiene dos caras, una lo es de amenazas, la otra de oportunidades. Lo importante, lo decisivo en primera instancia, es que los chilotes tengan autonomía suficiente para preservar y potenciar  lo bueno que traiga el puente y erradicar y perseguir  lo malo. Esta autonomía se expresa en dos capacidades: ideas claras sobre cómo puede y debe ser el Chiloé del futuro, y poder político para decidir sobre él y luchar por él.

Una vez cruzado el canal, me encontré una ciudad de Ancud tan bonita como siempre. Después los campos de Quetalmahué y Mar Brava, bellísimos bajo un sol radiante tras una mañana de lluvia, con sus innumerables tonos de verde punteados por el amarillo intenso de muchas florecillas y el blanco de las flores de los ulmos. En la caleta de Puñihuil el amigo que me llevaba compró unas docenas de pejerreyes  al pescador que acababa de atraparlos, todavía con su bote varado allí, en la misma orilla del mar, listo para volver a tender sus redes. Y llegando a Duhatao con la tarde ya vencida pude ver de lejos algunos soplos de ballenas azules.


Toda esta belleza de Chiloé, completa, sutil, compleja, yo la sentí como si me estuviera esperando. Respiré hondo el viento de travesía que empezaba a cubrir de rizos blancos las olas azules del Pacífico que aquí no lo es tanto. Me sentía bien, partido mi corazón en dos pedazos.

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En la foto, el puente de 13 kms de largo que construido en 1997 une la isla canadiense del Príncipe Eduardo (PEI) con la provincia de New Brunswick, ya en el continente.
PEI es una isla muy parecida en muchos aspectos a la isla grande de Chiloé , con aproximadamente la mitad de su tamaño. 
El proyecto de construcción del puente dividió a la población isleña, de modo que se celebró un plebiscito que finalmente ganaron los partidarios del puente con un 59% de los votos. Todavía se discuten los pros y contras. Entre otros, el puente ha aumentado el turismo hacia la isla y ha contribuido directamente al desarrollo espectacular del cultivo industrial de la papa. Por contra, el comercio minorista local ha sufrido una crisis profunda.
Este tema es interesante para Chiloé, en la línea de aprender de las experiencias de los semejantes. Los datos aquí expuestos están tomados de:
En su lista de referencias el trabajo aquí mencionado cita un libro que quizá sea de lectura obligada para los chilotes interesados en decidir sobre la conveniencia o no para Chiloé del puente:
Baldacchino, Godfrey (2007). Bridging Islands: the impact of fixed links. Acorn Press. ISBN 978-1-894838-24-5

lunes, 20 de enero de 2014

El salto

Muy cercano ya, inminente. Es un salto complejo: entre Norte y Sur, Europa y América, ciudad y campo, historia y naturaleza, pasado y futuro, recuerdos y expectativas, amigos de aquí y de allá.

¿Qué esperas encontrar, dicho de otra forma, qué vas buscando?  Aunque podrías componer innumerables respuestas a estas preguntas, en realidad no vas buscando nada. Simplemente: acudes a una llamada.

¿Quién te llama? Una multitud de voces, unas animadas y otras no, unas que brotan de ti y otras que te llegan de muy lejos en el espaciotiempo, incluso de más allá. Esas voces forman un continuo con las que has venido oyendo desde que eras un niño y las que seguirás oyendo a medida que envejezcas. Son, por así decirlo, una parte de ti mismo, esa parte misteriosa que no es enteramente tú pero que te acompaña por la vida. ¿Quizá tu ectoplasma? No, no, esas voces son mucho más que una emanación de ti mismo, lo sabes. Siendo tuyas no te pertenecen, porque son el regalo que te da el mundo, el Universo entero, hasta Dios, que no para de hablar nunca.

Para escuchar esas voces innumerables, más aún, para entender lo que te dicen, todavía más, para dialogar con ellas, necesitas del silencio y la paz que esperas encontrar en Chiloé. Un silencio que está hecho de murmullos naturales y voces tranquilas: el tronar lejano de las olas enormes que se rompen en las rocas de la costa; los rumores del bosque, el batir de sus ramas y hojas infinitas bajo los Noroestes o ahora en verano los vientos de travesía que les llegan del Suroeste; el ulular fantasmal de los pedazos de estos vientos que consiguen penetrar en los rincones de tu casa; el calor de leñas que arden permanentes en estufas o cocinas, su aroma y su humo; las conversaciones tranquilas con tus amigos, puntuadas por pacíficos silencios innumerables.

Además de esos silencios y esa paz, en ellos, gracias a ellos, esperas encontrarte con una soledad que estará llena de misteriosas compañías, también de recuerdos. Poblada, pobladísima, como la plaza de un pueblo pequeño en sus fiestas anuales. La soledad que permite que aparezcan y puedan hacerse oír los más tímidos, los más escondidos u olvidados, los más sorprendentes, esa misma.


En respuesta a todas esas llamadas das el salto. Un poco emocionado, algo nervioso, expectante. Deseándote suerte, esa que conviene que no falte nunca en la vida.

domingo, 19 de enero de 2014

Vigilia, desvelo

Fuera llueve con fuerza, desde la oscuridad tranquila de tu dormitorio sientes los gemidos lejanos de tu casa y el crepitar de las gotas sobre el tejado. Te despertaste hace ya mucho tiempo y no consigues volver a dormirte. Has desistido, encendido la luz de tu mesilla de noche y ahora escribes palabras de agua en tu tableta. Hasta hace unos minutos, cuando todavía permanecías en la oscuridad esperando al sueño,  notabas el cansancio de tus ojos a pesar de tenerlos cerrados. Y la sensación de que tu cuerpo, por dentro, estaba vacío, hueco, recorrido desordenadamente por un viento misterioso, ya frío, ya caliente, que traía con él, quizá de ninguna parte, una aguda sensación de soledad. Sólo te acompañaban tus personajes y algunos recuerdos entrañables, esos que no te dejan nunca. En cuanto a los primeros, aprovechaban el tenerte todo entero para ellos intentando venderte proyectos de vida. Pero tú no te dejabas sorprender y los escuchabas con suspicacia, peor todavía, con escepticismo. Eso sí, comprendías que lo que ellos estaban sintiendo era pura angustia de vivir, por eso te compadecías a la vez que te dabas cuenta de que eran tus únicos compañeros de camino.

A medida que ibas dejando atrás, escritas para siempre, estas reflexiones, te sentías ligeramente más relajado, como si hubieras aliviado algo la presión de ese viento misterioso que ululaba en tu vacío interior.

Y cuando decidiste apagar de nuevo la luz, por ver si el sueño llegaba, notaste cómo tus personajes, que se habían escondido en los rincones de tu morada interior, asomaban tímidamente, dispuestos a aprovechar la oscuridad para continuar con su acoso. No te dejarían dormir. Les iba en ello la vida, lo comprendiste y lo aceptaste con una mezcla de resignación y cansancio. También de satisfacción y agradecimiento.

Tus fantasmas, ellos, tú mismo. El sueño, el tiempo, la oscuridad, la lluvia.

La vigilia y el desvelo bailan sin ningún respeto sobre tu vientre un baile de enamorados algo más bebidos de la cuenta, casi borrachos, diría yo.


Pronto amanecerá.

El desvelo y la vigilia bailando un poco borrachos sobre mi vientre insomne.

domingo, 12 de enero de 2014

Del Nickjournal (2).- El desánimo (3 junio 2009)

Nota introductoria: Cuando publiqué esta entrada en el año 2.009, la crisis económica que luego hundió a España en la miseria apenas había empezado a dar la cara. Pero ya podía percibirse el desánimo de una sociedad enriquecida demasiado deprisa aunque capaz de ver que el camino que llevaba, aparentemente espléndido, no conducía a ninguna parte. Ese desánimo era una enfermedad social, con su correlato de desaliento a nivel individual. Tenía al menos tres causas: la falta de perspectivas de futuro, alimentada por un atroz paro juvenil y por las amenazas de un cambio climático que nuestros sistemas económicos y políticos no parecen capaces de detener. La falta de alegría de vivir de una sociedad urbanizada, ahogada en un consumismo vacío y alienada en un trabajo cada vez más volátil y menos satisfactorio. La falta de utopías, de perspectivas metafísicas, de religiosidad, la derrota en definitiva del mitos por el logos.

Creo que los temas de que trata esta entrada siguen estando de rabiosa actualidad, es decir, sin resolver. Por eso la publico hoy. Al final hago referencia a un espléndido y cortísimo cuento del escritor italiano Dino Buzatti, léanlo. Su moraleja es tan sencilla como casi siempre olvidada: las cosas, las realidades subyacentes a los fenómenos que percibimos, casi nunca son lo que parecen. O como dice el viejo refrán: las apariencias engañan. Cuidado, pues, con ellas.

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No es la gripe porcina, tampoco la crisis económica ni el terrorismo ni el paro, quienes más debieran preocuparnos, sino el desánimo, ese demonio gentil que, sin que lleguemos a darnos cuenta, nos está poseyendo. El desánimo es en el ámbito de la patología social lo que en la patología individual la depresión. Ésta última y la obesidad son las enfermedades de nuestro tiempo para los individuos que viven en países ricos. Sus correspondencias sociales son el desánimo y el despilfarro. Emergen estas enfermedades con toda su fuerza cuando otras patologías han sido neutralizadas gracias al poder de la técnica y la riqueza. Entonces no le queda a la miserable condición humana nada detrás de lo que esconderse, nada que justifique o excuse su radical miseria, su incurable desamparo.

¿De dónde procede y cómo se manifiesta el desánimo?

Está en primer lugar la falta de perspectivas de futuro. El conservacionismo, que junto con el consumismo lleva visos de ser la ideología imperante en el S. XXI, está actuando como los grandes profetas de Israel: nos anuncia que recorremos un camino de perdición, que el cambio climático que estamos provocando se llevará por delante mucho de lo que trabajosamente hemos construido, a no ser que, renunciando a mucho de lo que tenemos, nos convirtamos a una forma radicalmente distin
ta de ver y vivir el mundo. Pero nadie que nos merezca suficiente confianza explica claramente a través de qué caminos concretos podemos ir construyendo ese nuevo mundo sustentable. O sea que tenemos ya a Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, pero todavía no nos ha llegado Jesucristo.
En segundo lugar, nos falta alegría de vivir, ésa que todavía puede verse por ejemplo en el África subsahariana, azotada por un sinfín de desgracias pero donde cada rostro humano es único. Nuestra vida diaria no es divertida. Como me decía un alto ejecutivo de una poderosa multinacional, cada día, cuando entramos por las puertas de los grandes centros de trabajo privados o públicos en que nos ganamos el pan multiforme de hoy, dejamos fuera más del noventa por ciento de nuestra imaginación y nuestra capacidad creativa; lo aterrador es que en estas condiciones laborales pasamos la tercera parte de nuestras vidas, otra tercera parte durmiendo y finalmente otra delante de la pequeña pantalla, enfrentados a la estupidez permanente de las grandes cadenas de TV. En fin, un infierno. Porque además las grandes ciudades en que la mayoría vivimos se han convertido en prisiones, de las que huimos en estampidas de búfalos a lo largo de esos puentes vacacionales que son como senderitos a través de la inmensa sabana del aburrimiento. Y no son nuestras ciudades prisiones medievales, sino más bien higiénicos hospitales para lunáticos, donde vivimos confortablemente, rodeados de objetos que nos distraen y envidiados por buena parte del resto del mundo, pero insoportablemente aburridos, buscando toda clase de estímulos exagerados o artificiales.

Por último, nuestra civilización ha matado y enterrado no solo a Dios, sino a casi todas las utopías, empezando por las que se agruparon en ese ramillete de flores marchitas que se llamó la Internacional. Solo siguen vigentes, aunque muy tocadas, la utopía de la tecnociencia que será capaz de resolver todos nuestros problemas y la del mercado que llegará a vendernos a buen precio la felicidad. Hoy lo metafísico escandaliza mucho más que lo pornográfico o lo descaradamente criminal. Y sin embargo, se quiera o no, lo metafísico es un componente esencial de nuestra naturaleza individual y social, las utopías inmateriales nos son necesarias para que vayamos soportando el peso del vivir, para proteger nuestra vida colectiva y para que el proceso de domesticación humana, siempre inacabado, avance de una forma ordenada.

Si adobamos todo lo anterior con la crisis económica y política que padecemos, tenemos la epidemia de desánimo servida.

¿Hay remedios contra este mal? Hay la esperanza de que el ciclo desanimante termine pasando, porque también su naturaleza, como la de casi todo en este mundo, empezando por las manchas solares, es oscilatoria. Existen algunos paliativos, que como los antivirales, sin llegar a curar pueden aliviar. Son la lectura, el ejercicio físico, los deportes de aventura y mucho sentido del humor acompañado de mucha imaginación, tan calenturienta como posible, todo ello, naturalmente, en dosis no indigestas. Además, como medidas elementales de protección de la salud mental pública, yo prohibiría la televisión financiada por la publicidad y los espectáculos de masas; aconsejaría eliminar de la dieta, tanto como sea posible, el automóvil y los grandes viajes vacacionales a ninguna parte; y fomentaría las prácticas higiénicas del cultivo de las amistades desinteresadas y la fidelidad a los compromisos contraídos. Todo ello a la medida de cada uno, estudiado y recetado caso por caso.

Terminaré haciendo referencia a un cuento de Dino Buzatti, que me gustaría leyeran los nickjournaleros que han llegado con su paciencia hasta aquí. Como nos fabula el gran escritor italiano, frecuentemente la realidad, en sus aspectos más esenciales, no es lo que parece. Por eso no debemos permitir que nos entontezca y haga posible al desánimo que nos pille desprevenidos.

(Escrito por Olo)
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sábado, 11 de enero de 2014

Cambio de aires

Costa NW de Chiloé.- Playa del Elefante un día de mar gruesa, cercana la puesta del Sol. Al fondo, la punta Almanao.

Pronto retornaré a Chiloé. Puesto que el tiempo que los humanos percibimos es el que transcurre dentro de nuestros cerebros, para mí está lejísimos el día que dejé por última vez esa isla tan querida. El Olo que vuelve ahora no es el que partió entonces, algunos acontecimientos decisivos me han llevado a otra página del libro de mi vida. Me siento aquí en España y sé que me sentiré allí en Duhatao como un extraño de mí mismo, explorador de territorios espirituales que me están siendo absolutamente desconocidos.

Así es la vida. Lo es para el niño que descubre su alma cada día cambiada, para el adulto que no deja de encontrarse con sorpresas y para el viejo que siente la extraña sensación de ir retrocediendo hacia un pasado del que solo le quedan recuerdos remotos. Esa vida que es como el caminar cauteloso de mi amigo pudú por los alrededores de mi cabaña, su suprema elegancia de movimientos cuando empieza a hacerse de noche. Él siempre temeroso de sorpresas y amenazas que sean o no reales están, desde que nació,  impresas en sus genes y de aquí en sus instintos.


Esa vida que es un don maravilloso. Se te da todos los días cuando te despiertas y se te guarda mientras duermes. Después, a la mañana siguiente,  ya se verá. De esta incertidumbre, de esta provisionalidad, extrae la vida una parte importante de su encanto otoñal.

martes, 7 de enero de 2014

Pasaron los Reyes Magos, empieza el 2014.

Los niños se han levantado muy temprano y han corrido hasta el salón.
¡Se encuentran los tesoros que les han dejado los Reyes Magos!



En la tradición evangélica, los pastores que acompañan a Jesús en el pesebre representan al pueblo humano, el buey y la mula a la naturaleza, los Reyes Magos a los sabios. El poder terrenal se queda muy lejos de todo esto, los romanos haciendo sus censos y Herodes matando niños indefensos. El siguiente capítulo de esta historia de Dios en el Mundo será la vida del niño Jesús en Nazaret, esa parte escondida de los Evangelios, lección de humildad que lo es de silencio y que el gran Charles de Foucauld quiso emular a lo largo de su vida.

La fiesta de los Reyes Magos, de tradición más española que latinoamericana, culmina las celebraciones de la Navidad y es la que da paso al nuevo año. Hoy 7 de enero es cuando para los españoles comienza el 2014. Ayer mis nietos, como todos los niños españoles, se encontraron muy temprano con los innumerables juguetes que los Reyes Magos les habían dejado misteriosamente durante la noche. Fue un día de imaginaciones y abundancias, de tesoros innumerables convertidos milagrosamente en realidad. Fue el gran día de los niños.

Me gustaría hacer tres reflexiones sobre los significados de este día:

1).- Desde hace ya algunos años se pone de manifiesto la medida en que nuestra sociedad nos introduce en la civilización/cultura consumista desde que somos muy pequeños. Ya desde finales de noviembre se inicia una intensa campaña de marketing y publicidad dirigida específicamente a los niños, reclamando su atención hacia éste o aquél o aquél otro juguete.

2).- Los niños aplican todo el tesoro de imaginación e inocencia que albergan, de manera que convierten el 6 de enero, rodeados como están de un montonazo de juguetes que no pueden atender en su totalidad, en un día maravilloso, en el que hasta los sueños más difíciles se hacen posibles. Un día de sorpresas y abundancias, breve porque enseguida empieza el colegio, pero por eso todavía más maravilloso.

3).- Los padres realizan un esfuerzo económico absolutamente heroico para satisfacer las fantasías de sus hijos, expresadas en las cartas que éstos han escrito a los Reyes Magos. Por humilde que sea una familia, raro será que le falten a sus niños los juguetes que están esperando. Este derroche, ¿es una manifestación de consumismo? Opino que no. Aunque el marketing lo haya provocado, me parece que es más bien una bofetada al consumismo en lo que tiene de utilitario, un poner la imaginación y el culto de lo efímero por encima de lo práctico y del valor de cambio del dinero. Un quemar este dinero en pólvora, en fuegos artificiales de un día tan corto como maravilloso.

Todo esto, ¿tiene sentido? No lo sé, pero sí creo que es profundamente humano. Quiero decir que es expresión de lo mejor de lo humano. Esa capacidad de poner los sueños por delante de las realidades, de la que nacen tantas cosas nobles: el amor basado en el altruismo, la fantasía que puede terminar en originalidad, hasta en genialidad, el idealismo que será ingrediente indispensable para construir un mundo mejor… Todo eso.

¡Qué locura!

lunes, 6 de enero de 2014

La foto de la infamia


España es un país con mala suerte donde abundan los cobardes. Esta foto de los miembros de  ETA, casi todos ellos asesinos a distancia o por la espalda de víctimas inocentes, nunca debería haberse producido. Por una razón muy simple: el respeto a sus numerosas víctimas, no solo los cerca de mil muertos, sino los muchos heridos y mutilados para siempre y los cónyuges, padres, hermanos e hijos de todos ellos.

Pero además a estos asesinos los han reunido para retratarlos los que siguen mandando sobre ellos, los responsables finales de todo el terror, la muerte y el dolor que las manos de los que están en la foto han producido. El acto que la foto recoge es sin lugar a dudas político, representa una violación de las leyes en cuanto a que de una manera directa enaltece al terrorismo. ¿Cómo es posible que se haya permitido?

La vergüenza de esta foto recae sobre todos los españoles, no solo sobre los que podían y debían haberla evitado. Por eso el día de hoy es triste y humillante para todos nosotros.

 La valentía más apremiante, esa que todos deberíamos exigirnos, es la de no olvidarlo.


 La cobardía más vergonzosa, esa que se produce en España con demasiada frecuencia, es la de volver la cara, cambiar de acera, disimular, olvidar, transigir. Nada de esto tiene relación con el perdón, el cual, por otra parte, jamás ha sido pedido por una ETA que tampoco se ha permitido todavía la grandeza de, tras haber sido desmantelada por nuestra policía,  entregar su chatarra y los restos de goma2 que sigue escondiendo.


domingo, 5 de enero de 2014

Del Nickjournal (1).-Chiloé, un paraíso perdido (1 abril 2009).


Introducción a la serie "Del Nickjournal"
En el año 2004 Arcadi Espada, periodista y profesor universitario español, empezó a publicar un blog que tenía la siguiente interesante estructura: Arcadi publicaba con frecuencia casi diaria una entrada  a la que una colección bastante numerosa de gente, entre la que yo, Olo, me encontraba, hacía comentarios. Dos normas regían su funcionamiento: 1).- jamás se censuraría un comentario, dijera lo que dijera y cómo lo hiciera; 2).- cuando los comentaristas se dirigieran a otro habitual del blog lo tratarían siempre de usted.

Aquello se convirtió muy pronto en una interesantísima tertulia. Lo eran las entradas de Arcadi y los comentarios referidos directamente a las mismas, pero además esta sección de comentarios adquirió enseguida vida propia, pues ya no se referían aquéllos a la entrada publicada por Arcadi, sino que eran entradas en sí mismas o discusiones cruzadas entre los comentaristas acerca de mil temas posibles que no tenían nada que ver con lo que Arcadi había dicho.

Algo más tardaron en aparecer los trolls, que así se llamaba en la jerga internaútica a gente borde que se divertía criticando ferozmente, insultando y vejando, a Arcadi o a alguno(s) de los comentaristas. Gente pervertida, neurótica o simplemente imbécil. Durante algún tiempo fue posible soportar a los trolls, lo que le dio una enorme grandeza liberal al blog y a Arcadi, que creyendo firmemente en la libertad de expresión aceptaba con resignación sus malas consecuencias.

Pero llegó un momento en que Arcadi se hartó y decidió acabar con el blog. Los comentaristas más próximos a él decidieron coninuarlo. Un grupo de cinco o seis se convirtió en el de los administradores, con la responsabilidad de seguir produciendo entradas y mantener el blog en funcionamiento. El blog pasó a llamarse Nickjournal. Como sus administradores eran pocos, les costaba producir todas las entradas que el blog demandaba y pidieron a otros próximos al blog que colaboraran en esta tarea. Entre estos estaba yo, que por eso publiqué entre el 2008 y el 2011 algunas entradas allí.

El Nickjournal sigue de cuerpo presente en Internet, donde pueden consultarse todas sus entradas y comentarios (http://nickjournalarcadiano.blogspot.com.). Pero ya no lo cuida nadie y cualquier día podría desaparecer. Es por eso que yo he decidido recoger en mi blog (http://olo-ololo.blogspot.com.) las entradas más interesantes y todavía actuales que publiqué allí.

Sigue ahora la primera de entre ellas: "Chiloé, un paraíso perdido".
Nota introductoria
Hacía ya más de un año que estaba yo buscando un rincón de Chiloé mirando al Pacífico para hacerme allí una cabaña. En mi primer viaje encontré un sitio maravilloso al Sur del río Chepu, sobre la playa de Guaibil, pocos kilómetros al norte de Ahuenco. Pero era demasiado salvaje. No había electricidad, para llegar había que cruzar en bote el anchísimo cauce del Chepu y los enseres necesarios tenían que desembarcarse en la playa. Así que no me quedó otro remedio que desistir. En un segundo viaje visité una propiedad en Rahué, al sur de Cucao, tan maravillosa como la de Chepu pero igualmente incomunicada. A mi vuelta a España escribí esta entrada sobre Chiloé en el blog de Arcadi. Entonces apenas conocía la isla, pero ya estaba enamorado de ella.
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Isla de Chiloé. Bosques en tonos oscuros,
zonas deforestadas y cultivadas en tonos claros.
Situados en el Sur de Chile, la isla grande de Chiloé y el archipiélago de pequeñas islas que la ciñen por el Este, son una especie de paraíso perdido. Paraíso por lo mucho que tienen de naturaleza prístina, apenas transformada por ese homo faber al que el gran Arthur Koestler consideraba medio loco. Perdido por su lejanía patagónica, su insularidad, su sencillez. También porque, a consecuencia de todo ello, muchos de los europeos para los que viajar a Chiloé podría constituir una experiencia memorable, apenas conocen su existencia.

Chiloé queda no ya muy lejos, sino muy fuera de los circuitos del turismo de masas. Ni su clima ni su morfología litoral son compatibles con esos resorts donde el turista de hoy experimenta las tres S sagradas del sun, sea and sex. Todavía más inconcebibles son desde allí esas grandes metrópolis, como Nueva York, hacia donde los europeos peregrinamos para practicar las liturgias compulsivas de las compras.



Chiloé es muy diferente, sus encantos son sencillamente únicos. Insular en el sentido más estricto, sin puente ni aeropuerto, hay que llegar hasta allí mediante un ferry a bordo del cual te enfrentas por primera vez con la mar austral, sus retozones lobos marinos a los que podrías confundir con sirenas, sus cormoranes omnipresentes, sus pelícanos antediluvianos y pensativos, sus muchos barquitos pesqueros, multicolores que lo son para enfrentarse mejor con el peligro de las nieblas que arrastra desde el Sur la corriente de Humboldt, de aguas frías llenas de peces y cetáceos, desde las grandes ballenas azules hasta las juguetonas toninas. Las tierras de Chiloé están cubiertas en buena parte por bosques que asombraron hasta al mismísimo Charles Darwin, impenetrables desde el tercer día mítico de la Creación, en cuya espesura canta ronco el mágico chucao. Y sus cielos, frecuentemente nublados, están surcados por aves innumerables, entre las que puede llegar a verse el albatros, incluso el cóndor.

Al fondo la punta Pirulil, en Cucao, abierta al océano Pacífico. Desde una cueva bajo esta punta dice la mitología chilota que caminan las almas de los muertos hasta el cielo.

He vuelto por tercera vez a Chiloé para ver al Pacífico, allí en el mismo borde occidental en que termina el viejo continente ancestral, el Gondwana, romper sobre la costa sus olas enormes, que llegan furiosas después de un largo viaje desde Nueva Zelanda y Tasmania, en la otra orilla del Gondwana, a través del gran océano vacío, ese Pacífico cuyas únicas posibilidades de vida terrestre las han ofrecido los muchos volcanes submarinos en sus laderas emergidas.

Hay dos Chiloés, el abierto al océano y el del mar interior, la costa rocosa e inmisericorde frente al Pacífico y un archipiélago de pequeñas y numerosas islas, separadas y surcadas por fiordos bellísimos. Son los dos polos entre los que gira sobre sí misma la vida chilota. Chiloé es como una Galicia que hubiera abierto sus rías hacia el Este y cerrado una larga Costa da Morte hacia el Oeste. No en balde la llamaron Nueva Galicia sus primeros españoles.

Aunque la cultura profunda es la misma en todo Chiloé, las islas del mar interior ponen más énfasis en lo agrícola, la costa abierta al Pacífico vive más del bosque, pero las dos trabajan intensamente, cada una a su manera, las riquezas de la mar. Subyace omnipresente una profunda religiosidad, que en parte es monoteísta y católica, apoyada en sus bellísimas iglesias, y en parte politeísta y pagana, sustentada en su riquísima y sorprendente mitología, que nace de todo lo antropomórfico que contienen el bosque y la mar, desde los troncos retorcidos que podrían convertirse en sátiros, como lo son los Traucos chilotes, hasta las algas aferradas a sus rocas que podrían trocarse en cabezas de bellísimas diosas, como lo hace la Pincoya chilota, que cuida de las aguas marinas.

Un ejemplo del Chiloé del Mar Interior, el de los fiordos y las aguas tranquilas:
San Juan, con su iglesia y su carpintería de ribera lado a lado.

Se necesitarían varios libros para explicar someramente lo que es Chiloé. Uno dedicado a su naturaleza: su fauna, flora, geología y clima. Otro a su cultura y su historia. Otro a su manera de vivir, su artesanía, su integración del bosque con la mar, su religiosidad. Otro, finalmente, a su condición humana en transición, su visión del futuro. Yo estoy incapacitado para hablar con profundidad suficiente de toda esta inmensidad, entre otras razones porque no he hecho sino asomarme al mundo chilote. Tengo que limitarme a recomendar a los que me lean que emprendan el viaje hasta allí, que prueben por sí mismos. Será incierto, como todos los buenos viajes. La incertidumbre principal le vendrá de la lluvia. Chiloé es muy lluvioso, esa es su naturaleza, también la muralla que lo protege de muchos invasores potenciales. Pero no siempre llueve, y cuando deja de hacerlo sus arcoiris son los más espectaculares que he visto en mi vida, y su sol más alegre y juguetón que muchos de los innumerables soles mediterráneos. Vale la pena proveerse de un buen capote y unas botas de goma, además de un bastón sólido si se es viejo, para recorrer sus playas y sus sendas, visitar sus aldeas y asomarse a sus bosques, en los que será difícil profundizar porque el sotobosque es muy denso. Pero nunca, si uno se siente llamado a ello, renunciar a un viaje que va a ser mucho más un privilegio que una aventura.

La gastronomía es excelente. Mariscos muy sabrosos a porrillo (locos, machas, almejas, choritos, cholgas, choros zapato, jaibas, centollos), pescados tan buenos como los nuestros del Cantábrico (congrio, merluza, corvina, pejerrey), carnes de cordero con el sabor especial que les dan unos pastos regados con los aerosoles salinos del océano, guisotes complejos y deliciosos como el rechupeante curanto, excelentes ensaladas de cochayuyo, un alga que comen con delicia las vacas, que por causa del cochayuyo prefieren buscar su comida más en las playas abiertas que en los jugosos pastizales. Todo ello acompañable por los inmensos vinos chilenos o las buenas cervezas de ese Sur de Chile que en muchos aspectos es tan alemán. De postre mucha naturaleza donde elegir, por ejemplo la murta, una suerte de frutilla del bosque que se come ahora que empieza el otoño austral en macedonia con trozos de membrillo fresco, todo bañado en almíbar. Y para digestivo final algo exótico como el Licor de Oro, de los pocos que hay en el mundo hechos a base de fermentar suero de leche.

Vacas de Cucao, las más marineras del mundo: prefieren comer cochayuyosen la playa abierta al Pacífico que pastar en verdes prados.

La gente de Chiloé es amable y educada. Hablan bajo, como suele ser el caso entre chilenos, en contraposición a nosotros los españoles, y raramente son pretenciosos. Conviven allí apaciblemente desde el euromorfo más rubio hasta el huilliche más indoamericano, desde el profesional másafuerino, como los chilotes genuinos los llaman, procedente de Santiago u otras ciudades de ese Chile de larguísimas latitudes, hasta el campesino más puramente indígena. La lengua huilliche hace años que se perdió, aunque algunos hacen esfuerzos por recuperarla sin rencores y todos estarían encantados de verla rebrotar. En fin, que aunque no falten problemas, en Chiloé se vive serenamente, que es uno de esos sitios privilegiados donde es posible aburrirse sin sentir angustia, desgranar el tiempo con las manos del recuerdo sin que espina alguna se te quede pinchada entre los dedos de tu memoria.

Cucao y su gente 

Los lagos Huillinco y Cucao forman juntos, hacia la mitad de la isla grande de Chiloé, como la boca sonriente de un viejo barbudo que está mirando hacia el Pacífico. Conectados en serie por un estrecho canal, el lago Cucao es el más occidental y en su desembocadura se alza la aldea del mismo nombre, perdida en la orilla del océano junto a una larguísima playa de arena muy fina y blanca. Todas estas singularidades dotan a la aldea de Cucao de una luz mágica, una claridad salada durante el día, tan luminosa o más que la de Cádiz, y unas puestas de sol sobrenaturales durante los crepúsculos sin nubes. Pero además, la gente de Cucao es especial, representa de alguna manera la quintaesencia de Chiloé.

Carlos González, un chilote de Cucao.
Los campesinos de Cucao viven todavía una cultura de supervivencia, que los obliga a desarrollar múltiples actividades: el hombre labra la tierra y siembra papas, que recolectan entre todos, la mujer cultiva la huerta, unos y otras cuidan el ganado, ovejas o vacas, usan los caballos para desplazarse, recolectan docenas de productos del bosque, el hombre corta la leña, con la que hace sus cabañas y se calientan en invierno, la mujer cuida la casa y los hijos, ambos marisquean, machas en la playa olocos en las rocas, recolectan el cochayuyo, pescan en los ríos con redes o en la mar con aparejos parecidos a nuestras jábegas o lanzando sedales con sus cañas. Finalmente, por sorprendente que parezca, buscan oro en las arenas de su playa interminable, que son auríferas. De manera que cada día es un afán distinto, cada mañana hay que empezarla contestándose la pregunta de cómo va a ganarse uno ese día la vida. No son en su inmensa mayoría peones de otros amos, tienen como mínimo un trocito de tierra y unos animales, además de una amplia familia, que se extiende hasta el 4º o 5º grado, resultando al final en la gran familia de Cucao. He tenido la oportunidad de conocer a uno de estos campesinos, Carlos González, hermano del presidente de la Comunidad Indígena de Rahue, un aledaño de Cucao hacia el Sur. Me enseñó una propiedad que yo quería visitar, abriéndonos paso entre la maleza y el sotobosque con su machete. En la foto se muestra como él es, confiado en su entorno, optimista y a la vez duro, orgulloso de pertenecer a aquel paisaje. Estuvimos un rato descansando en lo alto de una peña, desde la que tomé la foto del cerro Pirulil que acompaña a este texto. Durante unos minutos me habló desde allí de su tierra y de él mismo. Me habló explícitamente y antes que nada de la belleza de todo lo que estábamos viendo, lo que me sorprendió, acostumbrado como estoy a nuestras conversaciones aceleradas de gente de ciudad. Carlos es, como una mayoría de los chilotes, un hombre del Sur, pero de ese Sur absoluto y planetario que termina en el Antártico. Tiene su mirada puesta en el Sur, en la Patagonia profunda a la que se siente pertenecer, en Magallanes. Santiago de Chile no es para él sino una referencia simbólica, otras ciudades del Norte ni siquiera existen. Una vez que sintió la necesidad de salir de Cucao, se fue a trabajar a Punta Arenas, la lejana capital de la mayoría de los chilotes que emigran. Pero allí, para gran sorpresa mía, que sé que Punta Arenas no es gran cosa, se sintió abrumado por lo urbano, así que volvió a Cucao, o por mejor decir a Rahue, y tardará lo más posible en salir de allí. Sus hijos ya han crecido, trabajan fuera, él vive con su mujer entre el bosque y la mar, donde empieza la tierra de nadie en su sentido más literal, y allí quiere permanecer hasta que envejezcan.

Aún así, Cucao está cambiando, el turismo crece año tras año, es posible que pronto se instalen en las cercanías algunos campos eólicos, el progreso técnico puede que permita tratar industrialmente sus arenas auríferas, entonces hasta el paisaje cambiará. Lo hará para bien y para mal, pero así es y ha sido siempre la historia. Reconforta no obstante encontrar, aquí y ahora, gente fundida con su paisaje y razonablemente feliz de estarlo. Gente auténtica, más dueña de sí misma, en su pobreza, que la mayoría de nosotros con todas nuestras riquezas. No es que yo lo vea así, llevado por un rapto de romanticismo, sino que así es, algunas veces y en algunos sitios, aquí concretamente, en gente como Carlos. Eso es todo.

Una escuela rural

Muy pocos días antes de volver a España, recorría con un amigo chileno una región bastante aislada al Noroeste de Chiloé, cerca de Ancud. Nos paramos en un claro del bosque delante de una escuela de aspecto bastante vetusto, con sus paredes de tejuelas de madera muy envejecidas y una misteriosa antena supermoderna coronándola como un campanario hertziano. El maestro salió a saludarnos y a charlar un poco. Se trataba de una escuela rural con un solo profesor y cinco niños como únicos alumnos, que nos miraban tímidos desde la lejana penumbra de su clase. Él iba allí en su coche todos los días, desde Ancud. Nos dijo que se acercó a nosotros porque la gorra de mi amigo lucía el logotipo de una banda de jazz muy conocida. Él, además de ser maestro, toca en la banda de música de una compañía de bomberos de Ancud y ejerce, en sus ratos más libres, de trompetista de jazz. Esto último es lo que verdaderamente le fascina. Le preguntamos por la extraña antena y nos explicó que se trataba del sistema Wimax, que transmite Internet en banda ancha de microondas y es el último grito que va a desplazar muy pronto y en todo el mundo a los Wifis. El gobierno chileno tiene varios programas en marcha para Wimaxizar el mundo rural chileno, en concreto y en nuestro caso todas las escuelas rurales de Chiloé. Lo estaba haciendo allí Telmex, la compañía de Carlos Slim.

Al escuchar todo esto, además de sorprenderme, me llené de sentimientos encontrados. Muy pronto aquellos cinco niños perdidos en una región apartada podrían estar googleando como yo lo hago, podrían hasta chatear con mis nietos, hasta camconversar con ellos cara a cara. Comprendí que Internet está trayendo al mundo una revolución mucho más profunda que todas las revoluciones tecnológicas anteriores. Además se trata de una revolución soft, con solamente electrones, información y conocimiento en juego, físicamente limpia, no contaminante. Y me di cuenta de que con estas poderosas herramientas por delante, casi lo único que nos falta para llegar a vivir en un mundo tan sencillo y feliz como el de Carlos, campesino de Cucao, es altura moral, esfuerzo intelectual e imaginación, mucha imaginación. Nada más y nada menos.

Por lo demás, Chiloé se me ha quedado ahora en la distancia, tanto más próximo cuanto más lejano, como suele suceder con las orillas conocidas del mundo.

(Escrito por Olo)
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