viernes, 30 de junio de 2017

La caca del Trauco es / un moho mucilaginoso es / la caca del Trauco es / un moho mucilaginoso...

Eureka! Un artículo publicado en Le Monde me ha permitido confirmar una vieja sospecha, que la caca del Trauco es un moho mucilaginoso, concretamente el famoso Physarum polycephalum. La evidencia que aporto es el parecido extraordinario entre las fotos que yo he tomado de la caca del Trauco en Duhatao y otras muchas fotos de Physarum polycephalum que pueden descargarse de Internet.


A la izquierda y abajo, fotografías tomadas por mí  de dos incidencias distintas de aparición de la caca del Trauco junto a mi cabaña en Duhatao (Chiloé). A la derecha arriba, una fotografía de Physarum polycephalum de la colección Getty.


Este moho es una criatura extraordinaria, que ha sido capaz de despertar la imaginación y el interés de muchas mentes orientadas hacia laCiencia. Vive en bosques húmedos, como
Ciclo de vida de Physarum polycephalum (tomado de Miguel Ulloa .

los de Chiloé, y cuando las condiciones ambientales son favorables es capaz de aumentar de tamaño a velocidades extraordinarias, del orden de centímetros por hora.

Lo que vemos macroscópicamente en las masas amarillas de las fotos suele ser una sola célula, pero dotada de miles y hasta millones de núcleos. Es capaz de desplazarse de un sitio a otro con un movimiento ameboide, y también de muchas otras cosas extraordinarias que pueden consultarse en la literatura. A su manera, está dotado de una inteligencia que no es neuronal, sino sincitial, es decir, el resultado de las decisiones elementales tomadas por cada uno de sus numerosísimos núcleos y los dominios de citoplasma que rodean a cada uno. Estos elementos de un todo indivisible exploran su entorno y deciden, particularmente en los bordes de la gran masa plurinuclear, si crecer o no hacerlo en ésta o en aquélla o en aquélla otra dirección. 

En experimentos adecuados los científicos han conseguido que una megacélula de Physarum dibuje con aterradora precisión el mapa del metro de Londres o el de carreteras de España, o cualquier otra geometría hecha de un conjunto de nodos y conexiones entre ellos.

Dicho pues queda. Pero me falta considerar lo más interesante de todo: siendo cierto que la caca del Trauco es una megacélula de Physarum polycephalum, también lo es que esta megacélula es la caca del Trauco, o sea, una huella excretada por ese espíritu de los bosques chilotes que es el Trauco, para dejarnos a los humanos señales de su existencia. Esta permanente relación bidireccional es la que he intentado expresar en el título de esta entrada.

¿Cómo explicarlo? Los humanos tenemos un cerebro cuya naturaleza podemos ver como biunívoca. Piensa pero siente, decide pero duda, razona pero intuye, simplifica pero complica, ve pero es ciego, etc. Una de las expresiones más conspicuas de este cerebro nuestro es el lenguaje, que consiste en la creación de palabras, su conversión en conceptos y su integración en frases con la ayuda de gramáticas. Lo biunívoco del cerebro también se aplica a sus lenguajes. En general, podemos afirmar que los cerebros humanos desarrollan dos grandes tipos de lenguajes: el lógico frente al mítico. Uno y otro son imprescindibles para que los humanos lleven adelante su vida en el mundo. El lenguaje lógico es instrumental, trata de la relación entre causas y efectos. El mítico es interrogativo, trata de la relación entre la luz y la sombra, la claridad y el misterio. El lenguaje lógico es racional, el mítico sentimental.

A lo largo de su trabajosa evolución, los humanos han ido desarrollando ambos lenguajes en direcciones que son opuestas. Incidentalmente, vivimos ahora una época de predominio del lenguaje lógico.  Aun así, el lenguaje mítico también ha alcanzado un gran desarrollo, basta para comprenderlo imaginar lo que está pasando por los cerebros de las multitudes en un gran concierto al aire libre, ante miles de fans, de un ídolo del rock.

Una de las grandezas culturales de Chiloé nace de su proximidad a la Naturaleza. Hay muchas huellas en Chiloé de la importancia que durante miles de años ha tenido para los humanos el lenguaje mítico, ese que permite convivir con una Naturaleza no dominada, formando una parte más de ella, con una integración total. El shamanismo antiguo fue capaz de manejar  con maestría los dos lenguajes, el lógico desarrollando toda una botánica médica, el mítico levantando una cosmovisión impregnada de espiritualidad. En aquel shamanismo, y en sus herederos espirituales que todavía viven en el mundo amerindio y campesino, la Naturaleza tiene una condición básica que es espiritual. Así el bosque no es solo una congregación de árboles. Mucho más que eso, el bosque es el espíritu del bosque, que se manifiesta en todas las formas vivas que contiene y en todos los fenómenos que tienen lugar en sus inmensidades sombrías. De esta espiritualización del mundo nació una mitología riquísima, algunos de cuyos personajes sobreviven todavía. Uno es el Trauco, que no es ese enano feo y libidinoso con el que muchos lo caricaturizan, sino el espíritu del bosque, al menos uno de los espíritus que pueblan el bosque. Como cualquier otra realidad espiritual, el Trauco se comunica con los humanos, esos pobladores del Sur de Chile que durante miles de años  de vida en el bordemar, han estado siempre mirando de reojo al bosque que se extendía a sus espaldas, temiéndolo  pero también respetándolo. ¡Hay tantas historias maravillosas de esta relación entre el Trauco y los humanos! Una de ellas es la de la caca del Trauco, que más que una feca es una señal sagrada que el Trauco deja en los límites de su territorio para advertir de su presencia y sugerir quién es el dueño de aquellas soledades.

Por todo esto, la caca del Trauco no es simplemente el sincitio ameboide del moho mucilaginoso Physarum polycephalum. Es eso, claro que sí, pero también es algo más. Es la señal que nos recuerda la existencia de una realidad espiritual, el Trauco, espíritu del bosque. Además de sus ácidos nucleicos, proteínas, fosfolípidos, y todo el aparataje de una biomasa celular, ese montoncito de materia de color amarillo vivo y apariencia muy húmeda y frágil, es una señal que nos llega desde lo profundo del bosque, y que inspira en nosotros respeto ante misterios que nunca podremos comprender si nos limitamos a usar un lenguaje instrumental. Al menos eso es, todavía hoy, para muchos campesinos chilotes que cuando la encuentran en lo alto de un viejo tronco caído, en la mañana húmeda, cuajada de rocío, la queman ceremonialmente y permiten que, al menos durante unos minutos, el misterio de lo trascendente, de lo que no es visible, ni siquiera lógico, los penetre.

También es ese misterio para mí. Cuando empecé a ver cacas del Trauco en Duhatao sospeché enseguida que podía tratarse de un Mixomiceto. Pero también sentí que en aquellos fenómenos había un mensaje trascendente que me llegaba del bosque cercano, y que yo compartía con mis vecinos campesinos de la zona. Me llené de curiosidad a la vez que de respeto. De alguna manera nada lógica, me sentí saludado y reconocido por una realidad espiritual que, como tal, estaba fuera del espaciotiempo.

domingo, 18 de junio de 2017

El día del Juicio.

Ayer fue un día terriblemente caluroso, llegando a media tarde a los 44ºC. Retrasé todo lo posible mi paseo vespertino con Curro. Cuando por fin salimos, ya anocheciendo, el bofetón de calor se abatió sobre nosotros implacable, como la masa de aire ardiente que era.

Quizá por todo eso me surgió, inesperadamente, una extraña pregunta: ¿qué sería de mí en un juicio final al estilo bíblico, puesto yo ante el juez severo del Antiguo Testamento o el juez misericordioso del Nuevo? Sabía que era una pregunta sin respuesta, pero me llevó a hacer un repaso crítico de mi vida. No voy a entrar en pormenores, pero sí quiero describir los paisajes que me he ido encontrando.

Lo primero que he visto es que yo, como cualquier otro humano, casi siempre me he limitado a reaccionar frente a fuerzas, presiones o corrientes exteriores a mí y además incontrolables por mi voluntad. Serán por tanto esas reacciones mías las sometibles a juicio, aunque no todas, sino solo aquéllas en las que yo tenía libertad para elegir entre varias alternativas. Lo enjuiciable está, por lo tanto, no en mis reacciones, sino en las decisiones en que libremente las he basado.

Lo siguiente que he visto es que a veces lo que me ha movido a la acción no ha sido un acontecimiento exterior, sino pulsiones interiores, nacidas de mis convicciones o mis deseos. Pero aquí también mi voluntad libre ha tenido que elegir entre varias alternativas, y cuando la elección ha sido éticamente reprobable mi conciencia lo ha detectado.

Inmediatamente mi cerebro ha unificado los dos campos anteriores. Ya se haya tratado de reacciones o de proacciones, el problema ético estaba en mi lucha interior entre pulsiones o convicciones o deseos contradictorios que nacían de mí, de modo que uno terminaba venciendo y era el responsable de mi decisión final.

He dejado a un lado mis reflexiones para cenar y luego me he echado a dormir.

En mitad de la madrugada me he despertado y he tenido, súbitamente como suele ser el caso, lo que solo puede describirse como una iluminación. No serán mis buenas o malas acciones los componentes principales del juicio al que puedo ser sometido, sino mis omisiones.

Es decir, mis renuncias, mis cobardías, mis abandonos, mis silencios, mis indiferencias, mis frialdades, mis traiciones. En definitiva, mis faltas de amor y de coraje.

De estas sí que he sido y seré, verdaderamente, el único responsable.


Y respecto a todas ellas, que ya no tienen remedio, lo único que puedo hacer es buscar dentro de mí un verdadero arrepentimiento y pedir misericordia, o lo que es lo mismo, perdón.

Parábola de los Talentos (Mateo, 25).- Grabado en madera fechado en 1712, cuyo origen desconozco.
Cuando el dueño vuelve a la casa y pide cuentas a sus criados de los dineros que les dejó, dos le están mostrando cómo los han multiplicado haciendo uso de ellos. Un tercero fue cobarde y enterró, para no perderlo, todo lo que había recibido

domingo, 4 de junio de 2017

LA VOZ

He ejercitado a lo largo de mi vida mucho más mis ojos que mis oídos. He leído mucho y conversado poco, de una canción me ha gustado más la melodía que la letra, he amado el silencio. Aun así he hablado durante innumerables horas como profesor en la Universidad, pero era yo el único que lo hacía en el aula y además apenas me escuchaba, enfocados como estaban mi cerebro y mis sentidos sobre las ideas y argumentos que intentaba expresar.

Sin embargo conservo sonoramente vivo el recuerdo de las voces de las mujeres que amé, los amigos que quise, los niños que fueron mis hijos, unas hablando, otras  gritando o susurrando.

Todas esas voces añoradas, más aún, cualquier voz humana, son puertas por las que se derrama sobre ti el alma de la persona a la que escuchas, su inteligencia, su sensibilidad. Cada voz tiene una música, la suya. Siempre es así, sea cual sea el idioma y la cultura de quien la expresa. Incluso, tantas veces, en lo melódico de una voz hay un lenguaje secreto que solo entiendes tú porque va dirigido específicamente a ti.

Pero en realidad yo, que he hablado mucho hace pocos días gracias a que alguien me indujo a hacerlo, soy, ya lo he apuntado antes, un hombre taciturno, silencioso y solitario, más mirón que parlanchín, más observador que conversador, hasta más místico que retórico.

Quizá sea precisamente por esta forma de ser mía por lo que he podido darme cuenta cabal de la belleza y la fuerza, en definitiva la verdad, que se encierran en los tonos y las músicas de los que tienen la suerte de entablar una conversación amistosa y sincera.


¡Claro que sí! ahora lo entiendo. Eso es lo que, en mi juventud, hacían los novios cuando empezaban a quererse y los amigos cuando se daban compañía: asomarse juntos a paisajes mentales que eran nuevos y por eso únicos. Eso es lo que también pueden hacer los viejos.