miércoles, 28 de diciembre de 2016

El terremoto de Chiloé del 25 de diciembre de 2016

He querido esperar unos días antes de escribir mis impresiones sobre este terremoto, que tuvo su epicentro en el mar, al SW de Quellón y NW de Melinka, alcanzando una intensidad de 7,6 Richter. ¿Por qué esta espera? Quizá porque es mi primer terremoto de consideración, una experiencia que comparto con la mayoría de los chilotes nacidos después de 1960, cuando el terrible seísmo que centrado en Valdivia se abatió sobre el Sur de Chile, cuyo tsunami acompañante causó un daño terrible en Ancud. Aunque ya estaba yo en Chiloé cuando el terremoto de Febrero del 2010, que asoló al centro de Chile pero aquí en el Sur apenas se notó.

Tengo que empezar diciendo que vivir los escasos momentos que duran los movimientos de un terremoto es una experiencia que imprime carácter, es decir, imborrable. No por cantidad, sino por calidad. Porque, ¡diablos! si algo sentimos los humanos como sólido es la tierra que pisamos, y cuando esta tierra se comporta, de súbito, como un gigantesco y rocoso pedazo de jalea, encima del cual te encuentras tú, totalmente indefenso, se te viene abajo la mayoría de los esquemas que constituían, por expresarlo de alguna manera, tu carta de navegar por este planeta.

El domingo 25 de diciembre amaneció un bonito día. A las diez y media de la mañana yo asistía a la misa que estaba celebrando en la catedral de Ancud el obispo de la diócesis, monseñor Juan María Agurto. Todo transcurría con normalidad hasta que, ¿cuándo? Pienso que acababa de darse la Comunión pero, aunque parezca increíble, mi memoria es incapaz de reconstruir el momento exacto, como si el disco duro de mi cerebro haya sido reformateado por lo que vino después. El caso es que todo empezó a temblar, en un movimiento lento y sostenido que iba en ascenso. Creo que en aquellos segundos iniciales el sentimiento que predominaba en todos los que estábamos allí era de incredulidad. Ante la inmediatez de los acontecimientos, razonar se hacía imposible, pero la realidad terminó imponiéndose con su crudeza. El temblor, un trepidar de todo lo que en circunstancias normales es inmóvil, iba a más. Curiosamente, y esto no creo que se me olvide nunca, el movimiento anormal de las cosas venía acompañado de un bramido indescriptible, profundo y sostenido, que parecía salir de lo hondo de las entrañas de nuestra madre Tierra, aunque me llegaba desde todas las direcciones. El obispo se mantenía firme en el altar, aparentemente expectante, como todos nosotros. En las décimas de segundo que transcurrían con muchísima lentitud el terremoto, que así lo habíamos identificado ya, iba yendo a más, a más, a más. Ya no pudimos aguantarnos. Alguien empezó a dirigirse hacia la puerta, pero sin pánico, tal y como si la misa hubiera acabado, quizá intentando convencerse de que todo aquello era solamente un mal sueño. Y los demás empezamos a seguirle. El obispo se mantenía firme en el altar, mirando cómo empezábamos a salir. Yo tuve por unos instantes la sensación de que hacíamos mal yéndonos y dejándolo allí, al menos eso me parece recordar ahora, pero no por ello me detuve, mis pies y mi cabeza se movían por entonces en universos muy distintos. Y de pronto, tan inesperadamente como había empezado, el movimiento cesó y con él los bramidos que nos llegaban de lo profundo. Don Juan María se dirigió a nosotros y nos pidió calma, lo que nos hizo volver automáticamente a nuestros sitios. Todos, empezando por monseñor, estábamos manifiestamente impresionados. Pero lo que tampoco se borrará nunca de mi memoria es que, en el apacible marco de tranquilidad que había poseído a casi todas las cosas, las grandes lámparas del templo, que colgaban del techo sostenidas por lo que parecían largos cables de acero, seguían oscilando pesadamente, en largos movimientos pendulares que se mantenían señalando lo que acababa de pasar. He intentado reconstruir en mi memoria la dirección que tenían estas oscilaciones de las lámparas; cruzaban el templo de costado a costado, en un eje SE/NW, más o menos perpendicular a la línea que une Ancud con el epicentro del terremoto, lo que no entiendo, porque la onda sísmica debería llegarnos a nosotros casi desde el mismo Sur. En cualquier caso: aquellas solemnes oscilaciones  de las grandes lámparas colgantes, convertidas en extraños péndulos de Foucault, no las olvidaré jamás.

El obispo empezó a hacer algunas consideraciones sobre lo que acabábamos de vivir. “Nosotros estamos a salvo”, vino a decir, “pero ¿qué puede haber pasado o estar pasando en otros sitios de Chile?” Nos invitó a rezar. Alguien en el templo hablaba por un celular. El obispo, desde el altar, le gritó, “¿Hay noticias, qué dicen?”  Y se oyó la voz, “En Quellón”, solamente eso, y todos comprendimos dónde había golpeado la tragedia.

Salimos a la calle. Empezaba a sonar con fuerza sostenida la sirena de alarma de tsunami de la Municipalidad. Casi a la vez sonó en mi celular una alarma similar, establecida como norma en todo Chile por la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencias del Ministerio del Interior).

Finalmente apenas hubo daños, ninguna pérdida de vidas humanas. Chile es un país bien preparado para enfrentar los riesgos telúricos que se le derivan de estar en el mismísimo borde de ataque en el que el viejo continente ancestral, el Gondwana, se enfrenta con las mares primigenias y sus fondos. Creo que este riesgo telúrico impregna la cultura de Chile y la dota de unos valores que otros pueblos no tienen en tanta medida, como son la solidaridad, la entereza ante la desgracia y hasta una cierta bravura.


Cuando ya íbamos a salir de la catedral monseñor Agurto, todavía desde el altar, nos dirigió unas palabras de ánimo. No recuerdo su contenido exacto, pero no olvidaré el grito que repitió dos veces, “¡Fuerza, …, fuerza!” Ese grito que he oído cuando el terremoto de 2010, en su forma de “¡Fuerza Chile!” y que brota del mismo corazón de una gente admirable, los chilenos, que nunca se van a resignar a ser víctimas pasivas de la desgracia.

La catedral de Ancud por fuera y por dentro. En la imagen de la derecha pueden verse las grandes lámparas que cuelgan del techo

domingo, 25 de diciembre de 2016

El abrazo

Paul Klee (1939).- El abrazo
Esta noche de Navidad que es, siempre lo fue, una noche mágica, sientes el peso de muchos interrogantes. Recuerdas a los que quieres, que están lejos. Te percibes como rodeado, más todavía, empapado por una niebla de trascendencia, entendida esta palabreja como un traspasar, un taladrar, ir más allá. Sin que llegues a ser plenamente consciente de ello, barruntas, intuyes, entrevés, que la inmensa mayoría de los problemas que nos afligen a los humanos tienen solución. Entre ellos están, naturalmente, los que te afligen a ti mismo. Y que esta solución pasa por un abrazo inmenso y a la vez único. Inmenso porque abarca a todo el Universo, cuando lo piensas te parece desmesurado, pero cuando lo sientes te das cuenta de que es así, a todo el Universo, empezando por los que tienes más próximos a ti. Y único, que quiere decir singular, porque no es el abrazo típico entre dos que salen a la vez al mutuo encuentro. No. Eres tú, solo tú, quien lanza al aire, que es el viento, este abrazo solitario que pretende abarcar a todo lo que existe.

Así, desde esta posición de partida, vas encontrándote con todos los que están cerca de ti y con todo lo que te es familiar, y tu abrazo se va convirtiendo, mágicamente, en un abrazo entre dos. Uno tras otro, uno tras otro, sin que le veas el fin, un maravilloso abrazo entre dos.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Navidad 2016

Una madre siria refugiada y su hijo descansan tras cruzar la frontera con Jordania (ACNUR)

Yo creo en la magia de la Navidad, que a pesar de todos los años y decepciones pasados desde que hace ya más de dos mil Jesús nació en Belén, sigue siendo la fiesta más entrañable y hermosa de todo el mundo occidental, cristiano en su día. Me gusta felicitar a mis amigos con este motivo, pero de verdad, deseándoles que sean felices.

El sentimiento respecto a lo religioso (a favor o en contra) se ha ido interiorizando con el paso del tiempo. En nuestro mundo las proclamaciones públicas de ser algo o estar a favor o en contra de algo no tienen sentido salvo en circunstancias muy graves. No en balde la votación, corazón de nuestros sistemas democráticos, es secreta.

Las religiones, también la cristiana,  son todas una cuestión de fe. La Navidad es uno de los dos grandes misterios del cristianismo, que no tiene ni podrá tener nunca una explicación razonable. Solo puede llegarse a entenderla a través de la fe.

Por eso una forma de hablar de la Navidad, que es lo que yo querría hacer, es hablando de la fe, que es a lo que me dispongo.

¿Es la fe algo más que un acto de obediencia, ciegas ambas?

¿Tiene sentido hablar de la fe en nuestro mundo, tan alejado de lo sagrado?

¿Es la fe una forma de la confianza? Yo confío en mi madre, en mi mujer, mis hijos, mis amigos, ¿pero creo de verdad en ellos?

¿En qué creo yo? Esta es probablemente la gran pregunta que todos tendríamos que hacernos de vez en cuando. Y para los cristianos, por cierto, una de esas veces debería ser la Navidad.

¿Qué es tener fe? Confiar, esperar… sí, pero de una forma desinteresada. La generosidad, el altruismo, son características de la fe más importantes que sus contenidos concretos. Si yo tengo fe en algo, es que estoy dispuesto a empeñar mi vida en ello.

¿Daría yo mi vida por un hijo, o por mi mujer, empeñaría mi vida en la salvación de uno de esos niños de Alepo que ya han olvidado lo que es la sonrisa? Hay tantos Alepos, muchos tan cerca de uno...

Esa es la pregunta. Que podría plantearse en sentido inverso, de forma mucho más abierta, ¿por qué causa o persona o esperanza estaría yo dispuesto a entregar mi vida?

Vivimos en un mundo en el que muchos de nosotros no hemos sentido nunca la necesidad de hacernos esa clase de preguntas. No ha hecho falta. Los días han ido pasando, simplemente, sin nada definitivo que recordar.

Pues esta es la pregunta que yo quiero plantearme hoy junto a los que de vosotros queráis hacerlo. Tú y yo, ¿a qué causa o cosa o persona o esperanza estaríamos dispuestos a entregar nuestra vida, arriesgando nuestra seguridad, nuestro bienestar, nuestra confortable indiferencia?

Feliz Navidad y un fuerte abrazo.




martes, 20 de diciembre de 2016

El pasado es el presente

Una tarde de tormenta, desde Punta Tilduco (Chiloé)


De pronto tienes la sensación de que el tiempo, tu tiempo, no ha pasado nunca, de que tu pasado es tu verdadero presente y que tu presente no es sino un palpitar de tus sentidos, estando como estás a la orilla del río interminable por el que fluye todo lo que existe.

Sí, cuando tienes esa extraña sensación desaparece toda la pena y toda la angustia que en tantas otras ocasiones llegas a sentir, acerca de lo que fue y no volverá a ser o no debería haber sido.

Entonces te sientes totalmente acompañado, dándote cuenta de que tú eres sobre todo la compañía que te dan tus recuerdos. 

experimentas una necesidad tranquila de perdonar y ser perdonado, querer y ser querido, amar y ser amado.

sábado, 17 de diciembre de 2016

El peso de la TECNOSFERA

Y bien, en aparente (pero solo aparente) contradicción con lo que escribí ayer, hoy leo en la sección de Ciencia de Le Monde una noticia “bombástica”, como se la podría calificar en inglés. 

Un equipo internacional liderado por el Departamento de Geología de la Universidad de Leicester ha calculado el peso de laTecnosfera. Entendiendo por Tecnosfera el conjunto de materiales físicos que han sido producto de la actividad humana desde que Homo sapiens se puso de pie sobre este planeta Tierra.

ESTE PESO ASCIENDE (¡agárrense bien!) A 30.000.000.000.000 DE TONELADAS.

Lo he escrito bien: treinta mil miles de millones de toneladas, equivalentes a 50 kg por metro cuadrado de superficie planetaria, incluyendo océanos, desiertos, polos…todo.

Para meditar. Alguien me decía no hace mucho tiempo que una manera adecuada de modelizar la presencia de los humanos sobre la Tierra sería asimilarnos a un virus para el que no se conoce ninguna medida neutralizadora, y que por ello crece y crece y crece.


Ante esta noticia, los chistes de Singer que ya he publicado aquí un par de veces se revelan proféticos.


viernes, 16 de diciembre de 2016

En la tempestad, atentos al viento

1851.- Aivazovski.- Tempestad.

Aquí en Duhatao el NW ha soplado con fuerza esta madrugada. Mi cabaña se conmovía, la lluvia crepitaba furiosa sobre el tejado de zinc, innumerables ruidos entrechocaban y se mezclaban de mil maneras distintas generando todo tipo de rumores, desde aullidos hasta cantos. Yo, entre sueño y sueño, he ido viviendo la confusión cósmica de esta tempestad, una más de las muchas que se abaten sobre Chiloé a causa de la pelea inacabable que mantienen, sobre el Pacífico cercano, los vientos helados que desprende la Antártida con los más cálidos de nuestras latitudes medias.

Suelo levantarme muy temprano, entre las 5 y 6 de la madrugada cuando todavía, en este verano austral, es de noche pero ya se inicia un suave clarear por el Este. Hoy lo hice así, enseguida me calenté un café, subí con él a mi estudio, encendí el ordenador y empecé a repasar las noticias que ofrecía mi prensa favorita.

Me sorprendió una extraña iluminación que poco a poco me iba poseyendo. Yo, que suelo ser un ferviente y crédulo lector de la prensa Internet, percibía ahora la inmensa superficialidad de las noticias que iban apareciendo en mi pantalla, su profunda falsedad, la inconsistencia de casi todas ellas. ”¡Diablos!” iba yo pensando, “¿cómo es posible que pierda mi tiempo todas las madrugadas con esta basura?”

No es que estuviera tomando por mentirosos a los periodistas que habían escrito aquellas noticias, la información era casi siempre veraz, de eso estaba yo convencido. La falsedad y la irrelevancia las veía en ellas mismas, sus protagonistas y sus contenidos. La mayoría solo deberían leerse cuando reflejadas en un espejo mágico que las despojara de su condición embustera, algo parecido a esos espejos descubridores de fantasmas porque éstos no pueden reflejarse en ellos.

Entonces comprendí que lo que necesitamos hoy de los periodistas no es que nos transmitan las noticias que les llegan, sino que salgan a buscar, con un espíritu investigador y crítico, también con mucha fuerza y esperanza, las noticias que de verdad y con urgencia pueden informarnos sobre los caminos que está siguiendo nuestro mundo a través del tiempo y hacia dónde se dirige.

Me asomé a la ventana. Empezaba a hacerse fuera una luz que era todavía muy gris. La enorme confusión impresionaba, árboles y arbustos se abatían unos sobre otros golpeados por un viento feroz que los castigaba desde muchas direcciones distintas. El entrechocar violento de sus ramas y hojas, además del propio ulular del viento a medida que ascendía por los barrancos que me rodean, se fundían en un gigantesco grito.

¡Que grandeza! Y sin embargo lo urgente, lo verdaderamente decisivo en aquellas circunstancias, sobre todo para el que estuviera sin refugio en mitad de aquella triste amanecida, sería conocer la dirección desde la que verdaderamente estaba soplando aquel vendaval.


Los mil vientos distintos que lo abatían todo desde muchas direcciones cambiantes no eran sino el resultado del régimen turbulento de la tempestad. Tenía que haber un viento general que soplara desde una misma dirección, no cambiante, del mar. Ese es el que sería importante, quizá decisivo, conocer.

1868.- Aivazovski.- Tempestad.

martes, 13 de diciembre de 2016

La alegría del Halcón


La composición que presento quizá tenga demasiadas fotos, pero he querido recoger tantos movimientos como posible de este bello ejemplar de Halcon peregrino subespecie cassini, poblador habitual de los acantilados costeros de Chiloé y de toda la costa chilena, “desde Arica al cabo de Hornos”, como dicen en su magnífica guía de campo de “Las Aves de Chile”, de la que he tomado la lámina que acompaña, Daniel Martínez y Gonzalo González.

Las fotos las hizo mi amigo Santiago Elmudesi hace unos días, cuando avistamos al halcón desde unos 90 ms de altura sobre el mar, frente a la roca del Elefante, en Punta Tilduco, Duhatao. Muy cerca he tenido localizado durante años un nido de halcones peregrinos, que en los dos últimos veranos no han aparecido. Por eso me alegro mucho de ver ahora anidando en la cara Norte, que no la Sur, del mismo barranco esta pareja de peregrinos, que o son familia de aquéllos o los mismos buscando más independencia.

Solo un ejemplar de la pareja nos sobrevoló, el otro se quedó entre rocas de vértigo, donde tendrían su nido. Pero este que lo hizo manifestó un comportamiento que nunca les había conocido. Los peregrinos suelen ser voladores formidables y cazadores empedernidos, que no pierden su tiempo. Siempre los he visto atareados, y hasta he tenido la suerte de contemplar el picado tremendo de uno de ellos sobre un zorzal en vuelo, al que mató del golpe y atrapó enseguida en el aire, mientras caía, para llevarlo a su nido. Pero éste de las fotos no dejaba de sobrevolarnos y gritarnos, intentando llamar nuestra atención. Gracias a eso pudo Santiago tomar muchas fotos no comunes de un ave poco sociable. Por lo leído en la Guía de campo este comportamiento es típico de los peregrinos cuando están iniciando la fase reproductora, es decir, haciendo el nido o ya incubando los huevos, pero sin que todavía hayan nacido pollos exigentes a los que alimentar.

Lo que a mí me encantó de la escena fue la alegría de vivir que el Halcón manifestaba. Sí, eso es lo que he dicho, alegría de vivir, felicidad de respirar y de sentir el latir de su corazón y de ver allá abajo rocas enormes que se empequeñecían como pedruscos y de sentir la fuerza del viento y el frescor del aire y el brillo del Sol y el azul de las aguas inmensas. Alegría de estar allí en ese preciso momento y de tener todo un verano por delante, de esperar  las crías que vendrán y los afanes que traerán, de no sentir miedo, hasta de amar a su manera, como los Halcones, sin duda, saben hacerlo.

Esta alegría de vivir, que todos, absolutamente todos los seres vivos, hemos tenido la oportunidad de experimentar, es la forma más sencilla, quizá también la más profunda, de felicidad. Aquel Halcón, sin saberlo él y sin comprenderlo yo, estaba siendo capaz de transmitirme todos sus sentimientos felices. 

Bendito sea.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Misterios de los bosques de Chiloé

Cenando con un grupo de amigos campesinos, en Chiloé. En la sobremesa se inicia una conversación tranquila, al estilo chilote. Si en una tierra ardorosa como mi Andalucía las conversaciones son calientes como esos Soles de agosto que casi nos ponen en erupción con máximas de 45ºC a la sombra, en el Chiloé campesino una conversación interesante va encendiéndose poco a poco, como un buen fuego de leña. Cuando la nuestra alcanza su clímax, empiezan a aparecer, como fantasmas, temas interesantes de los que habitualmente no se habla.

Los bosques nativos de Chiloé, esos que desde la Creación no han sido tocados nunca por la mano del hombre, todavía existen y están llenos de misterios. Yo no soy supersticioso, más aún, intento aplicar una visión científica a los fenómenos nuevos para mí. Estos bosques primitivos son ecosistemas muy especiales de los que todavía desconocemos muchas cosas. En relación con ellos, surge en nuestra conversación un tema del que yo jamás había oído o leído nada.

Uno de los que está allí habla en primera persona, de lo que le pasó a él. Atravesaba un día una cuadrilla de leñadores  uno de estos bosques misteriosos. El que lo cuenta, Pedro, se quedó por alguna circunstancia un poco atrasado, oyendo cerca a los que lo precedían pero ya sin verlos. Entonces, súbitamente,  se le llenó la nariz de un olor muy extraño, que nunca antes había experimentado. Y enseguida sintió unos mareos que pronto se convirtieron en desorientación y en percepciones distorsionadas de los árboles, arbustos, sombras y desniveles que lo rodeaban. Así se quedó sin rumbo y se habría perdido quizá para siempre si no fuera porque sus compañeros, extrañados de su ausencia, volvieron atrás y lo buscaron y recuperaron.

Yo me quedo sorprendido de lo que escucho, pero a mis contertulios chilotes les parece normal. La mujer de Pedro, dispuesta a convencerme de que ese tipo de sucesos no son infrecuentes, me cuenta que a su hermano le pasó lo mismo cuando era joven y estaba con un grupo de leñadores en un bosque de la orilla del Pacífico, frente a la isla de Metalqui.

Hablamos de todo esto. Para ellos se trata de acontecimientos inexplicados, no sobrenaturales. Y es frecuente tropezarse con este tipo de fenómenos en los bosques. Surge otro tema del que yo había oído hablar antes: estás en la orilla de un gran bosque, viéndolo desde fuera, y de pronto hasta los árboles más grandes empiezan a conmoverse y cimbrear como si un gigante los estuviera apartando a su paso, a la vez que el murmullo de la multitud de hojas que se agitan violentamente se convierte casi en un aullido. Ese misterioso gigante, que no es más que un enigma ante tus ojos asombrados, pasa de largo y se pierde en la distancia. (He transcrito fenómenos parecidos en dos entradas de este blog: "Un trauco emerge del bosque", 6junio2013; y "De traucos, vientos y nieblas", 14diciembre2014).

Muchos campesinos se limitan a constatar la existencia de estos acontecimientos,  misteriosos por inexplicables. Pero en lo más hondo de nuestra naturaleza humana está encarnada la necesidad de buscar explicaciones a los fenómenos que no comprendemos. Así surgieron la ciencia y la filosofía, pero también la mitología y la religión. Cuando no se pueden encontrar explicaciones razonables, algunos dan un  salto hacia lo trascendental. Es el caso, por ejemplo, de mi amiga la señora Marta. Ella también olió cuando era una niña algo que jamás había olido antes, un extraño olor que, por cierto, nunca ha olvidado. Coincidió esto con grandes incendios de bosques hacia el Sur, por las orillas del río Chepu. Multitud de animales huían del fuego y pasaban a veces por donde Marta vivía, en busca de refugio. Alguien debió decirle a Marta que aquel olor podía proceder de un trauco, ese espíritu permanente de los bosques de Chiloé, que huía también. Y Marta decidió creerlo, firmemente, así lo sigue creyendo hoy y hasta a veces, en determinadas épocas del año, como cuando entra el verano, le llegan todavía ramalazos de aquel olor.

A mí la intuición me dice que los acontecimientos descritos podrían tener como causa hongos con propiedades alucinógenas. Estos hongos, junto a muchos otros, existen en los bosques chilotes, como en otros muchos bosques del mundo. Es posible que Pedro, al apartar algunas ramas de su paso, golpeara alguno de estos hongos y desde los esporangios maduros ocultos bajo su sombrero se desprendieran miles de esporas microscópicas de las que Pedro inhalara las suficientes para llegar a tener una suerte de experiencia psicodélica.
Gymnopilus spectabilis


Hay un libro precioso sobrehongos de Chile, escrito por Giuliana Furci, que pude descargarse gratuitamente en Internet. Allí figura, entre otros, un hongo presente en los bosques del Sur de Chile y en muchas otras partes del Mundo, el Gymnopilus spectabilis, al que se conoce con el nombre de “hongo de la risa” por sus propiedades psicoactivas. Debe decirse también que es altamente tóxico.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Trump y el futuro del Mundo

Donald Trump
Un buen amigo, lector asiduo de mi blog, me pregunta cómo es que todavía no he escrito una palabra acerca de Trump. Intento ahora responderle.

En este caso de Trump, como en cualquier otra elección democrática, es importante distinguir entre el candidato vencedor y los ciudadanos que, votando a su favor, han hecho posible su victoria.

En cuanto a Trump, desconfío de sus capacidades para un puesto tan importante como el de presidente de USA. Porque carece totalmente de experiencia política y administrativa y además es arrogante. Aparenta creerse el “rey del mambo” y si se lo cree de verdad mal, muy mal asunto, malísima prognosis. Que no intenten tranquilizarnos con que hay otros poderes equilibradores, capaces de amortiguar sus eventuales desaciertos. El sistema político USA es presidencialista, el máximo poder está a la vista de todos y tiene apariencia humana, por eso es un sistema democrático. Si el presidente no lo hace bien, a USA le irá mal y con ella al Mundo, de eso estoy seguro y además hay ejemplos abundantes. Quizá no les vaya mal inmediatamente, pero el futuro estará muy comprometido.

En cuanto a los que lo han votado, representan a esa mitad de los norteamericanos a los que las cosas les han ido yendo cada día un poquito peor durante años, que por eso desconfían de la marcha del Mundo y del futuro que van a tener sus nietos. Son víctimas de una Megamáquina económico/financiera que se ha liberado de todo control político y recorre el Mundo entero sin frenos y sin visión del largo plazo. Hillary Clinton representaba para muchos la subordinación del poder político a esa Megamáquina ciega, por eso probablemente ha perdido. Por cierto que viene al pelo recordar la frase que, pronunciada o no por él,  inmortalizará a su esposo, el presidente Clinton: “¡es la economía, estúpido!”.

Este mismo problema norteamericano se reproduce en Europa y en toda América en términos muy parecidos. Los ciudadanos de a pie desconfían de la clase política que los dirige y se ponen en manos de líderes populistas, que casi siempre les prometen lo que saben que no van a ser capaces de conseguirles. Un círculo éste que puede llegar a ser verdaderamente vicioso.

¿Es todo esto que pasa una manifestación de ese ciclo político a muy largo plazo que se mueve por el Mundo y el Tiempo como las olas gigantescas de una gigantesca mar de fondo? Me temo que sí. Lo que significaría que la democracia y con ella lo que han llegado a ser Europa y también América, están frente a una perspectiva de riesgo.

¿Llegaremos a una situación en la que tengamos que poner las esperanzas de nuestros nietos en manos de los mandarines chinos y su sabiduría confuciana?


Todo es posible. 

Siempre lo ha sido.

Xi Jinping