miércoles, 30 de noviembre de 2016

EL ARROJO Y EL RIESGO

Riesgo y arrojo son componentes característicos del comportamiento humano, como lo son sus ausencias.

Te arriesgas cuando das un salto en el vacío, esperando encontrar al otro lado lo que estabas buscando o ansiando. Es como arrojarte a un barranco oscuro bajo la suposición de que la otra orilla, que no ves, estará lo suficientemente cerca para que puedas alcanzarla con el impulso de tu salto.

Riesgo y arrojo son dos bellas palabras íntimamente emparentadas. Recuerdo ahora mis días junto a la gente de la mar, esos pescadores de altura que pasan la mayor parte de sus vidas en aguas lejanas, arrostrando un sinfín de peligros desde la soledad de sus pequeños barcos. Rafael Montoya era uno de ellos y mi amigo. Un día le preguntaba yo cuáles eran las cualidades más importantes en el patrón de un pesquero de alta mar. Me contestó de inmediato: “el arrojo”. Me gustaba provocarlo para conocerlo mejor, así que le argumenté si no sería más importante el conocimiento de las técnicas de navegación y pesca. Paseando como estábamos por las calles de Algeciras, se paró con los brazos en jarra y casi me gritó: “dime en qué universidad o academia aprenden los toreros a enfrentarse con los toros”.
Rafael Montoya

El arrojo no es osadía ni valor temerario. Un hombre arrojado como lo fue Rafael demostró muchas veces su capacidad de arriesgarse en empresas difíciles. Pero ese valor suyo se apoyaba en su capacidad de calcular los riesgos.


La recíproca es cierta: para calcular con fiabilidad y precisión los riesgos es indispensable tener valor. El miedo te aloba, te apuna, paraliza tu mente y ciega tus sentidos. Si te arrojas con miedo al barranco oscuro que tienes por delante es muy probable que termines estrellado en el fondo.

Por eso el arrojo, más que ciencia o experiencia, es arte puro.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Teilhard de Chardin

Punta Tilduco una tarde de Sol
Empieza la tarde de domingo y yo ojeo las páginas de algunos libros de Teilhard de Chardin, leídos y subrayados por mí hace muchos años, cuando era nada más (y nada menos) que un joven estudiante.

Leer a Teilhard desde el rincón agreste, apartado de lo urbano, en que ahora mismo me encuentro, es una experiencia interesante y reveladora. Fue un hombre comprometido con la Ciencia y a la vez profundamente religioso. Su trabajo científico quedó reflejado en revistas de Paleontología, que era su especialidad. Pero es su obra literaria la que ha trascendido al público, en particular “El fenómeno humano” y “La visión del pasado”.
Aunque dudo que hoy los jóvenes lean mucho a Teilhard, a mí me marcó para siempre. En su homenaje, en vez de seguir hablando de él, voy a copiar aquí algunas de las frases suyas que yo subrayé cuando era joven:

“El mundo no tiene interés más que hacia delante” (CV73)

“El mundo se transformaría y sería invencible, y estaría armado para todas las conquistas, si los hombres se amasen los unos a los otros” (CV81).

“¿Acaso el espíritu no lo anima todo, incluso las plantas, incluso las piedras?” (CV113).

“Incluso a la mirada de un simple biólogo, nada se parece tanto a un camino de la Cruz como la epopeya humana” (FH374).

“El Hombre se ve sin metáfora capaz de experimentar y descubrir su Dios a través de la longitud, la anchura y la profundidad del Mundo. Poder decirle literalmente a Dios que uno lo ama no solamente con todo su cuerpo, con todo su corazón, con toda su alma, sino con todo el Universo en vías de unificación: he aquí una oración que no puede hacerse más que en el seno del Espacio-Tiempo” (FH356).

“¿Qué ciencia podrá nunca revelar al Hombre el origen, la naturaleza, el régimen y la potencia consciente de voluntad y de amor de que está hecha su vida? (MD69).


P.S. Las letras que siguen a cada frase significan el libro, y los números la página, de los que las extraje.Todos ellos editados en España por Taurus hacia fines de los 1950’s comienzos de los 1960’s. CV…Cartas de Viaje; FH….El Fenómeno Humano; MD….El Medio Divino.

Punta Tilduco una tarde de niebla

martes, 22 de noviembre de 2016

Chiloé otra vez



La cadencia de las revisiones oncológicas me deja unos meses de libertad provisional que aprovecho para volver a Chiloé. Todo va bien. Durante el larguísimo vuelo, cuando ya amanece, pasamos como otras veces sobre la línea que separa el Gran Chaco paraguayo del resto del país. La visibilidad es perfecta, sin rastros de nubes. De nuevo me encuentro, geometrizado por grandes potreros infinitos, ese territorio que hasta no hace mucho era silvestre. Es la industrialización de la ganadería, la conversión de la tierra madre que lo era de los amerindios que la poblaban en un recurso globalizado en manos de multinacionales lejanas. Siento tristeza, y con ella la firme intuición de que lo mismo está pasando o va a pasar en grandes espacios naturales de América y África. ¿Hacia dónde va este mundo que debería ser el nuestro, el de todos?

Poco después, en una mañana luminosa, es la gran Cordillera de los Andes quien me da la bienvenida a Chile. Bellísima, con poca nieve para el final de la primavera austral en que estamos, lo que de alguna manera no racionalizable me inquieta. Pero su belleza puede con mis miedos.



Es jueves y encuentro el aeropuerto de Santiago más lleno de gente que nunca, lo que me hace pensar que la situación económica de Chile es boyante, y me alegro. Luego, el vuelo desde Santiago a Puerto Montt transcurre a lo largo de la cordillera y de la línea de volcanes que a partir de Concepción y hacia el Sur la festonea por el Oeste. El día sigue siendo perfecto. Los volcanes, más altos que la tierra parda que los rodea, destacan limpiamente con la blancura de sus nieves. Hasta el bellísimo Osorno, ese monte Fuji americano, está completamente desnudo de las nubes y celajes que casi siempre lo cubren.




 Después el canal de Chacao y en la otra orilla mi querida Chiloé. Desde la borda de estribor del ferry veo a lo lejos la plataforma que estudia la geología de la piedra sobre la que se asentará la columna central del puente que unirá Chiloé con el continente. Otra interrogante, bajo la convicción de que este puente, si llega a hacerse, traerá con él oportunidades y amenazas para los chilotes, que resultarán en cambios buenos y malos. ¿Cuánto serán los pesos relativos de unos y otros? ¿Estará el alma de Chiloé suficientemente protegida contra una invasión que vea a estas islas más como un recurso explotable que como un acervo de personas y  valores a los que, por encima de todo, respetar?

La sensación de que el Mundo está convulso y de que las megamáquinas, que Lewis Mumford definió con tanta precisión, se mueven fuera de control, me puede. Finalmente llego a mi casa en Duhatao, donde todo es silencio, soledad y paz. La primera noche allí el viento, como siempre, arranca gemidos y voces de los árboles que me rodean. Siento un poco del mismo miedo que el humano primitivo, ese que ha vivido en una naturaleza a la que todavía no dominaba, le ha tenido siempre a la oscuridad de la noche.

Ya por la mañana, cuando todavía no ha hecho más que clarear, mis vecinos queridísimos, los Tiuques, son los primeros en darme la bienvenida a mi casa. Reclaman su pan y yo se los doy entre emocionado y alegre. Estoy seguro de que a ellos no les está moviendo el interés, sino la confianza en mí y el hecho de que a pesar de mis ocho meses de ausencia, no me han olvidado.




Buenos días, Chiloé. Aquí estoy otra vez. Un abrazo.