domingo, 13 de abril de 2014

El siglo XXI, un cambio de época.(1) La balsa de la Meduse.




Siguiendo el esquema general de la serie, esta es la primera entrada que dedicaré a la crisis demográfica. 


 Trataré hoy el tema de la superpoblación.  Presentaré la catástrofe que afectó  a un grupo de 150 personas, los náufragos de la balsa de la fragata francesa Meduse, en el año 1816 y en las costas del Sahara Occidental. Utilizaré esta tragedia como un modelo sencillo para poner de manifiesto los factores más importantes que concurren en una crisis de superpoblación.






Gericault (1819).- La balsa de la Meduse.- Museo del Louvre, Paris

El cuadro de Gericault representa magistralmente la pintura romántica francesa, que nace con él. El Romanticismo como movimiento artístico y literario impera en la Europa del S. XIX, la de la Época de la Acción, que no pretende poner a la anterior Época de la Razón en entredicho, sino en movimiento. En Política y Filosofía este movimiento es el de las acciones imperialistas y revolucionarias. En Arte es el de representar la Emoción, pero apoyada en la Razón. Así, el cuadro de Gericault que vemos está cargado de dramatismo, pero en sus detalles es extremadamente realista y razonable. Antes de pintar el cuadro el pintor ha leído el informe de Savigny y Correard (ver Nota final), testigos y víctimas de aquella tragedia que conmocionó a Francia, de modo que conoce casi de primera mano lo que aconteció. Pinta todos los detalles de la balsa con extremo realismo, hasta se documentó visitando el instituto anatómico acerca de como cambia el color de los cadáveres con el tiempo: en el cuadro puede verse cómo los tres cadáveres del primer plano tienen ese color blanco que denota el cese de la circulación periférica. Los detalles de la balsa, la vela, el aparejo, las olas, el color del mar y el cielo vespertino, hasta el barco que va a salvarlos y al que algunos de los náufragos hacen señas, que solo es todavía un punto en el horizonte, justo bajo el codo del náufrago que agita la camisa blanca... todo está pintado con realismo extremo, con absoluto respeto a lo razonable, lo científico, pero poniendo de manifiesto lo trágico, hasta lo monstruoso, de la tragedia que pinta.

Pero empezaré ya con el relato de lo que pasó en la fragata Meduse y en su balsa .

En 1816 Napoleón acababa de ser derrotado definitivamente en Waterloo. La monarquía se había restaurado en Francia y entre los arreglos de paz figuraba el que los ingleses devolvieran a los franceses el territorio del Senegal. Con este motivo se organizó una flotilla de cuatro naves que zarpando de Aix llevaría a Saint Louis, el único pueblo europeo de la zona, situado en la desembocadura del río Senegal, un gobernador francés con soldados, funcionarios y comerciantes que dieran nueva vida a la colonia. El buque insignia de esta flotilla era una fragata de 42 cañones, la Meduse, de los que armaba solo 18 porque iba sobrecargada de pasajeros y pertrechos. La mandaba el capitán Chaumareys y llevaba como pasajero principal al coronel Schmaltz, nombrado gobernador francés de la colonia. Chaumareys era un viejo marino que tras 25 años exiliado y sin navegar, había sido nombrado para esta misión por su lealtad monárquica. Schmaltz era un hombre enérgico que tenía mucha prisa, quizá demasiada, por llegar al Senegal para ejercer su mando.

La fragata Meduse dibujada, como solía hacerse entonces, flanqueada por dos naves con aparejo de
bergantín o corbeta. El viento, al que ciñen, les llega del observador.


La flotilla partió de Francia el 17 de junio de 1816. El 24, a la altura de las islas Madeira,  la impaciencia que Schmaltz tenía por culminar su viaje había obligado a Chaumareys a dividir su flotilla en dos mitades, una formada por las dos naves más rápidas, que eran la fragata Meduse  y la corbeta Echo , y la otra por las dos más lentas,el bergantín Argus y la gabarra Loire. El 1 de julio ya estaban las dos naves rápidas a la altura del Cabo Blanco, en el límite Norte de lo que hoy es Mauritania. Aquello noche celebraron en la Meduse el cruce del trópico de Cáncer con una gran fiesta en cubierta, que escandalizó a los marinos más experimentados por la falta de concentración en la navegación que supuso. Chaumareys se iba revelando como un hombre complaciente e inseguro de sí mismo, deseoso de agradar a todos y demasiado plegado a las urgencias de un Schmaltz que ni era marino ni podía comprender la responsabilidad que es autoridad del capitán que manda una nave.

La fiesta de paso del Trópico en la Meduse


Aquella misma noche Chaumareys tomó una decisión tan crucial como fatídica. Espoleado por las prisas de Schmaltz, decidió navegar a rumbo directo hacia el cabo Timiris en vez de dar un rodeo hacia el Suroeste para esquivar una peligrosa y extensa zona de bajos, la del llamado banco de Arguin. La obligación de dar este rodeo era una exigencia explícita en las instrucciones naúticas que la flotilla había recibido, por eso aquella noche la corbeta Echo, que sí las cumplió, se separó definitivamente de la Meduse y no pudo auxiliarla en la tragedia que siguió.

El peligroso banco de Arguin entre los cabos Blanco (arriba en el centro) y Timiris (abajo hacia la derecha), en la costa de la actual Mauritania. Dibujadas también las rutas de la corbeta Echo, que siguiendo las instrucciones naúticas recibidas bordea el banco y llegará sin novedad a St. Louis, y la fragata Meduse, que se adentra temerariamente en el banco hasta que vara y se pierde.
Al día siguiente 2 de julio de 1816 por la tarde, la Meduse varó en un banco de arena. Quiso la mala suerte que esto sucediera con la marea en pleamar de luna llena, lo que dificultaría muchísimo su puesta a flote posterior. Para conseguirla se tomó la decisión de liberar a la fragata de parte de su carga. Se desmontaron varios de sus mástiles y con ellos y otras tablas se construyó una balsa sobre la que, una vez puesta a flote junto a la Meduse, se fueron disponiendo mercancías sacadas de la bodega, principalmente barriles de harina, sacos de galleta y barricas de agua y vino.

Sucede que en esas aguas costeras del Sahara abiertas al Atlántico suele predominar una mar de fondo del Oeste, de manera que cuando la nave aligerada de su carga llegaba a flotar ligeramente, las grandes olas la empujaban hacia el Este, clavándola más en el banco de arena. La nave “taloneaba”, decían aquellos hombres en la jerga marinera francesa, pero al hacerlo se iba encajando más y más en su perdición.

Así prosiguieron los esfuerzos durante un par de días, hasta que el 5 de julio de 1816 una de aquellas olas, que antes o después siempre llega una desmesuradamente grande, levantó a la Meduse más de la cuenta y al dejarla caer la desventró. La bodega empezó a llenarse de agua, la nave estaba definitiva, irreversiblemente perdida.

Imagino la mezcla de impaciencia y disgusto que estaría sintiendo el coronel gobernador Schmaltz, así como la inquietud que iría calando más y más, transformándose en miedo, a los pasajeros y soldados allí embarcados, muy pocos de entre ellos familiarizados con los azares del mar. En cuanto al capitán Chaumareys, ya había puesto suficientemente de manifiesto su falta de liderazgo y posiblemente se estaría sintiendo ahora más y más inseguro en cuanto a la decisión a tomar.

El caso es que cuando se abrió el vientre de la Meduse el pánico se extendió entre muchos como pólvora ardiendo. La presión por abandonar una nave que ya muchos veían hundida se hizo tan intensa que Chaumareys fue incapaz de oponerse a ella. Se botaron enseguida las cinco embarcaciones menores de que la Meduse estaba dotada, un batel, dos botes, una ligera falúa y una chalupa en tan mal estado que no tenía ni remos  y todo se dispuso, precipitadamente, para el abandono de la nave. Una decisión absurda, habida cuenta de que donde estaría más segura aquella ingente cantidad de pasajeros sería en la misma nao, que aunque rota estaba sólidamente encallada en el banco de arena y no podría hundirse en unas profundidades inexistentes.

El coronel gobernador ocupó el batel, el capitán Chaumereys uno de los botes, sus oficiales el otro,  la falúa y la chalupa. La mayoría de los marineros y pasajeros, algunos soldados así como casi todas las mujeres y niños, se acomodaron entre las cinco embarcaciones. Pero quedaron cerca de doscientas personas, casi todos soldados destinados a guarnecer el Senegal, para quienes la única posibilidad de abandonar la nave estaba en la balsa. De éstas, a casi veinte el miedo los tenía absolutamente inmovilizados y jamás abandonarían la Meduse. Los restantes ciento cincuenta empezaron a transbordarse a la balsa. Pero ésta se hallaba repleta de mercancías, que en aquellos momentos de naufragio adquirían la categoría de víveres. Con la precipitación, la mayoría de ellos fueron arrojados al mar, porque en la balsa apenas había sitio para todos los que tenían que ocuparla. Fijemos las dimensiones: ciento cincuenta humanos ocupando una balsa de veinte metros de largo por siete de ancho, es decir ciento cuarenta metros cuadrados de superficie. A menos de un metro cuadrado por persona, en una situación, por tanto, de total hacinamiento.

La balsa de la Meduse. Masteleros y vergas cruzados le dan
 consistencia, y en verdad que estaba bien construida.
Los destinados a ocupar la balsa son los que, en la dramática precipitación de los acontecimientos, no han encontrado otro acomodo mejor. La mayoría son soldados, muchos de ellos no franceses sino españoles, italianos o negros, así los describen los testimonios de la época. Los acompañan sus mandos y varios pasajeros, entre ellos una mujer que, aunque teniendo por su sexo un sitio reservado en los botes, siendo esposa de un cantinero que ha quedado relegado a la balsa, no ha querido abandonarlo. La responsabilidad de patronear la balsa e imponer en ella una cierta autoridad nacida de su experiencia marinera ha sido delegada por el capitán Chaumereys  a un oficial de la Meduse, que a última hora deserta de su responsabilidad y se embarca en un bote. De manera que la máxima autoridad naútica en la balsa es Coudain, un guardiamarina que ya salió de Francia casi imposibilitado, con la pierna derecha herida, y que además carece del mando y la experiencia necesarios para un trance tan difícil.

De las 448 personas que navegaban a bordo de la fragata, 281 embarcan en los botes y 17 permanecen a bordo porque están borrachos o tienen un miedo invencible a abandonar el barco. En aquellos momentos todo es confusión y desorden. En total se embarcan en la balsa 150 personas, con solo 5 barricas de vino y 2 de agua. De ellas 120 son soldados con sus oficiales y suboficiales, mandados todos por el capitán Dupont. Hay además 29 hombres entre marinos y pasajeros y la mujer ya mencionada.  En el último momento les tiran desde la borda de la fragata un saco de galleta, que cae al agua pero aún mojado es recogido por los náufragos. Desde el inicio de su navegación las circunstancias en la balsa se hacen dramáticas. Dado el hacinamiento de los humanos sobre ella, el peso de la balsa ha aumentado mucho, con lo que la tablazón que forma su estructura se hunde algo en la mar (Arquímedes predixit). El agua les llega a los tripulantes de la balsa por encima de la rodilla, de manera  que visto desde fuera el conjunto que forman, tal parece como si la balsa en sí no existiera y los humanos que la pueblan caminaran milagrosamente sobre las aguas.  Puede comprenderse la situación de angustia de esta gente de tierra adentro, pero desde los botes los tranquilizan. El batel del gobernador Schmaltz se les acerca y los toma a remolque, enseguida lo imitan las otras cuatro embarcaciones. El conjunto de las cinco embarcaciones más la balsa pone rumbo al Este, bogando lentamente hacia una tierra firme que podrá estar a unas treinta o cuarenta millas, es decir, algo más de un día de viaje. Los de la balsa están eufóricos, gritan “Vive le Roi!” con entusiasmo y alzan un pequeño mástil en el que enarbolan un paño como bandera. Se sienten alguien, cuentan, serán salvados.

Pero pronto todos reparan en que las embarcaciones de la fragata apenas consiguen avanzar tirando de una carga tan pesada como la balsa. Es la chalupa del gobernador quien primero corta el remolque, secundada inmediatamente por las otras cuatro embarcaciones. Todos bogan hacia el Sureste y desaparecen pronto tras el horizonte. De este modo, los náufragos se ven abandonados a su suerte, y el entusiasmo que hacía  muy poco sentían se torna ahora  en la depresión más profunda. Cuando anochece reina en la balsa una inmensa consternación, mientras que cenan la poca galleta que pudieron recoger mojada en vino.

Ya entrada la noche arrecia mucho el viento y se forma una mar considerable. La situación se torna terrible para unos humanos literalmente hacinados y no acostumbrados al océano. Todos intentan alejarse de las olas, empujando hacia el centro de la balsa, aplastándose unos contra otros. Tanto así que cuando amanece doce de entre ellos aparecen muertos, aprisionados entre los muchos huecos que dejan las tablas. Ocho más han desaparecido, caídos al mar. De manera que el total de víctimas en este primer día en la balsa es de 20. Sobreviven todavía 130.

El 7 de julio es domingo. Los náufragos, que en su mayoría son como ya he dicho soldados, pasan el día primero abatidos, luego enfurecidos por el abandono. A lo largo de la mañana dos jóvenes y un panadero se suicidan tirándose al mar. Pero los demás mantienen mal que bien su esperanza, unos y otros gritan continuamente creyendo divisar tierra o embarcaciones que vienen a salvarlos. Cuando atardece empieza a haber entre los soldados barruntos de rebelión contra sus oficiales, el capitán Dupont y tres tenientes, que los acompañan en su terrible destino. Al caer la noche, ésta resulta ser todavía más tempestuosa que la anterior, al menos así les parece a los náufragos, que huyendo del mar vuelven a apelotonarse en el centro de la balsa, caen unos sobre otros y aplastan a los más débiles. Algunos soldados parecen enloquecer, beben vino hasta que están ebrios y entonces deciden romper los amarres y ligazones de la balsa para destruirla.Es un gigante asiático procedente de un regimiento colonial quien toma un hacha y empieza a cortar las amarras. Los oficiales, cuyas órdenes no obedece, tienen que matarlo a sablazos. 

Son los soldados de origen francés quienes se rebelan, mientras que los soldados extranjeros, en general,  permanecen al margen. Aquéllos inician una lucha feroz contra sus oficiales y suboficiales, aliados estos con los pasajeros y los marinos. El capitán Dupont es herido en la cabeza y arrojado al mar, pero sus compañeros logran recuperarlo. Los soldados rebeldes, apenas armados, sufren muchas bajas. A media noche se rinden y piden un perdón que se les concede. Pero una hora después vuelven a la carga enloquecidos, los que no tienen un cuchillo o un hacha que empuñar usan sus dientes y muerden con furia a sus mandos y pasajeros. Finalmente son contenidos o por mejor decirlo eliminados, porque más de 60  soldados han muerto o se han ahogado voluntariamente. Deben representar la totalidad de los soldados de origen francés. No hay bajas entre oficiales y pasajeros.

Un grabado de la época recoge la lucha durante la noche de la primera rebelión 
Me ha sorprendido esta violencia suicida de los soldados y he pensado mucho en ella. Tiene que ser fruto de la desesperación, pero no puede tratarse de una desesperación cualquiera.

En el año 1816 acaban de terminar, con la batalla de Waterloo, las terribles guerras napoleónicas, que ocuparon más de una década,  desde 1803 hasta 1815. Los soldados embarcados en la balsa cuyo destino es  la guarnición de Saint Louis, la capital del Senegal, son poco más de cien hombres, equivalentes a una compañía, con su capitán Dupont y tres oficiales. No todos estos soldados son franceses, además del asiático que inició la rebelión hay un grupo importante de españoles, italianos y sudaneses. Muchos de ellos deben ser veteranos de las terribles guerras napoleónicas y habrán participado en más de una batalla. Gente así suele haberle perdido el miedo a la muerte. Los enfrentamientos en batalla entre tropas de infantería se hacían en aquella época a la bayoneta, en el correr de unos soldados contra otros no había tiempo de recargar unos fusiles que eran de un solo tiro y toda la lucha final del asalto tenía que hacerse con armas blancas, a bayonetazos.

Ahora debo hacer una necesaria disgresión. Conocí hace años a un hombre mucho más viejo que yo que había participado en la guerra civil española formando parte del Tercio de Extranjeros, llamado popularmente  la Legión, una fuerza de choque de infantería que sigue existiendo y combatía entonces en el ejército de Franco: la Legión estaba  especializada en el asalto final a las trincheras del ejército republicano, que tenía que hacerse “a pecho descubierto” y durante el cual se producían muchas bajas. “Conquistábamos casi todas las posiciones que asaltábamos”, me dijo aquel hombre, “moríamos muchos, aquello era casi un suicidio”.  Se quedó callado unos instantes, luego puntualizó con una sonrisa misteriosa y lejana: “Claro que muchas de aquellas batallas las ganábamos gracias al Fundador”,  refiriéndose a una marca de brandy muy popular en España, de las bodegas Domecq. Y me explicó que la noche antes de que emprendieran un asalto, el camión que les traía las municiones cargaba también siempre que podía unas cuantas cajas de brandy Fundador, que se repartían entre la tropa. “Era la mejor forma de enfrentarse con aquel riesgo de morir”, terminó diciendo.

Y esto que yo sabía me ha hecho interpretar el comportamiento de los soldados náufragos de la balsa de la Meduse, en aquella noche tormentosa del 8 de julio de 1816, como resultado de la más radical desesperación. Se saben abandonados por quienes representan a su patria o al Estado, están seguros de que les espera la muerte, de modo que deciden, como en las batallas que han vivido, salirle al encuentro, porque no la temen. Beberán hasta emborracharse, como antes de entrar en su último combate. El enemigo no es solo el mar, también sus oficiales y los pasajeros que representan allí a la Francia que los ha abandonado, de modo que morirán destruyendo la balsa, matando a sus enemigos, obligándolos a que se ahoguen con ellos en una muerte que no va a ser tan atroz como la que les espera si no hacen nada.

En el curso de la pelea nocturna, los rebeldes en su furia destructora han tirado al mar dos barricas de vino y las dos de agua. Sólo queda ya una barrica de vino. Cuando amanece el 8 de julio aparecen diez o doce cadáveres más sobre la balsa, muertos de hambre y desesperanza. A lo largo de la mañana algunos supervivientes empiezan a comer la carne de estos cadáveres, aunque la mayoría no consigue hacerlo, porque les repugna. Intentan comer otras cosas, porque el hambre es grande. Algunos prueban a comer cuero o lona, sin éxito. Hay uno que prueba con los excrementos, pero asqueado desiste. Por la tarde les llueve encima un banco de peces voladores, cogen unos 300, encienden un fuego con algo de pólvora que les quedaba y los comen.

La madrugada siguiente, 9 de julio, se produce la rebelión de los soldados de origen extranjero: españoles, italianos y sudaneses, que habían permanecido neutrales en la rebelión de los franceses. Es contenida al producirse la muerte del jefe rebelde, un soldado español. Pero por la mañana solo quedan en la balsa 30 supervivientes. En la última pelea han muerto cinco de los marinos que permanecían fieles a los oficiales. Las piernas de todos los supervivientes están malheridas por el contacto continuo con el agua salada, no más de 20 de ellos son capaces de mantenerse en pie. Apenas les queda ya pescado y vino. Dos soldados, casi los últimos de entre ellos que todavía sobrevivían,  intentan beber a escondidas vino de la barrica y son arrojados al mar. Solo quedan ya 28 supervivientes, de ellos 13 heridos por las luchas y en muy mal estado. Pero solo resta vino para cuatro días y el salvamento, si es que llega, puede tardar más. Esos 13 malheridos pueden sobrevivir lo suficiente para consumir una parte importante del vino, pero es seguro que morirán pronto. De modo que deciden por mayoría arrojarlos al mar, rematados previamente por tres marineros y un soldado. De este modo los supervivientes alargan sus existencias de vino hasta los seis días. Pero ahora están más desesperados que nunca, asqueados de ellos mismos, avergonzados de haber podido sobrevivir. De modo que en un acto que tiene mucho de expiación arrojan todas las armas al mar, salvo un sable que retienen para poder cortar si es necesario cabos y maromas.

Entre el 10 y el 16 de julio ya no hay luchas, no puede haberlas, pero los 15 que sobreviven lo hacen con el poco vino que queda estrictamente racionado y alimentándose de cadáveres, una práctica a la que ya se han acostumbrado. Los más sedientos beben su propia orina o agua del mar, lo que hace peores sus sufrimientos. El sol por su parte los devora.

Detalle del cuadro de Gericault. En el horizonte se dibuja con
 precisión un palo del bergantín Argus con sus dos velas.
En el conjunto del cuadro este detalle es
prácticamente invisible, lo que revela el realismo
 total que el artista quiere darle a su obra.
El 17 julio avistan por fin al bergantín Argus, que los salva. El encuentro ha sido casual, pues en Senegal, donde habían llegado ya los que tripulaban las embarcaciones, dieron a los de la balsa por perdidos, y el Argus acudía ahora a los restos de la fragata para buscar allí cien mil francos de la caja del gobernador que con las prisas por abandonar la nave se le habían quedado atrás. 

Sólo restan en la balsa 14 supervivientes, a saber: el capitán Dupont y sus tres oficiales, tres pasajeros, un sargento, un soldado y cinco miembros de la tripulación de la fragata, de ellos el segundo cirujano y un enfermero. De estos catorce a los pocos días, ya en Saint Louis,  mueren cinco. De manera que de los 150 náufragos iniciales de la balsa solo sobreviven 9, el 6%.

Son el cirujano de la Meduse Henri Savigny y un pasajero, el ingeniero geógrafo Alexandre Correard, ambos supervivientes de la balsa, quienes dejan constancia en un documento conjunto, magistralmente escrito, de estos hechos (ver Nota final).

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¿Qué puede concluirse de todo esto, en qué medida la consideración de un naufragio tan  terrible puede servirnos para comprender  mejor una crisis de superpoblación?


a).- Una crisis de superpoblación es mucho más que un aumento desordenado de la población. 

Lo que solemos suponer es que una crisis de superpoblación es la consecuencia directa de un aumento sostenido de la tasa de natalidad.  Sin embargo, en realidad se trata de un desequilibrio entre el tamaño de una población y los recursos de que dispone. En el caso de la Meduse, la balsa estaba superpoblada, pero no porque la población hubiera aumentado, sino porque carecía prácticamente de recursos. Este punto es importante. Muchas veces tendemos a  creer que ante un problema de superpoblación la solución es disminuir la natalidad, como si la población que lo padece fuera su responsable única. Y no se piensa en que quizá aumentando los recursos disponibles por la población afectada la crisis se resolvería antes y mejor. Por eso es importante entender que una crisis de superpoblación lo es en verdad de adecuación entre la población afectada y los recursos de que dispone, es a la vez crisis de población y de recursos. Hay que analizar cuál es el mejor camino para resolverla, el más eficaz, justo, rápido y duradero, si vía disminución de la tasa de crecimiento de la población, vía aumento de sus recursos o por las dos vías a la vez.

Este  dilema tiene particular relevancia cuando se analiza la gran crisis de superpoblación del siglo XXI: somos ahora 7.000 millones de terrícolas, y aunque la tasa global de natalidad está disminuyendo puede que lleguemos a 10.000 millones antes de que termine este siglo. Esto significa un 30% más de humanos sobre la Tierra, lo que para simplemente alimentarlos supondrá una presión tremenda sobre el potencial de suelo cultivable y agua potable, que a su vez redundará inevitablemente en una agresión importante a la Naturaleza todavía virgen, que ya no es mucha. Al razonarlo así, aceptamos que este problema de superpoblación va a serlo fundamentalmente de recursos. Asumimos en este planteamiento que la solución del problema estará en producir  más alimentos para satisfacer a las nuevas bocas, que serán en su mayoría bocas pobres asiáticas o africanas. Pero también asumimos  que el resto del Mundo, en particular nuestro mundo occidental, rico y desarrollado, se mantendrá en su confortable statu quo, como si a su alrededor no estuviera pasando nada. Sin embargo, deberíamos también considerar que los recursos del mundo están mal repartidos, que los ricos de la Tierra tenemos una renta per cápita y un porcentaje de la riqueza total que jamás podrán alcanzar los pobres. Que quizá los recursos alimenticios necesarios para las nuevas bocas deberían detraerse en parte de los que nosotros los ricos disfrutamos, por ejemplo haciendo nuestra dieta algo más vegetariana o menos derrochadora. Deberíamos en definitiva, los ricos y los poderosos de la Tierra, convencernos de que la crisis de superpoblación del siglo XXI no se resolverá actuando únicamente los pobres en la generación de nuevos recursos para sus nuevas bocas, sino transfiriéndoles también recursos de nosotros los ricos, renunciando así nosotros a una parte de nuestra riqueza.


b).- Los recursos vitales que necesitan los pobres de un Mundo superpoblado no son solamente pan y agua. Tienen muchas más hambres.

Analicemos ahora también el ejemplo de la Meduse. Sus náufragos no tenían qué comer ni beber, es cierto, pero también les faltaba la solidaridad y el calor de los que los habían abandonado, y esta era para ellos quizá la fuente más importante de desesperanza, tanto que llevó a los soldados de la balsa a buscar su autodestrucción en un momento en que no estaban todavía agonizando de hambre y sed.

Y es que los recursos indispensables para cualquier población humana  no son solamente agua, alimento y abrigo, sino todos los necesarios para que los individuos que integran esa población tengan una vida digna. ¿Qué entiendo por vida digna?  Pues una vida que merece la pena ser vivida porque es capaz de compensar los sufrimientos inevitables que el simple hecho de vivir comporta. Una en la que los humanos puedan hacer reales muchas de las aspiraciones con las que han nacido y crecido. Sin querer ser exhaustivo, mencionaré como tales aspiraciones: salud física, fortaleza psíquica, libertad de elegir, trabajo no alienante, amor y amistad. Es decir, la dignidad de la vida requiere mucho más que las necesidades básicas de supervivencia, va mucho más allá del simple comer-beber-dormir-fornicar. A una población pueden faltarle esos recursos de orden más elevado pero indispensables para una vida digna. Cuando esta falta tiene su origen en un exceso de población, también existe una crisis de superpoblación.

 Intentaré explicarme mejor con un ejemplo. Cuando en 1981 viajé por Mali, éste era uno de los países del mundo con una renta per capita más baja, y sin embargo no he encontrado en toda mi vida gente más amable, más ruidosa y ostentosamente feliz que los campesinos de las orillas del río Níger, posiblemente porque en su marco cultural no necesitaban mucho más de lo que la familia, el clima y el agua de ese río les daban. Bamako, la capital de Mali, ya no era lo mismo, sino una de esas megalópolis del Tercer Mundo en las que la gente se refugia y se amontona, huyendo no de la pobreza, sino de la miseria derivada de guerras, sequías y hambrunas, una miseria que es desesperanza. Desarraigados de sus culturas ancestrales, muchos humanos perdidos por las calles de Bamako no vivían: se limitaban a sobrevivir, como los náufragos de la Meduse, mejor alimentados que estos pero muy lejos de una vida digna.


c).- Los responsables de muchas crisis de superpoblación están a veces muy lejos de donde éstas se originan y padecen.

Son los que tienen poderes para tomar decisiones de largo alcance, y cuando fallan es porque les falta la cualidad más importante de los lideres, la visión y premonición de lo que no es inmediato.

En el caso de la balsa de la Meduse, las causas desencadenantes de la tragedia vienen de lejos y se suceden en serie:
... La marina francesa organiza un convoy en el que sus cuatro barcos no son autónomos en cuanto a salvamento. Es el caso de la Meduse, que embarca un total de 448 personas pero no tiene capacidad de botes salvavidas para rescatarlas a todas si la nave se hunde y no hay cerca otro barco que la apoye, como fue el caso.
... El capitán Chaumereys, nefasto jefe del  convoy, lo divide en dos en Madeira y luego se separa de la corbeta Echo en Cabo Blanco, ahondando en el problema anterior y debilitando así hasta extremos trágicos su capacidad de salvamento.
... El coronel gobernador Schmaltz no deja de merterle prisas al débil Chaumereys, unas prisas que como luego se demuestra  son malísimas compañías para la seguridad de los que viajan en la Meduse. Chaumereys se pliega fácilmente a las exigencias del gobernador.  Sigue las opiniones náuticas de un desconocido y no escucha a sus oficiales ni obedece a la letra las instrucciones náuticas que ha recibido. No tiene experiencia ni liderazgo.
... El abandono del buque es un desastre, un "sálvese quien pueda" indigno de una marina del prestigio de la francesa. No hay justificación para abandonar la fragata y dejar enseguida la balsa a su suerte, solo el miedo.

Este caso de la Meduse es por tanto una lección de aplicaciones mucho más generales. Vivimos en un mundo en el que, llevados por el reduccionismo dominante, solemos hacer responsables de los fallos y las tragedias a los que solo son los responsables inmediatos o directos. Nos olvidamos de los responsables indirectos, frecuentemente mucho más determinantes de lo que termina sucediendo. Tenemos que acostumbrarnos a vigilar y exigir estas responsabilidades lejanas y por ello difusas.


Y no solo eso. En lo que se refiere a asuntos tan globales y abstractos como la marcha general del mundo, quizá deberíamos considerarnos todos responsables de todo, es decir, desarrollar cada uno la conciencia de verdadero ciudadano del planeta, preocupado por todos los habitantes de esta Tierra y comprometido, cada uno en la medida de sus posibilidades reales, en la resolución de todos los problemas, o lo que debería ser lo mismo, los problemas de todos. Hoy no nos falta información para conocerlos.



Nota final:
La tragedia de los náufragos de la Meduse conmovió a Francia. El capitán Chaumereys fue sometido a un consejo de guerra y perdió su carrera y sus condecoraciones. A lo largo de todo el siglo XIX y parte del XX se han publicado muchas relaciones de lo que sucedió allí. Casi todas están basadas en el testimonio de dos testigos que estuvieron presentes en la balsa, Savigny y Correard. Yo también me he basado en este testimonio, aunqque he leido algunos otros, descargados de la magnífica base de datos abierta a todos que tiene la Biblioteca Nacional de Francia (gallica.bnf.fr). Cito a continuación los reportes que me han resultado más útiles, todos descargables como .pdf de la ftp de Gallica:

1817_Savigny y Correard_Naufragie de la Meduse

1828_Cousin d’Avallon_Naufragie de la Meduse

1841_Sin autor_1Naufragie de la Meduse

1871_Pontmartin, Armand de_Le Radeau de la Meduse


Un camión atraviesa las arenas del Sahara hacia el Norte, cargado de emigrantes y esperanzas.
Superpoblado, sí, pero de momento sin crisis.






jueves, 3 de abril de 2014

El siglo XXI, un cambio de época (0).- Alcance y contenido de la serie.


El grabado de Blake que será emblema de esta
serie alegoriza con ironía la dependencia que
Europa ha tenido en su desarrollo imperial y 
colonial de los pueblos originarios de Africa
y América.
Antecedentes.

Hace ya siete años, decía este Blog de Olo en su declaración de principios: "Va ser un blog temático pero cambiante. Durante unos días, que pueden ser meses, me propondré un tema monográfico sobre el que intentaré profundizar. Cuando lo considere (temporalmente) agotado, cambiaré a otro tema. Y así sucesivamente, hasta que me canse o me aburra del todo. Queda dicho, por supuesto, que todos los comentarios de los locos o perdidos que asomen por aquí serán bienvenidos". Así se recoge todavía en el último párrafo de la columna derecha del blog, el cual, mal que bien, se ha mantenido fiel a este propósito.

Entre los temas más destacados  que el blog ha venido tratando figuran el de España y Europa en crisis, el del misticismo religioso y el de ese Chiloé profundo que he encontrado en el Sur de Chile y al que tanto he llegado a amar.

También he manifestado en el blog una preocupación constante por lo que nos espera a los terrícolas, tratada específicamente en dos series, “Imperio de las Máquinas” y “Paseando con mis nietos por el siglo XXI”. Copio a continuación las entradas que han formado el cuerpo de cada una de ellas:


Imperio de las máquinas.
1.- Razones para esta serie.
2.- El problema.
3.- Historia natural de las Máquinas.
4.- Esencia de la técnica según Heidegger.
5.- La ideología de la Técnica.
6.- Las megamáquinas de Lewis Mumford.
7.- La megamáquina del Dinero.
Paseando con mis nietos por el siglo XXI.
1.- La puesta en escena.
2.- Un mapa del estado del mundo.
3.- Nuestra visión del mundo ha cambiado radicalmente y para mejor.
4.- Superpoblación. ¿Cuántos humanos pueden vivir dignamente en el mundo?
5.- Un viaje por el Sahara y el Sahel.
6.- Algunas soluciones para los problemas del África subsahariana.
7.- Cambio climático y deterioro ambiental.

Además ha habido tres entradas más recientes que han representado intentos no culminados por abirdar las crisis que acompañarán a lo largo del siglo XXI a un cambio de época, “El mundo que viene, ¡que se nos echa encima! “ (16oct2012); “El mundo nuevo del siglo XXI”  (29 sep2013); y “Una serie anunciada pero fallida” (7feb2014). El motivo de que estos intentos hayan fallado está en la complejidad del tema, pero no he dejado de reflexionar sobre el asunto y, finalmente me he lanzado ahora en el que será mi último y definitivo intento.


Épocas, paradigmas y crisis.

Que estamos ante un cambio de época es indudable. Se puso claramente de manifiesto hace ya años, cuando los jóvenes y los niños empezaron a tener una visión de la vida y el mundo radicalmente diferente a la que tuvieron con la misma edad sus padres y abuelos. De ese cambio de época quiere tratar esta serie.

El tema es muy complejo, de modo que para un escritor como yo, es decir, un hombre de la calle, uno más, solo tiene sentido tratarlo si consigue hacerlo de un modo sencillo. Quedándose en lo esencial, empleando palabras y conceptos, emitiendo juicios, proponiendo ideas, que sus lectores puedan entender claramente.

Para conseguir estos objetivos utilizaré un entramado conceptual fácil de entender, basado en tres palabras clave: época, paradigma y crisis.
Entiendo por época un periodo de tiempo largo, entre medio siglo y siglo y medio, a lo largo del cual transcurre el devenir de grandes colectivos humanos, guiado por un conjunto de paradigmas.
Un paradigma es un modelo a seguir, una creencia, un patrón de comportamiento más o menos explícito por el que los grupos humanos de una determinada época se rigen.
Las épocas se van sucediendo en el tiempo histórico, separadas unas de otras por crisis cuyas consecuencias son irreversibles. Estas crisis de época se resuelven cuando paradigmas nuevos desplazan a los viejos, entrándose así en una época nueva.


Se entenderán mejor estos conceptos aplicándolos a  la historia reciente de  la humanidad. Así, a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, la historia del mundo occidental  podría considerarse como organizada en tres grandes épocas:

1).- Época de la Razón (el Siglo de las Luces).

Desde la mitad del s XVII hasta los comienzos del s XIX.

William Blake (1797)
Europe a prophecy,  Plate 01
Fitzwilliam Museum.
El paradigma imperante es el de la Razón Humana como capaz de llegar a alcanzar por sí sola la Verdad y de conducir a la humanidad por el camino de un Progreso irreversible e inacabable, en un planeta Tierra cuyos Recursos son inagotables.

Esta Razón Humana que se constituye en el centro del paradigma no es ya la Razón Teológica, pero tampoco es solamente la Razón Filosófica. Junto a ella están, en el mismo centro del paradigma, la Razón Científica, la Tecnológica y la Política, cada una de las cuales opera independientemente de las demás.

En cuanto a la Razón Teológica, acabadas las guerras de religión que han asolado Europa y consolidada así la Reforma Protestante, el siglo XVII se inicia con una notable pérdida de influencia del Catolicismo Romano. Los filósofos abandonan la escolástica. Espinoza y Descartes atestiguan la irrupción de ese nuevo paradigma, el de la Razón Humana, resumido magistralmente por Descartes en su famosa sentencia, cogito ergo sum, pienso luego existo. Una Razón no necesitada de la Revelación de un Dios, en el que sin embargo todavía se cree y al que todavía se respeta, pero al que se ha situado muy lejos del entorno del hombre.

La Razón Filosófica desplaza a la Razón Teológica. El filósofo inglés Locke (1632-1704) introduce el empirismo,  según el cual el objeto de la filosofía ya no será la esencia de las cosas, sino el cómo llegar a conocerlas, en definitiva, el cómo funcionan.  Pero no todo es empirismo en la filosofía de esta época. El alemán Leibniz (1646-1716) es a la vez un gran metafísico y un genial matemático, inventor, independientemente de Newton, del cálculo infinitesimal. Y el colmo de la Razón Filosófica se alcanza con el insigne Kant (1724-1804), que es capaz de construir un gran sistema filosófico, tan amplio como el de Aristóteles, capaz de dar respuesta a todas las preguntas filosóficas que la Razón Humana puede hacerse.

William Blake (1795).- Newton.- Tate Gallery
Pero es la Razón Científica la que constituye el fundamento más sólido de esta época. Newton (1642-1727) es su gran luminaria, señalando a todos con su inmensa obra matemática y física, incluso al gran Kant, el camino a seguir. Kant admira a Newton y su “Crítica de la Razón Pura” está inspirada por el deseo de encontrar una explicación a cómo puede un humano como Newton construir una interpretación teóricopráctica del mundo tan inmensamente acertada.

Junto a la Razón Científica, nacida de ella, empieza ya a destacar la Razón Tecnológica, que desplazará al artesanado tradicional y dará todos sus frutos, con el desarrollo de la Revolución Industrial, en la época siguiente.

En cuanto a la Razón Política, alcanza en esta época su brillantez máxima. Es ella la que destrona el Antiguo Régimen, expulsando de Francia la monarquía de derecho divino y dando origen a una Revolución Francesa que trayendo consigo el reconocimiento de los derechos humanos (los derechos del hombre en cuanto a hombre) está en la base de las democracias actuales. Al lado de ella está, compartiendo los mismos ideales, la revolución norteamericana. Las figuras intelectuales que ponen en marcha estos grandes procesos son casi todas francesas y constituyen una generación: Rousseau (1712-1778), Voltaire (1694-1778), Diderot (1713-1784), Dalembert (1717-1783), el americano Franklin (1706-1790). Algunos de ellos, además de políticos, son científicos destacados, como Dalembert  y Franklin, o grandes literatos como Voltaire. Luego viene la generación de los que llevan a la práctica estos procesos revolucionarios y los estabilizan políticamente. Hombres como Condorcet (1743-1794), Robespierre (1758-1794), Lafayette (1757-1834), Washington (1732-1799), Jefferson (1743-1826). Todos, en Francia y en Norteamérica, impregnados del mismo paradigma, el de la Razón Humana imperante y la firme fe en el Progreso.

Ingres (1806).- Napoleón en su
trono imperial.
El siglo XVIII es el de la consolidación y manifestación de este nuevo paradigma de la Razón Humana. A comienzos del siglo XIX el paradigma entra en crisis, una crisis de éxito. Por una parte, las revoluciones norteamericana (1776) y francesa (1789) tienen que consolidarse, para lo cual tienen que defenderse militarmente y, creyentes como son en sus ideas, quieren además expansionarse. Así, la Revolución Americana, que consigue finalmente su independencia de Inglaterra en 1781, entra pronto (1812) en una guerra naval con ésta, además de expansionarse hacia el Sur (1819, conquista de Florida) a costa del Imperio Español agonizante y hacia el Oeste en sus guerras contra las naciones amerindias. Y la Revolución Francesa (1789, toma de la Bastilla) genera en 1799 un gran líder militar, Napoleón (1769-1821), que se siente llamado a convertir Europa en su imperio a la vez que expande el paradigma de la Razón y el Progreso. 

Simultáneamente empieza a desarrollarse una Revolución Industrial que da entrada a su vez al modo de producción capitalista. Watts (1736-1819) desarrolla en Inglaterra (1769) una máquina de vapor perfeccionada que permite el nacimiento de las grandes factorías. Y Fulton (1765-1815) desarrolla en USA (1806) el primer barco movido a vapor, abriendo así el paso a una revolución en la navegación.


Durante toda esta Época de la Razón hay un gran optimismo de los filósofos, que viéndose liberados de los teólogos creen llegado el momento en que sistemas filosóficos completos sustituyan a la vieja Teología como fundamento del poder y la civilización. Kant (1724-1804) es la muestra insigne de esta aspiración, que al final de esta época remata en Hegel (1770-1831), el último gran filósofo que se atreve a desarrollar un sistema filosófico completo.

Ya entrando en el siglo XIX y como consecuencia de la victoria de lord Nelson (1758-1805) en Trafalgar, donde muere como un héroe, se consolida un imperio, el Británico, cuyo poderío naval le lleva a un desarrollo extraordinario del comercio, y emerge otro, el Napoleónico, que expande las nuevas ideas en el conjunto de una Europa a la que también intenta conquistar por las armas, asolándola pero terminando derrotado al final de una vida corta.  Tiene lugar la independencia de las naciones sudamericanas y con ella la disolución del imperio español.

Todos estos procesos van transcurriendo simultáneamente, entrechocando, tropezando inevitablemente unos con otros en turbulencias y remolinos que evocan al gran río de Heráclito, poniendo de manifiesto así sus contradicciones. Los avances extraordinarios de la ciencia y la técnica, el desarrollo del capitalismo industrial, la extensión de los modos políticos democráticos, la concepción del individuo humano como alguien dotado de derechos inalienables, todo esto lleva a crisis que no son sino las parteras de una época nueva.


2).- Época de la Acción (los Imperios y las Revoluciones).

Carlos Marx con 43 años
(1861)
El paradigma de esta nueva Época de la Acción lo expresa muy bien la proposición 11 de Carlos Marx (1818-1883) en su “Tesis sobre Feuerbach” (1845):

“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero lo que hay que hacer es transformarlo”.

Ocupa esta Época de la Acción  la mayor parte del siglo XIX, asomándose al siglo XX. A lo largo de toda ella, dándose ya por asumido el papel central de la Razón Humana, hay una obsesión por poner esta Razón en marcha, por llevarla a la práctica. Y esta obsesión se pone de manifiesto en dos frentes irreconciliables, el de los Imperios y el de las Revoluciones.

Detrás de este escenario, la Ciencia europea sigue dando pasos gigantescos en todas sus ramas. Ejemplos señeros son Gauss (1777-1855) y Maxwell(1831-1879) en Física; Liebig (1803-1873) y Mendeleyev (1834-1907) en Química; Darwin (1809-11882), Virchow (1821-1902), Mendel  (1822-1884) y Pasteur (1822-1895) en Biología, entre muchos otros. Pero a la vez esta potente Ciencia es cada día más el fundamento de una Técnica nueva, que ya no tiene nada que ver con el artesanado tradicional y que es fuente continua de nuevos procesos y productos. De manera que entre ambas derrotan definitivamente a la Filosofía como fundamento racional del mundo. Congruente con su búsqueda de la Acción, el paradigma imperante destrona a la Razón Filosófica sustituyéndola por la Razón Científica. Después de Hegel los filósofos no aspirarán ya a desarrollar sistemas globales sino que intentarán profundizar en el individuo humano y sus angustias  e interrogantes. Ejemplos destacados de estas nuevas tendencias filosóficas son Schopenhauer (1788-1860) y Nietzche (1844-1900), que además escriben muy bien, tanto que con ellos la Razón Filosófica adquiere un valor literario, es decir, artístico, que mantendrá en lo sucesivo. Ninguno de los dos  se mueve ya como tales filósofos en el mundo académico, iniciando así una línea de escritores filósofos (Sartre, Camus) que usan la novela como forma de expresión filosófica , línea que se prolongará hasta nuestra época.

La Razón Técnica y la Razón Económica sustentan el desarrollo de los Imperios. El Imperio Británico se refuerza como tal gracias al desarrollo que en él tienen  la navegación, la industria y el comercio, además del poderío militar, imprescindible en todo imperio.  Hambriento de materias primas para sus manufacturas, se apodera de media África, convierte en colonia el subcontinente indio y domina el comercio con China y Sudamérica. Este movimiento colonialista es replicado por Francia y Bélgica, que se quedan con la otra mitad de Africa. También por USA en el Pacífico y el Caribe. Curiosamente, un país asiático, Japón, destinado también a ser colonizado por USA, rechaza con éxito el colonialismo occidental porque saliendo decididamente del sistema feudal en que vivía  envía a sus samurai, una casta de aristócratas guerreros, a hacer tesis doctorales en Alemania e Inglaterra. De este modo, en menos de 50 años Japón aplica  los paradigmas occidentales de la Razón Científicotécnica y la Acción y se convierte en un imperio tecnológicamente avanzado, que en 1905 vence estrepitosamente al Imperio Ruso en una guerra por la posesión de Manchuria y Corea. El Imperio Alemán nace con Bismarck en 1871 y rápidamente se desarrolla industrialmente como una primera potencia mundial. Junto con el Imperio  Austrohúngaro constituyen los dos imperios centroeuropeos, sin salida al océano y por ello con pocas posibilidades de expansión colonialista, lo que les obliga a buscar la obligada expansión a través de la guerra con sus vecinos. Y Rusia, con su ocupación de Polonia y la conquista de toda Siberia, se constituye en un gran imperio euroasiático. Acción pues, acción a toda costa, de modo que el entero planeta queda sometido al poder de unos cuantos imperios que pronto colisionarán entre sí dando lugar al nacimiento de una nueva Época sombría, la de la sinrazón, la de las guerras mundiales y terribles.

Los desarrollos científicos, técnicos y comerciales que llevan a cabo los Imperios tienen otras consecuencias. Ya en los comienzos del Imperio Británico, la necesidad de mano de obra de la Revolución Industrial se satisface atrayendo a la población campesina.  Se intensifica así un proceso de urbanización que crea grandes ciudades como Londres, donde los campesinos que eran siervos se convierten en ciudadanos que son proletarios. Este proletariado industrial, aun sintiéndose explotado,  vive en muchas mejores condiciones que los campesinos. El problema se reproduce en todos los Imperios occidentales, fuertemente industrializados. Pero el paradigma de la Época, la Razón aplicada a la Acción, no es conforme con las condiciones de explotación en que estos proletarios urbanos viven. El novelista Carlos Dickens (1812-1870) es el gran testigo de cargo que denuncia los abusos que el capitalismo industrial comete contra las masas proletarias inglesas, explotadas y oprimidas en ciudades como Londres. Esta situación demanda respuestas que la Razón Filosófica, demasiado especulativa y alejada de la Acción, es incapaz de dar. Por eso algunos pensadores que se enfrentan con el problema intentan apoyarse en la Razón Cientificotécnica. Destaca entre todos Carlos Marx (1818-1883). Buscan crear  una ciencia y una técnica de lo social que sean una guía eficaz para las Acciones correctoras de las injusticias.  Surgen así propuestas para grandes utopías que reclaman una nueva organización económica y política  del mundo, basada en principios supuestamente científicos, que proclaman la necesidad de una revolución y son de hecho imposibles por utópicas. A través de una serie de crisis económicas, sociales y políticas, van desarrollándose unos movimientos revolucionarios que se creen con la capacidad de salvar al Mundo y se agrupan en distintas ramas del gran árbol de la Internacional. La I (1864) deviene en el Anarquismo, la II (1889) es el Socialismo, la III (1919) el Comunismo, la IV(1938) el Trotskismo, estas dos últimas ya en el siglo XX y pertenecientes a  la siguiente Época.

Esta Época  de la Acción fundada en la Razón termina con una doble crisis política. Por una parte, los Imperios chocan entre ellos, el Mundo se queda pequeño para sus ambiciones, y la famosa frase de Von Clausevitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios” es plenamente aplicable a la situación, desatándose una terrible I Guerra Mundial entre los Imperios Centrales (Alemán, Austrohúngaro, Otomano) y los Periféricos (Británico, Francés, Ruso, Norteamericano). Por otra parte, la ideología anarquista intenta destruir el poder establecido mediante el terrorismo de estado, mientras que la ideología comunista prepara en la clandestinidad la gran rebelión del proletariado, que debería tener lugar en Alemania, el Imperio más industrializado y poderoso.


3).- Época de la Voluntad (las Guerras Mundiales).

He dudado entre Voluntad y Sinrazón para darle nombre a esta nueva época terrible, que ocupa casi la totalidad del siglo XX. Finalmente he elegido el más prudente de Voluntad, pero referido al significado que Schopenhauer le da al concepto de Voluntad, que es el de pulsión profunda, instinto de vida que los humanos compartimos con toda la naturaleza, incluidas las piedras y el polvo cósmico, deseo  de existir que surge de las profundidades del Ser. Esta Voluntad schopenhaueriana es el opuesto heracliteo a la Razón, la otra cara de la moneda de la Historia.  La Época de la Razón ha quedado muy lejos, la de la Acción basada en la Razón también ha concluido. Se inicia una Época en la que el paradigma imperante es la Voluntad de sobrevivir, de vencer, de triunfar,  una Voluntad que en definitiva es de  resistencia y a la vez de ataque. Así lo expresan algunas frases de personajes significativos de esta Época, que copio a continuación:

"La vida es cruel. Nacer, existir, desaparecer, siempre la cuestión de la muerte. Que sea la enfermedad, a consecuencia de un accidente o en la guerra no cambia nada. En cuanto a los que sufren por la guerra, pueden encontrar un consuelo pensando que si se consiente su sacrificio es para asegurar el porvenir del pueblo del que forman parte." 
(Hitler, agosto 1941)

“A lo único que hemos de tenerle miedo es al miedo” 
(F.D. Roosevelt, el presidente que gobernó el imperio USA a lo largo de la II Guerra Mundial)

“El mundo es un sitio peligroso para vivir. No por los malos, sino por los que se encogen de hombros ante la maldad” 
(Einstein)

“Cometí un gran error en mi vida… cuando firmé la carta al Presidente Roosevelt recomendándole que se fabricaran bombas atómicas; pero había una justificación, el riesgo de que los alemanes se nos adelantaran” 
(Einstein)

William Blake (1826).- The body of Abel found by Adam
and Eva.- Tate Gallery
Si en lo militar y lo político la anterior Época de la Acción (el siglo XIX) vino definida por la famosa frase de Von Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, esta Época de la Voluntad (el siglo XX) puede definirse por una dramática inversión de estos términos, de modo que a lo largo de ella “la política se reduce una continuación de la guerra por otros medios”. La guerra es lo importante, lo decisivo es vencer o morir. La política no es sino un período de entreguerras. Por eso las Revoluciones y los Imperios que fueron madurando en la Época de la Acción se enfrentan en esta nueva Época de la Voluntad en guerras terribles, de las que dos de ellas son mundiales y  en las que mueren hasta un total de casi cien millones de personas.

Estas guerras mundiales traen consigo en cuanto a que lo necesitan, lo inducen y lo sostienen, un extraordinario desarrollo de la Ciencia y la Tecnología, que se constituyen a partir de ese momento en un algo indivisible a lo que puede llamarse Tecnociencia. Aunque a nivel de muchos científicos individuales todavía se quiere permanecer al servicio de la búsqueda de la verdad de la Naturaleza, la Tecnociencia a la que sirven está mucho más interesada en derivar aplicaciones tecnológicas de sus descubrimientos básicos que en la pura búsqueda de la verdad.  Aun así se hacen descubrimientos de gigantesca trascendencia en todas las ramas de la Ciencia. Pero en la mayor parte de los casos lo que finalmente buscan los hombres en estos descubrimientos es más Poder que Sabiduría.

Si Marx supuso en la Época de la Acción un intento de reconvertir la Razón Filosófica en Razón Política mediante una pretendida Razón Científica, en esta época de la Voluntad Sigmund Freud (1856-1939) intenta convertir aquella parte de la Razón Filosófica que se ocupa de lo humano en Razón Científica. Desarrolla el Psicoanálisis con la pretensión de convertir la Psicología en una ciencia experimental. No lo consigue, pero su actividad, que no llegando a ser la de un científico sí es la de un gran pensador, marca profundamente a esta Época de la Voluntad.  Con un abordaje reduccionista que como tal es científico, Freud compartimentaliza la esencia del hombre en tres naturalezas, el Id o Subconsciente, el Ego o Consciente y el Superego o Cultural, liberando así al Yo consciente, es decir, a la pura Razón Humana, de lo instintivo y lo civilizado.

Los desarrollos científicos y técnicos que tienen lugar a lo largo de esta época son tan numerosos que se necesitarían muchas páginas para describirlos. Me limitaré a señalar los más importantes. Einstein (1879-1955) y Planck (1858-1947) abren a la ciencia física dos mundos nuevos, el del Cosmos y el del Átomo, donde los avances básicos se desarrollan hasta un punto tal que el conocimiento científico deja de ser intuible por la Razón Humana, desplazada ahora por la pura Razón Matemática. Esto es, desde la perspectiva humanista, una pérdida muy notable, que se reproduce en otros campos de la Ciencia, como la Biología, aquí por el hecho de que la acumulación de conocimientos básicos es tan grande que un cerebro humano carece de la capacidad para asimilarlos en su totalidad, con lo que los científicos corren el riesgo de convertirse en especialistas carentes de una visión de conjunto.

Pero en esta Época de la Voluntad es más la Tecnociencia que la Ciencia pura quien da pasos de gigante. Quizá con la excepción de Einstein, ya no hay supercientíficos como Newton que dinamiten de un golpe los paradigmas existentes, sino una multitud de científicos muy brillantes que van erosionando esos paradigmas como las olas del mar van destruyendo los acantilados costeros. Lo que sucede sobre todo es que la Tecnociencia avanza a pasos formidables. Asi sucede con la computación, abierta por mentes brillantes como las de Turing (1912-1954) y Von Neumann (1903-1957); las comunicaciones electrónicas, con el descubrimiento del transistor (1947) y las microtecnologías de los chips (1959); el transporte aéreo, desarrollado sobre todo gracias a la necesidad de la aviación como el arma más efectiva en la II Guerra Mundial. La llamada segunda revolución industrial, basada en el petróleo como fuente de energía (en la primera lo fue el carbón) tiene lugar en esta Época de la Voluntad. Así como la electrificación masiva del mundo entero, cuya dependencia de la electricidad  llega a ser tan absoluta como inadvertida por la gente corriente. En cuanto a la Medicina, la Nutrición y la Higiene, los avances son también enormes, gracias, una vez más, a las demandas de las guerras. Destaca entre todos ellos el descubrimiento en 1928 de la Penicilina por Fleming (1881-1955). Y en lo estrictamente militar, son las armas nucleares (bombas de fisión y fusión) y las tecnologías del espacio quienes definen esta Época, terrible por cierto en este aspecto, pues la humanidad adquiere la capacidad de destruirse por entero a sí misma; lo que acontece es absolutamente heracliteo: el hecho de poder autodestruirse obliga a los humanos a extremar su prudencia, lo que excluye la posibilidad de que sigan desarrollándose grandes guerras entre Imperios.

Desde una perspectiva política, el resultado más importante de las  guerras mundiales de esta Época de la Voluntad es la desaparición de la mayoría de los imperios y el fracaso de las grandes revoluciones.

En la I Guerra Mundial caen el Imperio Austrohúngaro y el Turco, en la II los Imperios Alemán y Japonés. Tras la II Guerra Mundial y con  el proceso de descolonización impulsado por USA y la URSS, se extinguen el Británico y el Francés. Sobreviven solamente el Imperio USA cimentado sobre el capitalismo y un Imperio Soviético en el que ha triunfado la utopía comunista. Pero como acabo de indicar líneas arriba, estos Imperios no pueden resolver sus problemas a cañonazos, las armas atómicas y los misiles intercontinentales de que disponen son demasiado letales. Se desarrolla entonces lo que llaman una Guerra Fría, basada en lo que también llaman Equilibrio del Terror. Aunque sigue habiendo guerras locales e indirectas entre los dos Imperios, como pudo ser la terrible guerra de Vietnam (1959-1975), lo que tiene lugar fundamentalmente es una preparación costosísima para una guerra que nunca podrá tener lugar. Este pulso, que lo es sobre todo económico, termina perdiéndolo el Imperio Soviético, que arrastrado también por sus contradicciones internas se desmorona definitivamente con la caída del Muro de Berlín (1990).

En lo que se refiere a las utopías revolucionarias, fracasa la anarquista por su extrema violencia y su práctica de los asesinatos de Estado, y se extingue la comunista por implosión. En esta Época de la Voluntad se manifiestan también dos terribles locuras genocidas, las del Nazismo y el Estalinismo, que alcanzan unos niveles de crueldad institucional desconocidos hasta entonces.

Las consecuencias culturales de las dos Guerras Mundiales son devastadoras para Europa, las del Equilibrio del Terror y la Guerra de Vietnam lo son para USA. Hay una enorme decepción que persiste hasta nuestros días, la sensación de que la Razón Humana con la que nuestros antepasados se liberaron de los oscurantismos precedentes nos ha llevado, después de las dos Guerras Mundiales, el Holocausto, las bombas atómicas, Vietnam y el terrorismo/contraterrorismo fundamentalistas, a la barbarie más profunda. Se entra así en lo que algunos han definido como una nueva Época a la que han llamado Postmodernismo, como continuación del Modernismo del Siglo de las Luces, pero que en realidad no es sino la crisis cultural que acompaña a un cambio de Época.  La Razón Filosófica, que como la Razón Teológica están siempre dispuestas a la espera de poder salvar al Mundo, desarrolla una filosofía Existencialista, en la que el centro de atención está puesto en el ser humano, su trágica historia, su incierto destino, la necesidad de dotarlo de herramientas que le permitan enfrentarse con la angustia que forma el armazón de su vida. Heidegger  (1889-1976)con el Dasein (estar-en-el-mundo), Ortega y Gasset (1883-1955) con la Razón Vital, Sartre (1905-1980) con el Ser y la Nada y Camus (1913-1960) con el mito de Sísifo son representantes destacados de esta corriente filosófica. En el mundo cultural se instala un postmodernismo entendido como la decepción respecto a una civilización en la que imperaría la Razón. Los pintores exploran las abstracciones huyendo de una realidad escalofriante, los poetas cantan al ritmo del rock unas letras que sus oyentes apenas entienden, moviéndose también hacia el simbolismo más abstracto. El capitalismo, de industrial que fue en sus principios  y comercial que devino después, se convierte ahora en un capitalismo financiero más abstracto que nunca, globalizado, es decir, libre del poder regulador de los estados, que recorre el mundo como un caballo tan loco como codicioso sembrando crisis cada día más destructivas.




Nosotros estamos viviendo en un cambio de época.

La tesis de la que arranca esta serie es que en el mundo de nuestros días, éste de los primeros veinte años del siglo XXI, estamos en una transición entre dos épocas, la de la Voluntad y otra a la que todavía, por no haber terminado de nacer, no podemos ponerle un nombre.

Mencionaba yo al comienzo de esta entrada la señal más significativa que define nuestro cambio de época, que es la distancia cultural insalvable entre las generaciones que nacieron en la segunda mitad del siglo XX y las que lo han hecho en este siglo XXI.

Pero hay otras señales tanto o más patentes, de las que citaré algunas:
  •    La mayoría de los humanos vive hoy en megaciudades iluminadas artificialmente, separados de la naturaleza e ignorantes del firmamento. Lo que pase fuera de estas megaciudades ni lo entienden ni les importa.
  •    Estos megaciudadanos han perdido sus raíces. La megalópolis es demasiado grande y abierta para despertar el apego que se le tiene a una patria chica, los lazos familiares son difíciles de mantener, la indiferencia respecto a cualquier realidad trascendente, como la religiosa, es general. Pocos jóvenes aspiran a matrimonios estables, muchos menos a engendrar familias numerosas.
  •     La autosostenibilidad que los abuelos de muchos todavía tenían ha desaparecido completamente. La megalópolis deshumaniza. Muchos megaciudadanos sólo saben vivir en una megaciudad, donde la división del trabajo se ha llevado al extremo y donde por eso impera la despiadada abstracción del dinero.


¿Por qué todo esto, para qué?

¿Cuáles son las causas de que hayamos llegado donde estamos, hacia dónde nos llevan las corrientes que nos empujan?

Es importante para nosotros comprender lo que está pasando y prepararnos para lo que pueda pasar. Entender así cómo podemos gobernar el rumbo de cada una de nuestras vidas. Porque en esta capacidad de autogobierno reside la verdadera libertad.

¿Pero de qué vidas estamos hablando? No solo de la tuya y la mía, sino sobre todo las de los humanos que van a poblar el mundo de aquí a que empiece el siglo XXII. Es decir, quizá todavía de algunos de nosotros, pero sobre todo de nuestros hijos y todavía más de nuestros nietos.

Puesto que vivimos en sociedades muy compartimentalizadas  y complejas, el problema del cambio de época también es complejo y por ello difícil de analizar. Para que tenga sentido práctico este análisis es necesario un enorme esfuerzo de síntesis, una voluntad de renunciar al exceso de rigor para conseguir la suficiente claridad, ésa que sea capaz de iluminar la acción. Es crítico expresarse en un lenguaje diáfano, con voluntad de llegar al fondo de los problemas, renunciando a detenerse en las complejidades, vueltas y revueltas de sus superficies. Yendo pues a lo esencial. De modo que el lector normal pueda interiorizar y hacer suyo lo verdaderamente importante que, ya lo he dicho, para ser comprensible por el humano medio tiene que ser expresado con sencillez.

Estas van a ser las metas de mi esfuerzo, que no quiere ser arrogante, sino humildemente comprometido.


Cinco crisis que definen nuestro cambio de época.

En esta serie consideraré cinco crisis que definen este cambio de época, sin negar que puedan postularse muchas más.

Una crisis demográfica, compleja y multiforme, en la que sobresale un problema urgente de superpoblación.

Una crisis geológica, que nos lleva de cabeza hacia lo que ya se ha nombrado como Antropoceno, la nueva época geológica que desplazará al Holoceno, en la que el destino de la entera biosfera dependerá enteramente de la acción humana.

Una crisis económica, caracterizada por la globalización de la producción y el comercio de bienes y servicios, que libra a las transacciones de la mayoría de sus controles tradicionales, debilitando enormemente el papel regulador y redistributivo de los estados.

Una crisis cultural, que está resultando en una instrumentalización de la sociedad global y una codificación inhumana de los individuos que la integran como ciudadanos.

 Una crisis política, basada en la ausencia de alternativas a un neoliberalismo rampante, expresión política de un tardocapitalismo tan arrogante como peligroso.

De ellas voy a ir tratando en las próximas entradas.

Esta cinco crisis no son independientes, sino cinco manifestaciones como crisis de un mismo proceso: la consolidación de la tecnociencia como impulsora dominante del progreso económico, social y cultural. La cual consolidación tiene múltiples aspectos, desde buenos hasta perversos, por lo que exige ser examinada con atención y que los ciudadanos puedan formarse ideas claras  acerca de si el camino que estamos siguiendo es o no el mejor para todos.


Por todo eso a la Época que viene siendo anunciada por estas crisis que ya estamos viviendo se la podría llamar... pero no, solo estamos en sus comienzos y sería tan presuntuoso como arriesgado darle un nombre. Me limitaré a mencionarla como la Épocaqueviene, así, todo junto, para dar a entender que lo que le he puesto no ha sido más que un nombre de guerra, un alias.