jueves, 25 de mayo de 2017

Mis libros subversivos


Una pasión por la lectura ejercitada durante toda mi vida me ha llevado a acumular una biblioteca de casi tres mil libros, esparcidos por mi casa en un inevitable desorden que me ha hecho olvidarme de muchos de ellos. Ahora los estoy reordenando por materias. A la vez los toco, quito la finísima capa de polvo que cubre a los más olvidados, los abro, releo algunas páginas, los recoloco finalmente en un sitio que les sea familiar, entre amigos, donde puedan vivir su vejez y olvidarse cariñosamente de mí.

Disfruto mucho con esta tarea, que en buena parte es un recordar las distintas etapas de mi vida. Diablos, ¡qué larga, qué ancha, qué honda es una vida humana! Mis libros me traen el recuerdo vivísimo de lo que fui, es decir, lo que soñé y anhelé, lo que descubrí, aquello en lo que creí o por lo que luché. Cuando pienso en toda la profundidad de mi vida, toda su altura, me doy cuenta de que lo mismo es el caso de la inmensa mayoría de los humanos, tengan libros o no, sepan leer o no, sean ricos o pobres, hombres o mujeres, viejos o niños. ¡Qué honda es una vida humana, esa combinación indestructible de un cerebro que piensa con un corazón que siente con unos sentidos que cantan la extraordinaria riqueza de la realidad! ¡Qué afortunados somos todos los humanos por el simple hecho de vivir, cuán agradecidos debemos estar a todos los que nos lo han hecho posible!...

Pero no estoy intentando escribir un ditirambo de tanta maravilla. Esta tarde me he tropezado con un rincón olvidado de mi biblioteca donde se acumulaban muchos de mis viejos libros “políticos”. Yo nací cuando empezó la II Guerra Mundial, y viví toda mi juventud y una parte de mi madurez en la España de Franco. La dictadura de Franco que yo conocí no era excesivamente represora, de hecho se la llamaba con cierta ironía “dictablanda”. Quiero decir que la represión no se percibía abiertamente en la vida diaria. Solo sucedía que la libertad estaba ausente, nada menos que esto, no podías salirte  de una senda muy monótona, desde la que nunca se veía ningún horizonte. Muchos jóvenes, particularmente los universitarios, éramos, por lo que acabo de decir y por nuestra juventud, profundamente antifranquistas, muchos éramos marxistas al menos in pectore. He encontrado hoy libros del joven Marx, aquél soñador que todavía era un humanista. Pero también de Lenin y Mao Tse Tung (así lo escribíamos entonces), de Trostsky y de algunos educadores que nos enseñaban marxismo (Gramsci, la chilena Martha Harnecker y sus “Conceptos elementales del materialismo histórico”, tantos otros). Enseguida me ha venido la intensa evocación de aquellos tiempos, cómo vibrábamos con aquellas ideas, cuán marxistas, hasta comunistas, nos sentíamos entonces.

Y no he podido evitar una cierta melancolía. ¡Qué lejos estamos ahora de aquellas vivencias! El comunismo soviético implosionó, el chino se ha convertido en un férreo capitalismo de estado. Ya no hay revolucionarios que crean en la posibilidad de una transformación violenta del mundo, porque no podemos considerar como tales a los terroristas de la Yihad. Hace pocas semanas terminé de leer “Vida y Destino”, de Vassily Grosman, que me reveló, con la precisión y la emotividad que solo puede tener un novelista ruso, lo terrible del Stalinismo, que no pretendió liberar a los oprimidos, sino construir un estado soviético sin alma. Aunque ya hace muchos años que fue Solzhenitzyn, otro novelista ruso, quien me abrió los ojos sobre la realidad de Stalin y el Gulag.

¡Cuánta decepción, cuántos ídolos rotos!

Siento una sensación extraña, la de que el mundo entero vive todavía sumergido en la desilusión que le produjo aquel inmenso desengaño. Un mundo que se ha ido haciendo nihilista, hasta cínico, que sin embargo empieza a entrar, a la fuerza, en una nueva época que está cambiando todos sus planteamientos de base.

A este mundo le falta capacidad de soñar, osadía para creer que la salvación, la eliminación del sufrimiento y la injusticia, son todavía posibles. No tiene libros donde leer acerca de todo esto, ni tiempo para reflexionar sobre ello. Claro que nosotros, los de mi generación, que teníamos las dos cosas, ¿qué hemos hecho, qué hemos construido?

Una pregunta inquietante, hasta terrible.

Quizá la salvación esté en lo pequeño, lo entrañable, lo casi invisible, lo inocente, lo íntimo. No en los grandes proyectos ni en las grandes ideas, sino en el compromiso enamorado con lo cotidiano, lo próximo. Un compromiso duradero, tanto como la vida. Asumido con aquel ánimo de Sísifo del que nos escribió Camus: nunca dejar de volver a empezar.

domingo, 21 de mayo de 2017

La crisis de la Izquierda

En la España de estos días la economía marcha bastante bien, pero la política es un pandemónium. Aunque no es solo España, Europa entera parece haberse vuelto políticamente loca. Movimientos de extrema derecha brotan con fuerza en Holanda, Austria, Francia, Reino Unido, mientras que la Socialdemocracia, representante tradicional de lo que desde los tiempos de la Revolución Francesa ha venido llamándose Izquierda, está prácticamente liquidada en Francia, se debate en una crisis profunda en Reino Unido y Holanda y pierde elecciones en Alemania. La Socialdemocracia española también lucha por su supervivencia, hoy está llevando a cabo unas votaciones decisivas para su futuro. Y si bien en España no existe la extrema derecha, sí ha aparecido y cobra fuerza un movimiento de izquierda comunista que intenta por todos los medios liquidar los restos de aquél socialismo de Felipe González que fue un pilar fundamental en el desarrollo del régimen democrático desde 1.976.

¿Qué está pasando, por qué y para qué?

De la crisis que enfrentó al Capitalismo con el Comunismo, dando origen a las dos guerras mundiales del Siglo XX, nació la Socialdemocracia europea occidental, inspiradora de las sociedades del bienestar que han hecho de los países de la Unión Europea una meta de confort, libertad y estabilidad envidiada por el resto del Mundo.

Pero las cosas están cambiando, con esa sorprendente rapidez de las grandes escalas, cuyos devenires suelen pasar inadvertidos. Los capitales financieros se han globalizado, liberándose así del control que venían ejerciendo sobre ellos los distintos Estados y vagan ahora libremente por el mundo, invirtiéndose en muchos casos allí donde los salarios son más bajos (China y resto de Asia). El transporte marítimo se ha globalizado también, abaratando muchísimo sus costes gracias a los grandes barcos portacontenedores, lo que ha permitido trasladar muchas fábricas al Extremo Oriente, creando paro en Occidente. Por último, en los países más avanzados la robotización de muchas actividades es un hecho que va a más, disminuyendo la oferta de un trabajo que requiere además niveles crecientes de formación.

Debido a la conjunción de todos estos factores, la que llegó a ser en Europa Occidental, gracias a la combinación de prosperidad y democracia, una generalizada clase media, se ha ido empobreciendo y sobre todo ha visto ensombrecerse más y más sus perspectivas de futuro, es decir, la seguridad de una vejez tranquila  y las esperanzas de prosperidad para sus hijos. De aquí surge la crisis de una Socialdemocracia política a la que le va siendo más y más difícil estar a la altura de las expectativas puestas en ella por los ciudadanos.

¿Hacia dónde nos lleva todo esto?

Para empezar, la idea de Izquierda atraviesa una crisis muy profunda. Nació con la Revolución Francesa y se fue consolidando a lo largo del siglo XIX. Hija del Siglo de las Luces, de una Ilustración que no veía límites al Progreso, la Izquierda como movimiento representó sobre todo la voluntad de alcanzar la Igualdad de todos a través de la lucha política que emprendió en Europa la Socialdemocracia, como contrapuesta a la lucha revolucionaria del Comunismo. Izquierda significaba cambio, progreso, erradicación de las injusticias, igualdad de oportunidades, todo eso.


En oposición dialéctica a la Izquierda socialdemócrata estaba una Derecha también democrática que practicaba el Liberalismo. Esta pareja de contrarios bien avenidos funcionó con gran eficacia en la administración política del Capitalismo de consumo que había inventado Henry Ford. Terminada la II Guerra Mundial, los países de Europa Occidental se desarrollaron como sociedades de la abundancia con un alto nivel de bienestar. Se había alcanzado algo muy brillante y esperanzador, envidiado por todo el mundo, y se pensaba que aquel progreso en democracia no tenía por qué tener fin. Nació el Mercado Común, que se convirtió pronto en la Unión Europea, a la que se incorporó primero una España que surgía de las sombras del franquismo y luego toda la Europa Oriental, liberada del poder soviético cuando éste implosionó.

Pero la Globalización, las  Revoluciones tecnológicas y el Cambio Climático están modificando, si no pulverizando, todos los supuestos políticos que se creían firmemente establecidos.

La Izquierda se consideró siempre, puesto que buscaba la justicia, moralmente superior a la Derecha. Pero a medida que el Mundo se globaliza la Izquierda europea se regionaliza, perdiendo el internacionalismo utópico que la caracterizó. Ya que se ve obligada a defender el bienestar de poblaciones que, pese a las inseguridades que se abaten sobre ellas, siguen siendo muy ricas frente a las necesidades de unas mayorías planetarias mucho más pobres. Peor todavía: impotente ante los grandes cambios económicos y sociales, incapaz la Izquierda de ofrecer soluciones para los jóvenes en paro y los mayores que pierden sus trabajos o ven en peligro sus pensiones, no solo pierde su internacionalismo, sino que se atrinchera en la defensa de los que ya tienen una posición estable: trabajadores sindicados con empleo fijo, funcionarios, etc, dejando a grandes masas de ciudadanos en manos de los populismos.

La Izquierda consiguió arrancar pacíficamente progreso social de las manos del Capitalismo imperante porque estaba teniendo lugar una creación continua de riqueza, que atesoraban las sociedades mundialmente hegemónicas de Norteamérica y Europa Occidental. Pero las cosas están cambiando. Europa sigue siendo muy rica pero ya no es hegemónica, China emerge como un contrapoder imparable. Por otra parte, el progreso económico basado en altos insumos de energía, tal y como ha venido siendo concebido desde hace un par de siglos gracias al carbón y al petróleo, está llegando a su fin. Un progreso más espartano, menos derrochador y contaminante, parece ser la única respuesta a un cambio climático que ya empieza a enseñar sus garras. Todo esto exige cambios muy profundos en las mentalidades de los ciudadanos, que necesitan un largo tiempo de maduración. Ante un progreso económico que se ralentiza,  la Izquierda europea ya no puede aspirar a la igualdad social hacia arriba, tiene que contentarse, en su búsqueda de la justicia social, con una igualación hacia abajo. Este cambio de tendencia tiene consecuencias sociales y políticas que pueden ser devastadoras. La igualación niveladora allana, arrasa todo lo singular que emerge. Aumenta la presión fiscal hacia los que teniendo algo no pueden defenderlo, con lo que va eliminando las clases medias. No premia a los mejores, los más esforzados y preparados. Lo que finalmente lleva a la igualdad del pensionista, del retirado, del subsidiado. Acorralada por estas circunstancias la Izquierda europea, inevitablemente, envejece.

No sé si con todo lo que llevo escrito habré sido capaz de mostrar la profunda crisis existencial que padece la Izquierda europea. Y que se manifiesta con una claridad deslumbrante en la Izquierda española.

¿Qué puede hacerse? En cualquier caso, está llegando el tiempo de los replanteamientos radicales, de los cambios de paradigmas. Hacen falta ideas nuevas, no basta, de ninguna manera, con la acción, hace falta una profunda reflexión.

Como una simple pincelada, terminaré mencionando dos temas que me parecen dignos de atención para una Izquierda que quiera seguir enfrentándose con la desigualdad.


(1).- Los inmigrantes.

A veces pienso que la fuerza transformadora de las sociedades europeas occidentales no está ya en la Izquierda de siempre, sino en la Inmigración. Pero esta transformación introduce grandes tensiones sociales y culturales. Se inicia, con las masas de inmigrantes que llegan hasta nuestras playas y empiezan una nueva vida en nuestras ciudades, una nueva proletarización, una nueva lucha de clases.

Nuestras sociedades occidentales tienen que enfrentar este problema. Tienen que integrar culturalmente a los inmigrantes y convertirlos a la vez en puentes con sus sociedades de origen. No les queda otro remedio, la alternativa es el inevitable envejecimiento demográfico y con él la muerte cultural y social.

Y nuestra Izquierda tiene que hacerse, si quiere sobrevivir, verdaderamente internacionalista y dotarse de una visión global, moral y esperanzada de los problemas con los que se quiere enfrentar.

En el caso particular de España, nuestra sociedad y con ella nuestra Izquierda tendrían, además, que abrirse plenamente al mundo latinoamericano, al que sin duda, además de al europeo, también pertenecen.

(2).- Las mujeres.

La Izquierda tradicional ha asumido como suyo un feminismo convencional, entendido como lucha por la igualación de mujeres y hombres respecto a derechos sociales (libertad de decisión, oportunidades y derechos laborales, etc).

Pero queda un amplio campo de derechos y posibilidades que son específicamente femeninos y que no están adecuadamente protegidos y desarrollados. Me refiero a todo lo que se deriva de la condición femenina como radicalmente diferente de la masculina. Por ejemplo, todo lo relacionado con las posibilidades que una mujer tiene ( y un hombre no, o mucho más difícilmente) de ser madre y de constituirse en el centro de la vida afectiva de una familia. Muchas mujeres han pasado de ser una esclavas del hogar a serlo de un trabajo tan remunerado como alienante. Pero ¿cuántas mujeres jóvenes renuncian en nuestras sociedades avanzadas a su fertilidad por la dificultad económica de criar a unos hijos? Y a la vez, estas sociedades, incapaces de cubrir su tasa de reposición demográfica, envejecen irremisiblemente.

En función de todo ello, la Izquierda europea, y todavía con más urgencia la española, pues en España la crisis demográfica es más aguda que en los países europeos del Norte, tendría que añadir, a su feminismo militante, un feminismo nuevo que promocionara y protegiera a la mujer como amante, paridora y centro educativo y formativo de la familia, reivindicaciones todas éstas que hoy están en manos de fuerzas mucho más conservadoras.

domingo, 7 de mayo de 2017

El PET-TAC y la nueva REVOLUCIÓN ROBÓTICA

En una situación como la mía, con una recidiva tumoral detectada por un TAC y confirmada por un examen anatomopatológico de pequeñas biopsias tomadas mediante una broncoscopia de la zona afectada, lo inmediato es someterte a un PET-TAC que explore todo el cuerpo  para la presencia de posibles metástasis.

A mí me lo hicieron hace unos días y es del PET-TAC, ese robot increíblemente sofisticado, de lo que quiero escribir hoy.

TAC es una abreviatura para Tomografía Axial Computerizada. Y PET es la abreviatura en inglés para Tomografía por Excitación de Positrones. El primer sustantivo, Tomografía, significa casi lo mismo en ambos casos. El paciente, tendido en la camilla móvil que se ve
en la foto proyectada hacia la izquierda, es introducido poco a poco en el túnel circular de la derecha. En sendas circunferencias de este círculo se disponen emisores y sensores que van generando cortes circulares con imágenes de su cuerpo.  En el caso del TAC, emisor y sensor, opuestos en los extremos de un diámetro del círculo en el que se centra el paciente, lo son de rayos X. De manera que al desplazarse su cuerpo a lo largo del túnel, lo que se va obteniendo es una radiografía tridimensional con un gran detalle. En el caso del PET, la circunferencia correspondiente contiene solo sensores, diametralmente opuestos, a los que llegan fotones, es decir luz, de muy alta energía.

Lo curioso del PET es la fuente que genera esta luz. Antes de iniciar el análisis, al paciente se le inyecta una solución radiactiva y se le tiene una hora en reposo en una habitación anexa, para que la sustancia radiactiva alcance a través del sistema circulatorio todo su cuerpo. Esta sustancia es la 18 Fluoroglucosa (en adelante 18FG), un compuesto de Glucosa con Fluor18, que es un isótopo radiactivo del Fluor. La 18FG entra en las células del cuerpo igual que la glucosa, la cual es a su vez una fuente de energía indispensable para la vida de la célula. Pero una vez dentro, la célula es incapaz de metabolizar la 18FG, por lo que ésta se acumula. Un tumor en crecimiento está hambriento de vasos sanguíneos que le lleven alimento y oxígeno, pero estos vasos van formándose poco a poco por un mecanismo que se llama angiogénesis. Por eso el tumor, con una falta crónica de oxigeno, tiene, en contraposición a los tejidos sanos del cuerpo un metabolismo anaerobio, utilizando la glucosa por una vía fermentativa que no requiere oxígeno pero que tiene por eso menor rendimiento energético. Lo que significa que el tumor, para crecer, tiene que consumir mucha más glucosa que una célula sana del cuerpo, por eso los mecanismos de transporte de glucosa y 18FG al interior celular están potenciados. Pero como la 18FG no puede metabolizarse por las células tumorales, la consecuencia es que éstas  acumulan mucha más 18FG que las células sanas.

Y ahora viene la maravilla de las maravillas. Resulta que el 18Fluor es un isótopo radiactivo de vida muy corta, que se descompone a gran velocidad, tanta que su vida útil es de unos cuantos días, de modo que tiene que transportarse en avión desde el ciclotrón que lo produce hasta el punto de consumo. En el curso de la descomposición radiactiva del 18Fluor, se produce un torrente de positrones. Estos son antielectrones, es decir, partículas subatómicas idénticas a los electrones solo que con carga positiva, parte por lo tanto de esa antimateria que nació junto con la materia en el momento del bigbang y que la acompaña a todas partes, en minoría y sumida en el misterio. Lo que sucede en los tejidos tumorales del paciente es que un positrón, nacido de una molécula en descomposición radiactiva de la 18FG, choca con un electrón de las células tumorales del paciente. Y de este choque resultan dos fotones de alta energía que se propagan en direcciones opuestas y son detectados por los sensores de fotones gamma diametralmente situados del PET. Así se generan señales luminosas que perfilan claramente el volumen y la forma de un tumor metastásico, detectándolo con gran precisión.


Toda esta maravillosa explicación está siendo ya demasiado larga para la longitud que debe tener la entrada de un blog. Pero con todo lo maravillosos que son los fundamentos científicos del proceso de un PET, lo que lo hace tecnológicamente posible es el software que analiza la inmensidad de datos adquiridos y los integra en una imagen fiable de la realidad tumoral. El PET-TAC funciona como un sofisticadísimo robot. Realiza una tarea complejísima, pero la única intervención humana que necesita es la del enfermero que inyecta en el paciente la solución radiactiva y el médico que interpreta la imagen integrada del cuerpo del paciente, buscando y evaluando los focos de actividad tumoral.

He traído toda esta historia aquí porque me ha hecho reflexionar mucho sobre los tiempos que estamos viviendo. El PET-TAC es un buen ejemplo de la nueva revolución industrial en mitad de la cual ya nos encontramos, que es una REVOLUCIÓN ROBÓTICA, apoyada en general en los muchos avances de la tecnociencia y en particular en los desarrollos espectaculares del hardware y el software.

Si analizamos la realidad que nos rodea, sobre todo en las zonas más urbanas y tecnológicamente avanzadas de nuestro planeta, encontramos muchos ejemplos más. Desde la aeronave intercontinental que nos lleva de un extremo a otro del mundo en pocas horas, hasta los generadores eólicos o fotovoltaicos de electricidad, pasando por nuestros teléfonos celulares y nuestros ordenadores de sobremesa. Y es mucho más lo que nos va a llegar pronto. En California he visto hace poco más de un año los automóviles Tesla, que no necesitan la atención del conductor, circulando ya como fantasmas tan robotizados como seguros por las gigantescas autopistas.

¿Qué significa todo esto? Ante todo un cambio de época, nada menos, la entrada en un mundo en el que el trabajo humano es mucho menos necesario y tiene que ser mucho más especializado y a la vez sofisticado. La consecuencia inmediata es que en muchos países avanzados mucha gente se está quedando sin trabajo. A la vez, como muchos países atrasados están sometidos a las presiones terribles de la guerra y la miseria, la presión inmigratoria sobre los países avanzados que favorece un alto nivel de paro y una degradación continuada de los salarios, no hace sino crecer, en un círculo vicioso que genera los muchos movimientos populistas que, desde Trump hasta Maduro pasando por Le Pen y el español Podemos, cada uno con sus matices más de izquierda o de derecha, estamos viviendo.

El futuro es impredecible. Yo solo veo con claridad dos cosas, en mi opinión las únicas capaces de hacer posible la entrada en una nueva época luminosa y liberadora, no solo para los humanos sino para la Tierra entera. 

La primera es una globalización radical de la conciencia moral del mundo, sobre la base de la noviolencia. 

La segunda, una revolución radical en la educación, que deberá ser permanente y totalmente distinta a lo que ahora mismo entendemos.

 ¿Será todo eso factible?

 ¿Por qué no, si ya es pensable?


Además, lo que estamos viviendo no es nuevo. En mitad del S. XIX se desarrollaba en Inglaterra con enorme dinamismo la primera revolución industrial. El gran Charles Dickens fue testigo en sus novelas de las miserias que acompañaron a aquella época luminosa. Mucha de la población rural había emigrado a las grandes ciudades inglesas en busca de nuevas perspectivas. Lo que encontró fue, en buena medida, explotación, trabajo descarnado de los niños, hambre, miseria, desamparo. Hizo falta más de un siglo, dos guerras mundiales con decenas de millones de muertos y un par de totalitarismos terribles, el de Hitler y el de Stalin, para que las nuevas esperanzas tecnológicas se convirtieran en avance social. Marx creyó ingenuamente que la revolución era un asunto científico y tecnológico, inspirado quizá por los gigantescos éxitos científicos de Newton y Darwin. Se equivocaba. El avance social es, en lo más hondo de sí mismo, un problema moral.

1872.- Gustavo Doré.- Wentworth Street, Londres.- Museo Británico


martes, 2 de mayo de 2017

La recidiva

Yo la temía y por eso me negaba a esperarla, pero finalmente ha llegado. Estas cosas pasan como una más de las innumerables sorpresas que jalonan el camino de una vida humana. Hace ya dos años justos que me reseccionaron medio pulmón y me sometieron a quimioterapia. Cada tres meses me controlaban para asegurar que la enfermedad no reaparecía. Alcanzar los tres años sin recidiva era casi la victoria total porque, las estadísticas así lo mandan, indicaban una probabilidad muy alta de curación total. Yo no lo he conseguido, e iniciaré en los próximos días un nuevo ciclo de quimioterapia, pensado más para contener que erradicar a mi enemigo. El objetivo final de la oncología clínica, en unos tiempos como los actuales en que todavía la ciencia no ha vencido definitivamente al cáncer, no es curar, sino prolongar en todo lo posible una vida digna para el paciente. Lo que es bastante razonable porque, al fin y al cabo, con cáncer o sin él, vivir a partir de una cierta edad es irse acostumbrando a la idea de una muerte finalmente ineludible.

Pero cuando te dan el notición de que lo tuyo es una recidiva en un cáncer que creías ya casi superado, no puedes evitar el conmoverte. Por una parte, sientes una cierta autocompasión que, lo aceptes o no, te consuela. Por otra, no puedes evitar esa atención casi obsesiva que pones ahora en las señales que pueda darte tu cuerpo de la enfermedad que lo atraviesa. Aunque enseguida haces planes, eso tú no puedes evitarlo. Decides que tienes que introducir cambios importantes en tu vida, sobre todo en las direcciones que vas a intentar que tome. Entre otras cosas piensas en este blog que llevas ya varios años escribiendo. Dentro de la atmósfera tímidamente pesimista que te envuelve en esos momentos, te planteas la decisión de cerrarlo. “¿Para qué seguir escribiéndolo?”, te dices.

Pero luego el tiempo, esa droga milagrosa, te hace verlo todo de otra manera. Y en lo que se refiere a este blog, decides continuar con él como si no hubiera pasado nada.

Porque además, en realidad, nada ha pasado. O lo que ha pasado es de mi piel para dentro y no me impide nada de lo que encuadra mi vida cotidiana. Mi situación indudablemente amenazada es interesante, por novedosa. Lo es para mí, pero también puede serlo para algunos de los que me lean. Así que seguiré escribiéndola.


Sirva todo esto como advertencia a mis lectores de que, en ese “yo y mis circunstancias” orteguiano que me constituye, ha habido o está habiendo un cambio importante. 

Quizá llegue a notarse.