domingo, 31 de diciembre de 2017

Nochevieja 2017

La Nochevieja es mucho menos entrañable que la Nochebuena para mí. El tiempo que esta última marca es el mío, el de mi renacer en el optimismo cristiano. Pero el tiempo que marca la Nochevieja es el del mundo, no el de los demás, sino el de ese reloj con esferas innumerables que llena el Universo. Un tiempo mineral, exacto… quizá no del todo exacto, quiero decir que eventualmente, por puro azar, puede experimentar ligeros atrasos o adelantos, pero que nunca admite ni siquiera un infinitésimo de libertad, entendida ésta como la decisión nacida de una voluntad libre.

En las sociedades occidentales se ha ido consolidando una tradición de celebrar la Nochevieja con un poco de barullo alegre, con copas, con abrazos que nos damos deseándonos mutuamente un buen año que viene. Todo esto es bueno, no lo dudo, los humanos tenemos siempre que agradecer una oportunidad de mirarnos unos a otros con una sonrisa, y tanto más bueno cuanto más se quieren los que se miran.

Mientras que todo esto acontece, el mundo sigue girando y girando, como lo hace cualquier punto de su superficie, más concretamente ése en el que estoy plantado yo, o tú. El movimiento circular es cíclico, previsible, y por eso hasta puede llegar a ser aburrido. Pero lo mismo que cada uno de nosotros gira circularmente alrededor del eje Norte Sur de la Tierra, ésta gira circularmente alrededor del Sol. Y como el eje central de la Tierra no es paralelo al del sistema solar, el giro particular de cada uno de nosotros alrededor del Sol describe una extraña hélice tridimensional. Pero el Sol gira a su vez alrededor del centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, lo que convierte esa extraña hélice nuestra en una superhélice (hélice de hélice) respecto a nuestra galaxia, todavía más desgarbilada y confusa. Etc, etc.

¡Qué mareo! Nuestro movimiento en el espacio, me refiero al tuyo, el mío, el de cualquier otro individuo humano, es resultado de la composición de una sucesión de hélices y superhélices de orden creciente, y finalmente tiene una orientación hacia fuera, alejándose del centro de un universo en expansión, lo que marcan las galaxias con un débil enrojecimiento. El color se hace movimiento, o al revés, y el movimiento tiempo. Quizá sea esta situación embriagadora la que le da su encanto especial, único, a la Nochevieja. Bebemos de una copa de champán y las burbujas que recorren nuestro gaznate, en mitad de la noche, nos hacen todavía más partícipes de ese caos cósmico en el que estamos metidos.


¡Suerte, mucha suerte! ¡Y un feliz año 2018, tanto como sea posible!


Nuestra galaxia, la Via Lactea, y señalada con una flecha
la posición aproximada de nuesto sistema solar en ella.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Navidad 2017

La Navidad es con frecuencia entre nosotros los cristianos una ocasión para replegarnos, huyendo de las angustias de lo cotidiano y encontrando ese refugio para el recién nacido que es la madre, y cuando esta  ya no está, lo que queda de la unidad familiar.
Porque, en efecto, nos replegamos para así poder renacer,  retrocedemos unos pasos para así poder ganar el impulso necesario para un nuevo salto. Al hacerlo nos acogemos a la vez al simbolismo del nacimiento de Jesus, que vino al mundo para cumplir una promesa, la de salvarnos definitivamente de la muerte. Pues la vida de cada uno de nosotros es siempre, por encima de cualquier otra cosa, una promesa y una esperanza.
Por todo eso la Navidad es a la vez una fiesta entrañable, llena de dulzura,  y el recuerdo de un destino trágico, ese que nos espera a todos y que nosotros los cristianos creemos que es un renacer definitivo en un salto fuera del espaciotiempo.
Es la fiesta del Niño Dios y a la vez de ese niño que siempre habrá en cada uno de nosotros: esperanzado y atormentado, gozoso y asustado, joven y viejo. Como el entero universo, atareado en su viaje.
Feliz Navidad a todos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Gritos de dolor

Tras hacerme una biopsia de hígado, me han traído a la sala de observación del hospital. El protocolo exige que permanezca aquí durante un mínimo de cinco horas, para prevenir la posible, aunque no probable, aparición de una hemorragia. Me encuentro bien, tendido como estoy en la gélida cama sobre la que me han depositado. Son seis en esta sala, la mía numerada con el cuatro, solo tres ocupadas. El tiempo pasa vacío de acontecimientos, lleno de espera, lo que me lo hace larguísimo. Transcurren dos horas y yo pienso en que todavía me quedan tres. No me aburro, pero me cansa este transcurrir chato, desprovisto de perfiles, lleno de soledad.

De pronto todo cambia. Los enfermeros dejan en la cama número uno, justo frente a la mía, un nuevo paciente. Tendido bocarriba como estoy, no puedo ver mis alrededores. Quien acaba de llegar se queja mucho y parece como si los enfermeros estuvieran intentando quitarle una sonda vesical. Oigo su voz, es de mujer madura. Tal y como yo los interpreto, esos quejidos suyos dirigen la acción de los que con mucha paciencia tratan de liberarla. Así transcurre un buen rato, hasta que, sin haber llegado todavía al final, deciden darle unos minutos de descanso.

Se hace así un silencio que lo es de paz pero que, súbitamente, se rompe en pedazos de sufrimiento. Ahora la mujer empieza de nuevo a quejarse. Sus lamentos van creciendo y haciéndose más frecuentes, hasta que se convierten en una frase que ella repite una y otra vez,

<< Señor, ayúdame!... Señor, ayúdame!... Señor, ayúdame!... >>

Me impresiona la intensidad con la que los lamentos van dirigidos a ese Señor al que la mujer clama, su unidireccionalidad, que me hace sentirme espectador de un diálogo en el que nadie más podría entrar.

De pronto, esta oración acelera su ritmo y enseguida se deforma en un quejido intensísimo, un lamento que ya no es humano, una mezcla de berrido y aullido absolutamente animal, altísimo en volumen, escandaloso, alarmante.

Enseguida vuelven a ella los enfermeros, oigo sus movimientos que son de ayuda y sus voces suaves, que intentan y consiguen tranquilizarla.

Sigue un corto silencio, y enseguida la voz de la mujer suena de nuevo y ahora sus lamentos se han convertido en lo que parece una oración,

<< Señor, perdóname!... Señor, perdóname!... Señor, perdóname!... >>

Con esta sucesión dramática de lamentos y oraciones transcurre un buen rato. Los enfermeros van consiguiendo con paciencia sus objetivos. A medida que el sufrimiento se va aliviando, la mujer intercala en su conversación trascendente peticiones de perdón a los que la están curando, como si ella, al ser dominada por su dolor, hubiera cometido una falta.

La situación se va aliviando poco a poco, pero la voz de la mujer muestra por una parte su agotamiento y por otra su miedo a que el dolor vuelva de nuevo. Es en estos momentos cuando los lamentos de la mujer se hacen de nuevo un grito que, sorprendentemente, formula así,

<< Ayúdame, Señor!... ayúdame, Señor!... ayúdame, Señor!... >>

Lo que me sorprende de esta segunda petición de auxilio es que su construcción está invertida respecto a la primera. Como si esta primera se reconociera a sí misma como la entrada en el dolor, mientras que la segunda supiera también que ya está en el camino de salida. Y me sorprende porque muestra hasta qué punto el sufrimiento no lo es del órgano corporal que está en problemas, sino del cerebro, de la mente, del alma que está experimentando, con un protagonismo único, el peso del dolor, y que como tal cerebro humano que es, con toda su potencia, lo interpreta, lo racionaliza, lo somete a un orden e intenta contenerlo dentro de unos límites temporales.

Esto es todo lo que quería contar desde que, hace ya casi dos semanas, tuvieron lugar los acontecimientos que narro. Escribí enseguida, para no olvidarlas, las tres frases que pongo aquí en cursiva. Pero sabía que necesitaba un tiempo para ser capaz de narrar e interpretar aquellos hechos. Ahora ha llegado el momento. Solo me queda por añadir que me impresionó mucho el sufrimiento de aquella mujer, vivido por mí desde tan cerca y a ciegas. Y que llegué a sentir compasión por ella, expresada en una misteriosa necesidad de compartir ese dolor. Eso es lo que intento hacer ahora.

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El dolor humano, me refiero al que se manifiesta como dolor físico, es un sistema de alarmas. Lo reconocemos por las señales electroquímicas que llegan a nuestro cerebro  desde otras partes del sistema nervioso, éstas conectadas directamente con la fuente orgánica del dolor. Interpretamos nuestro dolor desde nuestro cerebro, donde aquél induce una reacción que lo es de alarma y que se manifiesta en un grito. Alarido, aullido, desgarro, este grito de dolor tiene infinitos matices. A veces hasta tiene un texto.

Respecto al dolor físico, cada individuo humano tiene dos fuentes de conocimiento radicalmente distintas: el dolor propio y el dolor de los demás. El grito de dolor no es solamente un mecanismo de alarma. Sale desgarrado de una garganta humana también en busca de la ayuda de otros. Pero el simple hecho de gritarlo ya da consuelo, aunque sea el que lo emite un náufrago, solo y sin posibilidad de ayuda. Y en el otro extremo de ese grito, se inducen dos reacciones bien distintas, hasta opuestas, en el que lo escucha: ponerse en disposición de ayudar o aterrorizarse y huir.


En cualquier caso, el grito de dolor es la forma de expresarse de un humano en uno de sus momentos más íntimos y decisivos. Ya lanzándolo, ya escuchándolo y reaccionando frente a él. 

Nada más que por eso ya tiene un interés particular.


Frida Kahlo (1944).- La columna rota
Además de una artista inmensa, Frida fue una gran conocedora
del dolor en su propia carne, lo que plasmó en muchos de sus
autorretratos.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Creencias frente a convicciones

Ahora que nuestra vida diaria, aquí en España, está salpicada continuamente por lo que hacen o postponen, dicen o callan, los políticos, se me ocurre pensar en la necesidad de la acción.Un político debería ser capaz de distinguir entre su ideología y su acción de gobierno. Pero el mismo problema tenemos la gente de a pie, los vulgares ciudadanos. Entre ellos yo, que debería discriminar entre mis sentimientos y creencias, por un lado, y mis compromisos y objetivos, por el otro.

Los políticos se convierten en peligrosos fracasados cuando les importa más su ideología que el servicio a su país. Y la gente corriente, como yo, se topa con la frustración cuando lo que le mueve en el mundo es nada más que un puñado de creencias apilado contra otro de sentimientos.

No es que yo desprecie la ideología en los políticos o las creencias en los ciudadanos. Muy al contrario: creo que son una base indispensable para el compromiso y la acción. Pero estos últimos exigen mucho más. Requieren convicciones, propósitos y metas. Por la otra cara de la moneda heraclitea, también necesitan de nuestra habilidad para descubrir a tiempo si el camino que hemos tomado lleva o no a esa meta nuestra. Un camino del que no existe mapa y por eso exige exploración, tanteos, idas y venidas continuados. Las mejores botas para esta tarea son las de la capacidad de autocrítica, el complemento indispensable y permanente de la fuerza de voluntad.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Televisión y mentira

Creo que mi mayor decepción en estos días críticos que está viviendo España a causa de los secesionistas catalanes, me la están produciendo los medios de comunicación, particularmente la televisión. La mayoría de las cadenas de televisión españolas, destacando las más vistas, es decir, las más populares, han trivializado lo que está pasando convirtiéndolo en una especie de reality show. Informan a un ritmo trepidante sobre los forcejeos, las tácticas, los enfrentamientos dialécticos entre los dos bandos, pero lo hacen como si lo que narran fuera, en lugar de la tragedia histórica que realmente es, una suerte de partido de fútbol, de espectáculo deportivo de masas, en el que no hay razón frente a sinrazón, o si se quiere, enfrentamiento entre dos razones contradictorias, sino simplemente un forcejeo emocionante que terminará dando un ganador y un perdedor, en el mejor de los casos un simple empate, es decir, nada. Lo que venden, porque lo venden en el sentido de que su único objetivo es el crematístico,  no es otra cosa que ese puro espectáculo. Y lo cobran en porcentajes de audiencia, que se traducen para ellos en más demanda de espacio publicitario por los fabricantes de los grandes productos de consumo (automóviles, alimentos, bebidas, etc), un espacio que les pagan a precio de oro.

Y me parece que se justifican moralmente ante ellos mismos intentando convencerse de que el buen periodismo es el que se limita a exponer lo objetivo que contienen las noticias.  Pero esto es una tremenda falacia, una muestra bien clara de su hipocresía moral. Porque la mayoría de las noticias que se publican, mucho más si lo que destacan es el espectáculo, están sesgadas. Yo no dudo que pueda existir el buen periodismo, pero ese no es el periodismo que lo que intenta (por todos los medios) es ser un buen negocio vendiendo medias verdades que, son, siempre lo han sido, la más peligrosa de las mentiras.

La televisión, cuando se estableció en Europa a finales de los 1950s, fue recibida con grandes esperanzas por mucha gente bienintencionada. Se la veía como un instrumento poderosísimo para la educación y el desarrollo cultural de los pueblos. Pero en lo que se ha convertido, con honrosas y escasas excepciones, es en una basura que lo que hace es entontecer y corromper a esos pueblos.


Una amenaza para el futuro de todos. Tanto más peligrosa cuanto con más artificios intenta convencernos de que lo que nos cuenta es la pura verdad.

 ¿Pura? ¿En serio?

domingo, 29 de octubre de 2017

La oración del Padrenuestro

Escribí en este blog sobre la oración en general hace algún tiempo (Noviembre 2014). Entonces mencioné el Padrenuestro, la oración cristiana por antonomasia, la que nos enseñó y recomendó Jesús en los Evangelios (Mt 6, 9-13; también Lc 11, 1-4). Yo, que siempre he rezado, también he tenido casi desde siempre el Padrenuestro como mi oración dominante, al igual que los hermanos Cartujos y otros muchos cristianos (católicos, protestantes, anglicanos, ortodoxos, nestorianos, coptos) a lo largo del ancho mundo y su tiempo. Es una oración fascinante, profunda y misteriosa, que cuanto más la rezas y con más ahínco lo haces a lo largo de tu vida más descubres en ella nuevos aspectos que te sorprenden e iluminan. De eso es de lo que quiero escribir hoy.

Empezaré por mostrar el Padre nuestro tal y como lo rezo yo:




Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo.



Y no nos dejes caer en la tentación,

 Mas líbranos del mal.

Y ahora diré cómo lo voy interpretando cuando lo rezo despacio, que no es siempre, cuando lo hago con atención, descansando en sus palabras, intentando sumergirme en su significado.

Padre nuestro que estás en los cielos
El Dios único es el Creador de todo lo que existe, por eso es nuestro Padre. Él no existe, sino que es, y lo es en los cielos, que quiere decir fuera del espaciotiempo.

Santificado sea tu nombre
Este Dios nuestro es el del Antiguo Testamento, el mismo Dios de los judíos, el Dios único. Tan grande, tan inmenso, que lo único que podemos hacer con respecto a Él es darle un nombre y santificar ese nombre en nuestra vida.

Venga a nosotros tu reino
Quien viene es Cristo, el Mesías, Dios en nosotros. Y viene para traernos su reino, que es la vida eterna.

Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo
La voluntad de Dios es el Espíritu Santo, el que fecundó a María, iluminó a los cristianos en Pentecostés y nos trae diariamente, a cada uno, la Gracia. Esa voluntad es un propósito, y lo tiene Dios tanto para el espaciotiempo que nos alberga, la Tierra, como para lo que está fuera del espaciotiempo, el Cielo.

El pan nuestro de cada día dánosle hoy
Este pan representa todo lo que necesitamos para seguir viviendo. Material (vestido, alimento, albergue, etc) y también inmaterial (ánimo, voluntad, propósito, alimento espiritual en definitiva, representado para los cristianos por la Comunión). Pero pedimos el nuestro, no el mío, es decir, queremos compartir todo lo que necesitamos con los demás. Y no queremos atesorarlo, por eso lo pedimos simplemente para hoy.  Por último creemos que aún siendo nuestro, es un don de Dios.

Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores
Dios es misericordioso, su capacidad de perdonar nuestras deudas es inagotable. Pero el contrato que hacemos con Él es que no demandaremos su misericordia en tanto no seamos capaces de perdonar a nuestros deudores. En definitiva, de lo que aquí se trata es del amor fraterno.

Y no nos dejes caer en la tentación
Esa tentación tan humana que nos aleja de la voluntad de Dios y por eso representa una caída.

 Mas líbranos del mal.
Y el mal con su misterio. Que Simone Weil interpreta como que, siendo la Creación un retirarse de Dios, un acto de su generosidad, el Mal es posible en ese Universo que no es Dios y consecuencia inescapable de la libertad que ese Universo tiene.


1880.- Fridolin Leiber.- Pater Noster
Leiber pintaba láminas piadosas que publicaba la editorial Edward Gustav May, en Frankfurt.
Esta representa la oración del Padrenuestro. Las escenas laterales representan, primero de izquierda a derecha y después de arriba abajo, los ocho versículos que contiene la oración, tal y como están escritos en mi texto, aunque aquí lo hacen en alemán..

El laberinto catalán

Llevo semanas sin poder escribir entrada alguna de mi blog. La causa ha estado en Cataluña. Lo que ha ido aconteciendo allí ha sido increíble. Ahora se ha llegado al final del primer acto de la tragedia, esa declaración unilateral de independencia por el gobierno regional catalán, que es una infamia y por lo tanto una vergüenza. Seguida inmediatamente por una reacción del Estado, la proclamación del Artículo 155 de la Constitución que implica el establecimiento de un estado de excepción en Cataluña Todo esto es ya el comienzo del segundo acto de la tragedia, iniciándose un período de gran incertidumbre que puede acabar mal, o lo que sería todavía peor, no acabar. El único consuelo, la sola esperanza, es que todo lo que va a pasar sirva para construir un futuro razonable, algo que funcione al menos durante los próximos cincuenta años.

Me siento incapaz de darle una estructura ordenada a estas líneas. Lo que me pide el cuerpo es que deje hablar al corazón, aunque intentaré que la cabeza lo acompañe. Voy a disecar los elementos que componen el laberinto catalán con la curiosidad y la pasión con que lo haría uno de aquellos anatomistas que pintó Rembrandt.

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Primero está el casticismo. España es castiza como lo es Cataluña. Somos gente de patria chica, de adhesiones inquebrantables a los símbolos que definen nuestra aldea.  Los castizos más extremosos llegan a ver amenazante y hasta odioso todo lo que está más allá de los cerros que trazan las fronteras de su terruño. Tienen su montón de símbolos intocables: su equipo de fútbol, su virgen patrona, sus platos típicos, sus tradiciones 
Silbidos y pitos al Rey y al Himno Nacional en la final 2012 de la Copa del Rey en el Camp Nou del Barcelona
locales. En mi Andalucía, los malagueños odian a los sevillanos y los granadinos a los malagueños, sin que se haya podido averiguar el porqué, mientras que los sevillanos persisten en atrincherarse en sus grandezas pasadas y sus reliquias. Fuera de ella, los nacionalistas vascos se creen los reyes del mambo, despreciando al resto de los españoles con sus montañas como murallas, sus bosques como refugios, su presunto Rh negativo como imagen de marca, y sus enrevesados apellidos y una lengua de pastores que en realidad no puede hablar casi nadie como barrera étnica contra los maketos y otra gente inferior. Y los nacionalistas catalanes se sienten, desde siempre, la vanguardia de España, lo más industrioso, laborioso e inteligente que España ha parido; pero atención, en contraposición a los nacionalistas vascos, los catalanes no ven como inferiores a los que los rodean, sino que se sienten superiores a ellos: el matiz es muy importante.

Naturalmente, andaluces, vascos y catalanes tenemos virtudes a las que no me refiero aquí y que quizá hasta superan a nuestros defectos. No hablo del resto de los españoles para no alargar indefinidamente este memorándum aunque, en mi opinión, ese resto de los españoles es mucho menos castizo que los tres vértices del triángulo carpetovetónico que he intentado definir.

 Para que un país así sea gobernable es imprescindible una acción política que saque a la gente de su terruño, haciéndole ver que la rodea un mundo mucho más grande, diverso y prometedor de lo que ella supone, el cual está mucho más cerca y es mucho más accesible de lo que ella imagina. Esta acción política integradora tiene que empezar por la educación de los niños y los jóvenes. Pues bien: en la España del siglo XXI las cosas suceden exactamente al revés. Porque está dividida en diecisiete Comunidades Autónomas cada una de las cuales tiene poder absoluto sobre la educación primaria y secundaria. Como consecuencia de ello, muchos niños y jóvenes han perdido su sentimiento de españoles; éste es muy particularmente el caso en Cataluña y el País Vasco, donde la educación de los jóvenes se ha manejado durante años con objetivos nacionalistas, es decir, desintegradores de esa gran nación común que se llama España.

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Ese sentimiento que tienen los nacionalistas catalanes de superioridad frente al resto de los españoles los lleva a una soberbia suicida y además no está sustentado ni por la antropología ni por la historia. Esta falta de fundamento real lo hace todavía más alocado y perverso.

Cataluña, como tierra de paso que siempre ha sido, es una mezcla de gente de orígenes muy diversos. Y como una de las dos puertas de entrada en la península Ibérica desde Europa, la otra es la vasca, ha sido adelantada en la modernización e industrialización llegadas del Norte. Un movimiento éste impulsado desde la misma España, con el apoyo permanente de los gobiernos de Madrid, y que ha traído hasta Cataluña muchos emigrantes procedentes de otras regiones españolas más pobres. Consecuencia de todo ello es el hecho de que hoy los treinta apellidos más comunes en Cataluña son castellanos, y que más del 60% de la actual población de Cataluña ha emigrado hasta ella desde el resto de España a lo largo del siglo XX; se trata de los despectivamente llamados charnegos, que se concentran principalmente en Barcelona y sus alrededores. De manera que, simplificando inevitablemente las cosas, nos encontramos con dos orígenes bien distintos para los nacionalistas y separatistas catalanes: una burguesía catalana muy ligada a los negocios, puesto que en Barcelona dejó de hacerse política durante los cuarenta años de franquismo; y gente trabajadora de origen charnego, antes proletarios y hoy clase media, que quieren reafirmar con su compromiso político una identidad catalana de la que se sienten inseguros.

En cuanto a lo histórico, recurro a lo que escribió en sus memorias (El mundo visto a los ochenta años) y en 1934 don Santiago Ramón y Cajal, nuestro insigne premio Nobel de medicina. Cataluña no destacó especialmente en el conjunto de España hasta la segunda mitad del siglo XIX. Entonces la burguesía catalana inició una industrialización que la llevó al dominio económico de lo que quedaba del imperio español, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. La pérdida en 1898 de la guerra con USA y de estos territorios creó una crisis económica en Cataluña, que los gobiernos de Madrid compensaron con un proteccionismo para las manufacturas catalanas en el conjunto del mercado español. Inevitablemente, Cataluña se convirtió así en un polo importante de poderío económico e industrial, a costa sin duda del desarrollo de otras regiones. A lo largo de la primera mitad del siglo XX, Cataluña estuvo plenamente integrada en España, como región dominante en lo industrial y económico y participante muy activa en lo político y lo militar (recordemos como ejemplo al general Prim). En 1934, y simultáneamente con el levantamiento comunista revolucionario de los mineros de Asturias, Cataluña con su presidente Companys intentó, si no independizarse de España, sí crear un estado casi independiente; yo creo que lo hizo movido por una burguesía catalana que veía con terror el acercamiento de una dictadura del proletariado en el más puro estilo estalinista, ése que llevó en 1936 al Frente Popular y a continuación a una terrible guerra civil. A Companys le costó la cárcel y después la vida.  Ya en la segunda mitad de este siglo, Franco favoreció sin duda los intereses económicos catalanes, pero la política, dado el régimen dictatorial, estaba inevitablemente concentrada en Madrid. Eso es lo que ha ido llevando a una desconexión creciente entre Barcelona y Madrid, que lo es entre Cataluña y el resto de España. De todo lo escrito yo concluyo que no puede hablarse de un agravio a los catalanes por los poderes políticos centrales de España; al contrario, lo que ha habido es un proteccionismo. Aunque una de las consecuencias de la dictadura ha sido que la burguesía catalana se encerrara en sus negocios y en su casticismo, con las terribles consecuencias que eso está teniendo en estos días.

Finalmente, una consideración económica: tanto Cataluña como Vascongadas son regiones frontera entre España y Francia. Por eso, lo mismo que existe un país vascoespañol existe otro vascofrancés, y lo mismo que un país catalanoespañol existe otro catalanofrancés. Pues bien: toda la excelencia económica de los lados españoles se vuelve mediocridad en los franceses, que no destacan en nada dentro de la brillantísima Francia. He aquí un argumento de peso, que en definitiva es antropológico, a favor de la idea de que el desarrollo sobresaliente de Cataluña y el País Vasco son consecuencia de su pertenencia a una España que los ha protegido, apoyado y engrandecido.

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Querría terminar afirmando que una mayoría de los catalanes, es decir, de los ciudadanos españoles que viven en Cataluña, no son nacionalistas, mucho menos separatistas. Pero estos últimos se mueven, mientras que los primeros no lo hacen, al menos no lo han hecho hasta ahora. Durante los últimos cuarenta años de democracia constitucionalista en España, los gobiernos centrales no han hecho nada para enfrentar el problema del separatismo con herramientas políticas. Se trata del PP (centroderecha) y el PSOE (izquierda moderada), que se han ido alternando en el poder desde los 1980s hasta hoy. Sí han sido capaces de unirse para acabar policialmente con el terrorismo de ETA. Pero en lo estrictamente político han sido incapaces de cooperar en temas de estado, como lo es el del nacionalismo. La consecuencia es que poco a poco, a base de concesiones a las regiones más fuertes (Cataluña, País Vasco y Madrid) y de “café para todos” que compense de algún modo el agravio comparativo de las más débiles, se ha ido consolidando un estado autonómico carísimo, irracional y en última instancia ingobernable. En el que pulula y sobre el que vive una clase política demasiado numerosa y muy poco capacitada. Aquí es donde está, me parece a mí, el corazón del problema.

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España necesita un Estado y unos partidos políticos mayoritarios que recuperen muchas de las competencias que se han ido cediendo a las autonomías. La enfermedad con la que nos enfrentamos no es Cataluña, que se queda en síntoma de una patología mucho más profunda, la del estado central. El reino de España es demasiado pequeño y pobre para permitirse diecisiete ineficaces y enfrentados virreinos autonómicos. Esto es lo que hay que reformar. No lo hará la clase política en cuanto a tal, que se ha convertido en clase en el sentido marxista, con intereses propios que defender. Tampoco podrá hacerlo una autocracia, porque España es ya un país socialmente avanzado, integrado en la Comunidad Europea. Solamente podrá hacerlo media docena de verdaderos hombres (y mujeres) de estado que, liderando unos pocos partidos fuertes y abiertos,  sean valientes, tengan buena salud, compartan una visión del futuro sencilla y sensata y vayan, llevándonos a todos los demás, a por ella.

lunes, 4 de septiembre de 2017

El transcurrir del espaciotiempo

Mi ritmo de publicación en este blog ha disminuido. Mis lectores más fieles se preguntarán qué ha sido de mí y algunos pueden hasta llegar a preocuparse. Por eso quiero darles noticias mías. Me encuentro bien, aunque sometido a una continuidad de tratamientos quimioterápicos que inducen en mí una inevitable laxitud. El objetivo de la quimio es detener el crecimiento de las células tumorales, matándolas si es posible. Lo inevitable es que, falta de especificidad, también afecta la quimio a muchos tejidos sanos que necesitan crecer para renovarse: las células que tapizan tus mucosas, esa piel interior de tu cuerpo; las que forman tu cabello, tus glóbulos rojos y tu sistema inmunitario; las muchas que tienen que multiplicarse en ese todo tan complejo que es un cuerpo humano.

Trataré de contar mis novedades.

Empezaré por mis altibajos, que son ahora mucho menos psicológicos y más fisiológicos. Palpito al ritmo de los ciclos de quimioterapia, con sesiones cada dos o tres semanas, que me van llegando como grandes y solitarias olas de tempestad. Mi ánimo se mantiene estable pero expectante, atento a los acontecimientos, en una alerta permanente pero tranquila.

Luego está esa sensación de final de carrera. Ese reconocerte como próximo a tu meta física, a la que esperas encontrar tras cada una de las curvas o esquinas de tu camino, pero que de momento no se deja ver. Presientes la cercanía de la muerte con una naturalidad que ya no te sorprende. No te sientes viejo, menos todavía moribundo, porque no lo estás. Te asombras un poco al reparar en que la muerte es en muchos casos, ojalá en el tuyo, la culminación de la vida, y de esto te vas dando cuenta cada día, casi cada hora. Pero te asombras todavía más al evocar cómo en tu juventud, hasta en tu madurez, eras totalmente ajeno a este tipo de consideraciones.

Entonces descubres que lo que verdaderamente eres tú es un viajero en el espaciotiempo, como lo son desde tus semejantes hasta los millones de millones de cuerpos celestes que pueblan el firmamento. Aquellos mismos astros que viste en su profundidad, muchas veces entre nubes, en las noches oscuras y prodigiosas de Chiloé, y que ahora, en tu ciudad española de luz artificial, difusa y perenne, se te ocultan y solo puedes imaginarlos.

Ese espaciotiempo que, como Kant descubrió, es consustancial a nuestra existencia, te llama ahora poderosamente la atención. Tu muerte no va a ser sino tu expulsión definitiva del espaciotiempo. Te dolerá en los afectos que dejes muchísimo más que haya podido dolerte la extracción de la más maldita muela. Pero además te haces la misma pregunta que se ha hecho la mayoría de los humanos que ha estado antes que tú en tus circunstancias: si es que hay algo más allá de ese espaciotiempo al que naciste.

Tú quieres creer que sí, porque eres un hombre de fe. Pero eso no significa que seas capaz de hacerte una idea de la naturaleza de ese más allá. Incluso crees que te sería imposible siquiera barruntarlo desde dentro del espaciotiempo en que ahora estás.

Tu fe te dice que hay una vida eterna que no es espaciotemporal. También que esta vida eterna, aunque le haya sido prometida por Jesús a todos nosotros, hay que ganársela personalmente. Dudas de que esto pueda improvisarse a última hora, aunque tampoco crees que tenga que irse haciendo, paso a paso, a lo largo de toda una vida. Y es que la expresión ganarla o perderla, ahora lo ves, carece de sentido en este caso. Por eso concluyes que, siendo el significado de la muerte el de una salida violenta del espaciotiempo, te será imposible predecir con qué  vas a encontrarte en el más allá, si es que acaso te encuentras con algo.

Todo esto te lleva a rezar. Descubres la profundidad de la oración, su poder. Rezas durante una parte de tu paseo cotidiano con Curro, y al hacerlo no puedes evitar distraerte con lo que te rodea o con tus pensamientos, pero sabes que pese a todo este ruido tu oración no pierde su valor. Quizás como el om mani padme om que sigue el ritmo de los molinetes tibetanos de oración, al menos así te lo imaginas. Intentas rezar con tranquilidad, sin dobles intenciones, te esfuerzas en ello. Y entre tus oraciones se intercala con frecuencia una petición constante, pero nunca angustiada, de misericordia. Esa misericordia que, ya en el Antiguo Testamento, era vista como una manifestación en el espaciotiempo de Dios mismo.

Además, como telón de fondo de todo lo escrito hasta ahora, vives intensamente tu vida cotidiana, tus tareas pendientes, tus estudios, tus lecturas, tus relaciones con la gente a la que quieres, tu ir y venir, tu comer y dormir, tu soñar, tu imaginar, las tardes, las noches, los amaneceres, los días, el calor y la lluvia, el cielo y el suelo. Tus deudas pendientes, tu pasado, lo que fue, lo que pudo ser, lo que no pudo. Tus esperanzas, tus ambiciones, tus éxitos. Y dedicas el tiempo que te sobra, cuando tienes ganas, a reorganizar tu biblioteca a la vez que manoseas y relees fugazmente los libros que te dejaron marcadas sus huellas.


Bello, apasionante, que es ese vivir en el espaciotiempo. Bendito sea.

Quizá haya sido ésta, desde muy joven, mi pintura favorita:
El Senecio de Klee.

sábado, 19 de agosto de 2017

Barcelona y el odio

La imagen corresponde al incendio de este verano en el Coto Doñana, cerca de Sevilla.
Pero quiere representar a la Destrucción, en su sentido más universal.


Finalmente, lo que tenía que pasar pasó. El terrible atentado de Barcelona estaba al caer, eso lo sabían todos los que querían saberlo. Y según lo que nos cuentan, si no hubiera volado por los aires la casa donde los terroristas preparaban sus explosivos, habría sido todavía más sangriento.

Los capturados hasta ahora por la Policía, todos o casi todos ya muertos, han sido los ejecutores materiales del atentado, un puñado de jóvenes de origen marroquí sin preparación militar ni ficha policial previa. Las características conocidas del asunto hacen inevitable la conclusión de que formaban parte de un grupo terrorista organizado. Posiblemente dependían organicamente del ISIS, es decir, tenían unos enlaces y unos inspiradores que muy probablemente no aparecerán nunca.

Las víctimas, quince mortales, otras tantas en estado muy grave y hasta un centenar más de heridos, pertenecían a casi treinta naciones distintas y representaban fielmente al tropel de turistas que llenaba estos días Barcelona, es decir, al ancho mundo. Todos, indudablemente, inocentes hasta la mismísima médula de sus huesos. Pero de eso precisamente se trataba, de cometer un crimen inútil, injustificable. Algo que pusiera claramente de manifiesto el alcance diabólico, refinado, ciego y bestial, del odio químicamente puro.

Porque ha sido el odio quien se ha asomado a Barcelona. El odio es el rey de los demonios. Cuántas veces lo hemos visto saltar como una chispa en un rincón cualquiera para ponerse a recorrer el mundo aleatoriamente, como un remolino al rojo vivo, creciendo y creciendo y destruyéndolo todo a su paso. Luego nosotros los humanos podemos analizar el asunto con nuestras herramientas, racionalizarlo, encontrar mil motivos más o menos ocultos que expliquen, sin justificarlo, lo que ha sucedido. Pero esto no es sino un ejercicio de autocompasión que nos permite mantener a salvo nuestras esperanzas.

El odio no tiene explicación. Como fuerza ciega que es lo único que tiene, aquí y ahora, es un comienzo y un final. Aparece inesperadamente, destruye y vuelve a esconderse. Hasta que reaparece de nuevo.

Merece la pena detener el pensamiento en este asunto. Sin sobrecogerse, sin salir a la búsqueda de una explicación. Simplemente oliendo, palpando, viendo y escuchando al odio.

domingo, 9 de julio de 2017

DELIRIO

He entrado ya en mi segunda batalla contra el cáncer. Pronto las cosas se me han complicado: a la semana de un primer ciclo quimioterápico con carboplatino+etopósido, he tenido que ingresar en el hospital con fiebre muy alta causada por una neutropenia severa. Después de tres días allí sometido a un tratamiento antibiótico intenso, he vuelto a recuperar mi normalidad fisiológica y estoy de nuevo en casa, listo para iniciar un segundo ciclo y más convencido que nunca de lo maravillosa que es la vida, ese don que, por congénito, no solemos apreciar mientras se tiene.

Pero no es de eso de lo que quiero hablar aquí, sino del delirio que me ha sobrevenido durante el tratamiento hospitalario. Se trata de una complicación derivada de la complicación que me llevó al hospital y ya se sabe, las complicaciones suelen encadenarse unas con otras en una nefasta cadena causal, Murphy lo predijo. La American Cancer Society describe el delirio como posible en pacientes tratados con quimioterapia, y probable en los que de entre ellos tienen más de sesenta años, una condición ésta que yo cumplo con brillantez. A mí la experiencia del delirio me ha parecido fascinante, quizá como lo es cualquier viaje que las circunstancias te obliguen a hacer a las profundidades de tu cerebro. Es esta fascinación la que quiero compartir con mis lectores.


Empezaré con unas necesarias generalidades. La actividad cerebral, como cualquiera otra, puede sufrir trastornos. Los más leves pueden nombrarse como simples trastornos psicológicos, y cuando traspasan la línea de la enfermedad como psicopáticos. Dicho esto, los trastornos relacionados con nuestra percepción de la realidad podemos clasificarlos en función de su duración en el tiempo: si muy cortos, los llamamos alucinaciones, que no son solo visuales; si  cortos, de hasta pocos días, delirios; si, traspasando ya la barrera de la enfermedad, llegan a durar semanas, brotes psicóticos; y si son más largos o hasta crónicos verdaderas psicosis como la esquizofrenia, la depresión, etc. Debo aclarar que toda esta descripción es personal y elaborada con un afán divulgativo.

Una diferencia fundamental entre la alucinación y el delirio es que mientras la primera crea una realidad nueva, o mejor, una realidad irreal, el delirio percibe una realidad verdadera pero, conservando sus parámetros básicos, la reconstruye, reinterpretándola. 







El famoso cuadro de Mundt, El Grito, es un buen ejemplo de un trastorno delirante: el puente, el río, la playa plomiza y la mar lejanas, el cielo incendiado del crepúsculo y el humano que se tapa los oídos, todos estarían allí, pero el genial Mundt  delira para poder expresar a través de esa escena real una angustia que subyace a todo lo aparente y nos conmueve profundamente. 











Mientras que el no menos famoso cuadro de Grosz, Las danzas del hombre gris, podría ser un buen ejemplo de alucinación. Nada en él es real, al menos no lo es ese muñeco grotesco  que quiere representar a un humano y de hecho representa una visión alucinada de lo humano, cosificado por las influencias de la desgracia, la injusticia y la guerra. En los oídos le han atornillado dos chapas para que no oiga, el cerebro se lo han vaciado y rellenado de bolas que podrían ser de acero para que no piense, la boca se la han cosido para que no hable, la piel se le han convertido en vestido que cubre un cuerpo totalmente vaciado, etc. Sin embargo el hombre-muñeco danza frenéticamente al ritmo de las órdenes infernales que le llegan desde el taller y la oficina que constituyen todo su horizonte. 





Ahora paso a describir mi experiencia de delirio.

Mi habitación de hospital tiene una estructura sencilla: algo así como un cuadrado en cuya pared digamos Norte se apoya una cama clínica y a su lado, en la esquina NW, un sillón de reposo. En el centro del lado E se abre una gran ventana. En el lado S, apoyada en la esquina SE, una pequeña cama para el acompañante. Rematando todo en la esquina SW por un pequeño pasillo al que se abre un cuarto de baño y al fondo la puerta de salida.

Ingreso en ella desde Urgencias, ya de noche, y a lo largo de las muchas horas de oscuridad e insomnio, salpicadas de preocupación y  stress, esta habitación se convierte en algo así como mi entero universo.

El día siguiente transcurre con tratamientos antibióticos y coadyuvantes por vía intravenosa. En todo momento desde que ingresé me ha acompañado, afortunadamente, alguna de mis dos hijas, M y P. Esta primera noche la paso con M. La próxima será P quien vele junto a mí.

Llegada esa segunda noche y cuando me toca echarme a dormir es cuando mi percepción de la realidad empieza a alterarse. No consigo coger el sueño. Me doy cuenta, y esto es ya alucinatorio pero todavía no delirante, de que mi habitación se ha convertido en una gran sala ocupada en su centro por un extraño templo. Entro en él. Está lleno de grandes tinas, ordenadas en filas y columnas, que contienen lo que podrían ser bellotas o nueces y en las que entrenadan algunos que me son totalmente desconocidos. Yo lo hago también. Nadando en seco entre las bellotas le rezo, quizá simplemente le increpo, a un Dios al que percibo frente a mí y al que pido compulsivamente mi curación a la vez que floto y nado entre las bellotas. La escena es profundamente pagana, en cuanto a que mi relación con ese extraño Dios solo tiene como motivo mi eventual curación.

De pronto no solo las tinas llenas de bellotas sino el templo que las contenía y hasta mi entera habitación desaparecen. Yo me encuentro solo en mitad de la noche y en el seno de un campo inmenso como el mar,  con algunos árboles que destacan sobre un fondo muy lejano. Sé que hay otros que también se mueven por allí, aunque no los veo, pero los oigo sin entenderlos. También sé que todos recibimos órdenes de que vayamos bailando una danza grotesca, cuyo final será nuestra entrada en los Estados Unidos de América. Así paso un buen rato, cada vez más convencido de que aquello es una inmensa tomadura de pelo, y por ello crecientemente indignado.

Súbitamente, este campo cubierto por un extraño cielo nocturno, porque no tiene ni nubes ni estrellas ni Luna, también desaparece. Yo me encuentro de nuevo en mi habitación de hospital y es ahora cuando mis alucinaciones empiezan a tornarse en delirios. Porque esta habitación, manteniendo su topología, ha cambiado los ratios entre sus dimensiones y su entera apariencia. Ya no es una habitación de hospital sino algo que va adoptando distintas formas con una característica común que yo percibo con certeza: aquéllo es el punto de espera de un encuentro. Pero ¿de qué se trata? Mi sentimiento es que ese alguien que va a llegar tiene una naturaleza que oscila de manera delirante entre lo liberador y lo opresor, pero cuya llegada yo ansío porque acabará con mis incertidumbres.

Recuerdo todavía nítidamente, y por eso me apresuro en transcribirlo, una de esas apariencias cambiantes de mi habitación, quizá la más frecuente. Mi cama sigue estando en su sitio pero ya no es una cama, sino algo así como el hoyo remotamente cónico producido en la tierra madre por alguno de aquellos proyectiles de artillería de la I Guerra Mundial, que machacaron los campos de Verdun más que hubieran podido hacerlo todos los arados galos, romanos o francos que los surcaron durante veinte siglos.

La cama de mi acompañante, esta noche mi hija P, lo mismo está y entonces no es sino la sombra oscura de un centinela agazapado, que desaparece en la negrura de aquella esquina SE. El techo no existe, al menos si lo hace se pierde en las alturas, el sillón de descanso es un conjunto desordenado de alambradas y el pasillo un trozo de chapa que cuelga como una triángulo acuchillado de un vértice en lo alto y se mueve caoticamente cuando el viento lo empuja.

Mi delirio es alimentado por una obsesión: ese que tiene que llegar puede hacerlo en cualquier momento y yo debo salir a esperarlo. Porque para bien o para mal me sacará de allí y eso es lo que más ardientemente deseo.

Aquí empieza mi lucha delirante con P, mi hija/centinela. Cada vez que yo me levanto para huir de mi hoyo, su sombra se mueve en la oscuridad y avanza hacia mí, deteniéndome. "No papá", dice, "acuéstate, es madrugada y el médico no vendrá hasta mañana". En este forcejeo nos mantenemos durante un tiempo indefinido que a mí me parece interminable. Intento convencerla de que debemos esperar fuera, pero ella se niega a permitírmelo. "¿Cómo es posible?" pienso, y hasta llego a dudar que se trate de mi hija P, y hasta llego a ver, en medio de aquella delirante oscuridad, rasgos en su rostro que no me resultan familiares. Incluso empiezo a temer que todo aquello no sea sino una conspiración contra mí.

Así pasan las horas. A veces consigo vencer su voluntad diciéndole que tengo que ir al baño. Me lo permite y cuando paso ante la puerta del cuarto de baño no consigo rebasarla, la realidad me succiona desde allí dentro, porque el cuarto está lleno de luz y tiene un aspecto totalmente normal: todo en su sitio, todo real, limpio y ordenado. Pero en cuanto vuelvo a lo que debía ser mi habitación me encuentro de nuevo el campo devastado de Verdun.

Hasta que amanece. A medida que la luz del alba va entrando a través de la ventana me va expulsando de mi delirio. La chapa rasgada a la que movía el viento desaparece, la puerta vuelve a ser puerta. Mi hija P está allí, junto a mí, con el cansancio de una noche en blanco marcado en su bello rostro. Yo voy dándome cuenta de mis horas de delirio y confusamente intento pedirle perdón. No sé si lo hice, no puedo recordarlo.

En cualquier caso hubiera querido abrazarla. Nada más que eso. 

(P.S. En agradecimiento a mis dos guardianas permanentes, M y P. Y a J, que estaba allí sin estarlo)






















viernes, 30 de junio de 2017

La caca del Trauco es / un moho mucilaginoso es / la caca del Trauco es / un moho mucilaginoso...

Eureka! Un artículo publicado en Le Monde me ha permitido confirmar una vieja sospecha, que la caca del Trauco es un moho mucilaginoso, concretamente el famoso Physarum polycephalum. La evidencia que aporto es el parecido extraordinario entre las fotos que yo he tomado de la caca del Trauco en Duhatao y otras muchas fotos de Physarum polycephalum que pueden descargarse de Internet.


A la izquierda y abajo, fotografías tomadas por mí  de dos incidencias distintas de aparición de la caca del Trauco junto a mi cabaña en Duhatao (Chiloé). A la derecha arriba, una fotografía de Physarum polycephalum de la colección Getty.


Este moho es una criatura extraordinaria, que ha sido capaz de despertar la imaginación y el interés de muchas mentes orientadas hacia laCiencia. Vive en bosques húmedos, como
Ciclo de vida de Physarum polycephalum (tomado de Miguel Ulloa .

los de Chiloé, y cuando las condiciones ambientales son favorables es capaz de aumentar de tamaño a velocidades extraordinarias, del orden de centímetros por hora.

Lo que vemos macroscópicamente en las masas amarillas de las fotos suele ser una sola célula, pero dotada de miles y hasta millones de núcleos. Es capaz de desplazarse de un sitio a otro con un movimiento ameboide, y también de muchas otras cosas extraordinarias que pueden consultarse en la literatura. A su manera, está dotado de una inteligencia que no es neuronal, sino sincitial, es decir, el resultado de las decisiones elementales tomadas por cada uno de sus numerosísimos núcleos y los dominios de citoplasma que rodean a cada uno. Estos elementos de un todo indivisible exploran su entorno y deciden, particularmente en los bordes de la gran masa plurinuclear, si crecer o no hacerlo en ésta o en aquélla o en aquélla otra dirección. 

En experimentos adecuados los científicos han conseguido que una megacélula de Physarum dibuje con aterradora precisión el mapa del metro de Londres o el de carreteras de España, o cualquier otra geometría hecha de un conjunto de nodos y conexiones entre ellos.

Dicho pues queda. Pero me falta considerar lo más interesante de todo: siendo cierto que la caca del Trauco es una megacélula de Physarum polycephalum, también lo es que esta megacélula es la caca del Trauco, o sea, una huella excretada por ese espíritu de los bosques chilotes que es el Trauco, para dejarnos a los humanos señales de su existencia. Esta permanente relación bidireccional es la que he intentado expresar en el título de esta entrada.

¿Cómo explicarlo? Los humanos tenemos un cerebro cuya naturaleza podemos ver como biunívoca. Piensa pero siente, decide pero duda, razona pero intuye, simplifica pero complica, ve pero es ciego, etc. Una de las expresiones más conspicuas de este cerebro nuestro es el lenguaje, que consiste en la creación de palabras, su conversión en conceptos y su integración en frases con la ayuda de gramáticas. Lo biunívoco del cerebro también se aplica a sus lenguajes. En general, podemos afirmar que los cerebros humanos desarrollan dos grandes tipos de lenguajes: el lógico frente al mítico. Uno y otro son imprescindibles para que los humanos lleven adelante su vida en el mundo. El lenguaje lógico es instrumental, trata de la relación entre causas y efectos. El mítico es interrogativo, trata de la relación entre la luz y la sombra, la claridad y el misterio. El lenguaje lógico es racional, el mítico sentimental.

A lo largo de su trabajosa evolución, los humanos han ido desarrollando ambos lenguajes en direcciones que son opuestas. Incidentalmente, vivimos ahora una época de predominio del lenguaje lógico.  Aun así, el lenguaje mítico también ha alcanzado un gran desarrollo, basta para comprenderlo imaginar lo que está pasando por los cerebros de las multitudes en un gran concierto al aire libre, ante miles de fans, de un ídolo del rock.

Una de las grandezas culturales de Chiloé nace de su proximidad a la Naturaleza. Hay muchas huellas en Chiloé de la importancia que durante miles de años ha tenido para los humanos el lenguaje mítico, ese que permite convivir con una Naturaleza no dominada, formando una parte más de ella, con una integración total. El shamanismo antiguo fue capaz de manejar  con maestría los dos lenguajes, el lógico desarrollando toda una botánica médica, el mítico levantando una cosmovisión impregnada de espiritualidad. En aquel shamanismo, y en sus herederos espirituales que todavía viven en el mundo amerindio y campesino, la Naturaleza tiene una condición básica que es espiritual. Así el bosque no es solo una congregación de árboles. Mucho más que eso, el bosque es el espíritu del bosque, que se manifiesta en todas las formas vivas que contiene y en todos los fenómenos que tienen lugar en sus inmensidades sombrías. De esta espiritualización del mundo nació una mitología riquísima, algunos de cuyos personajes sobreviven todavía. Uno es el Trauco, que no es ese enano feo y libidinoso con el que muchos lo caricaturizan, sino el espíritu del bosque, al menos uno de los espíritus que pueblan el bosque. Como cualquier otra realidad espiritual, el Trauco se comunica con los humanos, esos pobladores del Sur de Chile que durante miles de años  de vida en el bordemar, han estado siempre mirando de reojo al bosque que se extendía a sus espaldas, temiéndolo  pero también respetándolo. ¡Hay tantas historias maravillosas de esta relación entre el Trauco y los humanos! Una de ellas es la de la caca del Trauco, que más que una feca es una señal sagrada que el Trauco deja en los límites de su territorio para advertir de su presencia y sugerir quién es el dueño de aquellas soledades.

Por todo esto, la caca del Trauco no es simplemente el sincitio ameboide del moho mucilaginoso Physarum polycephalum. Es eso, claro que sí, pero también es algo más. Es la señal que nos recuerda la existencia de una realidad espiritual, el Trauco, espíritu del bosque. Además de sus ácidos nucleicos, proteínas, fosfolípidos, y todo el aparataje de una biomasa celular, ese montoncito de materia de color amarillo vivo y apariencia muy húmeda y frágil, es una señal que nos llega desde lo profundo del bosque, y que inspira en nosotros respeto ante misterios que nunca podremos comprender si nos limitamos a usar un lenguaje instrumental. Al menos eso es, todavía hoy, para muchos campesinos chilotes que cuando la encuentran en lo alto de un viejo tronco caído, en la mañana húmeda, cuajada de rocío, la queman ceremonialmente y permiten que, al menos durante unos minutos, el misterio de lo trascendente, de lo que no es visible, ni siquiera lógico, los penetre.

También es ese misterio para mí. Cuando empecé a ver cacas del Trauco en Duhatao sospeché enseguida que podía tratarse de un Mixomiceto. Pero también sentí que en aquellos fenómenos había un mensaje trascendente que me llegaba del bosque cercano, y que yo compartía con mis vecinos campesinos de la zona. Me llené de curiosidad a la vez que de respeto. De alguna manera nada lógica, me sentí saludado y reconocido por una realidad espiritual que, como tal, estaba fuera del espaciotiempo.