jueves, 31 de mayo de 2012

Desmesuras europeas

Hoy hierve España. ¿Arderá mañana Europa? Ni es imposible ni sería, tristemente, la primera vez.

Un montón de funcionarios asustados y de políticos miopes, en Bruselas, Berlín y toda Europa, le da vueltas con un cucharón a un  guiso que hierve sin control, intentando así evitar que se derrame, sin caer en la cuenta de que lo que hay que hacer es bajar la intensidad del fuego.

Empiezan a salir de sus cavernas los viejos demonios. En España se habla ya de abandonar el Euro como el remedio definitivo. Una brecha de incomprensión se va abriendo entre la Europa del Norte y la del Sur.

Hay miedo por todas partes. También ignorancia, que es la madre del miedo. Los que están tomando las decisiones, es decir, los dueños del fuego, no dan la cara, permanecen escondidos y nadie sabe quiénes son ni si controlan su megamáquina.

De momento proliferan las mentiras, algunas piadosas, otras crueles, otras, las peores, disfrazadas de medias verdades. Pero se acerca a gran velocidad el tren de la verdad completa. Tan deprisa viene que no sabemos si será capaz de frenar a tiempo en la estación en que lo estamos esperando, tan asustados,  que hay momentos en que hasta deseamos que pase de largo.
Fernando Botero.- "El Rapto de Europa"

sábado, 26 de mayo de 2012

¿Dónde estás?

Si uno es capaz de reflexionar, siempre encontrará una explicación racional para cualquier problema, por difícil que éste parezca. Para eso hay que estar dotado y tener además valor, sí, pero otra cosa es que la explicación, además de racional, sea completa.

Uno duda.

En momentos así echo de menos el encanto de lo religioso: evoco las ninfas cuya presencia invisible he presentido a veces en mitad del bosque, cerca de los arroyos rumorosos o las pequeñas lagunas escondidas, esas deliciosas ninfas que son el tejido básico del animismo. Añoro la presencia del Dios inmenso de mi infancia, que lo llenaba todo de bondad y sabiduría. Deseo intensamente volver a sentir el calor del corazón que me daba hace ya muchos años mi fascinación infantil por Jesús, aquél héroe enorme y a la vez íntimo amigo, capaz de hacerme olvidar el miedo a las amenazas que enturbiaban mis tinieblas juveniles.

Todo esto se me ha ido yendo.

¡Maldita sea la falsa lucidez que se ha apoderado del mundo! Lo religioso es mucho más que un mecanismo de domesticación, que un opio del pueblo, del mismo modo que una madre no es solamente la que educa castigando, sino la fuente de un amor incondicional.

jueves, 24 de mayo de 2012

Tigres de papel



Todos los días somos bendecidos con un bombardeo de buenas noticias que nos pasan casi desapercibidas. La mamá que está orgullosa de ser filmada abrazando a su hijo deficiente, al que adora; la pareja de ancianos que apenas sosteniendose en pie,  se cuidan y protegen el uno al otro y son así absolutamente felices; la de jóvenes que todavía son capaces de enamorarse el uno del otro platónicamente, sin exigirse nada a cambio; aquel hombre o aquella mujer que frenan de golpe su coche en una carretera concurrida para recoger a un perro al que sospechan abandonado; los muchos ciudadanos que hacen un esfuerzo importante para prestar dinero al amigo que lo necesita; los muchos otros que todavía se conmueven cuando ven en el noticiario televisivo vientres abiertos por las bombas o niños famélicos por el abandono... tantos, tantos, tantos otros ejemplos.

Todo esto tan hermoso pasa porque muchísima gente a la que el destino le da una oportunidad de ser buena, lo es, y siéndolo también es feliz, dado que la felicidad más autentica solo llega a través del desprendimiento.

Y si todo esto pasa, ¿por qué el mundo funciona de una forma tan ostensiblemente insatisfactoria?

Tiene que ser porque los humanos no somos libres y además tenemos miedo. Estamos sojuzgados por fuerzas inhumanas incapaces de ver la belleza de la bondad y además tememos perder lo poco que tenemos. Seguimos siendo, en definitiva, especímenes obedientes de Homo sapiens, el predador más formidable que ha producido la evolución biológica.

Pero a medida que la comunicación progresa y que la mayoría de la gente va teniendo visiones del mundo más amplias, lo biológico que hay en nosotros va siendo dominado poco a poco por lo cultural. Así los humanos vamos siendo menos animales y empezamos a sospechar que la salvación del mundo y la felicidad de los que lo poblamos necesita de algo tan simple como el abrazo fraternal.

¿Utopia? Y si lo fuera, ¿por qué no avivarla? Desde que Adán, incitado por Eva, se comió la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal, los humanos siempre hemos aspirado a lo imposible. Pero como decía el déspota Mao refiriendose al imperialismo, lo imposible, en cuanto a tal, es solamente un tigre de papel. Su condición de imposible no debe pararnos.

lunes, 21 de mayo de 2012

Incertidumbre

Sueñas. Te ves en el centro de una habitación que necesariamente tiene que ser la tuya, aunque está vacía de muebles. No hay ventanas ni lamparas, pero las paredes blancas desprenden una extraña luz que lo ilumina todo. Aquel recinto es un cuadrilátero, en cada una de las tres paredes situadas a tus costados y frente a ti hay una puerta recién pintada de negro y cerrada. En la pared que tienes atrás no sabes lo que hay, porque no tienes fuerzas para girar el tronco, ni siquiera el cuello.

Conoces bien las leyes que rigen aquel recinto. La puerta de enfrente se abrirá para ti cada vez que la empujes,  la de la izquierda no se abrirá jamás, la de la derecha se abrirá o no según el capricho de quien está detrás.

 De pronto sientes miedo, algo que está a tu espalda te amenaza, lo presientes y quieres huir de allí.

Si fueras sensato correrías hacia la puerta de enfrente. Pero algo que procede de tu subconsciente tira de ti hacia la puerta de la derecha.

Te gusta el riesgo, eso es seguro. Pero más todavía te disgusta la certidumbre. Tal como lo ves, dirigirte a la puerta de enfrente, que se te abrirá con seguridad absoluta, no es sino una forma de renunciar a vivir.

domingo, 20 de mayo de 2012

Vida y muerte en el gran hospital. (3).- El tiempo interior humano visto por filósofos, artistas y científicos.

En la entrada anterior de esta serie, me he encontrado en las habitaciones del gran hospital con lo que he llamado tiempo interior de los humanos. Es ese tiempo contradictorio, a la vez muy largo y muy corto, cuya vivencia han experimentado y me han confiado un enfermo y su acompañante, ese tiempo misterioso en el que va dejando su huella el acontecer de una vida humana. Un tiempo que se va expresando en estados de ánimo que pueden llegar a concretarse en  recuerdos cuando se refieren al pasado  y en premoniciones cuando al futuro, o quedarse simplemente en emociones difusas de angustia, nostalgia, esperanza o miedo. Dota este tiempo interior a nuestras vidas de un indispensable esqueleto temporal, de una estructura de referencias internas gracias a la cual nos reconocemos como personas. Fluye casi siempre silencioso, subterráneo, por los espacios interiores de nuestra psique.

En esta entrada, que es un complemento de la anterior, repasaré cómo han visto algunos filósofos, artistas y científicos este tiempo interior tan elusivo como poderoso. Lo haré para confirmar con sus testimonios lo que, procedente solo de mí mismo, podría quedarse en una especulación sin otro mérito que un dudoso valor literario.

 Los filósofos.

Empezaré por Heráclito, aristócrata y amante de la soledad que vivió en Efeso hacia el siglo V A.C.
Panta rei, que significa “todo fluye”, es la divisa que la tradición ha adjudicado a Heráclito, el primer filósofo que investigó, quizá sin saberlo, el tiempo, para encontrar que es mucho más que ese simple tiempo físico de los relojes que ayuda a definir los movimientos de las cosas. Porque si todo fluye, también fluimos nosotros, no solo en lo más visible de nuestras naturalezas, sino hasta en lo más íntimo y misterioso. Ese fluir permanente de todo lo existente es lo que para Heráclito define, no solo al humano o al mundo, sino hasta a todo el universo. Pero ese fluir, esa transmutación incansable, es el tiempo, que Heráclito no nombra como tal, sino que identifica con el fuego, componente básico de todo lo que existe. Piensa Heráclito que si todo fluye, entonces nada es permanente, todo es mudable, errático, indefinible. Esta constatación escandaliza a los grandes filósofos que vienen detrás de él.
Platón conoció las enseñanzas de Heráclito antes que las de Sócrates. Fue posiblemente la fluyente contradicción heraclitea que le indujo a poner las realidades permanentes fuera del mundo real, en el mundo metafísico de las ideas.
En cuanto a Aristóteles, despreció a Heráclito, lo rechazó, quedándose así prisionero de un tiempo que no es más que el de los relojes y los astros, el confortable tiempo físico que solo puede constatarse desde fuera.
Ni Platón ni Aristóteles entendieron a Heráclito, para quien, si bien las realidades del universo son absolutamente cambiantes y contradictorias, en su conjunto estas contradicciones se anulan unas a otras, resultando en armonía. Allí, en esa totalidad de lo existente, es donde para Heráclito reside la Verdad, que es lo Uno, lo Único, Dios. Esto que Heráclito intuyó, lo definió muchos siglos después con bellísimas palabras Hegel, cuando formuló: “La Verdad está en el Todo”.
El caso es que Heráclito, al que sus contemporáneos llamaron el Oscuro, el Misterioso, y del que sus detractores se mofaban diciendo que era un llorón,  descubrió para siempre y para todos ese tiempo interior que fluye dentro de cada uno de nosotros y en cuyas aguas revueltas nada, manteniéndose a flote como buenamente puede, nuestra psique.

Tras Heráclito hay que mencionar a San Agustín, que en el siglo III dio un paso importante en la caracterización del tiempo interior de los humanos, al que definió como tiempo del alma, compuesto por tres partes: pasado, presente y futuro. En sintonía con Heráclito, San Agustín comprendió lo tremendamente contradictorio de esta estructura. No puedo hacer sino expresarlo con sus propias, bellísimas palabras:
“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si
quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo
sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado;
y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no
habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro,
¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no
es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a
ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente,
para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo
deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de
ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el
tiempo sino en cuanto tiende a no ser?”.
San Agustín de Hipona.  Confesiones. Xl, 14, 17.

Después, en el mundo occidental, que fue durante muchos siglos cristiano y escolástico, se impuso el Aristotelismo, y excepto en el recóndito submundo de los místicos, el único tiempo digno de consideración fue ese tiempo físico, el de los relojes y los astros, que marca implacable el transcurrir de las vidas humanas hacia la Muerte, el Juicio y finalmente la Eternidad, es decir, la ausencia definitiva de tiempo.

En el siglo XVII, con los brillantísimos descubrimientos de Newton, que tuvo al tiempo físico como el fundamento de su visión mecánica del mundo, se consolidó esa visión mecanicista del tiempo que es en el fondo la misma de Aristóteles, para la cual el tiempo no era sino una medida del movimiento de los cuerpos.



Tuvo que llegar el inmenso Kant para que en el siglo XVIII se diera otro paso importante. Kant puso al tiempo newtoniano en su sitio, muy alejado de nuestra psique, desplazado por tanto del papel central que en nuestra percepción del mundo había venido jugando durante siglos. Kant es un filósofo idealista, en el sentido de que estima que el mundo acerca del cual podemos pensar e investigar es el mundo que somos capaces de percibir, que no es sino una imagen, no necesariamente coincidente, del mundo real que pueda haber más allá. Para Kant, tiempo y espacio son intuiciones puras, previas a la percepción de los objetos del mundo y necesarias para que ésta sea posible. Pero ese tiempo que es intuición pura se aproxima mucho más al tiempo interior de San Agustin que al tiempo físico de Newton.

Después de Kant, los filósofos han seguido tomando conciencia de ese tiempo heracliteo, agustiniano y kantiano, que no es el tiempo físico y que vive en el interior de los humanos como una intuición pura. Quizá sea Marx quien haya puesto de manifiesto una nueva dimensión de este tiempo interior, el tiempo histórico, que los individuos humanos almacenamos como intuiciones en nuestro yo profundo y que está relacionado con el subconsciente colectivo de Jung.

Ya en el siglo XIX, en pleno esplendor del Positivismo en Filosofía, el francés Bergson se asomó con ojos nuevos al tiempo interior y fue un precursor de los existencialistas. Buen conocedor de la física y sus tiempos, rechazó sin embargo que estos pudieran tener algo que ver con lo más profundamente humano. Bergson habla de la durée, la duración, un tiempo vivo, que no es un simple testigo del movimiento, sino que evoluciona y envejece.

Luego llegan los existencialistas, empezando por Ortega y Gasset, aunque no se le considere como tal. Para Ortega lo que caracteriza esencialmente lo humano es el vivir, antes que el pensar. La vida es una sucesión de vivencias, palabra ésta que inventó el propio Ortega. Y la vivencia es tiempo interior, puro y duro, un palpitar aquí y ahora, o un recuerdo de lo que pasó, o un anhelo de lo que pasará.

Finalmente, los existencialistas sensu stricto, Sartre y Camus por el lado francés, Heidegger por el alemán, nos recuerdan que lo esencial de lo humano es el flujo de tiempo interior que recorre la vida. El existencialismo francés nace conmovido por las consecuencias terribles de la II Guerra Mundial, para ellos el individuo humano es tiempo, pero un tiempo angustiado por el absurdo del existir, una visión ésta concomitante con la de Heráclito. Para Heidegger, el futuro es el componente principal del tiempo interior, que marca la vida del individuo.  En su visión, los humanos somos seres en el tiempo abocados a la muerte, y este destino es el que se nos hace angustioso.

Los pintores.

Me limitaré a señalar un par de pintores que ponen claramente de manifiesto el tiempo interior.

Salvador Dalí (1931).- La persistencia de la memoria
Dalí lo hace en “La persistencia de la memoria”, un cuadro que pintó en 1931 y que es una de sus obras con mayor fuerza expresiva. Presenta este tiempo interior en forma de unos relojes, que aunque registran el paso del tiempo físico, lo hacen de una forma plástica, deformable, sin una arquitectura definida. Estos relojes tienen la misma consistencia fluida que el queso Camembert derretido por el calor, un objeto éste en el que Dali se inspiró para dibujarlos. Este tiempo interior es un tiempo que transcurre, sí, pero que lo hace de una forma particular para cada reloj, es decir, para cada circunstancia, vivencia o individuo humano.

Frida Kahlo (1932).- Aborto en Detroit
Frida Kahlo pintó un cuadro de su segundo aborto, que tuvo lugar en el hospital Ford de   Detroit, cuando vivía allí con su amado Diego Rivera mientras éste pintaba unos murales para el museo Ford. No es uno más en la serie de autorretratos de Frida, sino una verdadera obra maestra, en la que Frida expone elementos esenciales de la naturaleza y la tragedia de la mujer. Una Frida sangrante y llorosa yace en la cama de hospital, manchada también de sangre, mientras que una serie de figuraciones surrealistas flotan a su alrededor, conectadas a Frida mediante venas enlazadas con su vientre. Una de las figuraciones es la del tiempo, que no puede ser otro que el tiempo interior, representado como un caracol. Este sugiere, con su lentitud proverbial, un tiempo muy largo, inacabable. Quizá fuera así de lento y angustioso el tiempo interior de Frida durante aquél aborto que representó para ella no solo un quebranto físico sino una gran desilusión, porque perdió el hijo que quería darle a su amado Diego.  El caracol equivale a un reloj que se atrasa. Añade así una precisión a la configuración presentada por Dalí. El tiempo interior no tiene solamente una geometría variable, de queso Camembert fundido, sino que también lo es su ritmo, su velocidad. Si vemos a este tiempo interior como un reloj, puede atrasar, también adelantar. No sirve como elemento de referencia externa, es puro vivir individual, puro palpitar.
Citaré de pasada que hay otro elemento en el cuadro de Frida que merece atención en el contexto de esta serie sobre el Gran Hospital: la cama, elemento central del cuadro, lo es también del hospital, donde todo empieza y termina en una cama articulada, inconfundible, especie de celda en la que el enfermo es recluído.

Los literatos.
Portada de una edición de
"La Metamorfosis"
Aunque la lista es larga, solo mencionaré a Franz Kafka en su “Metamorfosis”. Esta gigantesca obra literaria, a la vez una de las novelas más cortas que se ha escrito, puede verse como una descripción desgarrada y genial del transcurrir de una enfermedad. La vida de Gregorio Samsa, el héroe del libro, sufre de improviso una transformación radical. Se despierta convertido en cucaracha, esta  es la extraña enfermedad que se presenta. Pero hace falta un mes, nada más y nada menos que un mes, para que se desarrollen todas las consecuencias de esta fatalidad y Samsa, finalmente, muera. Un mes para que la vida, en forma de familiares que lo querían y llegan finalmente a detestarlo, de un trabajo con el que mantenía a los suyos y que ahora pierde, de los pequeños detalles de un día a día saludable que de pronto se esfuman... basta un mes, digo, para que todas estas riquezas esenciales lo abandonen. Un mes, mucho tiempo y a la vez nada, un pasado larguísimo, toda una vida, y un futuro cortisimo, el que lleva a la muerte. Un tiempo a la vez muy largo y muy corto.

Kafka, escritor angustiado, nos dejó en sus “Diarios” otro texto acerca del tiempo interior que no puedo dejar de transcribir:

"Hundimiento, imposibilidad de dormir, de permanecer despierto;
imposibilidad de soportar la vida o, con mayor precisión, de soportar
el sucederse de la vida. Los relojes no coinciden, el reloj interno acelera
 de una manera diabólica o satánica, en todo caso inhumana; el externo
avanza atascandose, con su marcha habitual."

Los científicos.

Finalmente, en unos tiempos como los que vivimos hay que tener en cuenta el punto de vista de los científicos sobre el tiempo interior. Uno puede tener la impresión de que los científicos solo tienen en cuenta el tiempo físico, pero no es así. Los especialistas en neurociencia cognitiva, que es la ciencia que más de cerca trata estas materias, diferencian perfectamente, desde un punto de vista fenomenológico, el tiempo físico de ese misterioso y elusivo tiempo interior que hemos venido considerando aquí. Pero aspiran a desmitificar este último, a sacarlo de las nieblas en que se envuelve y reducirlo a estructuras y leyes sencillas, ligadas a nuestros cerebros. Para los científicos, las claves del tiempo interior están en las memorias cerebrales, que son muchas y complejas. Una memoria cerebral no es sino una agrupación de neuronas que tiene la capacidad de almacenar la información necesaria para reproducir vivencias, en el caso de memorias del pasado, o sintetizar nuevas vivencias virtuales, cuando se trata de memorias del futuro. Es evidente que una memoria cerebral no puede limitarse a almacenar o sintetizar vivencias, tiene también que ser capaz de situarlas en el tiempo. Pero ¿de qué tiempo se trata aquí? Pues del tiempo interior, aunque quizá los científicos, profundizando en el conocimiento de este último, puedan llegar a la conclusión de que no es más que un caso particular del único tiempo universal, como lo son el tiempo físico newtoniano o el relativista. Se trata de un asunto que está por determinar, es decir, que la ciencia no ha resuelto todavía.

Terminaré con una consideración importante. Sería un error pensar que todo lo humano está sometido a su propio tiempo, ese tiempo interior que hemos venido considerando aquí. Dentro de lo humano hay tiempo físico, idéntico al de los relojes, que ocupa además un papel central en el desenvolvimiento de esa naturaleza humana. Y no se trata de un solo tipo de tiempo físico. Mencionaré dos ejemplos bien distintos. En primer lugar, el tiempo de los ciclos menstruales, que es un tiempo lunar. En segundo, el tiempo de los latidos del corazón. El corazón de un animal es de hecho un reloj físico que mide su tiempo de vida, una máquina que no es capaz de soportar sin romperse más allá de un cierto número total de pulsaciones. Hay quien afirma que una constante universal entre los animales es que 1.500 millones de pulsaciones hacen una vida. Más allá de esta cifra, los corazones que han conseguido sobrevivir hasta llegar a ella, mueren definitivamente de cansancio.


martes, 15 de mayo de 2012

En el primer aniversario del 15M, el movimiento de los Indignados de España



Verdaderamente, solo se celebran aniversarios de las cosas que ya han muerto. No es este el caso del movimiento 15M. La misma gente que se indignó hace un año sigue indignada hoy, tanto o más que entonces. Lo que quizá suceda es que además de indignada está abatida, acosada por una cierta desesperanza.

Tiene razones para ello.

Para empezar, la clase política española, porque de una clase con intereses que defender se trata, manifiesta el escándalo histórico de ser incapaz de ponerse de acuerdo para enfrentar juntos los graves problemas del país. Los nacionalistas vascos y catalanes quieren ser ahora más independentistas que nunca. El PSOE, responsable destacado bajo la dirección de Zapatero del desastre que sufre España, y  dirigido ahora por su segundo de a bordo, Rubalcaba, quiere actuar como un Robin Hood que nunca hubiese roto un plato. Y el PP, actualmente al timón del gobierno pero olvidado de la política, se enroca en sus menesteres correctores de la crisis con un ímpetu quizá demasiado tecnocrático. Todos ellos sin aprender nada de los de fuera, por ejemplo de esa Alemania tan denostada hoy en Europa que fue capaz de formar en 2005, bajo la dirección de la hoy asimismo denostada Angela Merkel,  un gobierno de los democristianos con los socialistas, las dos fuerzas políticas más importantes del país,  para enfrentarse con el deterioro económico producido por la Reunificación, un desafío que, a la vista está, culminaron con éxito.

Luego está el gigantesco círculo vicioso en que se ha convertido el problema económico y financiero que afronta España. Las cosas se pusieron muy mal cuando la burbuja inmobiliaria estalló, pero desde entonces no han hecho sino ir a peor. Al perro flaco todo se le vuelven pulgas, dice el refrán castellano. Cierran empresas, aumenta el paro, el Estado ingresa menos impuestos y cuotas de la Seguridad Social, el paro aumenta y con él los subsidios obligados por ley a los parados, el consumo disminuye, los bancos son incapaces de digerir en sus balances las caidas de valor de los activos inmobiliarios que almacenan y que nadie quiere comprar, ningún inversor extranjero (ya ni el BCE) quiere prestarle dinero a los bancos españoles, y le prestan al Estado a tasas de interés inasumibles a largo plazo.  Todos estos procesos y más se enredan en gigantescos círculos viciosos que no hacen sino empeorar más y más la situación. El presidente Rajoy gobierna esta aeronave que parece haber entrado en barrena, intenta sacarla de ese naufragio a palancazos en los mandos. ¿Lo conseguirá? Un paradigma económico, en el que creen tanto los economistas como los financieros como los políticos como los sindicalistas como los de izquierdas como los de derechas como los indignados, lo amenaza todo: el paradigma es que no se podrá salir del atasco sin crecimiento económico. Ahí queda eso. Hasta el progresista Stitglitz cree firmemente en esta ley.

Para mí hay algo que está cada día más claro: sin un gran pacto político, sin un gobierno de concentración que dirija a España como si estuviera en un estado de guerra, porque de una guerra en marcha se trata, no habrá manera de salir de este aprieto. Es necesaria una compenetración total del PP con el PSOE, con eso bastaría. Estoy seguro de que tanto Rajoy como Rubalcaba, si por ellos fuera, estarían dispuestos a este pacto. Pero están detrás sus partidos, enormes estructuras políticas cargadas de intereses y desencuentros, llenos de gente que pese a la crisis, no lo está pasando tan mal, a la que le cuesta muchísimo ver el fondo de los problemas y el largo plazo. Todo este enorme peso es muy difícil de mover en una dirección mental que se salga de lo establecido: más impuestos, más gastos. Ni sienten pasar las balas rozando sus cabezas ni tienen madera de soldados, eso es todo.

En este aniversario del 15M yo, que también soy, cómo no serlo, un indignado, quiero hacerle a mis conciudadanos españoles dos propuestas.

1).- Estando como estamos en una sociedad hiperinformada e hipercomunicada, ¿de verdad necesitamos ese gigantesco aparato de políticos profesionales como intermediarios en la dirección de este país? ¿No serían mas eficaces unos partidos muchísimo más simples y una democracia más directa? ¿Una ley electoral sin listas cerradas y sin regla de Hondt? ¿Un acudir con muchísima más frecuencia a los referendums para dirimir cuestiones políticas importantes? En definitiva, ¿una revolución política sencilla y de calado?

2).- En el mundo en que vivimos, con superpoblación, agotamiento de recursos, envejecimiento demográfico en Europa, es una locura pensar que el mero crecimiento económico puede resolver los problemas de las naciones ricas. ¿No sería, por tanto, indispensable, que empezáramos a pensar en cómo puede construirse un sistema económico y social que no crezca, o por mejor decirlo, que solo crezca hacia dentro, hacia el perfeccionamiento colectivo e individual?

No son mucho estas dos propuestas, incluso pueden parecer cándidas o alocadas, ¡es tan compleja la realidad!... 

Pero es lo mejor que se me ocurre decir sobre nuestra  Indignación hoy.

El inspirado y famoso poster de Miguel Brieva.

sábado, 12 de mayo de 2012

Vida y muerte en el gran hospital. (2).- La vivencia del tiempo por el enfermo: tan largo, tan corto.

El gran hospital es un castillo enorme cuyas almenas son las innumerables ventanas que se abren en sus muros. Detrás de cada una de ellas hay una habitación en la que dos enfermos luchan contra la enfermedad y la muerte. Por el lado interior, estas habitaciones se disponen a lo largo de pasillos inacabables, cuyos suelos pulidos y limpios están recorridos permanentemente por gente que viene y va, bulliciosos en las horas de visita, poblados solo por los murmullos y pasos diligentes del personal sanitario el resto del día. A veces una camilla transporta a un paciente de ida o vuelta desde los quirófanos o salas de radiología. El rostro de este desdichado suele ser inexpresivo, su mirada está perdida en ninguna parte, quizá el paciente la tiene vuelta hacia dentro, hacia ese "sí mismo" que pugna ahora entre ser y no ser.

Las ventanas inumerables equivalen a las almenas de  esa fortaleza contra la muerte
que es el gran hospital. Tras cada ventana yacen dos enfermos esperando la curación.
Estos pasillos de hospital se llenan de misterio durante la madrugada, una vez que los enfermeros han administrado a cada paciente su tratamiento de medianoche. Las puertas de casi todas las habitaciones quedan con una rendija abierta, la mayoría de las luces se apagan, ha llegado el momento del descanso. Pero a muchos enfermos les es imposible conciliar el sueño. El pasillo se puebla entonces de rumores, toses, llantos, gritos aislados, que emanan de las habitaciones, ofreciéndonos la oportunidad de escuchar una música que rara vez hemos oído.

Imaginémonos agazapados  en un rincón de una de éstas.

Desde las cabeceras de las dos camas nos llega el murmullo del fluir de líquidos y el barbotear de gases por tubos escondidos, que marcan como el tictac de un reloj el tiempo que pasa. Desde el pasillo y quién sabe cuánto más allá de él, voces lejanas, gritos cuyos significados se nos escapan, sollozos, risas nerviosas, pasos apresurados, toses, carraspeos. A través de las paredes permean en tonos graves los ronroneos de motores escondidos tras muros y techos. Se ven reflejos de luces que al otro lado de la ventana, en el mundo exterior, se encienden o se apagan, pero sobre todo se ven las sombras que llenan la habitación semioscurecida, sus volúmenes tenebrosos.

La puerta se abre y cuando lo hace es siempre de golpe, por sorpresa. Una enfermera vestida de blanco entra con pasos silenciosos y voz amable, eficiente, apresurada, fugaz. Controla la correcta perfusión de sueros y medicamentos. Cuando termina y sale, vuelven a la habitación la oscuridad y el silencio, con ellos el sentimiento en los que intentan descansar dentro de ella de que el tiempo está detenido, a la espera de un desenlace. Es imposible dormir.

Están internadas en esta habitación dos mujeres.

Una se llama Mercedes, tiene 85 años y padece de una neumonía que puede resultar en  una embolia pulmonar. La noche le trae todo el terror de la oscuridad. Sueña pesadillas y delira miedos. “¿Dónde está mi niño?... ¿Dónde mi nuera?... ¿Dónde estamos?...”, grita una y otra vez. Siendo como es una anciana, el tono de su voz es el de una joven casi niña, misterios de la noche en el hospital. En esos mismos momentos, uno de sus nietos, soldado en Afganistán, vuela hacia España con un permiso de una semana, para verla antes de que muera, porque no pudo ver a su otra abuela cuando también murió. El muchacho, que viene de la guerra, probablemente sabe ya que la hora más importante de la vida es la hora de la muerte.

La otra mujer que intenta dormir en esa misma habitación se llama Lola y es una veterana del sufrimiento. Como siempre antes, está decidida a seguir luchando ahora. Cuando amanezca la van a operar, una intervención incierta y larga. Llora en silencio, amparada por la oscuridad, confiada en que nadie pueda notarlo. Piensa en que tiene que lavarse y peinarse cuidadosamente cuando amanezca, antes de que el camillero venga por ella para llevarla al quirófano, en cómo lo hará. Luego piensa en sus hijos, sus amores, sus animales, su casa, sus plantas, su hogar, los recuerdos de toda una vida que éste alberga. Lo que ama le queda muy lejos, difuminado en una niebla de incertidumbres. Se da cuenta de su soledad, deja de llorar, abre ligeramente los labios y aspira un aire que quisiera fresco, pero que es húmedo y caliente.

El tiempo va pasando inexorable, los que intentan dormir dentro de aquella habitación que es ya una celda quisieran por una parte que ese tiempo pasara fugaz, por otra que retrocediera hasta aquel punto en que eran felices sin saberlo. Pero todo es en vano. La oración surge espontánea de lo más hondo de sus almas, como si fuera el llanto de un niño perdido en mitad de la noche.

De alguna forma sutil y hasta civilizada, la atmósfera de aquella habitación está saturada de un sufrimiento que a veces se condensa en lágrimas. Todo lo cual es sencillamente, lamento decirlo, terrible.

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En la habitación donde yacen dos enfermos pernoctan también sus dos acompañantes, casi siempre mujeres, familiares cercanas de los pacientes. Ayudan a estos en sus necesidades, siendo apoyo esencial de los enfermos en intimidades a las que el personal de enfermería nunca  podría llegar. También son de alguna manera las sombras de los enfermos, con los que comparten su posición en el espacio y el tiempo, asi como sus angustias, aunque no sus sufrimientos, por eso pueden ayudarlos.

Enfermos y acompañantes, que soportan juntos  en toda su crudeza el paso de la enfermedad, experimentan una vivencia del tiempo muy singular, bien distinta a la de los restantes humanos,   médicos, enfermeros, visitantes, que también pueblan el gran hospital. Una acompañante me lo expresó así: “El tiempo que llevo en el hospital, que ha rebasado ya el mes, me ha resultado a la vez muy largo y muy corto”.

Aquello me sonó enseguida como una iluminación. Muy largo y muy corto. Pero ¿cómo puede ser así? En aquella declaración había una revelación importante sobre lo que es el tiempo humano. No estaba explícita, yo la olfateaba pero era necesario trabajarla. Eso es lo que he venido haciendo, para presentar ahora aquí mis resultados.

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El tiempo vivido por el enfermo en el hospital, que no es el tiempo físico que mide el reloj, sino la vivencia por el enfermo de ese tiempo interior que mana desde lo más profundo de él mismo y que termina haciéndose un río por el que navega como una barquichuela su propia vida, es a la vez muy largo y muy corto. ¿Cómo es posible esta simultaneidad de contrarios? Quizá porque la vivencia del tiempo precede a la lógica, a la causalidad. No es sino una intuición y puede tener toda la complejidad contradictoria de las intuiciones, que es la misma que la de los sueños.

¿Por qué pues ese tiempo largo y corto a la vez?
1).- Largo quizá porque el enfermo, no controlando el transcurrir rutinario de su tiempo en el hospital, que está organizado por médicos y enfermeros, intuye  ese transcurrir como inacabable.
2).-Corto porque a la vez están ocurriendo acontecimientos excepcionales que se precipitan sobre el enfermo, tomándolo por sorpresa, que son extraordinarios por su gravedad o por las consecuencias sobre su vida. Se trata de mejorías, agravamientos, complicaciones  o soluciones de su salud, que se manifiestan como crisis súbitas, inesperadas. Esta sucesión de sorpresas es la que hace que el transcurrir del tiempo interior de ese enfermo sea también extraordinariamente rápido, fugaz.

Se trata por consiguiente de un tiempo extraño, contradictorio, surrealista a su manera. Que no le permite al enfermo aburrirse, pero tampoco rebelarse contra ese tiempo atroz. Que abre las puertas de la sensibilidad del enfermo al fatalismo, la resignación y el miedo. Pero que también deja paso a la esperanza, la cual toma frecuentemente  la forma de una decisión firme de luchar contra la enfermedad, de no dejarse vencer por ella. En esta disposición esperanzada radican muchas de sus posibilidades de sanación.

Hay que decir, por último, que este tiempo extraño, ambivalente y contradictorio, no solo lo viven en toda su plenitud los enfermos en los hospitales, sino también los prisioneros de una condena larga en una cárcel peligrosa, los soldados en las guerras, en general todos los que, de una manera radical, han dejado de ser dueños de sus propias vidas.

Más todavía: esta es la estructura básica del tiempo interior de cualquier humano, en el que se enfrentan permanentemente lo pasado con lo presente y lo por llegar, aunque en la vida corriente, sin grandes problemas, se note menos que en el dramatismo de una enfermedad. Así,  el cuarentón que está en la plenitud de su vida y al que le han ido las cosas bien, intuye su tiempo en presente y confía en que sabe quién es y por qué está aquí, pero las angustias del pasado y del futuro lo acechan agazapadas, esperando una oportunidad de exhibir sus contradicciones. Mientras que el niño que todavía carece de pasado, intuye unas veces con angustia, otras con ensoñaciones, muchas con una mezcla contradictoria de ambas, su futuro, que le preocupa y le interesa.  Y el viejo que ya empieza a carecer de futuro  siente cada día con un poco más de fuerza el peso de su pasado, destacándose con nitidez creciente lo bueno y lo malo que haya podido haber en él, en forma de contradicciones y desencuentros.

Porque para un humano, sean cuales sean su condición y su empeño, es imposible llegar a controlar (a manipular) su tiempo de vida. Este tiempo interior, que el humano percibe como una lluvia imprevisible de vivencias, no es sino un amasijo de intuiciones totalmente inmunes a su voluntad individual.  Es el río en que ese humano nada, intentando mantenerse a flote, manoteando con brazos voluntariosos desde que nace hasta que muere.

Aquí debo dejar por hoy este asunto apasionante. Pero en la próxima entrada miraré a mis conclusiones bajo la luz de lo que han pensado algunos filosofos y descubierto algunos artistas.

martes, 1 de mayo de 2012

Vida y muerte en el gran hospital (1).- La muerte es intolerable.

Lo que nos diferencia primariamente a los humanos de los animales es que para nosotros la muerte es intolerable. Tanto lo es que, suprema contradicción, estamos dispuestos hasta a matar o morir por erradicarla.

Esa intolerabilidad de la muerte es la primera manifestación cultural humana, que se pone de manifiesto en los enterramientos de los Neanderthales y del Homo sapiens paleolítico. Estos primitivos empezaron a enterrar a sus muertos, lo que ningún animal había hecho hasta entonces.  Todos los indicios sugieren que no los enterraban solamente para preservarlos de los carroñeros, sino porque los amaban y no podían tolerar su ausencia, causada por la muerte. 


Lo intolerable para ellos era esa Muerte que administra el Tanatos de los griegos, la cual se lleva a los que amamos mediante la enfermedad. Las causas de ésta eran tan inevitables como misteriosas. Aunque mediadas o no por los espíritus, la enfermedad y la muerte estaban inscritas en nuestra naturaleza. Esta es la muerte que llamamos natural.

Un enterramiento del Paleolítico, en el que el cadáver
 ha sido dispuesto como si solo estuviera durmiendo.
(Tomado de Joseph)
Hay otra muerte, la accidental, administrada para los griegos por las terroríficas hermanas Keres. Mata mediante la violencia, ya sea ésta la de los terremotos o volcanes, los incendios, las hambrunas, las serpientes, los grandes predadores animales y hasta, finalmente,  los enemigos o los asesinos humanos. Toleramos esta muerte accidental porque siendo como es una muerte desde fuera, comprendemos sus mecanismos: rompe el pecho, machaca el cráneo, desangra, revienta o descoyunta. Más aún, siendo muchas veces producto de la guerra o el crimen, es decir, estando causada por nosotros mismos, nos vemos obligados a aceptarla como una consecuencia directa de nuestra condición humana.

Pero Tanatos no es así. Para las capacidades de percepción de los humanos primitivos, en Tanatos es una fuerza inhumana de naturaleza desconocida la que se apodera de una vida individual, haciendo morir al cuerpo que le daba soporte. Este misterio, que nos condena a morir sin saber cuándo, dónde ni por qué, es el que no podemos tolerar.

Luchamos contra Tanatos a través del conocimiento y de la magia. El primero termina dando lugar a la ciencia. La magia trasciende nuestro mundo inmediato para llevar la batalla contra la muerte a un terreno espiritual, siendo el origen de lo religioso.

Al rebelarse contra Tanatos, el humano lo hace contra el orden natural de las cosas. Es en ese momento cuando rechaza ser una criatura más. Su rebelión lo es en última instancia contra Dios. Por esa rebelión, como nos muestra el Génesis en un lenguaje mítico, la Humanidad, personificada en Adán y Eva, es expulsada del Paraíso.

Desde el mismo momento en que empieza a serlo, el humano tiene pues, como uno de sus intereses fundamentales, la lucha contra Tanatos. Hay dos formas de vencerlo: derrotándolo, que es lo que el humano intenta hacer a través de la Medicina, o trascendiéndolo, de modo que ya no nos importe morir, lo que el humano consigue a través de la Religión, la Filosofía o el Heroísmo.

La Medicina es, vista desde esta perspectiva, uno de los dos pilares en que se ha apoyado el humano para resolver su más importante dilema, por qué muere y cómo puede evitarlo o retrasarlo. Por eso la Medicina ha estado siempre, desde los chamanes con sus hierbas curativas, en el corazón de la Técnica, y ha sido luego un acicate fundamental para el desarrollo de la Ciencia. Por eso también la Medicina está en el centro de nuestra cultura occidental, aunque nos resistamos en nuestra vida diaria, si gozamos de salud, a acordarnos de ella.

Por eso, finalmente, el gran hospital de las ciudades modernas es algo así como el castillo que protegía al burgo medieval o la catedral que concentraba el poder de la ciudad gótica. Un elemento central, definitivo, que permite y justifica la propia existencia de la ciudad que lo acoge.

Aunque, ya lo he dicho, durante buena parte de nuestras vidas no nos acordemos de todo esto.


Apéndice: las dos formas de morir.




La muerte natural, representada aquí por la muerte de don Quijote en el grabado famoso de Gustavo Doré. El ánima está a punto de abandonar un cuerpo abatido y enfermo, Tanatos se la lleva. Don Quijote está diciendo: "Yo fuí loco y ya soy cuerdo, fui don Quijote de la Mancha y agora soy Alonso Quijano el Bueno"






La muerte accidental, representada aquí por el miliciano alcanzado por una bala durante la Guerra Civil española (1936-39), según la foto famosa de Robert Capa. La bala que lo mata ha sido dirigida por alguna de las terroríficas y odiosas Keres, que si el miliciano agoniza en el suelo, se encargará de rematarlo, dejándolo sin ánima.