Con esta entrada inicio una serie en la que
consideraré el cambio de época que está teniendo lugar en este siglo XXI.
Trataré este difícil y apasionante tema desde lo que
soy, un abuelo que ha llegado a saber casi nada de casi todo y que, sintiendo
que ya no le queda "toda una vida por delante", quiere darle a los
jóvenes, muy particularmente a sus nietos, un testimonio de esperanza en el
futuro.
Este cambio de época que ya ha empezado será tan
radical y profundo como cualquiera de los que han tenido lugar a lo largo de la
historia. Como el que en el siglo III, con la invasión por los bárbaros del
Imperio Romano de Occidente, inició la Edad Media en Europa. O el que en el
siglo XV, con la caída del Imperio Romano de Oriente bajo los turcos y previa
la conquista de España por unos árabes que trajeron así a Europa toda la riqueza de la cultura griega, terminó
en el Renacimiento y enseguida, a través de las exploraciones y descubrimientos
subsiguientes, condujo a una primera
percepción planetaria del mundo. O el que al final del siglo XVIII, gracias en
buena medida a la gigantesca provocación científica de Newton, acabó con el
Antiguo Régimen y trajo consigo la Ilustración y la idea de Progreso sin límites.
Después y hasta hoy, todo el siglo XIX y el XX no han sido sino corolarios de
lo que pasó en el XVIII o preparaciones de lo que puede llegar en el XXI.
Esto que se ve venir ahora es algo radicalmente
nuevo, pudiendo resumirse en una constatación: el mundo, el planeta Tierra, se
nos ha quedado a los humanos asombrosamente pequeño. Lo cual tiene algunas consecuencias inmediatas:
1. Los recursos que nos permiten llevar una
vida civilizada no son inagotables y deben por tanto administrarse con cuidado,
en beneficio de todos.
2. La basura que producimos empieza a
ensuciar peligrosamente nuestro patrimonio común, que son los océanos y la
atmósfera, amenazándonos con un cambio climático que ha empezado ya y cuyas
consecuencias son todavía inciertas pero ya preocupantes.
3. Estamos ahora tan próximos los humanos
unos a otros que no podemos ignorarnos. Nos conocemos demasiado bien y
compartimos en muchísimos aspectos una misma visión de la vida. Esta
promiscuidad choca con las inevitables diferencias que también arrastramos
todos, haciendo que nuestro mundo resulte interesante, contradictorio,
peligroso, trepidante y hasta divertido.
Todo esto traerá inevitablemente consigo un derrumbe
de muchos de los paradigmas de nuestra época, entre ellos uno que ha venido
ocupando una posición destacada: la necesidad del crecimiento económico para el
progreso social. Lo que equivale al fin del neocapitalismo pero también del
neomarxismo. Quizá nos encaminamos hacia un mundo sin crecimiento económico
neto, algo que todavía nos resulta inconcebible.
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Llevo tiempo pensando en estas cosas, como muchísima
más gente. El presentimiento de cambios radicales está en el ambiente. Al menos
en Europa, los jóvenes ya no son portadores de una esperanza que los viejos no
hemos sabido transmitirles. Impera hoy en todos nosotros un cortoplacismo
desconcertado. Lo que tenga que llegar, ese tronido terrible, ese cataclismo
que tememos, lo vamos aceptando con resignación creciente, suplicando, eso sí,
que no venga mediado por una gran guerra.
Opino que no debemos asustarnos. Este que viene no
será el primer cambio de época que haya tenido lugar a lo largo de la historia.
Tampoco será el último. El mundo y los humanos lo sobrevivirán, eso seguro.
Mientras más racionalmente proactivos y más serenos seamos al recibirlo, menos
serán los dolores y los riesgos del inevitable parto.
Podríamos empezar por aprender de los cambios de
época que ya han tenido lugar. En lo más
básico, todos han tenido un desarrollo
parecido.
A. Primero hay un descrédito, que puede
llegar a descomposición, de los paradigmas establecidos. Así la gente se
mentaliza para aceptar el cambio. En eso quizá estemos ahora.
B. Luego vienen las rebeliones.
C. Finalmente las revoluciones. Lo que las
diferencia de las simples rebeliones es que las revoluciones se apoyan
necesariamente en unas ideologías de las que surgirán los nuevos paradigmas que
soportarán los nuevos encuadramientos
sociales.
Todo fluye, como decía el viejo Heráclito, así es la
naturaleza de las cosas, así lo es el río del tiempo y de la historia. En este fluir hay
turbulencias, olas y crecidas más o menos intensas. Un cambio de época es un
remolino gigantesco, una ola de tsunami, una crecida enorme que arrasa las
orillas de ese magno río y las hace irreconocibles. Se diferencia de lo
cotidiano en su escala, en la magnitud
de los hechos y en el ritmo con que se suceden los acontecimientos ,
unos y otros con grandes consecuencias.
¿Cuáles están siendo los factores desencadenantes de
este cambio de época que se nos echa encima?
- Una revolución tecnológica nacida directamente del desarrollo espectacular de la ciencia a lo largo de los siglos XIX y XX. Patente en todos los campos de la actividad humana, pero sobre todo en la Informática, las Comunicaciones y el Transporte. Que está resultando en cambios gigantescos en la productividad, las capacidades simbólicas y los modos de relacionarse tanto de los individuos como de las culturas.
- Alteraciones profundas en lo demográfico, que tienen lugar simultáneamente en muchas direcciones contradictorias: rejuvenecimiento de los países pobres, envejecimiento de los ricos, movimientos migratorios imparables resultantes de estos desequilibrios regionales y de otras amenazas, problemas globales de superpoblación que antes de que acabe el siglo podrán verse desplazados por otros de despoblación, etc.
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Terminaré esta entrada con una reflexión.
El cambio de época exigirá de nosotros los
terrícolas respuestas tanto tecnológicas
como culturales. Pero hemos puesto nuestras esperanzas de salvación
exclusivamente en las soluciones tecnológicas.
De cambios culturales suficientemente profundos para
ser eficaces no queremos ni oír hablar. Pero serán ineludibles, más todavía,
puede que sean las soluciones culturales, es decir, las que afectan no a
nuestras herramientas sino a nuestros comportamientos y creencias, las únicas capaces de
salvarnos.
Por eso, como siempre ha sido en estos grandes
cambios, será también ahora inevitable que tengamos que aceptar y promover
alguna forma todavía desconocida de revolución. Si lo hiciéramos bien y después de la experiencia histórica acumulada, esta revolución podría ser luminosa y pacífica. ¿Por qué no?