Cada nuevo día que amanece es el
último día de mi vida.
Último, sí, en el sentido del
recién llegado, el nuevo, el que está todavía por interpretar y por vivir,
aquél cuya crónica no se ha escrito aún.
Pero último, también, porque es
mi día más viejo, aquél en el que yo debería ser capaz de aplicar todo lo que
la vida me ha enseñado, tanto más cuanto más viejo soy o más en peligro me
encuentro.
Esta doble condición de mi último
día, la de la juventud y la vejez, el nacimiento y la consumación, lo llena de
belleza y lo dota de un sentido profundo.
Tan próximo como lo muestra a lo
esencial de mi entera naturaleza humana. Porque soy a la vez, simultáneamente y
en cualquier sitio, promesa y cumplimiento.
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Y también el más nuevo, porque cada día, al despertar nacemos de nuevo, Olo.
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