Los tiempos han cambiado mucho y muy rápidamente desde el
siglo XX hasta este primer tercio del siglo XXI en que estamos. Las grandes
construcciones fascistas y comunistas desaparecieron de la faz de Europa, pero
el comunismo y el fascismo persisten como ideologías. Empleando términos
marxistas, si el comunismo es la rebelión de un proletariado que no tiene nada
que perder porque carece de todo, el fascismo es la rebelión de una pequeñoburguesía
que ve amenazados y teme perder los pocos bienes que detenta, a los que se
aferra con una fuerza que puede llegar a ser desesperada.
Hoy en España el proletariado ha sido sustituido por unos
marginados a los que se les hace casi imposible integrarse en el sistema
socieconómico. Estos marginados no son, como antaño, lumpenproletarios tan
carentes de todo que han perdido hasta la esperanza, sino jóvenes indignados que no consiguen encontrar un primer trabajo y gente
madura que no recupera el suyo después
de haberlo perdido. Poniendo sus esperanzas, que sí las tienen, en una izquierda reivindicativa al
estilo de Podemos y otros movimientos de orientación comunista.
En cuanto a la pequeña burguesía, ha ido absorbiendo al
conjunto de los proletarios activos y a una proporción creciente de las clases
medias. Las fuerzas responsables de estos cambios han sido el consumismo que ha
traído una sociedad del bienestar que a su vez ha requerido un papel creciente
del estado en la economía el cual ha obligado a un aumento de la presión fiscal
sobre las clases medias que ha empequeñecido su condición de tales. De manera
que proletarios y burgueses se han ido fundiendo en una pequeñoburguesía que se siente agobiada y cabreada. Porque si bien de momento, habiéndole ido bien a España durante una larga época de
crecimiento económico y desarrollo social, está todavía representada por los
partidos de centro, esa pequeñoburguesía sufre cada día más con los recortes y
las amenazas persistentes de crisis y es por ello terreno abonado para que
broten en ella todo tipo de fascismos.
El miedo pequeño burgués lo es a perder lo poco que se
tiene, no solo en términos de riqueza y bienestar, sino de seguridad, autoestima
y futuro para uno mismo y los hijos y nietos que vengan. Para describirlo y
analizarlo voy a recurrir a un modelo, en el que presentaré a este miedo como
una sombra chinesca de formas terroríficas que al asustar hace deseable la
figura de un salvador, ya sea éste un caudillo o un movimiento político o las
dos cosas a la vez.
En la figura adjunta aparecen tres grabados tomados del
Museo del Cinema de Turín. En el de más arriba, un operador proyecta una sombra
de la particular disposición de sus manos sobre una pared, que toma la
apariencia de la figura mefistofélica de un macho cabrío. En los otros dos pasa
algo parecido, pero además hay unos niños, ingenuos espectadores de la farsa
chinesca, que se asustan o conmueven con unas figuras siniestras que solo están
en su imaginación.
En este miedo fascista se produce una inversión de las
relaciones causales que gobiernan el mundo real. En efecto, mientras que en realidad la sombra
terrorífica no es sino la proyección iluminada por un foco de un cuerpo opaco y
su contorno (una determinada disposición de unas manos humanas) sobre una pared
blanca, en el mundo distorsionado del fascismo la causalidad se invierte. Ahora
la amedrantadora sombra chinesca se le aparece a sus espectadores (los niños
que la observan) como una amenaza real, de la que solo podrá salvarlos el
movimiento fascista y/o el caudillo salvador que la han originado (el operador
al que las manos pertenecen).
Esta inversión tiene difícil
vuelta atrás. Quiero decir que es muy
difícil liberar a los asustados de su alucinación, que los hace ver al causante
de su terror como su salvador. Mientras que este falso salvador esté cerca y
activo la salvación es todavía posible.
Hay lugar para la esperanza.
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Esta imagen de la sombra chinesca
es el modelo explicativo que me sugieren los acontecimientos que están teniendo
lugar después de las elecciones catalanas del 27 de septiembre, en Cataluña y fuera de
Cataluña, en España y fuera de España.
Huelo una cierta forma de
fascismo, siquiera incipiente, en el modo con que algunos políticos catalanes
han inducido un miedo disfrazado de indignación y desapego en casi una mitad
del pueblo catalán. Estos catalanes se asustan del futuro amenazante que ven si
siguen formando parte de España, al fin y al cabo la cólera, en muchas especies
animales, incluida la humana, no es sino un disfraz del miedo. Este susto es azuzado
por los políticos nacionalistas que acusan a España de todos los males
imaginables y predican una falsa salvación en la independencia. Todo ello
potenciado hasta el paroxismo por agravios y desapegos desde Madrid hacia Cataluña
que sin duda existen, pero que afectan también al resto de España.
Huelo también el fascismo en la
necesidad asustada que muestran muchos políticos y medios de comunicación
españoles no catalanes, también muchos ciudadanos de a pie, de encontrar un
responsable centralista del problema catalán que no tenga nada que ver con
ellos. Acusan al presidente Rajoy y a su supuesta debilidad de todo lo que está
pasando, ya sean ellos de izquierdas o derechas. Cuando eso que está pasando
tiene raíces profundas, que llegan hasta Aznar pasando por las generosidades fiscales
con los madrileños de Esperanza Aguirre por la derecha, y hasta Felipe Gonzalez
pasando por las generosidades estatutarias de Zapatero con los catalanes por la
izquierda. Y hasta más allá, hasta la mismísima Transición y el trato especial
que se dio en ella a los conciertos vasco y navarro. Este anhelo de
simplificación tiene, sin duda, aromas fascistoides.
Pero los truenos todavía lejanos del fascismo no son privativos de los españoles. En Italia está la Liga Norte, en
Francia el Frente Nacional de los Le Pen, en la Europa germánica un claro
complejo de superioridad respecto a los europeos del Sur. Todos deberíamos
estar atentos a que la Historia puede repetirse.
Centrándome en el aquí y ahora de
España opino, seguramente contra el parecer asustado e irritado de muchos,
que lo que está pidiendo el presidente Rajoy es lo único razonable que se puede
pedir en estos momentos: serenidad, apertura al diálogo y cumplimiento riguroso
de las leyes vigentes, empezando por la Constitución que nos hemos dado.
Llamo a una calma inteligente,
aderezada con un valor que no puede ser sino la superación de ese miedo que
sopla hacia el fascismo, arrastrándonos.
Esta figura terrorífica puede tener toda la altura de una habitación y no resultar sino de la proyección sobre una pared de un insignificante trozo de papel recortado. |