A primera vista parece una
combinación extraña. El conquistador predica y practica la violencia física, el
místico vive en el mundo del espíritu. Tan alejados el uno del otro y sin
embargo quizá, en el fondo, tan cerca… El caso es que yo estoy recién llegado
de una corta pero intensa excursión por tierras extremeñas y castellanas, que
lo fueron, allá en el siglo XVI, de conquistadores y místicos, unos y otros
alcanzando en lo suyo alturas como pocas ha habido en la entera historia de
Europa, si no del mundo.
Castillo de Trujillo |
Mi viaje se ha centrado en dos
ciudades, la extremeña Trujillo y Ávila la castellana. Ambas son tesoros en los
que lo antiguo se ha conservado a la perfección. Al pisarlas te sientes como
salido de una máquina del tiempo que te hubiera transportado a ese siglo en el
que los españoles, terminada la reconquista de sus tierras después de siete
siglos de dominación musulmana, se lanzaron a la conquista de todo un
continente nuevo, América.
Calle de Trujillo |
Estatua de Pizarro en la plaza mayor de Trujillo |
La ciudad de Trujillo es una
evocación rabiosamente viva de los conquistadores. Aquí nacieron algunos tan
eminentes como Pizarro, el conquistador del Perú. Y Orellana, quien más que
conquistador fue explorador y aventurero, posiblemente el primer hombre que se
recorrió de una tacada toda la cuenca del río Amazonas. Extremeños fueron
también Hernán Cortés, Pedro de Valdivia y Vasco Núñez de Balboa, destacados
entre otros militares asimismo nacidos en estas tierras, que llevaron el peso
de la conquista del continente americano y la destrucción de imperios tan poderosos
como el de los Incas en Perú y el de los Aztecas en México. Lo sorprendente es
que estos conquistadores no fueron muchos, quizá algunos centenares de soldados,
que se enfrentaron con miles de enemigos y fueron capaces de vencerlos. ¿Cómo
consiguieron sus victorias? Llevados por un arrojo sin límites, apoyados en la
inmensa ventaja tecnológica que les daba el caballo y unas armas de pólvora, arcabuces y cañones,
absolutamente desconocidas por los amerindios, y con una audacia que les hizo
atacar inmediatamente el mismísimo corazón de los imperios que sometieron,
Pizarro al emperador inca Atahualpa y Cortés al mexica Moctezuma.
Ávila en sus murallas |
Y la ciudad de Ávila es sede, con
Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, de la mejor mística española. A finales del
siglo XV nacía con los Reyes Católicos España como nación e inmediatamente, en
la primera mitad del siglo XVI, se convertía con Carlos I en un imperio que se
extendía por Europa y el Mediterráneo y dominaba en exclusiva América y todo el
Pacífico. Mientras que los militares extremeños continuaban combatiendo, ahora
en Flandes, Italia o América, algunos monjes castellanos buscaban la manera de
reencontrarse en una vía de purificación espiritual. Las órdenes religiosas a
las que pertenecían cargaban con el peso del mucho tiempo transcurrido y se
habían desviado de sus carismas iniciales. Necesitaban una reforma, que en el
caso de los frailes y monjas carmelitas llevó hasta a una refundación. Esta
meta fue la que impulsó a figuras como los fundadores de los carmelitas
descalzos, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Cuando
emprendieron el camino
duro de la reforma, cargado de escaramuzas, emboscadas y traiciones, ellos se
encontraron con el misticismo, es decir, con una forma de vida cuya fuerza
arranca de los misterios espirituales que se esconden en el fondo de todo
individuo humano y que ayuda a recorrer el duro camino de una vida de lucha.
Juan de la Cruz expresó su mística en algunas, muy pocas, poesías sencillas,
profundas y muy bellas. Teresa de Jesús escribió y escribió y escribió, siendo
su obra Las Moradas una culminación de su testimonio místico. Pero lo curioso
es que el uno y la otra fueron, además de unos místicos inmensos, gente de
acción, de movimiento y lucha continua, firmes en la defensa de sus ideas. Y no
son sino ejemplos de los muchos místicos que poblaron por entonces el universo
religioso español. Otro muy destacado, contemporáneo de los dos anteriores, fue
fray Pedro de Alcántara, un monje franciscano que estableció su pequeño y
recóndito monasterio en Arenas de San Pedro, a mitad de camino entre Trujillo y
Ávila.
Portada del convento de San José, en Ávila, la primera fundación de Teresa de Jesús |
Murallas de Ávila |
En fin. Todo esto, que es
historia, revive en ciudades tan cuidadas, escondidas y misteriosas como
Trujillo y Ávila. Enseguida surge la reflexión sobre lo que todo aquello pudo
significar y lo que además persiste todavía en nuestro mundo contemporáneo. El
imperio español, quizá porque fue el más antiguo de los imperios fundados por
europeos, tuvo como originalidad ser una mezcla de conquista y misión, de
militares y frailes, de vencedores de cuerpos y cuidadores de almas. Para los
amerindios supuso un choque brutal, la casi destrucción de sus culturas
ancestrales. Pero lo que surgió de aquella terrible colisión fue algo nuevo,
completamente original, la realidad de la América Hispana, la Latinoamérica de
hoy. El que fue imperio español se quebró finalmente a principios del siglo
XIX, con un golpe asestado a su mismo corazón, España, por un nuevo aspirante a
emperador, Napoleón. Cayó definitivamente a finales del siglo XIX, con la
pérdida de Cuba y Filipinas. Desde entonces la España europea se debate en el
fondo de un pozo de decadencia del que no acaba de salir. Pero esta es otra
historia.
Una reflexión final, salida del
testimonio que nos dieron los conquistadores: Si alguna vez llegan a nuestro
planeta Tierra extraterrestres venidos de alguna galaxia lejana, tengamos la
seguridad de que no lo harán en son de paz. Llevados por un destino que tiene
la fuerza de una ley física, como la de la gravitación o el segundo principio
de la termodinámica, harán todo lo posible por conquistarnos. Sometiéndonos y
enderezándonos hacia su cultura, por extraña que pueda parecernos. Así es,
inevitablemente, la vida. Solo la fuerza de lo que es invisible, de eso en lo
que muchos no creen y hasta desprecian con sarcasmo, lo espiritual, que está en
todos, conquistadores o conquistados, podrá irnos salvando, nunca
definitivamente, de una desgracia.
Trozo de la muralla del castillo de Trujillo |
No hay comentarios:
Publicar un comentario