Mi ritmo de publicación en el blog ha disminuido. Me falta la inspiración que me da ese rincón de Chiloé que se llama Duhatao, pero además las cosas que están pasando en España
son tan desalentadoras que uno no encuentra fuerzas para comentar sobre ellas. Por otra parte, mi productividad intelectual atraviesa unos momentos
brillantes: estoy inspirado, pienso y escribo mucho sobre otros proyectos que
no son este querido blog, lo que me mantiene algo apartado de él.
De lo que quiero tratar hoy es de la rutina que
sustenta esta prolongada inspiración creativa. ¿La rutina sustentando a la
creatividad? Pues sí, así es, exactamente así. Una rutina que tiñendo de gris la
mayoría de los acontecimientos de la vida cotidiana, los banaliza, de modo que
no distraigan la atención, que así puede ocuparse en otras cosas.
En mi caso, los
grandes artífices de mi rutina salvadora son mi perro Curro y mi gato Nilo.
Ellos son los que les dan su estructura rutinaria a nuestra vida
en común. A las 6:00 AM
Curro me
despierta todos los días. A las 6:15 AM Nilo
me está esperando para que le dé su primera golosina diaria, y a las 6:30 AM,
nada más prepararme yo el desayuno, le tengo que dar la suya a Curro. A las
9:15 AM Curro me está solicitando, nervioso, para que iniciemos nuestro paseo
mañanero, y cuando volvemos a casa tengo que darle de inmediato otra barrita de golosina canina dura de roer y con sabores extraños.
Después Curro me sonsaca de vez en cuando, a ladridos, para que le tire
al vuelo alguno de sus juguetes. A las 11:30 AM ya me está pidiendo Curro,
relamiéndose ostensiblemente, un anticipo del almuerzo, que puede ser un
trocito de queso o de galleta. A la 1:00 PM me reclama implacable Curro para la
comida. Comemos juntos en la cocina, y después llega el único intervalo largo
de tranquilidad del día, en el que Curro sestea y yo también, a medias. Pero a
las 6:00 PM ya me está llamando Curro, con sus ladridos, para nuestro paseo
vespertino. Y a las 7:00 PM, cuando volvemos, Nilo nos está esperando para que
yo prepare el pescado que comparten los dos, Nilo y Curro, como preludio de su
cena. A las 8:00 PM Curro me pide con alegres ladridos la pequeña salchicha
de lata que le doy todos los días, cortándola a trocitos que le voy tirando
para que los coja al vuelo, lo que convierte esta merienda un juego. Y a las 8:30
PM Curro me recuerda con sus relamidos que hay que cenar, lo que otra vez
hacemos juntos, naturalmente en platos distintos, el mío sobre la mesa y el
suyo en el suelo. Hacia las 11:00 PM llega al momento de dejar encerrado a Nilo
en la cocina y retirarme yo con Curro a mi dormitorio. Pero tengo que coger un
poquito de pienso de Nilo para llevárselo a Curro, que para él, un perro
comiendo pienso de gato, es una golosina deliciosa.
Curro en primer plano, relamiéndose, y Nilo al fondo, junto a un desgastado osito de peluche que es su juguete favorito. |
Tal y como lo he descrito, este ritmo de vida en común con
mis animales puede parecer una locura. Pero es todo lo contrario, una fuente de
tranquilidad que permite que la inspiración ocupe mucho de mi espacio interior. Las cortas y relativamente frecuentes interrupciones que ellos
provocan en mi vida son como fugaces altos en mi camino intelectual, ligeras
paradas para tomar un poco de aliento, también un vaso de agua fresca o un café.
Y enseguida a seguir avanzando, indagando, encontrando, dándole vueltas a los
temas que me preocupan, sin otras pausas que estas levísimas interrupciones cuasadas por mis animales. Raudo, veloz sin que se note, que el tiempo se acaba.
Donde quiero llegar con todo esto es a poner de manifiesto lo
mucho de positivo que hay en la rutina. Ya sé que este concepto tiene mala
fama. El mismo diccionario de la Academia lo define así: “Rutina: hábito
adquirido de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas”. Por eso la
rutina impuesta desde fuera resulta frecuentemente odiosa, ya que nos
animaliza, al ser un ámbito de sinrazón. Como es también inaceptable dicha rutina para un
niño o un joven, inmersos como están en el trance de ir descubriendo el mundo y
que por eso no cesan de buscar lo nuevo, lo inesperado. Pero en la madurez, la
rutina construida por uno mismo o aceptada porque nos la imponen aquellos a los
que queremos o respetamos, es un requerimiento casi indispensable para acceder
a un amplísimo ámbito de libertad interior, también a la serenidad y a través
de ella, a esa felicidad duradera de la
que a veces es posible disfrutar en este mundo tan inestable.
Habría tanto que decir sobre la rutina… Kant, el insigne
filósofo alemán, bajo cuyo caparazón de profesor universitario de provincias,
solterón y con molestias de estómago, se escondían el cerebro y el corazón de
un gigante intelectual, fue en su vida diaria el más rutinario de los
rutinarios, hasta el punto de que sus vecinos de la ciudad de Konigsberg ponían
sus relojes en hora cuando Kant pasaba por las puertas de sus casas en sus
diarios y cronométricos paseos vespertinos.
A los animales, ejemplo son Curro y Nilo, la rutina les da
seguridad, tranquiliza sus vidas. También a las personas. Ese “aquí nunca pasa
nada” de la vida rutinaria puede parecernos maravilloso cuando venimos de la
guerra, la persecución o cualquier otro tipo de sufrimiento. Incluso en asuntos
tan trepidantes y apasionados como son los del amor humano la rutina, a largo
plazo, puede ser esencial para la supervivencia de ese amor. Así lo manifiesta
el pie de la foto que sigue: “Al
principio, todo es perfecto. Pero cuando pasa un tiempo todo se convierte en
rutina. Si esa rutina te encanta, merece la pena”.
Incluso en asuntos menores de la vida cotidiana una rutina
bien llevada puede ser fuente de seguridad y de autoestima. Ejemplo es el de la
bella mujer de las fotos que siguen. Entre el dia 1º y el 63º han transcurrido
más de dos meses de gimnasia diaria. Si examinamos las fotos con atención
podemos ver las diferencias que hay entre las dos, que a nosotros pueden
parecernos menores, pero que para ella han supuesto liberarse de algo que no le
gustaba de su propio cuerpo, demostrándose a sí misma su capacidad para hacerlo.
Terminaré trayendo una muestra de lo que puede suponer la peor
de las rutinas, la impuesta por la fuerza, en un genio de la creación artística
como fue el gran Van Gogh. Después de sufrir terribles ataques psicóticos, en
uno de los cuales se cortó una oreja, Van Gogh ingresó voluntariamente en 1889 en
un manicomio cercano a Arlés, donde permaneció un año. Allí vivió rodeado de
alienados y sometido a una durísima disciplina, sufriendo además hasta cuatro brotes
psicóticos. Para liberarse de aquella rutina demoledora, aparentemente falto de
inspiración para algo más creativo, se dedicó a copiar obras de otros pintores.
En la imagen que sigue he reproducido un grabado famoso de Gustavo Doré, “Newgate:
el patio de ejercicio”, que muestra una escena de la famosamente tétrica
prisión londinense de Newgate, y la copia que de él hizo Van Gogh en 1890,
estando en el manicomio. Puede verse cómo el genio pintor de Van Gogh
transfigura la realidad magistral del grabado de Doré, llenándolo de vida. Van
Gogh aporta el color, la luz, como un componente esencial del mundo, esa luz
que aun procediendo del reflejo en una pared es capaz de sacar sombras de los
cuerpos grises de los presos, dándoles relieve. Y llama la atención el rostro
del único preso sin gorro que mira directamente hacia el que lo está pintando.
Este rostro está milagrosamente lleno de luz, tanto que se ve el rojo de sus
cabellos y la profunda palidez de su piel. Con todo esto el gran artista es
capaz de añadir capas profundas de realidad y sentimiento a lo que ya había
dibujado Doré, y todo esto lo hace Van Gogh en el seno de la rutina más
demoledora. Quizá como reacción a ella, quizá también, de una manera tan
misteriosa como evidente, gracias a ella. En esto me gustaría insistir: hasta la rutina más feroz puede constituirse en punto de apoyo para la palanca de nuestra inspiración, que nos eleve hasta una insospechada libertad interior.
En cualquier caso: la rutina, que siempre es un acicate para la creatividad, cuando además es libremente aceptada o construida por uno mismo, se convierte en un marco de referencia seguro y solido que hace posibles muchas cosas buenas y muchos descubrimientos insospechados. Esa rutina que describen con ingenua maestría los dos dibujos con que quiero cerrar esta entrada.