Muchos terrícolas que se sienten afortunados viven ya en el seno de una sociedad de consumo. Lo hace toda Europa, casi toda América y una parte creciente de Asia. Para las grandes áreas que todavía se quedan fuera, como sucede con buena parte del Oriente Medio y casi toda Africa, la sociedad de consumo es el paradigma a alcanzar. La polaridad entre los que ya están y los que todavía no han llegado genera alta tensión en las fronteras exteriores de las sociedades de consumo, ante cuyas alambradas y muros de defensa, a lo largo de todo el Mediterráneo y del borde meridional de USA, se acumulan millones de personas que llegan hasta allí huyendo de la violencia y la desesperanza.
Pero ¿hay también fronteras interiores, barreras que dentro del territorio ocupado por las sociedades de consumo separan a los que no quieren pertenecer a ellas? Por supuesto que sí. No me refiero a los cinturones de miseria y abandono que rodean a muchas megalópolis y que no son sino la cara oculta de éstas, ni a los pequeños grupos humanos que por imperativos geográficos siguen sumidos en una cultura preindustrial y por ello anticonsumista, como pueden ser los Inuits del Ártico americano, o los Amerindios cazadores/recolectores de las selvas amazónicas. Sino a grupos humanos que pudiendo integrarse persisten en su deseo de mantenerse fieles a tradiciones ancestrales incompatibles con la sociedad de consumo, y que tienen tamaño suficiente para que pueda trazarse alrededor de ellos una frontera geográfica.
Yo acabo de encontrarme con uno de ellos: la Nación de los Navajos, enclavada en el SW de USA.
Los Navajos fueron, junto con los Cheyenes, uno de los grupos amerindios más numerosos de Norteamérica. Una variante guerrera de los Navajos fueron los Apaches, pero los primeros, más numerosos, se adaptaron a una vida de pastores seminómadas de ovejas traidas por los españoles, en las vastas estepas de Arizona y Nuevo México. Cuando los yanquis expulsaron a los mexicanos de aquellas tierras, los Navajos mostraron cierta resistencia al nuevo colonizador. Pero finalmente aceptaron recluirse en una reserva india que con el tiempo no ha hecho más que crecer en tamaño hasta constituir lo que hoy se llama oficialmente la Navajo Nation, un territorio semiautónomo gobernado por los propios Navajos y dotado de unos poderes legislativo, ejecutivo y judicial propios.
Primero se presentan las estadísticas demográficas y de nivel de vida de la Nación de los Navajos. Lo que se pone de manifiesto inmediatamente es que se trata de gente joven y muy pobre, que mantiene todavía una cultura propia aunque amenazada por la integración en USA y que tiene unos hábitos de vida fundamentalmente ganaderos.
Después de estos datos hay un párrafo que merece la pena traducir:
<<Estas estadísticas muestran que muchas familias Navajo viven en la pobreza. Aunque nuestras vidas se enriquecen por el hecho de habitar una tierra muy hermosa en la que vivieron nuestros antepasados, y donde continuamos con nuestras tradiciones ganaderas y agrícolas, con la práctica de la artesanía y con nuestras ceremonias. Hoy trabajamos duramente para mantener bien vivas nuestra lengua y nuestras tradiciones en medio del mundo moderno.>>
Así es. En nuestra fugaz visita, apenas pudimos acercarnos al pueblo Navajo, algunos de cuyos asentamientos veíamos de lejos desde la carretera, perdidos en la árida y grandiosa estepa. El aspecto de estos asentamientos mostraba claramente que esta gente se encontraba absolutamente fuera de nuestra sociedad de consumo. Siempre se trataba de grupos de muy pocas casas, no más de tres o cuatro, frecuentemente solo una, rodeadas de un increíble maremagnum de chatarras variopintas, entre las que destacaban automóviles y camionetas que en otras circunstancias estarían ya desguazados. Tomé algunas fotos desde lejos y a la velocidad de un auto en la carretera, que no reflejaron bien la situación. Por eso he recurrido a una foto tomada de Google Earth que presenta uno de estos típicos asentamientos Navajo y que muestro a continuación.
Este asentamiento tiene una sola
casa. Llama la atención la cantidad de objetos que se desparraman a su alrededor, que mayoritariamente
son automóviles, entre sedanes y camionetas. La mayoría de estos autos suelen
estar en una situación de desguace, como si fueran los que la familia que vive
allí ha venido usando sucesivamente durante muchos años. También puede
distinguirse una autocaravana; la presencia de éstas era relativamente
frecuente en los asentamientos navajos, poniendo de manifiesto un modo de vida
de pastores seminómadas.
Pero lo que muestra la
presencia de vehículos medio arruinados es que en una cultura como la de los Navajos no
se tira nada. Las máquinas que ya son
inservibles se conservan, por si en algún momento fuera necesario usar para los
fines más insospechados alguna de entre sus multitudes de piezas sueltas. Este
comportamiento es absolutamente contrario a los mandatos de nuestras sociedades
de consumo, establecidas sobre la base de una obsolescencia rápida de los
bienes y servicios utilizados, la creación continua de nuevas necesidades y la
aparición de nuevas soluciones para satisfacerlas. Todo esto coordinado, movido
y fundamentado por el dinero como unidad fundamental de los intensísimos
intercambios.
El comportamiento de los
Navajos es habitual en culturas ligadas a la naturaleza y alejadas de lo
urbano. Yo lo he observado en la gente de la mar de mi tierra andaluza, unos
pescadores de altura que jamás tirarán nada de las herramientas y materiales de
trabajo que han dejado de serles útiles porque, quién sabe, cualquier día en
medio de la mar, alejados de toda asistencia técnica, un trozo de aquel alambre
o un cojinete del motor de aquella otra bomba ya arruinada o el tubo de cobre
en U de un grupo frigorífico ya desechado, pueden servirles para arreglar una
avería de una máquina sin repuestos o enmendar cualquier otro entuerto. También
lo he observado entre los campesinos de Chiloé, unos colectivos humanos casi
totalmente autosuficientes, a los que precisamente esta autosuficiencia, al
alejarlos de los mercados y mantenerlos así con poca plata, los aparta culturalmente
de los hábitos de las sociedades de consumo.
No tuve ocasión de hablar tranquilamente con ningún Navajo. Solamente intercambiamos algunas palabras fugaces con un joven guia turístico en nuestra visita al Antelope Canyon.
El Antelope Canyon se abre bajo una estrecha y
larga hendidura en el terreno y se recorre
como un largo túnel. El viento y la lluvia han
erosionado extrañamente las areniscas que
lo constituyen, y los juegos de luces son
bellísimos.
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Nos dijo que estábamos en la Navajo Nation, un territorio autónomo dentro de USA, 25.000 millas cuadradas en las que viven unas 100.000 personas. Que su abuela hablaba la lengua Navajo, su madre la entendía y él todavía es capaz de reconocer algunas palabras, pero se está perdiendo. Y que en todo el territorio está absolutamente prohibido beber alcohol, conservando así lo que en USA fue hace muchos años la Ley Seca.
Nos transportó a través del desierto hasta el cañón en una camioneta 4x4 algo maltratada por el uso y los años. De vez en cuando el camino estaba cubierto por arena blanda que le obligaba a meter la tracción. Observé que para sacarla de nuevo tenía que parar el vehículo y meter por unos instantes la marcha atrás, entonces la tracción saltaba. Me acordé de las viejas camionetas campesinas tan frecuentes en mi querido Chiloé, algunas de las cuales son de tercera o cuarta mano y que raramente se averían. Aunque cuando lo hacen siempre hay tiempo para esperar a que alguien pase y nos ayude a salir de la pana, lo que sin duda hará.
Me acordé mucho en este contacto
con la Nación Navajo de Aldous Huxley y su extraordinaria novela Brave New World (traducida al español
como “Un mundo feliz”). Aunque Huxley era inglés y su utopía novelada se
desarrolla en Londres, dicen que se inspiró para escribirla en la sociedad
industrial americana fraguada por Henry Ford y su Modelo T. El libro se publicó
en 1932, y Huxley había visitado antes USA, donde quedó muy impresionado con el
desarrollo de lo que era sin duda la primera sociedad de consumo. En la novela,
que describe una sociedad utópica en la que los ciudadanos, totalmente
controlados pero aparentemente felices porque están divididos en castas desde
el nacimiento, reciben una educación hipnótica adecuada a su condición y
consumen soma, una droga distribuida
por el estado que los coloca en el séptimo cielo, ocupan también un papel
destacado los llamados salvajes,
gente que vive una vida primitiva, agrupados en clanes muy lejos de la sociedad
utópica. Estoy seguro de que Huxley se
inspiró en estos Navajos de USA para dibujar a sus “salvajes”.
Y creo que la novela de Huxley es, hasta un cierto límite, premonitoria de lo que ha venido pasando después y merece ser leída de nuevo
ahora. Eso es lo que yo voy a hacer.
Aldous Huxley con la portada de la primera edición de su Brave New World |