Empezaré afirmando algo que a muchos les puede parecer una barbaridad: el enfrentamiento, la lucha, son a veces la manifestación de un amor escondido. ¿Dónde y cuándo se cumple este “a veces”? No en todas las circunstancias, hay que estudiar caso por caso cuidadosamente, porque en los asuntos del amor es fácil equivocarse. Pero me atreveré a hacer una generalización afirmando que se cumple con frecuencia en las relaciones entre hombre y mujer.
¿Qué clase de amor se manifiesta en unas relaciones violentas entre hombre y mujer? Pues para empezar el amor natural o biológico, que es la fuente de todos los demás amores. Ese amor biológico es un instinto de fusión, de integración con el otro. Una fusión que se produce para engendrar una nueva vida y tiene el significado evolutivo de conservación de la especie, la raza, la etnia, la tribu, la estirpe, la familia. El proceso se inicia con un choque violento, en el que el hombre penetra y la mujer recibe, y termina con una separación dolorosa, en la que la mujer, despues de haberlo gestado, expulsa pariéndolo a un hombre nuevo al que deja así solo frente al mundo.
Este mapa cómico de las zonas sensibles de la mujer y el hombre ilustra las diferencias biológicas que están en la base de la guerra de los sexos. La receptividad al estímulo sexual está en ella mucho más distribuida que en él, lo que no es sino un reflejo de los roles tan diferentes que una y otro juegan en la función reproductiva. (Tomado del blog Mr Blacwell) |
Todo lo que acabo de decir parece obvio, pero no lo es. Ese doble drama, penetración violenta y expulsión dolorosa, lo llevamos marcado todos los humanos, ya seamos machos o hembras, en nuestro patrón instintivo y no deja nunca de operar desde nuestro subconsciente. En el macho humano se trata de penetrar para terminar siendo expulsado, en la hembra humana de ser penetrada para terminar expulsando. Aquí hay una oposición dinámica entre los dos sexos que los une y los separa, alternativamente. Se manifiesta en la vida cotidiana en lo que se ha llamado “la guerra de los sexos”, la única guerra que, a pesar del dolor que produce, ha sido capaz de provocar muchos comentarios jocosos, quizá porque es una guerra, sí, pero frecuentemente entrañable y empapada de amor. “Te amo tanto que llego a odiarte”, esa frase, repetida en muchas poesías y canciones, expresa sentimientos profundos y la constatación por el amante de esa dualidad, siempre agazapada en la relación hombre/mujer, del amor/odio, irreducible a nada más simple, porque el desamor cuando llega no es odio, sino indiferencia que termina en olvido.
Lo biológico de esta violencia se manifiesta en todos los animales, basta observar una escena de apareamiento entre perros, por ejemplo. Pero en los humanos la violencia intersexual se ha visto reforzada en el ámbito de lo cultural. Desde que el humano empezó a ser humano hasta hace menos de un siglo, hombre y mujer han asumido roles culturales complementarios, con el único objetivo de construir entre los dos una familia. La mujer no solo gestaba y paría, sino que amamantaba y cuidaba a la cría, lo que terminaba extendiéndose a cuidar y mantener el hogar para toda la familia, hombre padre incluido. El hombre no solo eyaculaba, también protegía a la familia de la violencia exterior, primero con la fuerza bruta y después, cada vez más, con el trabajo. Esta diversificación de roles traía consigo una violencia íntima porque, en el límite, el hombre era el amo y la mujer la esclava, el hombre mandaba y la mujer obedecía, a eso, en los casos extremos, terminaba reduciéndose lo que empezó como proyecto enamorado de vida en común. Incluso en algunas culturas toda la fuerza de la religión establecida se concentró en resaltar el papel subordinado de la mujer respecto al hombre, casi como un mandato divino. Esto fue así durante siglos, pero también el macho humano estaba subordinado a poderes trascendentes, también, a su manera, el hombre era un esclavo.
Llegó el siglo XVIII, el de las Luces, y las cosas cambiaron. Se empezó afirmando que todos los hombres eran iguales, pero enseguida se vio que esto, inevitablemente, tenía que incluir a las mujeres. Las ideas cambian mucho más rápidamente que las estructuras económicas y sociales. Se inició en el siglo XIX un proceso ideológico de liberación de la mujer, concomitante al de la liberación del hombre, no habiendo terminado todavía ninguno de los dos. Las mujeres fueron conquistando derechos: los de votar, trabajar fuera de casa, elegir libremente a su pareja, divorciarse, disponer de sus bienes, etc. La dominancia abusiva del hombre sobre la mujer recibió un nombre, machismo, lo que permitió empezar a luchar contra él.
Después, ya a mediados del siglo XX, llegó la ciencia para dotar a la mujer de las armas más poderosas que necesitaba para terminar de liberarse. Me refiero a todas las técnicas de control de la fertilidad y la reproducción. La mujer dejó se ser un humano esclavizado por su biología, liberándose de los embarazos no deseados. Esto tuvo consecuencias muy profundas. Una mujer libre de sus limitaciones biológicas pudo cambiar significativamente sus relaciones con el hombre, tratándolo por fin, en lo sexual y lo reproductivo, de tú a tú. La mujer dejó de ser la esclava y portadora de un vientre fecundable, lo que llevó inmediatamente al hombre a liberarse también de su condición de eyaculador, obseso por sembrar sus gametos en un vientre femenino. Hombres y mujeres empezaron a ver sus relaciones mutuas de otra manera, quizá más descansada, menos angustiosa.
¿Significa todo lo anterior que la guerra de los sexos ha terminado? Con esta pregunta llego al corazón de lo que quería explorar aquí. La replanteo en otros términos que quieren decir lo mismo: ¿significa que el amor entre un hombre y una mujer es ya posible sin tener que venir mezclado con algo de odio?
Ahí dejo la pregunta para la reflexión, convencido de que plantear un problema es a veces el paso decisivo para resolverlo.
¿Qué opino yo? Pues se me impone con fuerza intuitiva la conclusión de que ese amor intersexual del que estoy tratando es consustancial con un poco de odio, lo mismo que un buen guiso no puede prescindir de un poco de sal. Se trata de un odio que no es sino la espalda del amor, su cara oculta, pero que al serlo le da cuerpo, volumen, profundidad. Un odio que se manifiesta en los celos, la autocompasión, la decepción que inevitablemente nos provoca muchas veces el comportamiento de esa persona amada de la que habíamos esperado lo infinito.
Si el amor/odio existirá siempre entre una pareja de enamorados, ¿ha cambiado la guerra de los sexos? Por supuesto que sí, muy profundamente, la mujer y el hombre están hoy día, en las sociedades avanzadas, casi igualados en su situación social y económica. No tanto en lo que se refiere a las relaciones de cada uno con su propio cuerpo, porque la mujer ha conquistado la libertad de elegir, sí, pero no se ha librado de la necesidad de parir con dolor. Y el hombre se ha olvidado de la obsesión por eyacular, sí, pero jamás tendrá esa oportunidad de transformación profunda que a la mujer le da el gestar y ser madre. Son pues hombre y mujer animales profundamente distintos, que se sienten inevitablemente atraídos el uno por el otro desde lo más hondo de sus secuencias de DNA. Que por todo ello nunca podrán dejar de amarse odiándose, es decir, reconociendo y soportando el peso de esas diferencias que son precisamente las que los fuerzan a sentirse atraídos.
Tengo un amigo que está muy enamorado de su esposa, siendo muy dócil a los deseos y hasta mandatos de ella, y que la llama de broma, en la confianza de la amistad, su “máquina de reñir”. Así que te dice, por ejemplo, “ayer fuimos al cine y a mi máquina de reñir le gustó mucho la película”. No lo hace siempre, sino de vez en cuando. Creo que inconscientemente quiere poner de manifiesto que las banderas siguen en pie marcando el campo de batalla, que la guerra de los sexos continúa y no se acabará en tanto no lo haga el amor que la fundamenta.
Quiero terminar haciéndome una pregunta que no deja de obsesionarme. Si la guerra de los sexos se ha librado de sus componentes más reivindicativos, si hombre y mujer son hoy más iguales que nunca, ¿significa todo esto que también es hoy más posible que nunca la simple amistad entre un hombre y una mujer?
Quiero decir amistad profunda, no camaradería ni conocimiento superficial. Amistad íntima, leal, sin secretos, pero como tal liberada de las tensiones de odio que inevitablemente existen en el amor. Está probado que una amistad así puede darse entre dos humanos del mismo sexo. ¿Puede hacerlo también, con la misma intensidad y alcance pero con las mismas limitaciones, entre un hombre y una mujer?
Yo no lo sé. Pero supongo que si esta amistad intersexual fuera hoy posible, la guerra de los sexos podría darse por definitivamente terminada.