Calle de la Virgen de la Alegría en el barrio de San Bartolomé |
Las ciudades con mucha historia tienen
la capacidad de permitirte soñar cuando las paseas. Me gusta cruzar las
estrechas calles del barrio de San Bartolomé cuando tengo que ir al centro de
Sevilla. Este barrio fue el principal enclave judío de la Sevilla medieval, y ha
conservado intocado su plano de calles, muchas de ella estrechísimas, tanto que
apenas permiten el cruce de dos personas. Cuando las paseo me gusta recitar unas
cuantas veces el Shema Israel, ese bello trozo del Deuteronomio: “Escucha Israel, el Señor es
tu Dios, el Señor es Único”, que sigue formando parte de la liturgia judía
cotidiana y que rezado en aquellas callejas suena auténtico, porque debió
rezarse mucho allí. Recoge lo más esencial del monoteísmo, ese “tu Dios” que
tiene dos direcciones, Él es tuyo y tú eres de Él, y ese “Único” que expresa la
permanente aspiración humana a distanciarse de lo mundano, ya que el Dios único no tiene semejanza en nuestro mundo.
Columnas del templo romano en la calle Mármoles |
Saliendo ya del barrio de San
Bartolomé y cruzando por su extremo noreste el de Santa Cruz, también de origen
judío, me gusta entrar por la calle de Los Mármoles y detenerme unos segundos
frente a las tres columnas que quedan en pie del que fue el primer templo
romano de Sevilla; contemplándolas es fácil evocar no solo lo romano, sino
también lo griego clásico. Desde aquí me voy acercando a la catedral por la
calle de los Francos y luego la de los Alemanes, que se llaman así porque en el
siglo XVI, cuando Sevilla era el único puerto europeo que enlazaba con las
Indias, vivían en una y otra los mercaderes de origen francés y alemán,
respectivamente. Termino mi paseo frente a frente con la enorme catedral gótica
y su bellísima torre árabe, la Giralda, “torre como ninguna, amiga mía”, que
así lo dejó escrito el gran poeta que fue Antonio Adelardo.
Giralda y Catedral desde la calle de los Alemanes |
En toda esta zona antigua de
Sevilla predominan las viviendas tradicionales, hechas de un bajo y dos plantas,
estructuradas alrededor de un patio
central. La puerta que da a la calle, con dos hojas de madera, se cierra solo
de noche y da acceso al zagúan (del
hispanoárabe istawan, que significa
`pasillo) un espacio cubierto que formando ya parte de la casa es todavía calle
durante el día. En el lado casero del zaguán
permanece cerrada la cancela, una
puerta de hierro labrado pintado de negro, verde o blanco y que da acceso al patio, haciéndolo visible.
De niño viví en una de estas
casas. El patio, por pequeño que sea,
suele tener una fuente en el centro y está lleno de macetas de plantas de
sombra, con sus grandes hojas frescas de color verde esmeralda. A través de él
se establece una corriente de convección que aspira en el zaguán el aire de la calle y lo enfría a la vez que lo va elevando
hasta la altura de la azotea.
Patio en la calle Caballerizas |
El verano en Sevilla es tórrido,
alcanzándose muchos días temperaturas de más de 40ºC, por eso el patio es, en definitiva, un útil sistema
de acondicionamiento natural del aire doméstico. Tradicionalmente, la familia
que habitaba una de estas casas vivía durante el invierno en la primera y
segunda plantas y se mudaba durante el verano a la planta baja, habitando ahora
las habitaciones mucho más frescas que rodeaban al patio. Algunas noches extraordinariamente calurosas los niños
subíamos con nuestros colchones y nos acostábamoss en la azotea, directamente
bajo las estrellas, pudiendo así soñar dormidos o despiertos.
Patio en la calle del Vidrio |
Recuerdos entrañables de infancia
que nunca olvidaré y que, en aparente paradoja, me traen también el recuerdo de
mi querida y añorada isla de Chiloé. Porque el contraste entre Sevilla y Chiloé
es enorme, sí. En Sevilla prevalece la historia, en Chiloé la naturaleza, una y
otra exponiendo aquí y allí sus mejores valores. En Sevilla brilla con toda su
fuerza una cultura de lo urbano, en Chiloé otra de lo campesino/marinero,
ambas llenas de sutilezas y honduras, complejas y bellas. Sevilla es soleada,
seca y ardiente, pero fresca y umbrosa en sus patios. Chiloé es lluviosa,
misteriosa y fría, pero cálida y llena de humanas fantasías en sus cocinas de
leña, que juegan en las cabañas chilotas el mismo papel central que los patios en
las viviendas sevillanas.
De este modo, Sevilla y Chiloé no se oponen, sino que se complementan. Tan lejos por fuera una de la otra…y tan cerca por dentro.
Bellísima puerta labrada que da entrada a patio señorial en calle Pajaritos |