miércoles, 14 de noviembre de 2012

Sevilla y Chiloé, tan lejos y tan cerca

Calle de la Virgen de
la Alegría en el barrio
  de San Bartolomé

Las ciudades con mucha historia tienen la capacidad de permitirte soñar cuando las paseas. Me gusta cruzar las estrechas calles del barrio de San Bartolomé cuando tengo que ir al centro de Sevilla. Este barrio fue el principal enclave judío de la Sevilla medieval, y ha conservado intocado su plano de calles, muchas de ella estrechísimas, tanto que apenas permiten el cruce de dos personas. Cuando las paseo me gusta recitar unas cuantas veces  el Shema Israel, ese bello trozo  del Deuteronomio: “Escucha Israel, el Señor es tu Dios, el Señor es Único”, que sigue formando parte de la liturgia judía cotidiana y que rezado en aquellas callejas suena auténtico, porque debió rezarse mucho allí. Recoge lo más esencial del monoteísmo, ese “tu Dios” que tiene dos direcciones, Él es tuyo y tú eres de Él, y ese “Único” que expresa la permanente aspiración humana a distanciarse de lo mundano, ya que el Dios único no tiene semejanza en nuestro mundo.

Columnas del templo
romano en la calle
 Mármoles
Saliendo ya del barrio de San Bartolomé y cruzando por su extremo noreste el de Santa Cruz, también de origen judío, me gusta entrar por la calle de Los Mármoles y detenerme unos segundos frente a las tres columnas que quedan en pie del que fue el primer templo romano de Sevilla; contemplándolas es fácil evocar no solo lo romano, sino también lo griego clásico. Desde aquí me voy acercando a la catedral por la calle de los Francos y luego la de los Alemanes, que se llaman así porque en el siglo XVI, cuando Sevilla era el único puerto europeo que enlazaba con las Indias, vivían en una y otra los mercaderes de origen francés y alemán, respectivamente. Termino mi paseo frente a frente con la enorme catedral gótica y su bellísima torre árabe, la Giralda, “torre como ninguna, amiga mía”, que así lo dejó escrito el gran poeta que fue Antonio Adelardo.

Giralda y Catedral desde
la calle de los Alemanes
En toda esta zona antigua de Sevilla predominan las viviendas tradicionales, hechas de un bajo y dos plantas, estructuradas alrededor de un patio central. La puerta que da a la calle, con dos hojas de madera, se cierra solo de noche y da acceso al zagúan (del hispanoárabe istawan, que significa `pasillo) un espacio cubierto que formando ya parte de la casa es todavía calle durante el día. En el lado casero del zaguán permanece cerrada la cancela, una puerta de hierro labrado pintado de negro, verde o blanco y que da acceso al patio, haciéndolo visible.

De niño viví en una de estas casas. El patio, por pequeño que sea, suele tener una fuente en el centro y está lleno de macetas de plantas de sombra, con sus grandes hojas frescas de color verde esmeralda. A través de él se establece una corriente de convección que aspira en el zaguán el aire de la calle y lo enfría a la vez que lo va elevando hasta la altura de la azotea.

Patio en la calle
Caballerizas
El verano en Sevilla es tórrido, alcanzándose muchos días temperaturas de más de 40ºC, por eso el patio es, en definitiva, un útil sistema de acondicionamiento natural del aire doméstico. Tradicionalmente, la familia que habitaba una de estas casas vivía durante el invierno en la primera y segunda plantas y se mudaba durante el verano a la planta baja, habitando ahora las habitaciones mucho más frescas que rodeaban al patio. Algunas noches extraordinariamente calurosas los niños subíamos con nuestros colchones y nos acostábamoss en la azotea, directamente bajo las estrellas, pudiendo así soñar dormidos o despiertos.

Patio en la calle del
Vidrio
Recuerdos entrañables de infancia que nunca olvidaré y que, en aparente paradoja, me traen también el recuerdo de mi querida y añorada isla de Chiloé. Porque el contraste entre Sevilla y Chiloé es enorme, sí. En Sevilla prevalece la historia, en Chiloé la naturaleza, una y otra exponiendo aquí y allí sus mejores valores. En Sevilla brilla con toda su fuerza una cultura de lo urbano, en Chiloé otra de lo campesino/marinero, ambas llenas de sutilezas y honduras, complejas y bellas. Sevilla es soleada, seca y ardiente, pero fresca y umbrosa en sus patios. Chiloé es lluviosa, misteriosa y fría, pero cálida y llena de humanas fantasías en sus cocinas de leña, que juegan en las cabañas chilotas el mismo papel central que los patios en las viviendas sevillanas.
  



De este modo, Sevilla y Chiloé no se oponen, sino que se complementan. Tan lejos por fuera una de la otra…y tan cerca por dentro.


Bellísima puerta labrada que da entrada a patio señorial en
calle Pajaritos

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