Habías salido del trabajo como
cualquier otro día, cansado, habiendo dejado allí una parte de lo mejor de ti mismo.
Conducías tu coche por la gran avenida a más de 100 km/h, como hacía la mayoría
de los conductores que te rodeaban, muy cerca unos de otros, casi tocándose.
Quince o veinte coches por delante del tuyo, a uno le reventó una rueda, lo que
torció ligeramente su rumbo. Bastó eso para provocar un choque en cadena,
catastrófico. Tú ibas distraído, cansado, cabreado; cuando te diste cuenta de
que te comías el coche de delante ya era tarde. La colisión tuvo un chasquido
metálico, de chapa irreversiblemente rota, enseguida te embistió a ti el coche
de detrás. Te cimbreó el espinazo, todavía no te dolía el cuello, pero ya eras
consciente de que algo podía habérsete roto, sin embargo permanecías
completamente aturdido, en una beatitud angelical que no podría durar mucho.
Así puede que sea la guerra, el
combate. Está ahí, delante de ti, pero tú no te das cuenta, porque si te la
dieras saldrías huyendo como un cobarde.
Y así es la vida. Nos creemos que
la única realidad es la que nosotros percibimos como tal, de la que somos
conscientes. Pero no es así, un montón enorme de realidades van recorriendo el
camino de su vida muy cerca nuestra, muchas otras no son sino procesos
complejos de los que nosotros mismos formamos parte sin saberlo, de manera que antes o
después se producen encontronazos que nos afectan, que pueden hacernos mucho
daño pero que sobre todo nos sorprenden,
porque no los esperábamos.
Tú, por ejemplo, nunca quisiste
pensar en serio que podía morir alguien a quien querías mucho, como tampoco
quieres pensar en que algún día, quizá próximo, te toque a ti. Ni te esperabas el
abandono de aquel amigo que, ahora que lo piensas, nunca lo fue del todo, como
quizá tampoco lo fuiste tú de él. Ni quieres aceptar que el día que un ladrón
lo suficientemente hábil, los hay a montones, quiera robarte, lo hará. Ni que
puede llegarte de improviso un fracaso intelectual que acabe con tus esperanzas
o tu orgullo. Ni que tu patria puede verse invadida por el gas venenoso de la
guerra. "No, no", piensas sin pensarlo, "nada de eso es posible, de ninguna manera
puede pasarme a mí". Pues sí, puede pasarte.
Lo mismo, por cierto, que pueden
llegarte venturosas contrapartidas de todas las desgracias anteriores. Alguien
a quien quieres salva su vida, un amigo hace por ayudarte mucho más de lo que
tú esperabas, la tranquilidad continuada en tu hogar, el cumplimiento
inesperado de una sana ambición, la solidaridad de tus compatriotas que caminan
todos juntos a gran velocidad hacia el futuro. Sí, también puede llegarte todo
esto.
El caso es que muchos de estos
encontronazos, ya sean dolorosos o felices, no pueden preverse. Por eso es
conveniente estar preparado. Peregrinar por la vida con un equipaje ligero. No
tener nunca cuentas pendientes. Aprovechar todas las muchas oportunidades para
pedir perdón u otorgarlo, dar un abrazo o dejárselo dar, liberarse de pesos
innecesarios para cargar mejor con los pesos obligados. Navegar en definitiva
nuestras vidas con poco lastre a bordo. Aceptar como inevitable la mala suerte
y agradecer como un regalo la buena, de modo que ni una ni otra nos dificulten
el seguir “palante".
De modo que los encontronazos inevitables no representen para tí frenazos, sino ligeros y sabios cambios de dirección.
1 comentario:
Los encontronazos son parte de la vida, son piedras del camino que recorremos, forman parte del engranaje que nos mueve... y nadie esta preparado para aceptar este hecho contundente. Las piedras o montañas que nos frenan existen, y el reto es saber vadearlas, sobrepasarlas, saltarlas y salir lo mejor parados posible. Ardua tarea. Titánica, diría yo, pero no imposible. La voluntad personal es fundamental, no me cabe duda. Y a veces, uno tiene la suerte de toparse con un maestro que te da una lección esencial... Dice el dicho que Dios aprieta pero no ahoga, y hay otro que explica que Dios sólo te da lo que eres capaz de soportar... Supongo que debemos ser bastante fuertes para soportar la carga!... No me importaría caminar algo más ligera por un bonito sendero de hierba bien verde y bajo un sol resplandeciente... Alguien me dirá que mi camino es así si me esfuerzo en verlo como tal... Supongo que el truco está en no desviar la mirada de las bondades que siguen donde siempre han estado, en sentirla y abrazarlas para coger impulso... y eso, a veces, es una auténtica odisea!... Me aferro a mi maestra, a lo que me inculcó, a lo que haría, a lo que diría, a cómo condujo su vida... y aún así, el esfuerzo es muy doloroso y titánico.
Los pedruscos están para zamarrearnos y obligarnos a volver al sendero correcto. Lección comprendida y aprendida. Ahora sólo toca rectificar el rumbo, por más que duela la ausencia, y seguir caminando.
Un beso grandísimo
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