El grabado de Blake que será emblema de esta
serie alegoriza con ironía la dependencia que
Europa ha tenido en su desarrollo imperial y colonial de los pueblos originarios de Africa y América. |
Antecedentes.
Hace ya siete años, decía este Blog de Olo en su declaración de
principios: "Va ser un blog temático pero cambiante. Durante unos días,
que pueden ser meses, me propondré un tema monográfico sobre el que intentaré
profundizar. Cuando lo considere (temporalmente) agotado, cambiaré a otro tema.
Y así sucesivamente, hasta que me canse o me aburra del todo. Queda dicho, por
supuesto, que todos los comentarios de los locos o perdidos que asomen por aquí
serán bienvenidos". Así
se recoge todavía en el último párrafo de la columna derecha del blog, el cual,
mal que bien, se ha mantenido fiel a este propósito.
Entre los temas más destacados que el blog ha venido tratando figuran el de
España y Europa en crisis, el del misticismo religioso y el de ese Chiloé profundo que he encontrado en el Sur de Chile y al que tanto he llegado a amar.
También he manifestado en el
blog una preocupación constante por lo que nos espera a los terrícolas, tratada
específicamente en dos series, “Imperio
de las Máquinas” y “Paseando con mis
nietos por el siglo XXI”. Copio a continuación las entradas que han formado
el cuerpo de cada una de ellas:
Imperio de las máquinas.
1.-
Razones para esta serie.
2.-
El problema.
3.-
Historia natural de las Máquinas.
4.-
Esencia de la técnica según Heidegger.
5.-
La ideología de la Técnica.
6.-
Las megamáquinas de Lewis Mumford.
7.-
La megamáquina del Dinero.
Paseando con mis nietos por el siglo XXI.
1.-
La puesta en escena.
2.-
Un mapa del estado del mundo.
3.-
Nuestra visión del mundo ha cambiado radicalmente y para mejor.
4.-
Superpoblación. ¿Cuántos humanos pueden vivir dignamente en el mundo?
5.-
Un viaje por el Sahara y el Sahel.
6.-
Algunas soluciones para los problemas del África subsahariana.
7.-
Cambio climático y deterioro ambiental.
Además ha habido tres entradas más
recientes que han representado intentos no culminados por abirdar las crisis
que acompañarán a lo largo del siglo XXI a un cambio de época, “El mundo que viene, ¡que se nos echa encima!
“ (16oct2012); “El mundo nuevo del siglo
XXI” (29 sep2013); y “Una serie anunciada pero fallida”
(7feb2014). El motivo de que estos intentos hayan fallado está en la
complejidad del tema, pero no he dejado de reflexionar sobre el asunto y,
finalmente me he lanzado ahora en el que será mi último y definitivo intento.
Épocas, paradigmas y
crisis.
Que estamos ante un
cambio de época es indudable. Se puso claramente de manifiesto hace ya años, cuando los jóvenes y los niños empezaron a tener una visión de la vida y
el mundo radicalmente diferente a la que tuvieron con la misma edad sus padres
y abuelos. De ese cambio de época quiere tratar esta serie.
El tema es muy complejo, de modo que para un escritor como yo, es decir, un hombre de la
calle, uno más, solo tiene sentido tratarlo si consigue hacerlo de un modo
sencillo. Quedándose en lo esencial, empleando palabras y conceptos, emitiendo
juicios, proponiendo ideas, que sus lectores puedan entender claramente.
Para conseguir
estos objetivos utilizaré un entramado conceptual fácil de
entender, basado en tres palabras clave: época,
paradigma y crisis.
Entiendo por época un periodo de tiempo largo, entre
medio siglo y siglo y medio, a lo largo del cual transcurre el devenir de
grandes colectivos humanos, guiado por un conjunto de paradigmas.
Un paradigma es un modelo a seguir, una
creencia, un patrón de comportamiento más o menos explícito por el que los grupos
humanos de una determinada época se rigen.
Las épocas se van
sucediendo en el tiempo histórico, separadas unas de otras por crisis cuyas consecuencias son
irreversibles. Estas crisis de época se resuelven cuando paradigmas nuevos
desplazan a los viejos, entrándose así en una época nueva.
Se
entenderán mejor estos conceptos aplicándolos a
la historia reciente de la
humanidad. Así, a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, la historia del
mundo occidental podría considerarse
como organizada en tres grandes épocas:
1).-
Época de la Razón (el Siglo de las
Luces).
Desde la mitad del s
XVII hasta los comienzos del s XIX.
William Blake (1797) Europe a prophecy, Plate 01 Fitzwilliam Museum. |
El paradigma imperante
es el de la Razón Humana como capaz de llegar a alcanzar por sí sola
la Verdad y de conducir a la
humanidad por el camino de un Progreso irreversible
e inacabable, en un planeta Tierra cuyos Recursos
son inagotables.
Esta Razón Humana que
se constituye en el centro del paradigma no es ya la Razón Teológica, pero
tampoco es solamente la Razón Filosófica. Junto a ella están, en el mismo
centro del paradigma, la Razón Científica, la Tecnológica y la Política, cada
una de las cuales opera independientemente de las demás.
En cuanto a la Razón
Teológica, acabadas las guerras de religión que han asolado Europa y
consolidada así la Reforma Protestante, el siglo XVII se inicia con una notable
pérdida de influencia del Catolicismo Romano. Los filósofos abandonan la
escolástica. Espinoza y Descartes atestiguan la irrupción de ese nuevo
paradigma, el de la Razón Humana, resumido magistralmente por Descartes en su
famosa sentencia, cogito ergo sum, pienso
luego existo. Una Razón no necesitada de la Revelación de un Dios, en el que sin
embargo todavía se cree y al que todavía se respeta, pero al que se ha
situado muy lejos del entorno del hombre.
La Razón Filosófica
desplaza a la Razón Teológica. El filósofo inglés Locke (1632-1704) introduce
el empirismo, según el cual el objeto de
la filosofía ya no será la esencia de las cosas, sino el cómo llegar a
conocerlas, en definitiva, el cómo funcionan.
Pero no todo es empirismo en la filosofía de esta época. El alemán Leibniz
(1646-1716) es a la vez un gran metafísico y un genial matemático, inventor,
independientemente de Newton, del cálculo infinitesimal. Y el colmo de la Razón
Filosófica se alcanza con el insigne Kant (1724-1804), que es capaz de
construir un gran sistema filosófico, tan amplio como el de Aristóteles, capaz
de dar respuesta a todas las preguntas filosóficas que la Razón Humana puede
hacerse.
William Blake (1795).- Newton.- Tate Gallery |
Pero es la Razón
Científica la que constituye el fundamento más sólido de esta época. Newton
(1642-1727) es su gran luminaria, señalando a todos con su inmensa obra
matemática y física, incluso al gran Kant, el camino a seguir. Kant admira a
Newton y su “Crítica de la Razón Pura” está inspirada por el deseo de encontrar
una explicación a cómo puede un humano como Newton construir una interpretación
teóricopráctica del mundo tan inmensamente acertada.
Junto a la Razón
Científica, nacida de ella, empieza ya a destacar la Razón Tecnológica,
que desplazará al artesanado tradicional y dará todos sus frutos, con el
desarrollo de la Revolución Industrial, en la época siguiente.
En cuanto a la Razón
Política, alcanza en esta época su brillantez máxima. Es ella la que
destrona el Antiguo Régimen, expulsando de Francia la monarquía de derecho divino
y dando origen a una Revolución Francesa que trayendo consigo el reconocimiento
de los derechos humanos (los derechos del hombre en cuanto a hombre) está en la
base de las democracias actuales. Al lado de ella está, compartiendo los mismos
ideales, la revolución norteamericana. Las figuras intelectuales que ponen en
marcha estos grandes procesos son casi todas francesas y constituyen una
generación: Rousseau (1712-1778), Voltaire (1694-1778), Diderot (1713-1784),
Dalembert (1717-1783), el americano Franklin (1706-1790). Algunos de ellos,
además de políticos, son científicos destacados, como Dalembert y Franklin, o grandes literatos como
Voltaire. Luego viene la generación de los que llevan a la práctica estos
procesos revolucionarios y los estabilizan políticamente. Hombres como
Condorcet (1743-1794), Robespierre (1758-1794), Lafayette (1757-1834),
Washington (1732-1799), Jefferson (1743-1826). Todos, en Francia y en
Norteamérica, impregnados del mismo paradigma, el de la Razón Humana imperante
y la firme fe en el Progreso.
Ingres (1806).- Napoleón en su trono imperial. |
El siglo XVIII es el de
la consolidación y manifestación de este nuevo paradigma de la Razón Humana. A comienzos del siglo XIX el paradigma entra en crisis, una crisis de éxito. Por una
parte, las revoluciones norteamericana (1776) y francesa (1789) tienen que
consolidarse, para lo cual tienen que defenderse militarmente y, creyentes como
son en sus ideas, quieren además expansionarse. Así, la Revolución Americana,
que consigue finalmente su independencia de Inglaterra en 1781, entra pronto (1812)
en una guerra naval con ésta, además de expansionarse hacia el Sur (1819,
conquista de Florida) a costa del Imperio Español agonizante y hacia el Oeste
en sus guerras contra las naciones amerindias. Y la Revolución Francesa (1789,
toma de la Bastilla) genera en 1799 un gran líder militar, Napoleón (1769-1821),
que se siente llamado a convertir Europa en su imperio a la vez que expande el
paradigma de la Razón y el Progreso.
Simultáneamente empieza a desarrollarse
una Revolución Industrial que da entrada a su vez al modo de producción
capitalista. Watts (1736-1819) desarrolla en Inglaterra (1769) una máquina de
vapor perfeccionada que permite el nacimiento de las grandes factorías. Y
Fulton (1765-1815) desarrolla en USA (1806) el primer barco movido a vapor,
abriendo así el paso a una revolución en la navegación.
Durante toda esta Época
de la Razón hay un gran optimismo de los filósofos, que viéndose liberados de
los teólogos creen llegado el momento en que sistemas filosóficos completos
sustituyan a la vieja Teología como fundamento del poder y la civilización.
Kant (1724-1804) es la muestra insigne de esta aspiración, que al final de esta
época remata en Hegel (1770-1831), el último gran filósofo que se atreve a
desarrollar un sistema filosófico completo.
Ya entrando en el siglo
XIX y como consecuencia de la victoria de lord Nelson (1758-1805) en Trafalgar,
donde muere como un héroe, se consolida un imperio, el Británico, cuyo poderío
naval le lleva a un desarrollo extraordinario del comercio, y emerge otro, el
Napoleónico, que expande las nuevas ideas en el conjunto de una Europa a la que
también intenta conquistar por las armas, asolándola pero terminando derrotado
al final de una vida corta. Tiene lugar
la independencia de las naciones sudamericanas y con ella la disolución del
imperio español.
Todos estos procesos
van transcurriendo simultáneamente, entrechocando, tropezando inevitablemente
unos con otros en turbulencias y remolinos que evocan al gran río de Heráclito,
poniendo de manifiesto así sus contradicciones. Los avances extraordinarios de la
ciencia y la técnica, el desarrollo del capitalismo industrial, la extensión de
los modos políticos democráticos, la concepción del individuo humano como alguien
dotado de derechos inalienables, todo esto lleva a crisis que no son sino las
parteras de una época nueva.
2).-
Época de la Acción (los Imperios y las
Revoluciones).
Carlos Marx con 43 años (1861) |
El paradigma de esta
nueva Época de la Acción lo expresa muy bien la proposición 11 de Carlos Marx
(1818-1883) en su “Tesis sobre Feuerbach” (1845):
“Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero lo
que hay que hacer es transformarlo”.
Ocupa esta Época de la
Acción la mayor parte del siglo XIX,
asomándose al siglo XX. A lo largo de toda ella, dándose ya por asumido el
papel central de la Razón Humana, hay una obsesión por poner esta Razón en
marcha, por llevarla a la práctica. Y esta obsesión se pone de manifiesto en
dos frentes irreconciliables, el de los Imperios y el de las Revoluciones.
Detrás de este
escenario, la Ciencia europea sigue dando pasos gigantescos en todas sus ramas.
Ejemplos señeros son Gauss (1777-1855) y Maxwell(1831-1879) en Física; Liebig
(1803-1873) y Mendeleyev (1834-1907) en Química; Darwin (1809-11882), Virchow
(1821-1902), Mendel (1822-1884) y
Pasteur (1822-1895) en Biología, entre muchos otros. Pero a la vez esta potente
Ciencia es cada día más el fundamento de una Técnica nueva, que ya no tiene
nada que ver con el artesanado tradicional y que es fuente continua de nuevos
procesos y productos. De manera que entre ambas derrotan definitivamente a la
Filosofía como fundamento racional del mundo. Congruente con su búsqueda de la
Acción, el paradigma imperante destrona a la Razón Filosófica sustituyéndola
por la Razón Científica. Después de Hegel los filósofos no aspirarán ya a
desarrollar sistemas globales sino que intentarán profundizar en el individuo
humano y sus angustias e interrogantes.
Ejemplos destacados de estas nuevas tendencias filosóficas son Schopenhauer
(1788-1860) y Nietzche (1844-1900), que además escriben muy bien, tanto que con
ellos la Razón Filosófica adquiere un valor literario, es decir, artístico, que
mantendrá en lo sucesivo. Ninguno de los dos se mueve ya como tales filósofos en el mundo
académico, iniciando así una línea de escritores filósofos (Sartre, Camus) que
usan la novela como forma de expresión filosófica , línea que se prolongará
hasta nuestra época.
La Razón Técnica y la
Razón Económica sustentan el desarrollo de los Imperios. El Imperio Británico se
refuerza como tal gracias al desarrollo que en él tienen la navegación, la industria y el comercio,
además del poderío militar, imprescindible en todo imperio. Hambriento de materias primas para sus
manufacturas, se apodera de media África, convierte en colonia el subcontinente
indio y domina el comercio con China y Sudamérica. Este movimiento colonialista
es replicado por Francia y Bélgica, que se quedan con la otra mitad de Africa.
También por USA en el Pacífico y el Caribe. Curiosamente, un país asiático,
Japón, destinado también a ser colonizado por USA, rechaza con éxito el
colonialismo occidental porque saliendo decididamente del sistema feudal en que
vivía envía a sus samurai, una casta de aristócratas guerreros, a hacer tesis
doctorales en Alemania e Inglaterra. De este modo, en menos de 50 años Japón
aplica los paradigmas occidentales de la
Razón Científicotécnica y la Acción y se convierte en un imperio
tecnológicamente avanzado, que en 1905 vence estrepitosamente al Imperio Ruso
en una guerra por la posesión de Manchuria y Corea. El Imperio Alemán nace con
Bismarck en 1871 y rápidamente se desarrolla industrialmente como una primera
potencia mundial. Junto con el Imperio
Austrohúngaro constituyen los dos imperios centroeuropeos, sin salida al
océano y por ello con pocas posibilidades de expansión colonialista, lo que les
obliga a buscar la obligada expansión a través de la guerra con sus vecinos. Y
Rusia, con su ocupación de Polonia y la conquista de toda Siberia, se
constituye en un gran imperio euroasiático. Acción pues, acción a toda costa, de
modo que el entero planeta queda sometido al poder de unos cuantos imperios que
pronto colisionarán entre sí dando lugar al nacimiento de una nueva Época
sombría, la de la sinrazón, la de las guerras mundiales y terribles.
Los desarrollos
científicos, técnicos y comerciales que llevan a cabo los Imperios tienen otras
consecuencias. Ya en los comienzos del Imperio Británico, la necesidad de mano
de obra de la Revolución Industrial se satisface atrayendo a la población
campesina. Se intensifica así un proceso
de urbanización que crea grandes ciudades como Londres, donde los campesinos
que eran siervos se convierten en ciudadanos que son proletarios. Este
proletariado industrial, aun sintiéndose explotado, vive en muchas mejores condiciones que los
campesinos. El problema se reproduce en todos los Imperios occidentales,
fuertemente industrializados. Pero el paradigma de la Época, la Razón aplicada
a la Acción, no es conforme con las condiciones de explotación en que estos
proletarios urbanos viven. El novelista Carlos Dickens (1812-1870) es el gran
testigo de cargo que denuncia los abusos que el capitalismo industrial comete
contra las masas proletarias inglesas, explotadas y oprimidas en ciudades como
Londres. Esta situación demanda respuestas que la Razón Filosófica, demasiado
especulativa y alejada de la Acción, es incapaz de dar. Por eso algunos
pensadores que se enfrentan con el problema intentan apoyarse en la Razón
Cientificotécnica. Destaca entre todos Carlos Marx (1818-1883). Buscan crear una ciencia y una técnica de lo social que
sean una guía eficaz para las Acciones correctoras de las injusticias. Surgen así propuestas para grandes utopías que
reclaman una nueva organización económica y política del mundo, basada en principios supuestamente científicos,
que proclaman la necesidad de una revolución y son de hecho imposibles por
utópicas. A través de una serie de crisis económicas, sociales y políticas, van desarrollándose unos movimientos
revolucionarios que se creen con la capacidad de salvar al Mundo y se
agrupan en distintas ramas del gran árbol de la Internacional. La I (1864) deviene
en el Anarquismo, la II (1889) es el Socialismo, la III (1919) el Comunismo, la
IV(1938) el Trotskismo, estas dos últimas ya en el siglo XX y pertenecientes a la siguiente Época.
Esta Época de la Acción fundada en la Razón termina con
una doble crisis política. Por una parte, los Imperios chocan entre ellos, el
Mundo se queda pequeño para sus ambiciones, y la famosa frase de Von
Clausevitz, “la guerra es la continuación
de la política por otros medios” es plenamente aplicable a la situación,
desatándose una terrible I Guerra Mundial entre los Imperios Centrales (Alemán,
Austrohúngaro, Otomano) y los Periféricos (Británico, Francés, Ruso,
Norteamericano). Por otra parte, la ideología anarquista intenta destruir el
poder establecido mediante el terrorismo de estado, mientras que la ideología
comunista prepara en la clandestinidad la gran rebelión del proletariado, que debería
tener lugar en Alemania, el Imperio más industrializado y poderoso.
3).- Época de la Voluntad (las Guerras
Mundiales).
He dudado entre Voluntad y Sinrazón para darle
nombre a esta nueva época terrible, que ocupa casi la totalidad del siglo XX.
Finalmente he elegido el más prudente de Voluntad, pero referido al significado
que Schopenhauer le da al concepto de Voluntad, que es el de pulsión profunda,
instinto de vida que los humanos compartimos con toda la naturaleza, incluidas
las piedras y el polvo cósmico, deseo de
existir que surge de las profundidades del Ser. Esta Voluntad schopenhaueriana
es el opuesto heracliteo a la Razón, la otra cara de la moneda de la Historia. La Época de la Razón ha quedado muy lejos, la de
la Acción basada en la Razón también ha concluido. Se inicia una Época en la
que el paradigma imperante es la Voluntad de sobrevivir, de vencer, de
triunfar, una Voluntad que en definitiva
es de resistencia y a la vez de ataque.
Así lo expresan algunas frases de personajes significativos de esta Época, que
copio a continuación:
"La vida es cruel. Nacer, existir,
desaparecer, siempre la cuestión de la muerte. Que sea la enfermedad, a
consecuencia de un accidente o en la guerra no cambia nada. En cuanto a los que
sufren por la guerra, pueden encontrar un consuelo pensando que si se consiente
su sacrificio es para asegurar el porvenir del pueblo del que forman
parte."
(Hitler, agosto 1941)
“A lo único que hemos
de tenerle miedo es al miedo”
(F.D. Roosevelt, el presidente que gobernó el
imperio USA a lo largo de la II Guerra Mundial)
“El mundo es un sitio
peligroso para vivir. No por los malos, sino por los que se encogen de hombros
ante la maldad”
(Einstein)
“Cometí un gran error
en mi vida… cuando firmé la carta al Presidente Roosevelt recomendándole que se
fabricaran bombas atómicas; pero había una justificación, el riesgo de que los
alemanes se nos adelantaran”
(Einstein)
William Blake (1826).- The body of Abel found by Adam and Eva.- Tate Gallery |
Si en lo militar y lo político la anterior Época de la Acción (el siglo
XIX) vino definida por la famosa frase de Von Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, esta
Época de la Voluntad (el siglo XX) puede definirse por una dramática inversión
de estos términos, de modo que a lo largo de ella “la política se reduce una continuación de la guerra por otros medios”.
La guerra es lo importante, lo decisivo es vencer o morir. La política no es
sino un período de entreguerras. Por eso las Revoluciones y los Imperios que
fueron madurando en la Época de la Acción se enfrentan en esta nueva Época de
la Voluntad en guerras terribles, de las que dos de ellas son mundiales y en las que mueren hasta un total de casi cien
millones de personas.
Estas guerras mundiales traen consigo en cuanto a que lo necesitan, lo
inducen y lo sostienen, un extraordinario desarrollo de la Ciencia y la
Tecnología, que se constituyen a partir de ese momento en un algo indivisible a
lo que puede llamarse Tecnociencia. Aunque a nivel de muchos científicos
individuales todavía se quiere permanecer al servicio de la búsqueda de la
verdad de la Naturaleza, la Tecnociencia a la que sirven está mucho más
interesada en derivar aplicaciones tecnológicas de sus descubrimientos básicos
que en la pura búsqueda de la verdad.
Aun así se hacen descubrimientos de gigantesca trascendencia en todas
las ramas de la Ciencia. Pero en la mayor parte de los casos lo que finalmente
buscan los hombres en estos descubrimientos es más Poder que Sabiduría.
Si Marx supuso en la Época de la Acción un intento de reconvertir la
Razón Filosófica en Razón Política mediante una pretendida Razón Científica, en
esta época de la Voluntad Sigmund Freud (1856-1939) intenta convertir aquella
parte de la Razón Filosófica que se ocupa de lo humano en Razón Científica.
Desarrolla el Psicoanálisis con la pretensión de convertir la Psicología en una
ciencia experimental. No lo consigue, pero su actividad, que no llegando a ser
la de un científico sí es la de un gran pensador, marca profundamente a esta Época
de la Voluntad. Con un abordaje
reduccionista que como tal es científico, Freud compartimentaliza la esencia
del hombre en tres naturalezas, el Id o Subconsciente, el Ego o Consciente y el
Superego o Cultural, liberando así al Yo consciente, es decir, a la pura Razón
Humana, de lo instintivo y lo civilizado.
Los desarrollos científicos y técnicos que tienen lugar a lo largo de esta
época son tan numerosos que se necesitarían muchas páginas para describirlos. Me limitaré a señalar los más importantes. Einstein
(1879-1955) y Planck (1858-1947) abren a la ciencia física dos mundos nuevos,
el del Cosmos y el del Átomo, donde los avances básicos se desarrollan hasta un
punto tal que el conocimiento científico deja de ser intuible por la Razón Humana,
desplazada ahora por la pura Razón Matemática. Esto es, desde la perspectiva
humanista, una pérdida muy notable, que se reproduce en otros campos de la
Ciencia, como la Biología, aquí por el hecho de que la acumulación de
conocimientos básicos es tan grande que un cerebro humano carece de la
capacidad para asimilarlos en su totalidad, con lo que los científicos corren el riesgo de convertirse en especialistas carentes de una visión de conjunto.
Pero en esta Época de la Voluntad es más la Tecnociencia que la Ciencia
pura quien da pasos de gigante. Quizá con la excepción de Einstein, ya no hay supercientíficos como Newton que dinamiten de un golpe los paradigmas existentes, sino una multitud
de científicos muy brillantes que van erosionando esos paradigmas como las olas
del mar van destruyendo los acantilados costeros. Lo que sucede sobre todo es
que la Tecnociencia avanza a pasos formidables. Asi sucede con la computación,
abierta por mentes brillantes como las de Turing (1912-1954) y Von Neumann
(1903-1957); las comunicaciones electrónicas, con el descubrimiento del
transistor (1947) y las microtecnologías de los chips (1959); el transporte
aéreo, desarrollado sobre todo gracias a la necesidad de la aviación como el
arma más efectiva en la II Guerra Mundial. La llamada segunda revolución industrial,
basada en el petróleo como fuente de energía (en la primera lo fue el carbón)
tiene lugar en esta Época de la Voluntad. Así como la electrificación masiva
del mundo entero, cuya dependencia de la electricidad llega a ser tan absoluta como inadvertida por la gente corriente. En cuanto a la Medicina, la Nutrición y la Higiene, los
avances son también enormes, gracias, una vez más, a las demandas de las
guerras. Destaca entre todos ellos el descubrimiento en 1928 de la Penicilina
por Fleming (1881-1955). Y en lo estrictamente militar, son las armas nucleares
(bombas de fisión y fusión) y las tecnologías del espacio quienes definen esta Época,
terrible por cierto en este aspecto, pues la humanidad adquiere la capacidad de
destruirse por entero a sí misma; lo que acontece es absolutamente heracliteo:
el hecho de poder autodestruirse obliga a los humanos a extremar su prudencia,
lo que excluye la posibilidad de que sigan desarrollándose grandes guerras
entre Imperios.
Desde una perspectiva política, el resultado más importante de las guerras mundiales de esta Época de la Voluntad
es la desaparición de la mayoría de los imperios y el fracaso de las grandes
revoluciones.
En la I Guerra Mundial caen el Imperio Austrohúngaro y el Turco, en la II
los Imperios Alemán y Japonés. Tras la II Guerra Mundial y con el proceso de descolonización impulsado por
USA y la URSS, se extinguen el Británico y el Francés. Sobreviven solamente el
Imperio USA cimentado sobre el capitalismo y un Imperio Soviético en el que ha
triunfado la utopía comunista. Pero como acabo de indicar líneas arriba, estos
Imperios no pueden resolver sus problemas a cañonazos, las armas atómicas y los
misiles intercontinentales de que disponen son demasiado letales. Se desarrolla
entonces lo que llaman una Guerra Fría, basada en lo que también llaman
Equilibrio del Terror. Aunque sigue habiendo guerras locales e indirectas entre
los dos Imperios, como pudo ser la terrible guerra de Vietnam (1959-1975), lo
que tiene lugar fundamentalmente es una preparación costosísima para una guerra
que nunca podrá tener lugar. Este pulso, que lo es sobre todo económico,
termina perdiéndolo el Imperio Soviético, que arrastrado también por sus
contradicciones internas se desmorona definitivamente con la caída del Muro de Berlín
(1990).
En lo que se refiere a las utopías revolucionarias, fracasa la anarquista
por su extrema violencia y su práctica de los asesinatos de Estado, y se extingue
la comunista por implosión. En esta Época de la Voluntad se manifiestan también
dos terribles locuras genocidas, las del Nazismo y el Estalinismo, que alcanzan
unos niveles de crueldad institucional desconocidos hasta entonces.
Las consecuencias culturales de las dos Guerras Mundiales son
devastadoras para Europa, las del Equilibrio del Terror y la Guerra de Vietnam
lo son para USA. Hay una enorme decepción que persiste hasta nuestros días, la
sensación de que la Razón Humana con la que nuestros antepasados se liberaron
de los oscurantismos precedentes nos ha llevado, después de las dos Guerras
Mundiales, el Holocausto, las bombas atómicas, Vietnam y el
terrorismo/contraterrorismo fundamentalistas, a la barbarie más profunda. Se
entra así en lo que algunos han definido como una nueva Época a la que han llamado
Postmodernismo, como continuación del Modernismo del Siglo de las Luces, pero
que en realidad no es sino la crisis cultural que acompaña a un cambio de Época.
La Razón Filosófica, que como la Razón
Teológica están siempre dispuestas a la espera de poder salvar al Mundo,
desarrolla una filosofía Existencialista, en la que el centro de atención está
puesto en el ser humano, su trágica historia, su incierto destino, la necesidad
de dotarlo de herramientas que le permitan enfrentarse con la angustia que
forma el armazón de su vida. Heidegger (1889-1976)con el Dasein (estar-en-el-mundo), Ortega y Gasset (1883-1955) con la Razón Vital, Sartre (1905-1980) con el Ser y la Nada y Camus (1913-1960) con el mito de Sísifo son
representantes destacados de esta corriente filosófica. En el mundo cultural se
instala un postmodernismo entendido como la decepción respecto a una
civilización en la que imperaría la Razón. Los pintores exploran las
abstracciones huyendo de una realidad escalofriante, los poetas cantan al ritmo
del rock unas letras que sus oyentes apenas entienden, moviéndose también hacia
el simbolismo más abstracto. El capitalismo, de industrial que fue en sus
principios y comercial que devino
después, se convierte ahora en un capitalismo financiero más abstracto que
nunca, globalizado, es decir, libre del poder regulador de los estados, que
recorre el mundo como un caballo tan loco como codicioso sembrando crisis cada
día más destructivas.
Nosotros estamos
viviendo en un cambio de época.
La
tesis de la que arranca esta serie es que en el mundo de nuestros días, éste de
los primeros veinte años del siglo XXI, estamos en una transición entre dos
épocas, la de la Voluntad y otra a la que todavía, por no haber terminado de
nacer, no podemos ponerle un nombre.
Mencionaba
yo al comienzo de esta entrada la señal más significativa que define nuestro
cambio de época, que es la distancia cultural insalvable entre las generaciones
que nacieron en la segunda mitad del siglo XX y las que lo han hecho en este
siglo XXI.
Pero hay otras señales tanto o
más patentes, de las que citaré algunas:
- La mayoría de los humanos vive hoy en megaciudades iluminadas artificialmente, separados de la naturaleza e ignorantes del firmamento. Lo que pase fuera de estas megaciudades ni lo entienden ni les importa.
- Estos megaciudadanos han perdido sus raíces. La megalópolis es demasiado grande y abierta para despertar el apego que se le tiene a una patria chica, los lazos familiares son difíciles de mantener, la indiferencia respecto a cualquier realidad trascendente, como la religiosa, es general. Pocos jóvenes aspiran a matrimonios estables, muchos menos a engendrar familias numerosas.
- La autosostenibilidad que los abuelos de muchos todavía tenían ha desaparecido completamente. La megalópolis deshumaniza. Muchos megaciudadanos sólo saben vivir en una megaciudad, donde la división del trabajo se ha llevado al extremo y donde por eso impera la despiadada abstracción del dinero.
¿Por qué todo esto, para qué?
¿Cuáles son las causas de que
hayamos llegado donde estamos, hacia dónde nos llevan las corrientes que nos
empujan?
Es importante para nosotros comprender
lo que está pasando y prepararnos para lo que pueda pasar. Entender así cómo
podemos gobernar el rumbo de cada una de nuestras vidas. Porque en esta
capacidad de autogobierno reside la verdadera libertad.
¿Pero de qué vidas estamos
hablando? No solo de la tuya y la mía, sino sobre todo las de los humanos que
van a poblar el mundo de aquí a que empiece el siglo XXII. Es decir, quizá
todavía de algunos de nosotros, pero sobre todo de nuestros hijos y todavía más
de nuestros nietos.
Puesto que vivimos en sociedades
muy compartimentalizadas y complejas, el
problema del cambio de época también es complejo y por ello difícil de
analizar. Para que tenga sentido práctico este análisis es necesario un enorme
esfuerzo de síntesis, una voluntad de renunciar al exceso de rigor para
conseguir la suficiente claridad, ésa que sea capaz de iluminar la acción. Es
crítico expresarse en un lenguaje diáfano, con voluntad de llegar al fondo de
los problemas, renunciando a detenerse en las complejidades, vueltas y
revueltas de sus superficies. Yendo pues a lo esencial. De modo que el lector
normal pueda interiorizar y hacer suyo lo verdaderamente importante que, ya lo
he dicho, para ser comprensible por el humano medio tiene que ser expresado con
sencillez.
Estas van a ser las metas de mi
esfuerzo, que no quiere ser arrogante, sino humildemente comprometido.
Cinco crisis que definen nuestro
cambio de época.
En esta
serie consideraré cinco crisis que definen este cambio de época, sin negar que
puedan postularse muchas más.
Una crisis
demográfica, compleja y multiforme, en la que sobresale un problema urgente
de superpoblación.
Una crisis geológica, que nos lleva de
cabeza hacia lo que ya se ha nombrado como Antropoceno, la nueva época
geológica que desplazará al Holoceno, en la que el destino de la entera
biosfera dependerá enteramente de la acción humana.
Una crisis
económica, caracterizada por la globalización de la producción y el
comercio de bienes y servicios, que libra a las transacciones de la mayoría de
sus controles tradicionales, debilitando enormemente el papel regulador y
redistributivo de los estados.
Una crisis
cultural, que está resultando en una instrumentalización de la sociedad global
y una codificación inhumana de los individuos que la integran como ciudadanos.
Una crisis
política, basada en la ausencia de alternativas a un neoliberalismo rampante,
expresión política de un tardocapitalismo tan arrogante como peligroso.
De ellas voy
a ir tratando en las próximas entradas.
Esta cinco crisis no son independientes, sino cinco manifestaciones como crisis de un
mismo proceso: la consolidación de la tecnociencia como impulsora dominante del
progreso económico, social y cultural. La cual consolidación tiene
múltiples aspectos, desde buenos hasta perversos, por lo que exige ser
examinada con atención y que los ciudadanos puedan formarse ideas claras acerca de si el camino que estamos siguiendo
es o no el mejor para todos.
Por todo eso
a la Época que viene siendo anunciada por estas crisis que ya estamos viviendo se
la podría llamar... pero no, solo estamos en sus comienzos y sería tan presuntuoso como arriesgado darle un nombre. Me limitaré a mencionarla como la Épocaqueviene, así, todo junto, para dar a entender que lo que le he puesto no ha sido más que un nombre de guerra, un alias.
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