Siguiendo el esquema general de la serie, esta es la primera entrada que dedicaré a la crisis demográfica.
Trataré hoy el tema de la superpoblación. Presentaré la catástrofe que afectó a un grupo de 150 personas, los náufragos de la balsa de la fragata francesa Meduse, en el año 1816 y en las costas del Sahara Occidental. Utilizaré esta tragedia como un modelo sencillo para poner de manifiesto los factores más importantes que concurren en una crisis de superpoblación.
Gericault (1819).- La balsa de la Meduse.- Museo del Louvre, Paris |
El cuadro de Gericault representa magistralmente la pintura romántica francesa, que nace con él. El Romanticismo como movimiento artístico y literario impera en la Europa del S. XIX, la de la Época de la Acción, que no pretende poner a la anterior Época de la Razón en entredicho, sino en movimiento. En Política y Filosofía este movimiento es el de las acciones imperialistas y revolucionarias. En Arte es el de representar la Emoción, pero apoyada en la Razón. Así, el cuadro de Gericault que vemos está cargado de dramatismo, pero en sus detalles es extremadamente realista y razonable. Antes de pintar el cuadro el pintor ha leído el informe de Savigny y Correard (ver Nota final), testigos y víctimas de aquella tragedia que conmocionó a Francia, de modo que conoce casi de primera mano lo que aconteció. Pinta todos los detalles de la balsa con extremo realismo, hasta se documentó visitando el instituto anatómico acerca de como cambia el color de los cadáveres con el tiempo: en el cuadro puede verse cómo los tres cadáveres del primer plano tienen ese color blanco que denota el cese de la circulación periférica. Los detalles de la balsa, la vela, el aparejo, las olas, el color del mar y el cielo vespertino, hasta el barco que va a salvarlos y al que algunos de los náufragos hacen señas, que solo es todavía un punto en el horizonte, justo bajo el codo del náufrago que agita la camisa blanca... todo está pintado con realismo extremo, con absoluto respeto a lo razonable, lo científico, pero poniendo de manifiesto lo trágico, hasta lo monstruoso, de la tragedia que pinta.
Pero empezaré ya con el relato de lo que pasó en la fragata Meduse y en su balsa .
En 1816 Napoleón acababa de ser derrotado definitivamente en Waterloo.
La monarquía se había restaurado en Francia y entre los arreglos de paz
figuraba el que los ingleses devolvieran a los franceses el territorio del
Senegal. Con este motivo se organizó una flotilla de cuatro naves que zarpando de Aix llevaría
a Saint Louis, el único pueblo europeo de la zona, situado en la desembocadura
del río Senegal, un gobernador francés con soldados, funcionarios y
comerciantes que dieran nueva vida a la colonia. El buque insignia de esta
flotilla era una fragata de 42 cañones, la Meduse,
de los que armaba solo 18 porque iba sobrecargada de pasajeros y pertrechos. La
mandaba el capitán Chaumareys y llevaba como pasajero principal al coronel Schmaltz,
nombrado gobernador francés de la colonia. Chaumareys era un viejo marino que
tras 25 años exiliado y sin navegar, había sido nombrado para esta misión por su lealtad
monárquica. Schmaltz era un hombre enérgico que tenía mucha prisa, quizá
demasiada, por llegar al Senegal para ejercer su mando.
La fragata Meduse dibujada, como solía hacerse entonces, flanqueada por dos naves con aparejo de bergantín o corbeta. El viento, al que ciñen, les llega del observador. |
La flotilla partió de Francia el 17 de junio de
1816. El 24, a la altura de las islas Madeira,
la impaciencia que Schmaltz tenía por culminar su viaje había obligado a
Chaumareys a dividir su flotilla en dos mitades, una formada por las dos naves
más rápidas, que eran la fragata Meduse y la corbeta Echo , y la otra por
las dos más lentas,el bergantín Argus y
la gabarra Loire. El 1 de julio ya
estaban las dos naves rápidas a la altura del Cabo Blanco, en el límite Norte
de lo que hoy es Mauritania. Aquello noche celebraron en la Meduse el cruce del trópico de Cáncer
con una gran fiesta en cubierta, que escandalizó a los marinos más
experimentados por la falta de concentración en la navegación que supuso. Chaumareys
se iba revelando como un hombre complaciente e inseguro de sí mismo, deseoso de
agradar a todos y demasiado plegado a las urgencias de un Schmaltz que ni era
marino ni podía comprender la responsabilidad que es autoridad del capitán que
manda una nave.
La fiesta de paso del Trópico en la Meduse |
Aquella misma noche
Chaumareys tomó una decisión tan crucial como fatídica. Espoleado por las
prisas de Schmaltz, decidió navegar a rumbo directo hacia el cabo Timiris en
vez de dar un rodeo hacia el Suroeste para esquivar una peligrosa y extensa
zona de bajos, la del llamado banco de Arguin. La obligación de dar este rodeo era
una exigencia explícita en las instrucciones naúticas que la flotilla había
recibido, por eso aquella noche la corbeta Echo, que sí las cumplió, se separó definitivamente de la Meduse y no pudo auxiliarla en la
tragedia que siguió.
Al día siguiente 2
de julio de 1816 por la tarde, la Meduse
varó en un banco de arena. Quiso la mala suerte que esto sucediera con la marea
en pleamar de luna llena, lo que dificultaría muchísimo su puesta a flote posterior. Para conseguirla
se tomó la decisión de liberar a la fragata de parte de su carga. Se
desmontaron varios de sus mástiles y con ellos y otras tablas se construyó una
balsa sobre la que, una vez puesta a flote junto a la Meduse, se fueron disponiendo mercancías sacadas de la bodega,
principalmente barriles de harina, sacos de galleta y barricas de agua y vino.
Sucede que en
esas aguas costeras del Sahara abiertas al Atlántico suele predominar una mar
de fondo del Oeste, de manera que cuando la nave aligerada de su carga llegaba
a flotar ligeramente, las grandes olas la empujaban hacia el Este, clavándola
más en el banco de arena. La nave “taloneaba”, decían aquellos hombres en la
jerga marinera francesa, pero al hacerlo se iba encajando más y más en su
perdición.
Así prosiguieron los
esfuerzos durante un par de días, hasta que el 5 de julio de 1816 una de
aquellas olas, que antes o después siempre llega una desmesuradamente grande,
levantó a la Meduse más de la cuenta
y al dejarla caer la desventró. La bodega empezó a llenarse de agua, la nave
estaba definitiva, irreversiblemente perdida.
Imagino la mezcla
de impaciencia y disgusto que estaría sintiendo el coronel gobernador Schmaltz,
así como la inquietud que iría calando más y más, transformándose en miedo, a
los pasajeros y soldados allí embarcados, muy pocos de entre ellos
familiarizados con los azares del mar. En cuanto al capitán Chaumareys, ya
había puesto suficientemente de manifiesto su falta de liderazgo y posiblemente
se estaría sintiendo ahora más y más inseguro en cuanto a la decisión a tomar.
El caso es que cuando se abrió el vientre de la Meduse el pánico se extendió entre
muchos como pólvora ardiendo. La presión por abandonar una nave que ya muchos
veían hundida se hizo tan intensa que Chaumareys fue incapaz de oponerse a
ella. Se botaron enseguida las cinco embarcaciones menores de que la Meduse estaba dotada, un batel, dos
botes, una ligera falúa y una chalupa en tan mal estado que no tenía ni remos y todo se dispuso, precipitadamente, para el abandono
de la nave. Una decisión absurda, habida cuenta de que donde estaría más segura
aquella ingente cantidad de pasajeros sería en la misma nao, que aunque rota
estaba sólidamente encallada en el banco de
arena y no podría hundirse en unas profundidades inexistentes.
El coronel gobernador
ocupó el batel, el capitán Chaumereys uno de los botes, sus oficiales el otro, la falúa y la chalupa. La mayoría de los marineros y pasajeros, algunos soldados así como casi todas las
mujeres y niños, se acomodaron entre las cinco embarcaciones. Pero quedaron cerca de
doscientas personas, casi todos soldados destinados a guarnecer el Senegal,
para quienes la única posibilidad de abandonar la nave estaba en la balsa. De
éstas, a casi veinte el miedo los tenía absolutamente inmovilizados y jamás
abandonarían la Meduse. Los restantes
ciento cincuenta empezaron a transbordarse a la balsa. Pero ésta se hallaba
repleta de mercancías, que en aquellos momentos de naufragio adquirían la
categoría de víveres. Con la precipitación, la mayoría de ellos fueron
arrojados al mar, porque en la balsa apenas había sitio para todos los que
tenían que ocuparla. Fijemos las dimensiones: ciento cincuenta humanos ocupando
una balsa de veinte metros de largo por siete de ancho, es decir ciento
cuarenta metros cuadrados de superficie. A menos de un metro cuadrado por
persona, en una situación, por tanto, de total hacinamiento.
La balsa de la Meduse. Masteleros y vergas cruzados le dan consistencia, y en verdad que estaba bien construida. |
De las 448 personas que navegaban a bordo de la fragata, 281 embarcan en los botes y 17 permanecen a bordo porque están borrachos o tienen un miedo invencible a abandonar el barco. En aquellos momentos todo es confusión y desorden. En total se
embarcan en la balsa 150 personas, con solo 5 barricas de vino y 2 de agua. De ellas 120 son soldados con sus oficiales y suboficiales, mandados todos por el capitán Dupont. Hay además 29 hombres entre marinos y pasajeros y la mujer ya mencionada. En
el último momento les tiran desde la borda de la fragata un saco de galleta,
que cae al agua pero aún mojado es recogido por los náufragos. Desde el inicio de su navegación las circunstancias en la balsa se hacen dramáticas. Dado el
hacinamiento de los humanos sobre ella, el peso de la balsa ha aumentado mucho,
con lo que la tablazón que forma su estructura se hunde algo en la mar
(Arquímedes predixit). El agua les llega
a los tripulantes de la balsa por encima de la rodilla, de manera que visto desde fuera el conjunto que forman,
tal parece como si la balsa en sí no existiera y los humanos que la pueblan caminaran
milagrosamente sobre las aguas. Puede
comprenderse la situación de angustia de esta gente de tierra adentro, pero
desde los botes los tranquilizan. El batel del gobernador Schmaltz se les
acerca y los toma a remolque, enseguida lo imitan las otras cuatro embarcaciones.
El conjunto de las cinco embarcaciones más la balsa pone rumbo al
Este, bogando lentamente hacia una tierra firme que podrá estar a unas treinta
o cuarenta millas, es decir, algo más de un día de viaje. Los de la balsa
están eufóricos, gritan “Vive le Roi!”
con entusiasmo y alzan un pequeño mástil en el que enarbolan un paño como
bandera. Se sienten alguien, cuentan, serán salvados.
Pero pronto todos reparan en que las embarcaciones de la fragata apenas consiguen
avanzar tirando de una carga tan pesada como la balsa. Es la chalupa del
gobernador quien primero corta el remolque, secundada inmediatamente por las
otras cuatro embarcaciones. Todos bogan hacia el Sureste y desaparecen pronto tras el horizonte. De este modo, los náufragos se ven abandonados a su
suerte, y el entusiasmo que hacía muy
poco sentían se torna ahora en la depresión más profunda.
Cuando anochece reina en la balsa una inmensa consternación, mientras que cenan
la poca galleta que pudieron recoger mojada en vino.
Ya entrada la noche arrecia mucho el viento y se forma una mar considerable. La
situación se torna terrible para unos humanos literalmente hacinados y no
acostumbrados al océano. Todos intentan alejarse de las olas, empujando hacia el
centro de la balsa, aplastándose unos contra otros. Tanto así que cuando
amanece doce de entre ellos aparecen muertos, aprisionados entre los muchos
huecos que dejan las tablas. Ocho más han desaparecido, caídos al mar. De
manera que el total de víctimas en este primer día en la balsa es de 20.
Sobreviven todavía 130.
El 7 de julio es
domingo. Los náufragos, que en su mayoría son como ya he dicho soldados, pasan
el día primero abatidos, luego enfurecidos por el abandono. A lo largo de la mañana dos jóvenes y un panadero se suicidan tirándose al mar. Pero los demás mantienen mal que bien su esperanza, unos y otros gritan continuamente creyendo divisar tierra o embarcaciones que vienen a salvarlos. Cuando atardece empieza a haber
entre los soldados barruntos de rebelión contra sus oficiales, el capitán Dupont y tres
tenientes, que los acompañan en su terrible destino. Al caer la noche, ésta
resulta ser todavía más tempestuosa que la anterior, al menos así les parece a
los náufragos, que huyendo del mar vuelven a apelotonarse en el centro de la balsa, caen
unos sobre otros y aplastan a los más débiles. Algunos soldados parecen
enloquecer, beben vino hasta que están ebrios y entonces deciden romper los amarres
y ligazones de la balsa para destruirla.Es un gigante asiático procedente de un regimiento colonial quien toma un hacha y empieza a cortar las amarras. Los oficiales, cuyas órdenes no obedece, tienen que matarlo a sablazos.
Son los soldados de origen francés quienes se rebelan, mientras que los soldados extranjeros, en general, permanecen al margen. Aquéllos inician una lucha feroz contra sus oficiales y suboficiales, aliados estos con los pasajeros y los marinos. El capitán Dupont es herido en la cabeza y arrojado al mar, pero sus compañeros logran recuperarlo. Los soldados rebeldes, apenas armados, sufren muchas bajas. A media noche se rinden y piden un perdón que se les concede. Pero una hora después vuelven a la carga enloquecidos, los que no tienen un cuchillo o un hacha que empuñar usan sus dientes y muerden con furia a sus mandos y pasajeros. Finalmente son contenidos o por mejor decirlo eliminados, porque más de 60 soldados han muerto o se han ahogado voluntariamente. Deben representar la totalidad de los soldados de origen francés. No hay bajas entre oficiales y pasajeros.
Son los soldados de origen francés quienes se rebelan, mientras que los soldados extranjeros, en general, permanecen al margen. Aquéllos inician una lucha feroz contra sus oficiales y suboficiales, aliados estos con los pasajeros y los marinos. El capitán Dupont es herido en la cabeza y arrojado al mar, pero sus compañeros logran recuperarlo. Los soldados rebeldes, apenas armados, sufren muchas bajas. A media noche se rinden y piden un perdón que se les concede. Pero una hora después vuelven a la carga enloquecidos, los que no tienen un cuchillo o un hacha que empuñar usan sus dientes y muerden con furia a sus mandos y pasajeros. Finalmente son contenidos o por mejor decirlo eliminados, porque más de 60 soldados han muerto o se han ahogado voluntariamente. Deben representar la totalidad de los soldados de origen francés. No hay bajas entre oficiales y pasajeros.
Un grabado de la época recoge la lucha durante la noche de la primera rebelión |
En el año 1816 acaban de terminar, con la batalla de Waterloo, las terribles guerras napoleónicas, que ocuparon más de una década, desde 1803 hasta 1815. Los soldados embarcados en la balsa cuyo destino es la guarnición de Saint Louis, la capital del Senegal, son poco más de cien hombres, equivalentes a una compañía, con su capitán Dupont y tres oficiales. No todos estos soldados son franceses, además del asiático que inició la rebelión hay un grupo importante de españoles, italianos y sudaneses. Muchos de ellos deben ser veteranos de las terribles guerras napoleónicas y habrán participado en más de una batalla. Gente así suele haberle perdido el miedo a la muerte. Los enfrentamientos en batalla entre tropas de infantería se hacían en aquella época a la bayoneta, en el correr de unos soldados contra otros no había tiempo de recargar unos fusiles que eran de un solo tiro y toda la lucha final del asalto tenía que hacerse con armas blancas, a bayonetazos.
Ahora debo hacer
una necesaria disgresión. Conocí hace años a un hombre mucho más viejo que yo
que había participado en la guerra civil española formando parte del Tercio de
Extranjeros, llamado popularmente la
Legión, una fuerza de choque de infantería que sigue existiendo y combatía
entonces en el ejército de Franco: la Legión estaba especializada en el asalto final a las
trincheras del ejército republicano, que tenía que hacerse “a pecho
descubierto” y durante el cual se producían muchas bajas. “Conquistábamos casi
todas las posiciones que asaltábamos”, me dijo aquel hombre, “moríamos muchos, aquello era casi un suicidio”. Se quedó callado unos instantes, luego
puntualizó con una sonrisa misteriosa y lejana: “Claro que muchas de
aquellas batallas las ganábamos gracias al Fundador”, refiriéndose a una
marca de brandy muy popular en España, de las bodegas Domecq. Y me explicó que la
noche antes de que emprendieran un asalto, el camión que les traía las
municiones cargaba también siempre que podía unas cuantas cajas de brandy
Fundador, que se repartían entre la tropa. “Era la mejor forma de enfrentarse
con aquel riesgo de morir”, terminó diciendo.
Y esto que yo sabía
me ha hecho interpretar el comportamiento de los soldados náufragos de la balsa
de la Meduse, en aquella noche
tormentosa del 8 de julio de 1816, como resultado de la más radical
desesperación. Se saben abandonados por quienes representan a su patria o al
Estado, están seguros de que les espera la muerte, de modo que deciden, como en
las batallas que han vivido, salirle al encuentro, porque no la temen. Beberán
hasta emborracharse, como antes de entrar en su último combate. El enemigo no es solo el
mar, también sus oficiales y los pasajeros que representan allí a la Francia
que los ha abandonado, de modo que morirán destruyendo la balsa, matando a sus
enemigos, obligándolos a que se ahoguen con ellos en una muerte que no va a ser tan atroz como
la que les espera si no hacen nada.
En el curso de la
pelea nocturna, los rebeldes en su furia destructora han tirado al mar dos
barricas de vino y las dos de agua. Sólo queda ya una barrica de vino. Cuando
amanece el 8 de julio aparecen diez o doce cadáveres más sobre la balsa,
muertos de hambre y desesperanza. A lo largo de la mañana algunos
supervivientes empiezan a comer la carne de estos cadáveres, aunque la mayoría
no consigue hacerlo, porque les repugna. Intentan comer otras cosas, porque el hambre es grande. Algunos prueban a comer cuero o lona, sin éxito. Hay uno que prueba con los excrementos, pero asqueado desiste. Por la tarde les llueve encima un banco
de peces voladores, cogen unos 300, encienden un fuego con algo de pólvora que
les quedaba y los comen.
La madrugada siguiente, 9 de julio, se produce la rebelión de los soldados
de origen extranjero: españoles, italianos y sudaneses, que habían permanecido
neutrales en la rebelión de los franceses. Es contenida al producirse la muerte del jefe rebelde, un soldado español. Pero por la mañana solo quedan en la
balsa 30 supervivientes. En la última pelea han muerto cinco de los marinos que
permanecían fieles a los oficiales. Las piernas de
todos los supervivientes están malheridas por el contacto continuo con el agua salada, no más de
20 de ellos son capaces de mantenerse en pie. Apenas les queda ya pescado y
vino. Dos soldados, casi los últimos de entre ellos que todavía sobrevivían, intentan beber a escondidas vino de la barrica
y son arrojados al mar. Solo quedan ya 28 supervivientes, de ellos 13 heridos por las luchas y en muy mal estado. Pero solo resta vino para cuatro días y el salvamento, si es que llega, puede tardar más. Esos 13 malheridos pueden sobrevivir lo suficiente para consumir una parte importante del vino, pero es seguro que morirán pronto. De modo que deciden por mayoría arrojarlos al mar, rematados previamente por tres marineros y un soldado. De este modo los supervivientes alargan sus existencias de vino hasta los seis días. Pero ahora están más desesperados que nunca, asqueados de ellos mismos, avergonzados de haber podido sobrevivir. De modo que en un acto que tiene mucho de expiación arrojan todas las armas al mar, salvo un sable que retienen para poder cortar si es necesario cabos y maromas.
Entre el 10 y el 16 de julio ya no hay luchas,
no puede haberlas, pero los 15 que sobreviven lo hacen con el poco vino que queda
estrictamente racionado y alimentándose de cadáveres, una práctica a la que ya
se han acostumbrado. Los más sedientos beben su propia orina o agua del mar, lo que hace peores sus sufrimientos. El sol por su parte los devora.
El 17 julio avistan por fin al bergantín Argus, que los salva. El encuentro ha
sido casual, pues en Senegal, donde habían llegado ya los que tripulaban las
embarcaciones, dieron a los de la balsa por perdidos, y el Argus acudía ahora a los restos de la fragata para buscar allí cien mil francos de la caja del gobernador
que con las prisas por abandonar la nave se le habían quedado atrás.
Sólo restan en la balsa 14 supervivientes, a saber: el capitán
Dupont y sus tres oficiales, tres pasajeros, un sargento, un soldado y cinco
miembros de la tripulación de la fragata, de ellos el segundo cirujano y un
enfermero. De estos catorce a los pocos días, ya en Saint Louis, mueren cinco. De manera que de los 150 náufragos iniciales de la balsa solo sobreviven 9, el 6%.
Son el cirujano de la Meduse Henri Savigny y un pasajero, el ingeniero geógrafo Alexandre Correard, ambos supervivientes de la balsa, quienes dejan constancia en un documento conjunto, magistralmente escrito, de estos hechos (ver Nota final).
Son el cirujano de la Meduse Henri Savigny y un pasajero, el ingeniero geógrafo Alexandre Correard, ambos supervivientes de la balsa, quienes dejan constancia en un documento conjunto, magistralmente escrito, de estos hechos (ver Nota final).
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¿Qué puede concluirse de todo esto, en qué medida la consideración de un
naufragio tan terrible puede servirnos
para comprender mejor una crisis de
superpoblación?
a).- Una crisis de superpoblación es mucho
más que un aumento desordenado de la población.
Lo que solemos suponer es que una crisis de superpoblación es la
consecuencia directa de un aumento sostenido de la tasa de natalidad. Sin embargo, en realidad se trata de un
desequilibrio entre el tamaño de una población y los recursos de que dispone.
En el caso de la Meduse, la balsa
estaba superpoblada, pero no porque la población hubiera aumentado, sino porque
carecía prácticamente de recursos. Este punto es importante. Muchas veces
tendemos a creer que ante un problema de
superpoblación la solución es disminuir la natalidad, como si la población que
lo padece fuera su responsable única. Y no se piensa en que quizá aumentando
los recursos disponibles por la población afectada la crisis se resolvería
antes y mejor. Por eso es importante entender que una crisis de superpoblación
lo es en verdad de adecuación entre la población afectada y los recursos de que
dispone, es a la vez crisis de población y de recursos. Hay que analizar cuál
es el mejor camino para resolverla, el más eficaz, justo, rápido y duradero, si
vía disminución de la tasa de crecimiento de la población, vía aumento de sus
recursos o por las dos vías a la vez.
Este dilema tiene particular
relevancia cuando se analiza la gran crisis de superpoblación del siglo XXI:
somos ahora 7.000 millones de terrícolas, y aunque la tasa global de natalidad
está disminuyendo puede que lleguemos a 10.000 millones antes de que termine
este siglo. Esto significa un 30% más de humanos sobre la Tierra, lo que para
simplemente alimentarlos supondrá una presión tremenda sobre el potencial de suelo
cultivable y agua potable, que a su vez redundará inevitablemente en una
agresión importante a la Naturaleza todavía virgen, que ya no es mucha. Al
razonarlo así, aceptamos que este problema de superpoblación va a serlo
fundamentalmente de recursos. Asumimos en este planteamiento que la solución
del problema estará en producir más
alimentos para satisfacer a las nuevas bocas, que serán en su mayoría bocas
pobres asiáticas o africanas. Pero también asumimos que el resto del Mundo, en particular nuestro
mundo occidental, rico y desarrollado, se mantendrá en su confortable statu quo, como si a su alrededor no
estuviera pasando nada. Sin embargo, deberíamos también considerar que los
recursos del mundo están mal repartidos, que los ricos de la Tierra tenemos una
renta per cápita y un porcentaje de la riqueza total que jamás podrán alcanzar
los pobres. Que quizá los recursos alimenticios necesarios para las nuevas
bocas deberían detraerse en parte de los que nosotros los ricos disfrutamos,
por ejemplo haciendo nuestra dieta algo más vegetariana o menos derrochadora.
Deberíamos en definitiva, los ricos y los poderosos de la Tierra, convencernos
de que la crisis de superpoblación del siglo XXI no se resolverá actuando
únicamente los pobres en la generación de nuevos recursos para sus nuevas
bocas, sino transfiriéndoles también recursos de nosotros los ricos,
renunciando así nosotros a una parte de nuestra riqueza.
b).- Los recursos vitales que necesitan
los pobres de un Mundo superpoblado no son solamente pan y agua. Tienen muchas
más hambres.
Analicemos ahora también el ejemplo de la Meduse. Sus náufragos no tenían qué comer ni beber, es cierto, pero
también les faltaba la solidaridad y el calor de los que los habían abandonado,
y esta era para ellos quizá la fuente más importante de desesperanza, tanto que
llevó a los soldados de la balsa a buscar su autodestrucción en un momento en
que no estaban todavía agonizando de hambre y sed.
Y es que los recursos indispensables para cualquier población humana no son solamente agua, alimento y abrigo,
sino todos los necesarios para que los individuos que integran esa población
tengan una vida digna. ¿Qué entiendo por vida digna? Pues una vida que merece la pena ser vivida
porque es capaz de compensar los sufrimientos inevitables que el simple hecho
de vivir comporta. Una en la que los humanos puedan hacer reales muchas de las aspiraciones con las que han
nacido y crecido. Sin querer ser exhaustivo, mencionaré como tales
aspiraciones: salud física, fortaleza psíquica, libertad de elegir, trabajo no
alienante, amor y amistad. Es decir, la dignidad de la vida requiere mucho más
que las necesidades básicas de supervivencia, va mucho más allá del simple
comer-beber-dormir-fornicar. A una población pueden faltarle esos recursos de
orden más elevado pero indispensables para una vida digna. Cuando esta falta
tiene su origen en un exceso de población, también existe una crisis de
superpoblación.
Intentaré explicarme mejor con un
ejemplo. Cuando en 1981 viajé por Mali, éste era uno de los países del mundo
con una renta per capita más baja, y
sin embargo no he encontrado en toda mi vida gente más amable, más ruidosa y
ostentosamente feliz que los campesinos de las orillas del río Níger,
posiblemente porque en su marco cultural no necesitaban mucho más de lo que la
familia, el clima y el agua de ese río les daban. Bamako, la capital de Mali,
ya no era lo mismo, sino una de esas megalópolis del Tercer Mundo en las que la
gente se refugia y se amontona, huyendo no de la pobreza, sino de la miseria
derivada de guerras, sequías y hambrunas, una miseria que es desesperanza.
Desarraigados de sus culturas ancestrales, muchos humanos perdidos por las
calles de Bamako no vivían: se limitaban a sobrevivir, como los náufragos de la
Meduse, mejor alimentados que estos
pero muy lejos de una vida digna.
c).- Los responsables de muchas crisis de
superpoblación están a veces muy lejos de donde éstas se originan y padecen.
Son los que tienen poderes para tomar decisiones de largo alcance, y cuando
fallan es porque les falta la cualidad más importante de los lideres, la visión
y premonición de lo que no es inmediato.
En el caso de la balsa de la Meduse,
las causas desencadenantes de la tragedia vienen de lejos y se suceden en
serie:
... La marina francesa organiza un convoy en el que sus cuatro barcos no
son autónomos en cuanto a salvamento. Es el caso de la Meduse, que embarca un total de 448 personas pero no tiene
capacidad de botes salvavidas para rescatarlas a todas si la nave se hunde y no
hay cerca otro barco que la apoye, como fue el caso.
... El capitán Chaumereys, nefasto jefe del
convoy, lo divide en dos en Madeira y luego se separa de la corbeta Echo en Cabo Blanco, ahondando en el problema
anterior y debilitando así hasta extremos trágicos su capacidad de salvamento.
... El coronel gobernador Schmaltz no deja de merterle prisas al débil
Chaumereys, unas prisas que como luego se demuestra son malísimas compañías para la seguridad de
los que viajan en la Meduse.
Chaumereys se pliega fácilmente a las exigencias del gobernador. Sigue las opiniones náuticas de un
desconocido y no escucha a sus oficiales ni obedece a la letra las
instrucciones náuticas que ha recibido. No tiene experiencia ni liderazgo.
... El abandono del buque es un desastre, un "sálvese quien
pueda" indigno de una marina del prestigio de la francesa. No hay
justificación para abandonar la fragata y dejar enseguida la balsa a su suerte,
solo el miedo.
Este caso de la Meduse es por
tanto una lección de aplicaciones mucho más generales. Vivimos en un mundo en
el que, llevados por el reduccionismo dominante, solemos hacer responsables de
los fallos y las tragedias a los que solo son los responsables inmediatos o
directos. Nos olvidamos de los responsables indirectos, frecuentemente mucho
más determinantes de lo que termina sucediendo. Tenemos que acostumbrarnos a
vigilar y exigir estas responsabilidades lejanas y por ello difusas.
Y no solo eso. En lo que se refiere a asuntos tan globales y abstractos
como la marcha general del mundo, quizá deberíamos considerarnos todos
responsables de todo, es decir, desarrollar cada uno la conciencia de verdadero
ciudadano del planeta, preocupado por todos los habitantes de esta Tierra y comprometido,
cada uno en la medida de sus posibilidades reales, en la resolución de todos
los problemas, o lo que debería ser lo mismo, los problemas de todos. Hoy no
nos falta información para conocerlos.
Nota final:
La tragedia de los náufragos de la Meduse conmovió a Francia. El capitán Chaumereys fue sometido a un consejo de guerra y perdió su carrera y sus condecoraciones. A lo largo de todo el siglo XIX y parte del XX se han publicado muchas relaciones de lo que sucedió allí. Casi todas están basadas en el testimonio de dos testigos que estuvieron presentes en la balsa, Savigny y Correard. Yo también me he basado en este testimonio, aunqque he leido algunos otros, descargados de la magnífica base de datos abierta a todos que tiene la Biblioteca Nacional de Francia (gallica.bnf.fr). Cito a continuación los reportes que me han resultado más útiles, todos descargables como .pdf de la ftp de Gallica:
1817_Savigny y Correard_Naufragie de la Meduse
1828_Cousin d’Avallon_Naufragie de la Meduse
1841_Sin autor_1Naufragie de la Meduse
1871_Pontmartin, Armand de_Le Radeau de la
Meduse
Un camión atraviesa las arenas del Sahara hacia el Norte, cargado de emigrantes y esperanzas. Superpoblado, sí, pero de momento sin crisis. |
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