He recibido unos comentarios de
una vieja amiga acerca de si estamos o no ante un cambio climático y si éste,
de existir, está siendo o no inducido por la actividad humana. Copio a
continuación su carta, que nace como reacción a mi entrada en este blog, “Laudato si y el cuidado de
nuestra casa común” (10 julio 2015), donde refiero cómo la encíclica Laudato si del papa Francisco
representa una toma de postura de la Iglesia Católica frente a la realidad de
un cambio climático de origen antrópico, sus causas profundas y las soluciones
posibles.
La carta de mi amiga dice así:
<< Oír, leer, conversar y hasta escribir sobre
el cambio climático es algo que frecuentemente me pone nerviosa. No me incomoda
la ignorancia, llevo 35 años trabajando muy activamente para ayudar a reducir
la de mis alumnos - y la mía misma muchos más-
pero sí la arrogancia y la temeridad de las personas que en general se
atreven a sentenciar en lugar de opinar. Y quizá no debería decir se atreven
pues no corresponde al significado que el DRAE da para atreverse, determinarse a algún hecho o dicho arriesgado, ya que sentenciar –que no opinar- sobre lo que
no se conoce, ya sea el cambio climático o las actuaciones de las personas, es
algo que la gente hace cada vez más sin conciencia de riesgo y,
consecuentemente, sin pudor ni miedo a las consecuencias.
Por
ello y aún a sabiendas de que la entrada en este blog (que encuentro
interesantísimo) me puede hacer objeto de un cierto rechazo –quizá debería
decir de un rechazo cierto-, me atrevo a hacerla, no para hablar de cambio
climático sino para decir, de la forma más breve pero precisa posible, lo mucho
que echo en falta y lamento que no se haga nunca alusión a las causas no
antrópicas de este cambio, que puede que se avecine de la forma que Jaime
asimila en otro artículo al tren que viene en marcha sin que nadie pueda
pararlo o controlarlo.
Me
refiero a las evidencias –y registro- de la influencia que tienen en el clima
terrestre las variaciones de la actividad
solar, las variaciones astronómicas recogidas en los ciclos de Milankovitch o
el complejísimo dinamismo terrestre,
tanto externo como interno, considerado como la interacción de las fases del
sistema Tierra, a saber: geosfera, hidrosfera, atmósfera y biosfera. Creo que la acción específica en el cambio
térmico y climático terrestres de un habitante casi de última hora como es la
especie humana –aunque cierta- habría que considerarla y analizarla en su justa
dimensión; si es que eso, por su inherente complejidad, fuera posible.
En la medida en que un hecho de esta
naturaleza se aleje de un tratamiento científico será más difícil hacer una
previsión de medidas eficaces y será más susceptible de un tratamiento
mediático de opinión en el que todo vale. Encuentro peligroso, demagógico y
lamentable que, como consecuencia directa del desconocimiento -pues no quiero
pensar que sean otras las causas-, se permita que los medios envíen mensajes o
información sobre las consecuencias del cambio que se avecina sin que se haga
alusión a sus posibles causas ni a los cambios que ya se han producido en el tiempo -de los que hay registro
geológico, biológico y hasta histórico- y en el espacio extraterrestre,
pues existen evidencias de cambios de temperatura en Marte, donde no parece que
la acción antrópica, por ahora, pueda ser la responsable.
Así pues, si se aproxima el cambio
climático del que cada vez hay más datos científicos, aunque amalgamados con
una desproporcionada variedad de informes, opiniones, mociones -y emociones-
habrá que prepararse con el rigor necesario y las medidas y recursos
disponibles para afrontarlo con las máximas probabilidades de éxito en lugar de
lamentarse o buscar “culpables”.
Después
de lo dicho se podrá comprender que esa incomodidad a la que aludía al
principio se traduzca en un enorme
rechazo hacia la frase “lucha contra el cambio climático” tan manida y en
mi opinión tan desacertada pues, aunque se pueda y muchos lo hagan, no parece
que haya mucho raciocinio en luchar contra lo inevitable. Más inteligente y
acertado pienso que sería sustituirla por otra que implicara preparación para
tomar medidas ante un riesgo, que es la probabilidad cierta de que ocurra un
hecho que puede tener consecuencias negativas e indeseadas para las personas,
sus bienes y su entorno. Porque me
atrevo a asegurar que Darwin, sus seguidores y hasta sus detractores nos
aconsejarían que no esperáramos que nuestra generación lo resolviera por la vía
de la adaptación evolutiva. >>
Resumiendo mi entendimiento de
su contenido, creo que mi amiga:
a).- No está convencida de la
adscripción del cambio climático actual a una causa única de origen antrópico. La
Tierra ha sufrido en el pasado otros cambios climáticos con causas no
antrópicas: cambios en la actividad solar, ciclos de Milankovitch, cambios
geofísicos en un planeta Tierra que sigue evolucionando, etc. Ahora podría
estar sucediendo algo de lo mismo.
b).- No le gusta la utilización
interesada, fuera del ámbito científico (en los medios de comunicación, en
ámbitos políticos o económicos), de la hipótesis antrópica. Porque esta
utilización puede llevar a radicalismos demagógicos.
c).- Rechaza la expresión
“lucha contra el cambio climático”, ya que este cambio, de existir, puede estar
causado por factores imposibles de controlar por los humanos. Por eso cree que deberíamos
concentrarnos en la mitigación de sus efectos.
Voy a intentar aportar en
unos cuantos puntos mi visión del tema.
1).- No creo que lo que se esté
debatiendo con apasionamiento en la mayoría de los foros mundiales sean los
aspectos científicos del cambio climático. Sino que los no científicos, es
decir, la sociedad humana en su conjunto, empieza a asumir que hay que tomarse
muy en serio la inminencia de un cambio climático de origen antrópico, el cual
los científicos han sabido descubrir y definir, así como han tenido el valor de
denunciar. Esta sociedad humana intenta ponerse en la tarea que le corresponde:
resolver los problemas que un cambio climático ya anunciado y en marcha le plantea.
2).- Seguirá habiendo
científicos que discrepen de la existencia de un cambio climático de origen
antrópico, pero una abrumadora mayoría de los especialistas en el tema,
agrupadas sus opiniones y expresadas a través del Panel
Internacional del Cambio Climático, acepta que este cambio está probado y
se ha iniciado ya. Academias científicas del máximo prestigio, como la National
Academy of Sciences norteamericana y la Royal Society británica, aceptan la
inminencia de este cambio climático antrópico. Lo mismo sucede con la mayoría
de las instituciones y países que se han acercado seriamente al asunto. Estando además todos de acuerdo en su causa: la acumulación en la
atmósfera de gases de efecto invernadero (CO2, metano, etc) derivados principalmente
de la combustión de hidrocarburos fósiles usados como fuente de energía por la
sociedad humana.
3).- La amenaza climática es de
tanto alcance y complejidad que obliga a la entera sociedad humana a
movilizarse, procediendo a un análisis de sus planteamientos técnicos,
económicos, políticos, sociológicos, filosóficos y hasta religiosos. Desde el
año 2.000 los geólogos han empezado a llamar Antropoceno a la época geológica
que vivimos y que hasta entonces se llamó Holoceno. Y este cambio de nombre lo
es porque a partir del siglo XXI la humanidad jugará un papel protagonista en
la determinación del futuro geológico del planeta Tierra, así como de todos sus
ecosistemas biológicos.
4).- El cambio climático
antrópico nos da a los humanos una responsabilidad que nunca antes tuvimos. Nos
abre a un mundo nuevo, inevitable, cuyo futuro está en nuestras manos. Nos
obliga a un cambio de mentalidad. Nos exige redefinir el por qué, el para qué y
el cómo estemos en el mundo. Este es el objeto verdadero del debate actual, y
no la simple discusión científica. El problema está en el desentrañamiento de
las complejísimas transformaciones que serán necesarias para enfrentar el
cambio climático antrópico y sus consecuencias.
5).- Aunque los humanos podemos
abdicar de nuestra responsabilidad y dejar que los problemas se solucionen
solos, por así decirlo. La primera solución obvia es la guerra, tal y como las
dos mundiales del siglo XX. La gran guerra “salvadora” puede tener al menos dos
formas posibles: de todos contra todos, o de ricos contra pobres (es decir, de
fuertes contra débiles). También caben guerras tecnológicas con los gases de efecto invernadero como
enemigo a destruir, mediante bombardeo de la estratosfera con otros gases.
Cualquier guerra tiene terribles efectos colaterales y consecuencias
imprevisibles. Por eso nunca es aconsejable como solución.
6).- También podemos intentar
resolver el problema climático por una mezcla de soluciones tecnológicas con
compromisos políticos. En esta aproximación hay casi un consenso internacional:
la solución tecnológica sería sustituir los combustibles fósiles por energías
renovables, el compromiso político el de que cada país implementara las metas que
en un reparto justo de los esfuerzos le correspondiese. Conferencias sucesivas
organizadas por la ONU han ido acercándose a estos objetivos, aunque con
notables altibajos. En diciembre del 2015 se celebrará en París una conferencia
mundial decisiva (COP21), que pretende culminar en la firma de un acuerdo
internacional que defina los compromisos técnicos y políticos necesarios para
que el sobrecalentamiento atmosférico no sobrepase los 2ºC.
7).- Pero sin que haya cambios
profundos en los aspectos básicos que definen nuestra condición humana, será
difícil mantenerse firmes en los compromisos del COP21 hasta consolidar el
objetivo final. Es decir, no bastará con disponer de las tecnologías renovables
y de unos documentos firmados por diplomáticos para resolver los problemas del
cambio climático antrópico. Hará falta muchísimo más, en asuntos más
humanísticos que técnicos, más filosóficos que políticos y más religiosos que
socioeconómicos. Explicar mis puntos de vista respecto a todo esto requiere un
espacio y un tiempo que ya me faltan aquí, de modo que intentaré desarrollarlos
en mi siguiente entrada.