¡Como aprieta!
Mi paseo vespertino con Curro se nos hace duro muchos días. Volvemos a casa extenuados de un calor que cae sobre nosotros como una maldición del cielo. Sevilla está medio vacía, todo el que ha podido se ha ido a
pasar unos días a la playa.
En días tan calurosos uno espera la noche con ansiedad. El estímulo de una noche fresca después de un día demoledor. Pero lo que ha estado pasando este mes de Julio es
que muchas noches han seguido siendo insoportablemente calurosas. ¿Dónde
refugiarse para descansar? Solo detrás del aire acondicionado, tan artificial que el descanso reparador lo es solo a medias.
Uno sabe que no es lo mismo el clima que el tiempo
del día. Aun así, no puede evitar el mal pensamiento de que el cambio climático
que se nos echa encima aumentará en un país como España la frecuencia de días y
noches hipercalurosos durante el verano. Arderán más bosques, el tiempo de vida
de plantas, animales y hombres correrá más veloz y por eso se hará más corto,
las cabezas pensarán con menos agudeza y los corazones se enfadarán antes,
todos estaremos deseando que pase de una vez el verano. Esto es triste, querer
que el tiempo corra más deprisa es una forma de aceptar un adelanto de la muerte.
Tienes la sensación de que tu destino no está en tus manos. Te das
cuenta de que puedes perderte, de que lo peor puede pasar en cualquier momento.
Cuando
te ves obligado a aceptar que las cosas son así, te sientes cercado por un
desaliento fofo, aplastante, tan asfixiante como el calor. Ni la evocación forzada de los hielos antárticos, con toda su pureza, consigue consolarte.
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