(Foto tomada de okdiario) |
Pasado mañana, como cada año,
celebramos ese acontecimiento extraordinario, absolutamente singular para los
que creemos en él, del nacimiento de Jesús, el Dios hecho hombre, en Belén. Misterio
escandaloso y profundo que nos da una
pista sobre el comportamiento de Dios visto
desde una perspectiva humana.
Nuestro Dios cristiano es una
continuación histórica del Dios judío. Este último es ante todo un Dios
creador, que se interesa por su creación desde fuera de ella, a través de su
providencia y su justicia. El Dios cristiano, que nace hombre en Jesucristo, es
además de creador un Dios redentor, que se compromete íntimamente con su
creación, caminando en el tiempo desde dentro de ella y construyendo así la
historia de la salvación.
O dicho lo mismo de otra forma: Si
como nos ha ilustrado Simone Weil,
el Dios creador ha tenido la generosidad de abrir un hueco en su plenitud para dar
cabida a la existencia del Universo, es decir, si la Creación divina consiste
en un generoso retirarse, el Dios redentor y salvador se hace hombre en
Jesucristo para formar parte de ese mundo creado, corriendo sus riesgos, sufriendo
sus penas y participando en sus gozos.
De manera que así es el
comportamiento de Dios visto desde nuestra perspectiva humana y cristiana. Y en
base a este comportamiento yo me atrevo a inferir algo más sobre ese Dios
nuestro. Pero antes, para hacerme entender mejor, narraré una anécdota
personal. Se trata de mi primera crisis
de fe.
Yo era muy niño, quizá cinco años
o menos. Un niño muy bueno, que con esa lógica implacable de los niños deducía
que si me moría siendo tan bueno tendría que ir necesariamente al cielo.
Pensando en el asunto, ya me veía en el cielo, junto a esos angelitos
gordezuelos que pinta Murillo, cantando a Dios al ritmo marcado por sus arpas. Yo
me representaba la situación como en una película; el primer año de eternidad,
cantando sin parar a un Dios muy próximo y lleno yo por ello de felicidad; al
décimo año, un poco aburrido pero cantando todavía; a los cincuenta años, cansado
de cantar y empezando a pensar que aun me quedaba una eternidad por delante; y
a los cien años de estar en el cielo, desesperado, harto de cantar y lamentando
haber sido tan bueno y haberme ganado así aquel cielo que me estaba resultando
un suplicio. ¿En qué consistía mi crisis de fe? En que yo rechazaba con horror
ese premio supremo de ir al cielo.
Ahora que he recorrido la mayor
parte de mi vida sé que las cosas no podrán ser así. El Dios de los cristianos
no es un Dios extático y mayestático. Es un Dios en marcha y un Dios de amor.
Es un Dios
con proyectos, en definitiva un Dios con futuro, que va permanentemente en
busca de algo y en esa búsqueda suya hay sitio para que la comparta con Él todo
el Universo y más específicamente nosotros los humanos.
Por eso la vida eterna en la que
creemos los cristianos, esa vida para los que la hayan merecido después de la muerte, no va a ser un aburrimiento infinito. Junto a ese Dios cristiano tan
arriesgado, generoso y amoroso, esa vida eterna será, desde el principio, una
aventura espiritual sin límites, llena de sorpresas y gozos.
Esta es mi forma de ver desde diciembre
del 2015 el misterio implícito en el nacimiento de Jesús.
Feliz Navidad para todos.