COP21 es una reunión organizada por las Naciones Unidas, en
la que participan todos los países del mundo, con el objetivo de producir un
comunicado final que contenga compromisos para detener el cambio climático y mitigar
sus efectos. Se pretende que las decisiones se tomen por consenso de
los 195 países que participan en el encuentro, es decir, sin ningún voto en
contra.
A la pregunta clave de “¿a quién representan?”, la respuesta es que a los gobiernos de los distintos países miembros de la ONU, y que
estén allí diplomáticos junto con técnicos en el gran número de materias a
tratar. Gente, en principio, inevitablemente alejada del día a día de los
humanos, animales y plantas que ya han nacido y van a verse afectados por los
efectos del cambio climático, y más alejados todavía de las generaciones
futuras que van a soportarlo en su plenitud. En el problema que nos ocupa, este
sería a pesar de todo el lado de las víctimas.
Pero el lado verdaderamente crítico es el de los causantes, que son los principales
emisores de CO2 a la atmósfera. Cuando lo vemos desde este lado el problema se
simplifica muchísimo. En el año 2.014, el 69% de las emisiones de CO2 a la
atmósfera correspondió a solo seis responsables: China, USA, Unión Europea,
India, Rusia y Japón. Y el 78% al conjunto de los veinte paises del G20.
Seis pueden fácilmente sentarse alrededor de una mesa para
tratar de resolver este problema. Veinte pueden todavía intentarlo. Ciento noventa y cinco es muy difícil que lo hagan, salvo que
el acuerdo sea de mínimos o no se adopten compromisos en firme.
Esta es la verdadera cara del asunto. Y la pregunta clave
es: si el problema del cambio climático es tan urgente, que lo es, ¿por qué no
se han sentado ya esos seis responsables críticos alrededor de una mesa para tomar decisiones determinantes?
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