domingo, 24 de abril de 2016

¡Pobre España!

Somos tiempo, ésta es la única variable independiente de nuestro Universo. El espacio, sin tiempo, sería inconcebible, como lo serían la masa, la materia, la energía, los sentimientos, los pensamientos, las vivencias. Esta dependencia del tiempo se nos pone más claramente de manifiesto cuando cerramos los ojos y dejamos que sean las innumerables memorias que conviven en nuestro cerebro las que se apoderen de nuestra conciencia. Sentimos ese vértigo del transcurrir y el devenir que son señales inequívocas de que estamos vivos. Tantos recuerdos, tantísimas expectativas, un futuro todavía por hacer pero ya inseparable de nuestro pasado se extiende ante nosotros. Aquí estamos, eso somos. Esperando, viviendo, añorando.

Todos los fenómenos que somos capaces de percibir se desarrollan en el tiempo. Quizá por eso la inmensa mayoría de ellos tienen una cinética ondulatoria. Vienen y van, suben y bajan, crecen y encojen, exactamente igual que lo hacen las olas del mar, con el mismo aspecto caótico, imprevisible. Fuerza y debilidad, felicidad y desgracia, deseo y hartazgo, se desplazan inevitablemente unos a otros.

Y esto, que sucede en la naturaleza inanimada, en todos los seres vivos y en nosotros los humanos, también pasa en la historia. A períodos de plenitud siguen inevitablemente otros de decadencia, a la paz la guerra, a la abundancia la pobreza que puede llegar a ser miseria. Esta profunda verdad la reflejó Orwell en las primeras líneas de su “1984”. Sobre la gigantesca fachada del Ministerio de la Verdad están escritos en letras enormes los tres lemas del Socing, ese socialismo inglés que gobierna en Londres: “La guerra es la paz, la esclavitud es la libertad, la ignorancia es la fuerza”.  El genio de Orwell deslizó esta verdad incontrovertible bajo el aspecto de una contradicción, y ahí ha quedado para que nunca la olvidemos.

La historia particular de España, como cualquier otra, también tiene una cinética ondulatoria, abundante en contradicciones y miserias. Ahora parece que se va precipitando hacia tiempos de tribulación desde aquellas cimas de plenitud de los años 1970’s, ya tan lejanas, cuando el pintor Genovés creo su cuadro “El Abrazo” como símbolo de unos tiempos de unión entre todos los españoles, que recién salidos del franquismo compartíamos muchas esperanzas. ¿Pero era solamente esperanza lo que compartíamos? No. También había miedo, mucho miedo al futuro: los de derechas temían la llegada de los comunistas, los de izquierdas temían la vuelta de los militares, y todos temían el terror de ETA. Fue la mezcla de miedo y esperanza la que nos ayudó a entendernos y a alcanzar metas que habíamos creído inalcanzables. Con la generosa ayuda de la Europa del Mercado Común, naturalmente.

Pues lo mismo debería ser ahora. A la indignación, las tendencias centrífugas, la desazón, la desesperanza que ahora parecen llenarnos, deberíamos intentar con todas nuestras fuerzas añadirle el miedo.

Miedo a perder mucho de lo que habíamos venido ganando, pero sobre todo miedo a perder el futuro que estamos obligados a ganar para nuestros hijos y nuestros nietos.

Y con ese miedo, la esperanza que es confianza en que, si queremos, podremos superar nuestras dificultades.


El miedo y la esperanza cogidos de la mano. Es lo que necesitamos. 

Quizá en eso consista el valor.

Juan Genovés (1976).- EL ABRAZO.- Museo Reina Sofía, Madrid

No hay comentarios: