Somos
tiempo, ésta es la única variable independiente de nuestro Universo. El
espacio, sin tiempo, sería inconcebible, como lo serían la masa, la materia, la
energía, los sentimientos, los pensamientos, las vivencias. Esta dependencia
del tiempo se nos pone más claramente de manifiesto cuando cerramos los ojos y
dejamos que sean las innumerables memorias que conviven en nuestro cerebro las
que se apoderen de nuestra conciencia. Sentimos ese vértigo del transcurrir y el
devenir que son señales inequívocas de que estamos vivos. Tantos recuerdos,
tantísimas expectativas, un futuro todavía por hacer pero ya inseparable de nuestro
pasado se extiende ante nosotros. Aquí estamos, eso somos. Esperando, viviendo,
añorando.
Todos
los fenómenos que somos capaces de percibir se desarrollan en el tiempo. Quizá
por eso la inmensa mayoría de ellos tienen una cinética ondulatoria. Vienen y
van, suben y bajan, crecen y encojen, exactamente igual que lo hacen las olas
del mar, con el mismo aspecto caótico, imprevisible. Fuerza y debilidad,
felicidad y desgracia, deseo y hartazgo, se desplazan inevitablemente unos a
otros.
Y
esto, que sucede en la naturaleza inanimada, en todos los seres vivos y en
nosotros los humanos, también pasa en la historia. A períodos de plenitud
siguen inevitablemente otros de decadencia, a la paz la guerra, a la abundancia
la pobreza que puede llegar a ser miseria. Esta profunda verdad la reflejó
Orwell en las primeras líneas de su “1984”. Sobre la gigantesca fachada del
Ministerio de la Verdad están escritos en letras enormes los tres lemas del
Socing, ese socialismo inglés que gobierna en Londres: “La guerra es la paz, la
esclavitud es la libertad, la ignorancia es la fuerza”. El genio de Orwell deslizó esta verdad incontrovertible
bajo el aspecto de una contradicción, y ahí ha quedado para que nunca la
olvidemos.
La historia particular de España, como
cualquier otra, también tiene una cinética ondulatoria, abundante en
contradicciones y miserias. Ahora parece que
se va precipitando hacia tiempos de tribulación desde aquellas cimas de
plenitud de los años 1970’s, ya tan lejanas, cuando el pintor Genovés creo su
cuadro “El Abrazo” como símbolo de unos tiempos de unión entre todos los
españoles, que recién salidos del franquismo compartíamos muchas esperanzas.
¿Pero era solamente esperanza lo que compartíamos? No. También había miedo, mucho
miedo al futuro: los de derechas temían la llegada de los comunistas, los de
izquierdas temían la vuelta de los militares, y todos temían el terror de ETA. Fue
la mezcla de miedo y esperanza la que nos ayudó a entendernos y a alcanzar
metas que habíamos creído inalcanzables. Con la generosa ayuda de la Europa del
Mercado Común, naturalmente.
Pues
lo mismo debería ser ahora. A la indignación, las tendencias centrífugas, la
desazón, la desesperanza que ahora parecen llenarnos, deberíamos intentar con
todas nuestras fuerzas añadirle el miedo.
Miedo
a perder mucho de lo que habíamos venido ganando, pero sobre todo miedo a
perder el futuro que estamos obligados a ganar para nuestros hijos y nuestros
nietos.
Y
con ese miedo, la esperanza que es confianza en que, si queremos, podremos
superar nuestras dificultades.
El
miedo y la esperanza cogidos de la mano. Es lo que necesitamos.
Quizá en eso consista el valor.
Juan Genovés (1976).- EL ABRAZO.- Museo Reina Sofía, Madrid |
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