He tardado algunos días en
enterarme de los graves acontecimientos que están teniendo lugar en mi querido
Chiloé. Desde la distancia hago lo que puedo por compartir con mis amigos
chilotes sus incertidumbres y su dolor. Es Chiloé entero quien lo está pasando
mal: quizá sobre todo la gente del bordemar, los buzos, los mariscadores, los
recolectores de algas en las playas, a todos ellos les está faltando esa mar
que de pronto se ha puesto muy enferma. Pero también sufren los campesinos que
se han quedado sin combustible y que no pueden poner en el mercado sus
productos, y la gente ciudadana, que se ha visto brutalmente desabastecida, lo
que le dificulta el ejercicio de sus profesiones y oficios. Se rebela Chiloé,
sí, pero creo que lo hace con esperanza porque es la única manera que le han
dejado de expresar su cólera y su preocupación por el futuro. “¡Ya basta!”, ese
es el grito que yo oigo con el corazón y que entiendo están lanzando los
chilotes de toda condición.
Pero ¿por qué? ¿Es posible
desentrañar los motivos de su cólera?
Yo, desde esta España tan lejana,
he devorado toda lo que Internet ofrece sobre el asunto. He captado a través de
la prensa y radio locales las vibraciones de Chiloé respecto a sus problemas,
su indignación. Pero también me he dado cuenta de la muralla de silencio que desde
fuera de Chiloé la rodea. Ésta es por cierto la situación en que está medio
mundo, afligido por el olvido cuando no por las guerras. Donde la comunicación,
globalizada solamente en cuanto a las relaciones de poder, es injustamente
asimétrica, va solo desde los poderosos y desarrollados hacia los pobres y
olvidados, no al revés.
Lo que está sucediendo en Chiloé
es que se ha entablado una marea roja de enorme intensidad, que envenena al
marisco y a muchos peces, matando además a los animales (aves y lobos marinos)
que los comen y obligando a las autoridades a prohibir la recolección y
comercio de productos del mar. El bordemar de Chiloé, el conjunto de sus
costas, tanto las que dan a las tranquilas aguas del mar interior como las que
se abren al Pacífico, está gravemente enfermo. Este bordemar se encarna en el
mismísimo corazón de la cultura chilota, y de él viven, mariscando, recogiendo
algas o pescando, muchísimos habitantes de Chiloé, entre ellos casi la
totalidad de la gente más humilde.
Las mareas rojas, en lo que
tienen de fenómenos naturales, terminan pasando. Pero lo que ha sublevado ahora
a los chilotes es la sospecha de que en esta marea roja han incidido causas que
no son naturales, destacando dos: la eutrofización del mar interior como
consecuencia de un desarrollo incontrolado de la industria salmonera y el
vertido al océano, en aguas demasiado cercanas a las costas chilotas, de varios
miles de toneladas de salmones cultivados, ellos mismos muertos precisamente
como consecuencia de la marea roja y cuyos restos pueden haber contribuido a
agravar sus efectos. Se acusa de lo que está pasando a una gestión poco
cuidadosa de los recursos naturales, que amenaza a un bordemar que pertenece a
los chilotes y del que viven desde siempre muchísimos de ellos. A esto se une
la indignación por la falta de reacción de unas autoridades que ofrecen como
compensación a las personas perjudicadas unas ayudas absolutamente
insuficientes. De este modo se han desencadenado unas protestas en las que ha participado activamente una
parte significativa de la población de Chiloé, centradas en un bloqueo de las
comunicaciones, que ha aislado casi totalmente a la isla del continente.
¿Qué hay en el fondo de estas
protestas, cuáles son los mensajes subliminales que la gente de Chiloé está
lanzando? En mi opinión, se trata de un “¡BASTA YA!” con el que los chilotes
ponen de manifiesto su sensación de abandono y su falta de confianza en un
futuro que cada día ven menos en sus manos.
La industria salmonera llegó hace
ya bastantes años para quedarse, apropiándose de una fracción importante de un
bordemar que hasta entonces había sido patrimonio común de los chilotes. Trajo
esta industria riqueza a Chile y trabajo a Chiloé, de eso no cabe duda. Pero como en cualquier fenómeno que se inicia
con un “boom”, su desarrollo fue desordenado y carente de controles suficientes,
provocando eutroficaciones y degradación de los fondos marinos, todo lo cual
culminó hace diez años con la epidemia de un virus ISA que llegó a poner en
peligro de extinción la industria salmonera de Chiloé y creó una crisis económica
en la isla. Ahora esta situación podría estar repitiéndose.
En el fondo del malestar de los chilotes late la inquietud de no saberse comprendidos ni estimados en sus verdaderos valores por los poderes políticos y económicos de Chile. Ahí está el caso del puente que unirá la isla grande con el continente a través del canal de Chacao. Algunos pueden pensar que este puente, al convertir en terrestres las comunicaciones de Chiloé con el resto de Chile, será un importante factor de progreso. Pero otros muchos temen que no tenga como objetivo el desarrollo de Chiloé, sino la explotación más intensa de sus recursos naturales. Lo que de llevarse a cabo culminaría el proceso de convertir a la sociedad chilota de rural como todavía lo es en proletarizada, con sus destinos en manos de poderes muy lejanos que tienen una mentalidad exclusivamente extractiva. Los hay que llaman ya, con cierto sarcasmo, a ese proyecto de prolongación de la ruta 5 como autovía hasta Quellón a través del puente de Chacao, la “ruta del salmón”, y muchos piensan que los más de mil millones de dólares que costaría este proyecto estarían mejor invertidos en hospitales, rutas interiores, centros de enseñanza e investigación, así como el desarrollo de los recursos pesqueros, agrícolas, forestales, turísticos y de transporte, no solo del archipiélago de Chiloé, sino de todo ese profundo Sur de islas y canales innumerables que llega hasta Magallanes y que es una prologación cultural y humana del mundo chilote.
Lo que yo deseo es que esta
crisis termine obligando a todas las partes involucradas en ella a enfrentarse
con una verdad que debería ser evidente: el futuro de Chiloé pertenece, ante
todo, a sus habitantes, en un marco de solidaridad con el resto de la sociedad
chilena.
Quiero terminar esta entrada
evocando a esa multitud de gente humilde, silenciosa y olvidada, que vive de
los recursos naturales del bordemar de Chiloé. Lo haré con dos fotos que son
testimonio de dos vivencias personales.