¿Quién no ha tenido a
lo largo de su vida algún momento creativo? En muchos casos, por cierto, sin identificarlo
como tal. Sucede que de pronto se te enciende una luz en el cerebro que ilumina
parte de tu profunda oscuridad interior, ésa que te rodea desde que naciste
como la negrura del cielo rodea a las estrellas. En el centro de ese espacio
transitoriamente iluminado ves el hallazgo, la solución, la idea, a la que
habías venido persiguiendo sin encontrarla, muchas veces hasta sin saberlo.
Reconoces enseguida la verdad que esconde, te das cuenta de que por fin has
dado en el clavo. Así lo que empezó como un mérito de tu cerebro acaba
llegándote al corazón, calentándolo con uno de esos chispazos de felicidad que
iluminan a veces tu vida. Una felicidad que ha resultado de una búsqueda convertida
en encuentro. Y que es como un relámpago, un fuego de artificio encendido por
sorpresa en lo alto del cielo, en medio de la noche oscura.
No hay que ser un
científico o un artista para experimentar la creación. De hecho el mundo está
lleno de infinidad de momentos creativos experimentados por miles de millones
de seres humanos y otros tantos animales superiores. Todos los seres vivos
capaces de experimentar el dolor del sufrimiento pueden asimismo sentir la
felicidad de la creación. Son las dos caras de la misma moneda heraclitea.
De modo que la creación
está al alcance de cualquiera, no necesita una gran inteligencia o una especial
sensibilidad artística. Pero requiere algo que le es imprescindible: un poco de
generosidad.
Intentaré explicarme.
Recurriré para empezar a esa visión que Simone Weil, inspirándose a su vez en
los cabalistas judios medievales (entrada
en este blog el 21 enero 2013, “La
Creación y el problema del Mal en Simone Weil”), tiene del Dios Creador. Para la Weil el acto de
creación del Universo por un Dios que lo desborda absolutamente, no consiste en
un quehacer, sino en un retirarse. El Dios Creador deja, por así decirlo, un
hueco vacío de sí mismo para que el Universo entero, y en él nosotros, pueda
nacer y crecer en libertad. Y este retirarse es sobre todo un acto de generosidad
y por eso de amor.
Pues algo semejante
acontece en la vida de cada uno de nosotros. Para experimentar la creación
tenemos que abrir huecos en lo más íntimo de nosotros mismos donde lo creado
pueda nacer y aposentarse. Este abrir huecos solo puede ser un acto de
generosidad, de renuncia a uno mismo, y por tanto de amor.
El ejemplo más claro es
el de la mujer madre. En el sentido más biológico y concreto esta mujer que
quiere ser madre abre voluntariamente un hueco en el centro de ella misma para
crear la vida de su hijo. Le echa valor y está dispuesta a renunciar a muchas
cosas para conseguirlo.
Pero hay muchos otros
ejemplos más humildes y hasta aparentemente banales. Uno es el de saber hacer
regalos. Hay personas que tienen este don especial y suelen acertar regalándote
algo que te sorprende y te ilusiona. Pero para regalar con acierto, que es una
forma de crear, hay que pasarse mucho
tiempo pensando en el otro, vaciándose de uno mismo, recordando, reviviendo
todo aquello que ilusiona a la persona a la que se quiere regalar algo. Otra actitud creativa es la del que es capaz
de mirar el mundo con ojos asombrados, como algo que no le ha
venido dado, sino que él, de alguna manera desconocida y misteriosa, tiene que
recrear. Esto es lo que con tanta maestría hacen los niños. Hablando en
general, para crear hay que reconocer la existencia del misterio y sentir su
atracción, estando dispuesto a desprenderse de buena parte del peso de uno
mismo para salir en su búsqueda. Todo eso y mucho más.
Terminaré con dos
anécdotas de Isaac Newton, uno de los más grandes genios creadores que en el
mundo han sido. Nunca dejó de tener admiradores que le preguntaban cómo le
había sido posible hacer descubrimientos tan enormes. Una de sus respuestas
fue: “Yo he sido como un niño pequeño que jugaba en la playa. De vez en cuando
encontraba una piedrecita más fina o un caracol más bonito de lo habitual. Pero
el océano de la verdad permanecía inexplorado ante mí”. Y a otros que querían
comprender cuál había sido su método de trabajo para descubrir la gravitación
universal, les respondió en latín, “Nocte
dieque incubando”, que significa en español: “Pensando en ello día y noche”.
El acto de Creación por Dios del Hombre, fresco de Miguel Angel en la Capilla Sixtina. Crear es a la vez un dar y un retirarse. |
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