Cuando la vida es suficientemente
larga y uno tiene cierta capacidad de lucha, ganará y perderá muchas batallas,
vencerá y será vencido, triunfará y fracasará, muchas veces. No se trata de una
simple visión subjetiva del transcurrir de los acontecimientos, sino que en
verdad verá el cielo o morderá el polvo, sentirá la plenitud de la victoria o
el sabor amargo del fracaso, una y otro con frecuencia suficiente para ni
endiosarse ni creerse un miserable. De modo que cuando uno observa su propia
vida con una cierta perspectiva, se da cuenta de que lo que ha llegado a ser,
eso que contempla de sí mismo ante el espejo de su memoria, es consecuencia
tanto de sus plenitudes como de sus vacíos, de sus luces como de sus
oscuridades, de sus aciertos como de sus fallos. Y hasta comprende que muchas
veces enseña más y fortalece más la propia vida un fracaso que un éxito. Porque
a uno lo va tallando ese escultor que es el tiempo, como a un trozo de mármol o
madera, a cincelazos o hachazos, algunos de los cuales liberan de lastres, pero
otros duelen y dejan huecos que nunca volverán a llenarse.
Esto es así tanto más cuanto más
turbulenta ha sido tu vida. En mi caso, la vida que he vivido ha sido lo
suficientemente cambiante para que no pueda quejarme. He sido muchas cosas,
trabajado en muchos sitios, viajado a muchos destinos y jugado con muchos
sueños. Entre toda esta variedad, quiero recordar ahora mis tiempos de
científico, investigador sobre genética microbiana en una universidad USA.
Trabajé mucho pero además tuve mucha suerte, pues hasta pude publicar un paper en los Proceedings
of the National Academy of Sciences USA, lo que en aquellos tiempos era un
hito importante en una carrera científica. Descubrí una mutación en un gen que
afectaba a la fusión de los núcleos de dos células de levadura de sexos
opuestos cuando copulan, formándose como consecuencia de esta mutación un
heterocarionte en vez de un cigoto. Aquéllo, en aquellos días de los 1970´s en
que se estaba pasando de la genética microbiana a la biología molecular, tuvo
bastante eco en el mundillo científico interesado en el tema. Recuerdo todavía la tarde en que por fin
obtuve la prueba de la formación de heterocariontes con dos o más núcleos
haploides, en vez de cigotos con uno solo diploide. Suponía la culminación de
dos años de trabajo duro, con bastantes decepciones y bajo una inquietud
permanente. Pero lo inefable del momento estaba en ese encontrarse ante algo
que hasta entonces había permanecido oculto, la confirmación de una hipótesis
pero sobre todo el descubrimiento de un aspecto hasta entonces desconocido de
la naturaleza. Esa sensación de plenitud… nada relacionado con el tema se le
asemejó, ni antes durante la búsqueda ni después con el éxito.
Y es que toda vida humana está
dividida en etapas separadas por puertas. Cada éxito o cada fracaso es una de
esas puertas, que al abrirse y dejarte pasar te libera de lo pasado y te
enfrenta con lo que tiene que llegar, que es algo absolutamente nuevo para ti.
Pero en lo que yo quisiera poner el énfasis ahora es que tanto los éxitos como
los fracasos son puertas, que gracias a ellos nuestras vidas son viajes, que
los fracasos son para nosotros tan indispensables como los éxitos. Ejemplo de
lo que quiero decir nos lo dio Teresa de Jesús cuando escribió Las Moradas. Este libro es una
descripción y una guía del camino espiritual que siguió a lo largo de su vida la
gran mística que Teresa fue. En su libro compara ella este camino místico con
un gran castillo configurado como una serie de recintos, que son las moradas,
alcanzadas una tras otra cuando el alma va cruzando las puertas que las
separan, cada vez más cerca de la culminación, en el centro del castillo, de un
trabajoso recorrido espiritual.
Esta sucesión de moradas y de
puertas que las separan y a la vez las unen es la que le da a la vida de un
individuo humano su complejidad. Una vida es mucho más que un camino, es una
compleja sucesión de caminos, limitados por alambradas, ríos y barrancos que
impiden el paso, atravesados estos por puertas y puentes a los que hay que
llegar y cruzar. Todo tan complejo, tan improbable y azaroso… Pero ¿por qué complejo, qué quiero yo expresar
con eso de la complejidad? Parece un concepto sencillo, pero en realidad es
casi imposible de definir. Lo complejo es mucho más que lo compuesto. Lo
compuesto es el resultado de la agregación de partes diferentes, como un espejo
y su marco. En lo complejo estas partes diferentes interaccionan además entre
sí, influyéndose unas a otras, de modo que muchas veces su comportamiento es
incomprensible, o contraintuitivo.
La complejidad existe a todos los
niveles de organización, puede ser subatómica, molecular, celular, organísmica,
humana, cósmica. Puede ser estructural como en un cuerpo humano, causal como en
el juego del ajedrez, de control como en una discusión. Puede hacer que nuestro
futuro (en forma de expectativas) influya sobre nuestro pasado (la visión que
tenemos del mismo) y, mucho más intuitivamente, a la inversa.
A mí, como científico que lo fui
y de alguna manera lo sigo siendo, me han fascinado particularmente dos
complejidades biológicas, la del núcleo celular y la del tejido cerebral. De
momento apenas estamos empezando a entenderlas, aunque los científicos se
esfuerzan en intentar desentrañarlas. Y de hecho se está dando un
desplazamiento decisivo desde la Molecular
Biology a la Systems Biology, desde lo reduccionista a lo holista, construyendo
así un holismo compatible y coordinado con el reduccionismo más puro y duro.