1888.- Van Gogh.- El dormitorio de Arlés |
Tú te pareces en muchos aspectos
a tu dormitorio, esa habitación oscura que
es tu último refugio, tu madriguera. En ella, en lo que tiene de cotidiano,
descansas de tu angustia de vivir. Así puedes pasar los días y los meses y los años y hasta la
vida entera, dormido como Blancanieves lo estuvo, es decir, esperando.
Un día, sin que sepas de dónde
has sacado las fuerzas, intentas salirte
de tu vida para verte desde fuera. Es como si te despertaras en mitad de la
noche.
Abres los ojos y te tropiezas con
una oscuridad impenetrable, sin que llegues a tener miedo. Sientes la urgencia
de saltar de la cama, pero todavía faltan muchas horas para que amanezca. Puedes
elegir entre encender o no la lamparita de tu mesilla de noche. Decides no
encenderla, te levantas y recorres tu dormitorio como un ciego que almacena en
su memoria todas las distancias de aquel espacio tan familiar. Te gusta moverte
así entre tus tinieblas, apostando contra ti mismo si cuando extiendas la mano tentarás
la pared o la cómoda o la estantería que estabas esperando. Sueles acertar,
pero no siempre, porque no eres infalible. Cuando te equivocas y no topas con
lo que esperabas, te asustas y echas de menos la lamparita que no
encendiste.
O, por el contrario, antes de
levantarte extiendes la mano en plena oscuridad y la enciendes. La luz se hace
de golpe y te deslumbra, solo entonces te sientas en la cama y percibes
enseguida el desagradable frio del suelo bajo las plantas de tus pies. Ahora no
hay ninguna incógnita frente a tus ojos, quizá por eso no sabes qué hacer.
Caminas vacilante hasta el cuarto de baño y bebes un poco de agua fresca,
acercando tu boca directamente al grifo del lavabo. Te das cuenta de lo seca
que la tenías y, finalmente saciado, te sientes nadie, no eres nada.
Vuelves junto a tu cama, apagas
la lamparita todavía de pie, enseguida te dejas caer sobre el colchón,
imprimiéndole a la vez un ligero giro a tu cuerpo. No fallas el golpe, aunque
no siempre ha sido así. ¿Te acuerdas aquella noche en la que al hacer eso
caíste al suelo como un saco lleno de tierra y te dislocaste un hombro?
Tú estás ahora despierto en el
pavoroso silencio de la madrugada y sientes súbitamente la presencia de un
peligro indefinible. El miedo empieza a acercarse pero tienes el ánimo
suficiente para gritarle y alejarlo.
Te arropas con las sábanas hasta
el mismísimo cuello y, prodigios de la
imaginación, te sientes mucho más protegido. Has perdido definitivamente el
sueño. No puedes evitar un bando de pensamientos que cruzan silenciosos la
oscuridad sobre ti como misteriosas aves nocturnas.
Con una lucidez tan aguda que
casi te pincha, empiezas a experimentarte solitario frente al misterio que tú
mismo eres, frente a tu futuro, frente a tu pasado. Para distraerte intentas
recordar los asuntos que van a ocuparte cuando llegue el día. Pero no lo
consigues. Algo empieza a acercarse a ti desde lo más hondo de tu cerebro, sin
hacer caso de las sugerencias, que quisieran ser órdenes, con las que intentas
distraerlo.
Es a partir de este momento
cuando a veces, muy raramente, tanto que puede pasar toda una vida sin que
acontezca, llegas a enfrentar revelaciones interesantes, que incluso podrían
llegar a ser decisivas.
2 comentarios:
Muchas veces al ir leyendo sus posteos apreciado Olo, puedo sentirme identificada como si fuera yo la que escribo... Incluso a veces puedo adelantarme a las palabras siguientes... Gracias! A veces la belleza es esa identidad, ese reflejo interior que halla uno en otros... Qué no es fácil por cierto!
Cualquier arte, muy concretamente la literatura, intenta llegar al tipo de comunicación que describe usted tan certeramente. En mi opinión, lo que late en el fondo, más que un reflejo de unos en otros, es una luz misteriosa, que viene de muy lejos, quizá de las profundidades de nuestro DNA, quizá de Dios, y que nos ilumina a todos por igual aunque muy raramente podamos apreciarlo. Que también ilumina, para que podamos sentirlo en común, a ese complicado mundo que todos compartimos.
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