En la España de estos días la
economía marcha bastante bien, pero la política es un pandemónium. Aunque no es
solo España, Europa entera parece haberse vuelto políticamente loca.
Movimientos de extrema derecha brotan con fuerza en Holanda, Austria, Francia,
Reino Unido, mientras que la Socialdemocracia, representante tradicional de lo
que desde los tiempos de la Revolución Francesa ha venido llamándose Izquierda,
está prácticamente liquidada en Francia, se debate en una crisis profunda en Reino
Unido y Holanda y pierde elecciones en Alemania. La Socialdemocracia española
también lucha por su supervivencia, hoy está llevando a cabo unas votaciones
decisivas para su futuro. Y si bien en España no existe la extrema derecha, sí
ha aparecido y cobra fuerza un movimiento de izquierda comunista que intenta
por todos los medios liquidar los restos de aquél socialismo de Felipe González
que fue un pilar fundamental en el desarrollo del régimen democrático desde
1.976.
¿Qué está pasando, por qué y para
qué?
De la crisis que enfrentó al
Capitalismo con el Comunismo, dando origen a las dos guerras mundiales del
Siglo XX, nació la Socialdemocracia europea occidental, inspiradora de las
sociedades del bienestar que han hecho de los países de la Unión Europea una
meta de confort, libertad y estabilidad envidiada por el resto del Mundo.
Pero las cosas están cambiando,
con esa sorprendente rapidez de las grandes escalas, cuyos devenires suelen pasar
inadvertidos. Los capitales financieros se han globalizado, liberándose así
del control que venían ejerciendo sobre ellos los distintos Estados y vagan
ahora libremente por el mundo, invirtiéndose en muchos casos allí donde los
salarios son más bajos (China y resto de Asia). El transporte marítimo se ha
globalizado también, abaratando muchísimo sus costes gracias a los grandes
barcos portacontenedores, lo que ha permitido trasladar muchas fábricas al
Extremo Oriente, creando paro en Occidente. Por último, en los países más
avanzados la robotización de muchas actividades es un hecho que
va a más, disminuyendo la oferta de un trabajo que requiere además niveles
crecientes de formación.
Debido a la conjunción de todos
estos factores, la que llegó a ser en Europa Occidental, gracias a la
combinación de prosperidad y democracia, una generalizada clase media, se ha
ido empobreciendo y sobre todo ha visto ensombrecerse más y más sus
perspectivas de futuro, es decir, la seguridad de una vejez tranquila y las esperanzas de prosperidad para sus
hijos. De aquí surge la crisis de una Socialdemocracia política a la que le va
siendo más y más difícil estar a la altura de las expectativas puestas en ella por los
ciudadanos.
¿Hacia dónde nos lleva todo esto?
Para empezar, la idea de
Izquierda atraviesa una crisis muy profunda. Nació con la Revolución Francesa y
se fue consolidando a lo largo del siglo XIX. Hija del Siglo de las Luces, de
una Ilustración que no veía límites al Progreso, la Izquierda como movimiento representó
sobre todo la voluntad de alcanzar la Igualdad de todos a través de la lucha
política que emprendió en Europa la Socialdemocracia, como contrapuesta a la
lucha revolucionaria del Comunismo. Izquierda significaba cambio, progreso,
erradicación de las injusticias, igualdad de oportunidades, todo eso.
En oposición dialéctica a la Izquierda socialdemócrata estaba una Derecha también democrática que practicaba el Liberalismo. Esta pareja de contrarios bien avenidos funcionó con gran eficacia en la administración política del Capitalismo de consumo que había inventado Henry Ford. Terminada la II Guerra Mundial, los países de Europa Occidental se desarrollaron como sociedades de la abundancia con un alto nivel de bienestar. Se había alcanzado algo muy brillante y esperanzador, envidiado por todo el mundo, y se pensaba que aquel progreso en democracia no tenía por qué tener fin. Nació el Mercado Común, que se convirtió pronto en la Unión Europea, a la que se incorporó primero una España que surgía de las sombras del franquismo y luego toda la Europa Oriental, liberada del poder soviético cuando éste implosionó.
En oposición dialéctica a la Izquierda socialdemócrata estaba una Derecha también democrática que practicaba el Liberalismo. Esta pareja de contrarios bien avenidos funcionó con gran eficacia en la administración política del Capitalismo de consumo que había inventado Henry Ford. Terminada la II Guerra Mundial, los países de Europa Occidental se desarrollaron como sociedades de la abundancia con un alto nivel de bienestar. Se había alcanzado algo muy brillante y esperanzador, envidiado por todo el mundo, y se pensaba que aquel progreso en democracia no tenía por qué tener fin. Nació el Mercado Común, que se convirtió pronto en la Unión Europea, a la que se incorporó primero una España que surgía de las sombras del franquismo y luego toda la Europa Oriental, liberada del poder soviético cuando éste implosionó.
Pero la Globalización, las Revoluciones tecnológicas y el Cambio
Climático están modificando, si no pulverizando, todos los supuestos políticos
que se creían firmemente establecidos.
La Izquierda se consideró
siempre, puesto que buscaba la justicia, moralmente superior a la Derecha. Pero
a medida que el Mundo se globaliza la Izquierda europea se regionaliza, perdiendo
el internacionalismo utópico que la caracterizó. Ya que se ve obligada a
defender el bienestar de poblaciones que, pese a las inseguridades que se
abaten sobre ellas, siguen siendo muy ricas frente a las necesidades de unas
mayorías planetarias mucho más pobres. Peor todavía: impotente ante los grandes
cambios económicos y sociales, incapaz la Izquierda de ofrecer soluciones para
los jóvenes en paro y los mayores que pierden sus trabajos o ven en peligro sus
pensiones, no solo pierde su internacionalismo, sino que se atrinchera en la
defensa de los que ya tienen una posición estable: trabajadores sindicados con
empleo fijo, funcionarios, etc, dejando a grandes masas de ciudadanos en manos
de los populismos.
La Izquierda consiguió arrancar
pacíficamente progreso social de las manos del Capitalismo imperante porque
estaba teniendo lugar una creación continua de riqueza, que atesoraban las
sociedades mundialmente hegemónicas de Norteamérica y Europa Occidental. Pero
las cosas están cambiando. Europa sigue siendo muy rica pero ya no es
hegemónica, China emerge como un contrapoder imparable. Por otra parte, el
progreso económico basado en altos insumos de energía, tal y como ha venido
siendo concebido desde hace un par de siglos gracias al carbón y al petróleo,
está llegando a su fin. Un progreso más espartano, menos derrochador y contaminante,
parece ser la única respuesta a un cambio climático que ya empieza a enseñar
sus garras. Todo esto exige cambios muy profundos en las mentalidades de los
ciudadanos, que necesitan un largo tiempo de maduración. Ante un progreso económico
que se ralentiza, la Izquierda europea ya
no puede aspirar a la igualdad social hacia arriba, tiene que contentarse, en
su búsqueda de la justicia social, con una igualación hacia abajo. Este cambio
de tendencia tiene consecuencias sociales y políticas que pueden ser
devastadoras. La igualación niveladora allana, arrasa todo lo singular que
emerge. Aumenta la presión fiscal hacia los que teniendo algo no pueden
defenderlo, con lo que va eliminando las clases medias. No premia a los
mejores, los más esforzados y preparados. Lo que finalmente lleva a la igualdad
del pensionista, del retirado, del subsidiado. Acorralada por estas
circunstancias la Izquierda europea, inevitablemente, envejece.
No sé si con todo lo que llevo
escrito habré sido capaz de mostrar la profunda crisis existencial que padece
la Izquierda europea. Y que se manifiesta con una claridad deslumbrante en la
Izquierda española.
¿Qué puede hacerse? En cualquier
caso, está llegando el tiempo de los replanteamientos radicales, de los cambios
de paradigmas. Hacen falta ideas nuevas, no basta, de ninguna manera, con la
acción, hace falta una profunda reflexión.
Como una simple pincelada, terminaré mencionando dos temas que me parecen dignos de atención para una Izquierda que quiera seguir enfrentándose con la desigualdad.
Como una simple pincelada, terminaré mencionando dos temas que me parecen dignos de atención para una Izquierda que quiera seguir enfrentándose con la desigualdad.
(1).- Los inmigrantes.
A veces pienso que la fuerza transformadora de las sociedades europeas occidentales no está ya en la Izquierda de siempre, sino en la Inmigración. Pero esta transformación introduce grandes tensiones sociales y culturales. Se inicia, con las masas de inmigrantes que llegan hasta nuestras playas y empiezan una nueva vida en nuestras ciudades, una nueva proletarización, una nueva lucha de clases.
A veces pienso que la fuerza transformadora de las sociedades europeas occidentales no está ya en la Izquierda de siempre, sino en la Inmigración. Pero esta transformación introduce grandes tensiones sociales y culturales. Se inicia, con las masas de inmigrantes que llegan hasta nuestras playas y empiezan una nueva vida en nuestras ciudades, una nueva proletarización, una nueva lucha de clases.
Nuestras sociedades occidentales
tienen que enfrentar este problema. Tienen que integrar culturalmente a los
inmigrantes y convertirlos a la vez en puentes con sus sociedades de origen. No
les queda otro remedio, la alternativa es el inevitable envejecimiento
demográfico y con él la muerte cultural y social.
Y nuestra Izquierda tiene que
hacerse, si quiere sobrevivir, verdaderamente internacionalista y dotarse de
una visión global, moral y esperanzada de los problemas con los que se quiere
enfrentar.
En el caso particular de España,
nuestra sociedad y con ella nuestra Izquierda tendrían, además, que abrirse plenamente
al mundo latinoamericano, al que sin duda, además de al europeo, también
pertenecen.
(2).- Las mujeres.
La Izquierda tradicional ha asumido como suyo un feminismo convencional, entendido como lucha por la igualación de mujeres y hombres respecto a derechos sociales (libertad de decisión, oportunidades y derechos laborales, etc).
Pero queda un amplio campo de derechos y posibilidades que son específicamente femeninos y que no están adecuadamente protegidos y desarrollados. Me refiero a todo lo que se deriva de la condición femenina como radicalmente diferente de la masculina. Por ejemplo, todo lo relacionado con las posibilidades que una mujer tiene ( y un hombre no, o mucho más difícilmente) de ser madre y de constituirse en el centro de la vida afectiva de una familia. Muchas mujeres han pasado de ser una esclavas del hogar a serlo de un trabajo tan remunerado como alienante. Pero ¿cuántas mujeres jóvenes renuncian en nuestras sociedades avanzadas a su fertilidad por la dificultad económica de criar a unos hijos? Y a la vez, estas sociedades, incapaces de cubrir su tasa de reposición demográfica, envejecen irremisiblemente.
En función de todo ello, la Izquierda europea, y todavía con más urgencia la española, pues en España la crisis demográfica es más aguda que en los países europeos del Norte, tendría que añadir, a su feminismo militante, un feminismo nuevo que promocionara y protegiera a la mujer como amante, paridora y centro educativo y formativo de la familia, reivindicaciones todas éstas que hoy están en manos de fuerzas mucho más conservadoras.
(2).- Las mujeres.
La Izquierda tradicional ha asumido como suyo un feminismo convencional, entendido como lucha por la igualación de mujeres y hombres respecto a derechos sociales (libertad de decisión, oportunidades y derechos laborales, etc).
Pero queda un amplio campo de derechos y posibilidades que son específicamente femeninos y que no están adecuadamente protegidos y desarrollados. Me refiero a todo lo que se deriva de la condición femenina como radicalmente diferente de la masculina. Por ejemplo, todo lo relacionado con las posibilidades que una mujer tiene ( y un hombre no, o mucho más difícilmente) de ser madre y de constituirse en el centro de la vida afectiva de una familia. Muchas mujeres han pasado de ser una esclavas del hogar a serlo de un trabajo tan remunerado como alienante. Pero ¿cuántas mujeres jóvenes renuncian en nuestras sociedades avanzadas a su fertilidad por la dificultad económica de criar a unos hijos? Y a la vez, estas sociedades, incapaces de cubrir su tasa de reposición demográfica, envejecen irremisiblemente.
En función de todo ello, la Izquierda europea, y todavía con más urgencia la española, pues en España la crisis demográfica es más aguda que en los países europeos del Norte, tendría que añadir, a su feminismo militante, un feminismo nuevo que promocionara y protegiera a la mujer como amante, paridora y centro educativo y formativo de la familia, reivindicaciones todas éstas que hoy están en manos de fuerzas mucho más conservadoras.
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