“Ciudad sanitaria” es el segundo nombre del Hospital Universitario Virgen del Rocío, en Sevilla, Andalucía, España. Constituye, sin duda, una ciudad dentro de la ciudad, su conjunto urbano más importante. Como las viejas fortalezas medievales, el “Virgen del Rocío”, que también se le llama así, es un campus enorme donde se agrupan múltiples edificios, como se muestra en la figura de abajo. Coexisten en él cuatro hospitales, el general, el de traumatología, el de mujeres y el de niños, más una multitud de servicios. Pero el Virgen del Rocío es mucho más que este gigantesco castillo. Trabajan allí 1.400 médicos y 3.800 enfermeros, además de casi 3.000 empleados no sanitarios. Lo habitan además, o quizá sobre todo, los miles de enfermos que ocupan sus camas, los familiares que los acompañan y los amigos que los visitan.
Esta enorme ciudad sanitaria, cuya importancia suele pasarnos desapercibida porque a los humanos no nos gusta recordar la enfermedad y la mala suerte que nos acompañan en la vida, es una cumbre de nuestra civilización tecnológica. Siguiendo a Lewis Mumford y a mi serie en este blog sobre "El imperio de las máquinas", bien podríamos llamarla una megamáquina de la salud, o de la lucha contra la muerte. Impera en ella el principio organizativo que lo fundamenta y justifica todo en las megamáquinas, la división del trabajo. Confluyen en sus hospitales y laboratorios, conviven dentro de ellos, las grandes ideas que animan nuestra civilización. Por un lado la Ciencia (técnica, medicina, curación, capacidades de influir sobre lo material), por otro el Espíritu (fe, esperanza, amor). Por un lado la Muerte (como tal o en su forma mitigada de enfermedad), por otro la Vida (como curación o como salvación). Por un lado el Cuerpo, por otro el Alma o Psique. Los enfermos y sus familiares reflejan a la vez en sus comportamientos lo más básico, a veces lo más escondido, de las culturas imperantes.
Esta enorme ciudad sanitaria, cuya importancia suele pasarnos desapercibida porque a los humanos no nos gusta recordar la enfermedad y la mala suerte que nos acompañan en la vida, es una cumbre de nuestra civilización tecnológica. Siguiendo a Lewis Mumford y a mi serie en este blog sobre "El imperio de las máquinas", bien podríamos llamarla una megamáquina de la salud, o de la lucha contra la muerte. Impera en ella el principio organizativo que lo fundamenta y justifica todo en las megamáquinas, la división del trabajo. Confluyen en sus hospitales y laboratorios, conviven dentro de ellos, las grandes ideas que animan nuestra civilización. Por un lado la Ciencia (técnica, medicina, curación, capacidades de influir sobre lo material), por otro el Espíritu (fe, esperanza, amor). Por un lado la Muerte (como tal o en su forma mitigada de enfermedad), por otro la Vida (como curación o como salvación). Por un lado el Cuerpo, por otro el Alma o Psique. Los enfermos y sus familiares reflejan a la vez en sus comportamientos lo más básico, a veces lo más escondido, de las culturas imperantes.
Por todo ello, verdaderamente, este gran hospital es un sitio absolutamente extraordinario, un territorio grandioso, donde uno puede captar señales que en la vida normal, plácida, aburrida y sin problemas, pasan desapercibidas.
Yo he tenido la oportunidad, si se me permite expresarlo así, de vivir dentro de este hospital muy recientemente, durante un mes. No ha sido mi primer contacto con el mundo hospitalario, pero esta mi última estancia allí me ha hecho redescubrir muchas de esas cosas importantes que suelen olvidarse, así como encontrarme con otras que desconocía. Pretendo en esta serie dar cuenta de ellas, reflexionarlas, disecarlas como si las tuviera ante mí, abiertas en canal, encima de la mesa de operaciones de uno de los innumerables quirófanos del Virgen del Rocío.
Intentaré que este viaje literario que empiezo ahora merezca la pena a todos los que, leyendo estas líneas, vamos a hacerlo juntos. En ese empeño me pongo ahora.
Por lo demás, estoy convencido de que lo que yo presente aquí del Virgen del Rocío es extensible en sus términos más profundos a cualquier otro gran hospital del mundo.
Por lo demás, estoy convencido de que lo que yo presente aquí del Virgen del Rocío es extensible en sus términos más profundos a cualquier otro gran hospital del mundo.
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