Lo que nos diferencia primariamente a los humanos de los animales es que para nosotros la muerte es intolerable. Tanto lo es que, suprema contradicción, estamos dispuestos hasta a matar o morir por erradicarla.
Esa intolerabilidad de la muerte es la primera manifestación cultural humana, que se pone de manifiesto en los enterramientos de los Neanderthales y del Homo sapiens paleolítico. Estos primitivos empezaron a enterrar a sus muertos, lo que ningún animal había hecho hasta entonces. Todos los indicios sugieren que no los enterraban solamente para preservarlos de los carroñeros, sino porque los amaban y no podían tolerar su ausencia, causada por la muerte.
Lo intolerable para ellos era esa Muerte que administra el Tanatos de los griegos, la cual se lleva a los que amamos mediante la enfermedad. Las causas de ésta eran tan inevitables como misteriosas. Aunque mediadas o no por los espíritus, la enfermedad y la muerte estaban inscritas en nuestra naturaleza. Esta es la muerte que llamamos natural.
Lo intolerable para ellos era esa Muerte que administra el Tanatos de los griegos, la cual se lleva a los que amamos mediante la enfermedad. Las causas de ésta eran tan inevitables como misteriosas. Aunque mediadas o no por los espíritus, la enfermedad y la muerte estaban inscritas en nuestra naturaleza. Esta es la muerte que llamamos natural.
Un enterramiento del Paleolítico, en el que el cadáver ha sido dispuesto como si solo estuviera durmiendo. (Tomado de Joseph) |
Hay otra muerte, la accidental, administrada para los griegos por las terroríficas hermanas Keres. Mata mediante la violencia, ya sea ésta la de los terremotos o volcanes, los incendios, las hambrunas, las serpientes, los grandes predadores animales y hasta, finalmente, los enemigos o los asesinos humanos. Toleramos esta muerte accidental porque siendo como es una muerte desde fuera, comprendemos sus mecanismos: rompe el pecho, machaca el cráneo, desangra, revienta o descoyunta. Más aún, siendo muchas veces producto de la guerra o el crimen, es decir, estando causada por nosotros mismos, nos vemos obligados a aceptarla como una consecuencia directa de nuestra condición humana.
Pero Tanatos no es así. Para las capacidades de percepción de los humanos primitivos, en Tanatos es una fuerza inhumana de naturaleza desconocida la que se apodera de una vida individual, haciendo morir al cuerpo que le daba soporte. Este misterio, que nos condena a morir sin saber cuándo, dónde ni por qué, es el que no podemos tolerar.
Luchamos contra Tanatos a través del conocimiento y de la magia. El primero termina dando lugar a la ciencia. La magia trasciende nuestro mundo inmediato para llevar la batalla contra la muerte a un terreno espiritual, siendo el origen de lo religioso.
Al rebelarse contra Tanatos, el humano lo hace contra el orden natural de las cosas. Es en ese momento cuando rechaza ser una criatura más. Su rebelión lo es en última instancia contra Dios. Por esa rebelión, como nos muestra el Génesis en un lenguaje mítico, la Humanidad, personificada en Adán y Eva, es expulsada del Paraíso.
Desde el mismo momento en que empieza a serlo, el humano tiene pues, como uno de sus intereses fundamentales, la lucha contra Tanatos. Hay dos formas de vencerlo: derrotándolo, que es lo que el humano intenta hacer a través de la Medicina, o trascendiéndolo, de modo que ya no nos importe morir, lo que el humano consigue a través de la Religión, la Filosofía o el Heroísmo.
La Medicina es, vista desde esta perspectiva, uno de los dos pilares en que se ha apoyado el humano para resolver su más importante dilema, por qué muere y cómo puede evitarlo o retrasarlo. Por eso la Medicina ha estado siempre, desde los chamanes con sus hierbas curativas, en el corazón de la Técnica, y ha sido luego un acicate fundamental para el desarrollo de la Ciencia. Por eso también la Medicina está en el centro de nuestra cultura occidental, aunque nos resistamos en nuestra vida diaria, si gozamos de salud, a acordarnos de ella.
Por eso, finalmente, el gran hospital de las ciudades modernas es algo así como el castillo que protegía al burgo medieval o la catedral que concentraba el poder de la ciudad gótica. Un elemento central, definitivo, que permite y justifica la propia existencia de la ciudad que lo acoge.
Aunque, ya lo he dicho, durante buena parte de nuestras vidas no nos acordemos de todo esto.
Apéndice: las dos formas de morir.
La muerte natural, representada aquí por la muerte de don Quijote en el grabado famoso de Gustavo Doré. El ánima está a punto de abandonar un cuerpo abatido y enfermo, Tanatos se la lleva. Don Quijote está diciendo: "Yo fuí loco y ya soy cuerdo, fui don Quijote de la Mancha y agora soy Alonso Quijano el Bueno"
La muerte accidental, representada aquí por el miliciano alcanzado por una bala durante la Guerra Civil española (1936-39), según la foto famosa de Robert Capa. La bala que lo mata ha sido dirigida por alguna de las terroríficas y odiosas Keres, que si el miliciano agoniza en el suelo, se encargará de rematarlo, dejándolo sin ánima.
Apéndice: las dos formas de morir.
La muerte natural, representada aquí por la muerte de don Quijote en el grabado famoso de Gustavo Doré. El ánima está a punto de abandonar un cuerpo abatido y enfermo, Tanatos se la lleva. Don Quijote está diciendo: "Yo fuí loco y ya soy cuerdo, fui don Quijote de la Mancha y agora soy Alonso Quijano el Bueno"
La muerte accidental, representada aquí por el miliciano alcanzado por una bala durante la Guerra Civil española (1936-39), según la foto famosa de Robert Capa. La bala que lo mata ha sido dirigida por alguna de las terroríficas y odiosas Keres, que si el miliciano agoniza en el suelo, se encargará de rematarlo, dejándolo sin ánima.
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