Escribo hoy acerca de los médicos(as) y enfermeros(as) que trabajan en los grandes hospitales En adelante, cuando no estén personalizados en alguien concreto, usaré estos sustantivos con género neutro (medicos y enfermeros), englobando así a hembras junto con varones.
Llevo tiempo luchando con esta entrada, y la razón principal es que se han venido entrechocando dentro de mí el recuerdo reciente de algunos malos médicos con el de otros médicos excelentes. No quiero escribir estas líneas desde pasiones como el rencor o la gratitud, sino con objetividad. Por eso tengo que empezar acudiendo a mi admirado Heráclito, reconociendo con él que no podríamos apreciar en todo lo que vale la existencia de buenos médicos si no los hubiera también malos, como no apreciariamos el acierto si no existiera también el error. Siempre habrá malos médicos, aunque sean pocos. Pero ¿qué es un mal médico? El que falla reiteradamente en la que es su misión fundamental, vencer a la muerte y a la enfermedad, restaurando la salud del paciente que ha confiado en él. Un buen médico también puede fallar en esta tarea tan difícil, pero el mal médico lo hará con muchísima más frecuencia. Aunque la diferencia entre un buen y un mal médico no es solo una cuestión estadística. La profesión médica es muy compleja, hay especialidades y circunstancias en las que el médico se enfrenta con enfermedades mucho más peligrosas que en otras, por eso la muerte está más cerca y los fallos se producen con más frecuencia. Un fallo, es decir, una derrota del médico en su lucha, se debe siempre a alguna de las tres causas siguientes: la fatalidad, es decir, el azar y todas las posibles circunstancias adversas que quedan fuera del alcance del medico, la cual fatalidad no queda otro remedio que asumir; el error médico, que es perdonable si no es frecuente; y finalmente la negligencia, que es imperdonable. Un mal médico o enfermero será el que muestre en su trabajo un comportamiento negligente. ¿Los hay? Sin duda que sí, como entre los soldados que guardan el castillo los hay cobardes o torpes. Pero creo que, afortunadamente, los malos médicos son los menos, y que es sobre todo por eso por lo que la lucha de los humanos contra la muerte ha venido obteniendo unos resultados tan brillantes.
De los médicos en general puedo hablar con cierta perspectiva, porque me he criado entre ellos. Mi padrino fue médico rural, alcalde de un pueblo durante la II República española, masón y sin embargo protector durante la guerra civil de las monjas de los dos conventos de clausura que allí había, cuyas vidas salvó. De él y de los masones españoles escribiré algún día una entrada. Mi abuelo fue un médico urbano, que vivía de su consulta privada y colaboraba con la Universidad que entonces, a través de los hospitales de beneficiencia, se hacía cargo de la medicina pública. Este abuelo tenía una casa en la playa, y en los tiempos difíciles de la postguerra civil española, en plena II Guerra Mundial, cuando había en España mucha hambre y miseria, atendía allí la salud de los campesinos y pescadores de la zona sin cobrarles nada. La mayoría le pagaba en especie con lo que podía arañar de su pobreza, recuerdo de mi niñez la abigarrada colección de presentes que algunos días se acumulaban en la cocina de mi abuelo: un conejo, media docena de huevos, un cesto de higos chumbos, una corvina pescada la noche anterior, un racimo de uvas, tesoros así. Mi padre vivió ya como médico el comienzo del sistema español de salud pública, que se llamó Seguro de Enfermedad, en el que ejerció como doctor en un consultorio, especialista en dermatología. Y mi hermano ha venido ejerciendo su profesión de patólogo en varios grandes hospitales.
En esta evolución de los médicos de mi familia se manifiesta la que ha tenido la Medicina española, caminando en la dirección de una socialización creciente. Hoy el modelo sanitario predominante en España es el del Gran Hospital, que se corresponde con el de otros muchos países, piénsese en los gigantescos Medical Centers de USA. Del médico rural de una sociedad todavía campesina se ha pasado al médico especialista trabajando en el Gran Hospital. De un ejercicio privado de la medicina a su integración en el sistema público de la Seguridad Social, lo que quizá haya sido el experimento socializante más hondo y con más éxito que ha tenido lugar en España. Es una ironía de la historia que fuera precisamente el dictador Franco quien puso en marcha y consolidó esta Seguridad Social, que ha terminado siendo el pilar más sólido del estado del bienestar y la redistribución de la riqueza en España. Ahora, por cierto, con la nueva austeridad que nos impone un mundo globalizado, peligra.
En el Gran Hospital se practica con una intensidad y una extensión inigualables la Medicina. Que, hay que dejarlo dicho bien claro desde el principio, no es una ciencia, aunque ha inspirado a muchas, en particular a las biológicas, apoyándose a su vez en otras muchas ciencias específicamente médicas, desde la Anatomía hasta la Neurología Cognitiva. Que ni siquiera es una técnica, aunque disponemos de un plantel espectacular de técnicas médicas. Sino que es, sobre todo, una práctica. La Medicina es una Praxis, lo que implica que también es un arte, como lo es el de guerrear de los soldados. Quienes en el Gran Hospital practican la Medicina son ese personal sanitario que está integrado por médicos y enfermeros. ¿En qué consiste su praxis? Va mucho más allá de la aplicación de sus conocimientos científicos y técnicos, por indispensables que sean estos. Médicos y enfermeros participan como protagonistas destacados en una lucha sin cuartel, implacable, entre la enfermedad y el enfermo, con el objetivo de separar al uno de la otra, liberarlo, rescatarlo, en definitiva sanarlo. Esta lucha es un arte, aunque tenga mucho también de técnica y de ciencia.
Buena parte de los médicos y enfermeros son por tanto, hoy día, los guerreros que protegen de la enfermedad a los enfermos dentro de sus castillos, los Grandes Hospitales. Pero ni tienen todo el poder ni son autosuficientes. Se integran en un ejército con muchas especializaciones y grados, esas megamáquinas que son los Grandes Hospitales de hoy, que están entre las más grandes y complejas de que disponen nuestras sociedades. La fuerza de una megamáquina, esa que la dota de su extraordinaria eficacia, está en la división del trabajo, la especialización, la integración y complementación de los esfuerzos de muchos especialistas, entre los que se encuentran no solo los que luchan contra la muerte, sino también los que lo hacen por la vida, como los ginecólogos y pediatras. Las grandes victorias de la Medicina no son solamente consecuencias directas de avances científicos, sino que cada vez con más frecuencia resultan de la acción paciente de muchos médicos y enfermeros, organizados en esos ejércitos complejos de sus megamáquinas hospitalarias. La curación del cáncer es un ejemplo de lo que digo.
Esta especialización granhospitalaria ejerce inevitablemente sobre médicos y enfermeros una presión deshumanizadora. Pero hay algo importante, quizá su tesoro más preciado, que los salva de la alienación. Intentaré explicarme.
Hay dos Medicinas muy distintas, la científicotécnica y la que llamaré, no sé si correctamente, clínica. La primera es reduccionista, la segunda holista. La primera entiende que para salvar a un enfermo hay que dividir la enfermedad que padece en sus componentes elementales, en los desórdenes básicos que la constituyen. La segunda cree que la realidad última con la que se enfrenta la Medicina es el individuo humano enfermo, con todas sus complejidades y particularismos, sus homeostasis y desequilibrios. De modo que, sintetizando, lo científicotécnico esta ligado a la enfermedad, lo clínico al enfermo.
Asi sucede que la Medicina Clínica se mueve en dirección opuesta a la Científicotécnica. Sin dejar de ser tan Medicina como esta última, se interesa sobre todo por el enfermo. Su objetivo no es la erradicación de la enfermedad, sino la salvación del enfermo. Desde esta perspectiva, lo clínico puede verse como la proyección de los conocimientos médicos científicotécnicos sobre el individuo humano enfermo. Implica observación, registro de datos, interacción, entendimiento del enfermo en su totalidad como individuo, compenetración con él. En definitiva, implica mucha compasión por parte del médico o el enfermero hacia el enfermo, entendida esta compasión en su sentido mas amplio. Y puedo asegurar que en ningún colectivo humano he visto aflorar la compasión de un modo tan intenso y a la vez tan sobrio como entre los médicos y enfermeros.
Finalmente, en ese permanente enfrentamiento dialéctico que tiene lugar en el Gran Hospital entre la enfermedad y el enfermo, el médico suele estar más cerca de la enfermedad y el enfermero del enfermo. Por eso uno y otro se complementan íntimamente. Pero un médico que, por muy científico que se sienta, no sea capaz de estar lo suficientemente cerca del enfermo, será un mal médico, y un enfermero que, por muy humanitario que se crea, tampoco lo sea de familiarizarse lo suficiente con la enfermedad, será un mal enfermero.
Terminaré estas consideraciones citando lo que un buen médico y amigo, que trabaja en una Unidad de Cuidados Intensivos de un Gran Hospital, me decía respecto a las que él consideraba sus prioridades profesionales ante un enfermo:
.- Ante todo salvar su vida y, si esto no es posible a causa de la gravedad de su estado, acompañarlo en un camino digno hacia la muerte, no dejándolo solo.
.- Salvada la vida, erradicar totalmente la enfermedad que la ha puesto en peligro.
.- De modo que la sanación del enfermo le permita recuperar íntegramente lo que vino siendo su vida normal. Convirtiendo así, en definitiva, la enfermedad del enfermo en una pesadilla pasajera. Y venciendo simultáneamente a la muerte.
No quiero terminar esta entrada sin hacer referencia a un trazo vital de médicos y enfermeros que los distingue del resto de los humanos. Son, en efecto, los portadores de un extraño secreto, el del conocimiento en su integridad del cuerpo.
La mayoría de nosotros tiene un conocimiento de su cuerpo atrozmente limitado. Mi cuerpo es mi piel, mi peso, mi fuerza, el ruido de mis tripas, el latido de mi pulso, lo que veo, siento y pienso. Poco más. Pero lo fundamental de ese cuerpo mío, el conjunto de sus órganos y aparatos que actúa como un sistema maravillosamente integrado, simplemente está ahí dentro, funcionando sin problemas, sustentando mi psique, eso es todo y basta.
Los humanos solo nos tropezamos con la profundidad de nuestros cuerpos a través de la enfermedad, cuando algo dentro de nosotros que hasta entonces había permanecido oculto, duele o empieza a funcionar mal, produciendo sufrimiento.
Pues bien: médicos y enfermeros se distinguen del resto de los humanos en que han hecho un viaje de exploración, que termina siendo iniciático, al interior del cuerpo humano, familiarizándose así con su naturaleza. Y al hacerlo han adquirido la capacidad de exorcizar no solamente la enfermedad, sino el terror a lo desconocido que ésta produce en el enfermo. De este modo, además de ser capaces de curarnos, también pueden tranquilizarnos, desterrando nuestro miedo y alentando nuestra esperanza. Es por todo eso por lo que médicos y enfermeros nos serán siempre necesarios.
Para emprender ese viaje iniciático que ellos han hecho hace falta valor y curiosidad. No todo el mundo los tiene. Yo, por ejemplo, no los tuve, y si algo me apartó de la Medicina siendo mi estirpe de médicos fue mi terror por la asignatura de Anatomía, en lo que suponía de hacer prácticas de disección de cadáveres. Ese valor y esa curiosidad, que no son en definitiva sino los signos claros de una vocación, son los que refleja con trazos maestros el gran Rembrandt en dos de los cuadros que pintó sobre lecciones de anatomía, que expongo aquí para terminar esta entrada.
Rembrandt (1632).- Lección de anatomía del Dr. Tulp. |
Rembrandt (1656).- Lección de anatomía del Dr. Deijman |
En ambos cuadros, los cadáveres diseccionados son de criminales que acaban de ser ajusticiados. Me interesa llamar la atención sobre la intensidad de las miradas de los espectadores, que reflejan una mezcla de curiosidad y asombro. Casi todos ellos son cirujanos, que aprenden de la lección que el profesor médico les está dando. Sus ojos reflejan ese afán de descubrir tan profundamente humano, el mismo que nos expulsó del Paraíso, junto a la emoción de saberse traspasando una frontera sagrada, en este caso la de la integridad del cuerpo humano, aún muerto, porque existía todavía la creencia de que ese cuerpo tendrá que resucitar algún día y debe hacerlo entero.
Con esta mezcla de curiosidad y asombro traspasan médicos y enfermeros, cuando como estudiantes hurgan en las profundidades del cuerpo humano, una frontera que los mantendrá siempre separados del resto de nosotros, un poco por encima, listos para acompañarnos en nuestros viajes a través de la enfermedad y si es posible, hasta para salvarnos.
2 comentarios:
Estimado Holo,
Como siempre he leído tus entradas a medida que veo que van apareciendo, a veces muy próximas unas de otras, y en ocasiones después de semanas de silencio.
Que distinta la medicina que debe haber ejercido tu abuelo, en el campo, o en un pueblo pequeño, con sus pagos o regalos de pacientes agradecidos en especias, así era también Chiloé, hace no muchos años atrás.
En esa época quizás con asistir al enfermo y a la familia, a veces bastaba, o dar un buen consejo, o tomar una decisión oportuna.
Creo que la medicina actual mas tecnológica, mas especializada, quizás hasta menos humanitaria se aleja un poco de esa condición mas idealizada de lo que es el medico y su labor.
Como mantener la impronta de ese médico rural, humanitario, cercano, en el mundo de
la medicina actual, ese medico, consciente que a veces es mejor que el paciente tenga
una muerte digna o un último tiempo junto a su familia en su hogar, y no hospitalizado e intervenido en estas mega máquinas hospitalarias.
Pienso que algunos médicos modernos lo logran, a pesar de no haber conocido el
mundo del médico rural.
En Chile, existe, cada vez menos, el médico general, que es enviado a un pueblo por 6 años, acumular mediante esta estadía puntaje y posteriormente estudiar una
especialidad.
Creo que esta fórmula, tenía muchos beneficios para las comunidades y para el
desarrollo profesional y humano de este médico.
Hoy cada vez es más frecuente que el médico recién recibido haga una beca o
especialidad primaria si haber pasado por esta etapa, que finalmente es recordada como la mejor de su vida, cuando vivió en una bucólica localidad, junto a su joven esposa e hijos pequeños.
Totalmente de acuerdo. Para la mayoría de nosotros, la gran metrópoli es lo único que conocemos del mundo. Y su soledad, tan inmensa como difícil de apreciar. Es una ironía sangrienta que un 40% de los jóvenes españoles estén hoy en paro pero sigan prisioneros de una sociedad urbana, incapaz de ofrecerles nada.
También de acuerdo en que el estudiante de medicina no solo tiene que aprender a tratar enfermedades, también tiene que conocer enfermos. Y en el mundo rural los valores humanos están mucho más cerca y al descubierto.
Tengo una amiga médica que vivió a fondo esa experiencia que tú describes... y se quedó enamorada de Chiloé para siempre.
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