La palabra CÓMPLICE está referida a la relación entre dos seres humanos, y denota la disposición de ambos a compartir planes, secretos, emociones, manteniéndolos en su mutua intimidad. Puede hacerse extensiva a la relación entre dos seres animados, como un humano y su perro, siendo éste el caso que trataremos extensamente aquí.
Procede del verbo latino complecti, que significa entrelazar, plegar, y que a su vez resulta de la fusión de dos palabras latinas, el prefijo com, que denota la condición de juntar o juntarse, y el verbo plectere, que significa tejer. Cómplices son aquéllos que se juntan, se entrelazan, en algo y para algo.
Forma parte esta palabra de una gran familia con las mismas raíces. Así COMPLEJO, como opuesto a simple, denota un ente constituido por partes que no están simplemente yuxtapuestas, sino integradas en un todo, entrelazadas. COMPLICADO es un ente cuya complejidad se nos ha hecho difícil de desentrañar o desenredar. Etcétera.
El concepto de cómplice es netamente heracliteo, en cuanto a que tiene dos caras opuestas. En su cara mala, cómplices son los que se juntan para llevar a cabo algo deshonesto. Pero en su cara buena cómplices son los que están ligados por lazos firmes y exclusivos que se derivan del amor o la amistad que se tienen. La complicidad es fundamento, condición sine qua non, de ese amor y esa amistad. Un fenómeno necesario para su existencia es el intercambio de miradas, difícilmente puede haber complicidad sin miradas cómplices. En éstas, los ojos del uno se enfrentan directamente con los del otro, sin ninguna reserva o vacilación. Los respectivos ejes ópticos están perfectamente coalineados, y a través de estas trayectorias inmateriales se transmiten e intercambian torrentes de empatía que no son compartidos, ni siquiera observados, por nadie más que los dos cómplices que se miran.
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Mary Cassat (1906).- Joven madre dando de mamar a su bebé. |
El arquetipo de las miradas cómplices entre humanos es el que liga a una madre con su pequeño hijo lactante. Ellos dos, solos como están frente al resto del mundo, intercambian continuamente miradas de amor que lo son de complicidad. Los científicos han probado (Ross y Young, Frontiers in Endocrinology, 30, 534, 2009) que estas miradas cómplices inducen en el mirado, sea madre o bebé, la producción de la hormona oxitocina. La cual, a su vez, excita a la madre o al bebé haciéndolos mantener sus miradas cómplices llenas de amor, además de potenciar la producción de leche por la madre y el apetito de beberla por el bebé. Se genera así un mecanismo de retroalimentación positiva, un círculo virtuoso que a través de la complicidad entre los dos cerebros, mediada por los ojos, asegura que los dos cuerpos desarrollen de un modo óptimo sus funciones, alimentar y ser alimentado, para que así el bebé pueda sobrevivir y crecer.
La oxitocina se produce en el hipotálamo, parte de ella migra al cerebro donde causa multitud de efectos todavía mal tipificados, muchos de ellos relacionados con vivencias de amor y amistad, y otra parte va al torrente sanguíneo desde el que alcanza a muchos órganos a los que estimula. Esto sucede no solo en los humanos, sino en una mayoría, si no en todos, los mamíferos
Lo que tenemos aquí es una compleja y sutil interacción entre el cerebro y el resto del cuerpo. O lo que es lo mismo, entre el alma y la carne según el decir religioso, entre la cabeza y el corazón según las antropologías antiguas, entre el pathos griego, que es pasión, y el logos también griego, que es pensamiento.
Pues bien, algo parecido a lo que sucede entre la madre y su bebé es lo que ha venido sucediendo durante los últimos 30.000 años entre los perros y sus amos humanos.
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Enterramiento de Shamanksii Mys, en Siberia. Un hombre con su perro. |
El perro es el animal que primero se sometió a un proceso de domesticación. Según los arqueólogos esto pudo tener lugar hace unos 30.000 años, en pleno Paleolítico, cuando los humanos eran todavía cazadores/recolectores, convivían con los Neanderthales y el esplendor neolítico de la agricultura quedaba muy lejos en el futuro. Los perros, Canis lupus familiaris, son una subespecie del lobo gris, Canis lupus, con el que muestran interfertilidad. Probablemente la domesticación de los perros fue más inducida por estos que buscada por el hombre. Manadas de lobos paleolíticos acecharían por las noches el fuego de los campamentos humanos donde se asaba la carne procedente de la caza. Los restos desechados por los humanos, huesos con hilachas de carne y tuétano, vísceras y otros despojos, serían arrojados a las afueras de los campamentos, donde los lobos se los comerían. Se desarrollaría así un comensalismo estable de familias de Canis lupus respecto a familias de Homo sapiens. Cachorrillos de lobo sin madre serían adoptados por los humanos, quizá como juguetes de sus niños. Empezaría así a desarrollarse una relación estable entre ambas especies. A cruzarse miradas de complicidad, que pronto derivarían en afecto y lealtad. El caso es que en los enterramientos paleolíticos en que se han encontrado esqueletos de animales estos son casi siempre perros, los cuales aparecen enterrados junto a hombres que pudieran ser sus amos pero también en solitario, lo que sugiere que los perros podrían haber sido considerados por los humanos paleolíticos tan próximos a ellos que fueran merecedores , como los mismos hombres, de la aspiración a una vida eterna en aquella cosmovisión shamanista que los humanos del Paleolítico tenían.
Hace unas semanas, en su número del 17 de abril, la revista americana Science publicó un trabajo del equipo japonés del profesor Kikusui que confirma la existencia de una relación a la vez afectiva y hormonal entre los humanos y sus perros, que no se da con los lobos. Se estudiaron parejas de humanos con sus perros o lobos, en este último caso ejemplares de lobos que habían sido criados en cautividad. Y se demostró que entre hombre y perro existe la misma relación sinérgica que liga la mirada cómplice/afectiva con la producción de oxitocina que se da entre la madre humana y su hijo lactante. También se probó que esta relación no existe entre hombres y lobos, que ni intercambian miradas cómplices ni producen oxitocina como consecuencia.
Yo llevo toda mi vida experimentando esta relación de complicidad en la mirada de mis perros, pero en particular se me mantienen vivos los recuerdos de mis últimos veinte años con tres perros, Remo, Paco y ahora Curro.
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REMO PACO CURRO |
Remo fue mi perro durante muchos años, ya he escrito en este blog una entrada sobre él (Amistad, 9 febrero 2011). Cuando en invierno yo trabajaba en mi estudio, se pasaba las horas dormitando, echado a mis pies. Pero si se me ocurría mirarlo abría los ojos en ese mismo instante y me miraba él a mí. Estas miradas lo eran de complicidad y de afecto.
Luego Paco fue el perro de una de mis hijas, cuando ella voló del nido familiar él se quedó en casa, convirtiéndose en nuestro perro. Finalmente siguió viviendo en solitario conmigo hasta que hace dos meses murió. En ese intervalo de soledad compartida terminamos convirtiéndonos en dos amigos, y lo hicimos a través de nuestras miradas cómplices, en el silencio. Su muerte me resultó tan insoportable, tan inaceptable, que el mismo día que lo enterré busqué en una página de Internet un perro de su misma raza que se pareciera lo más posible a él.
Así encontré a Curro, en un refugio para animales. La vida de Curro había sido accidentada y algo triste. Vivió desde cachorro hasta que tuvo año y medio con un dueño que era viejo y finalmente murió. Sus herederos, que ni siquiera vivían en el mismo pueblo, deshicieron la casa y abandonaron a Curro en la calle. Así estuvo casi un año, viviendo de la caridad de los vecinos, hasta que lo recogieron en un refugio del que yo lo rescaté. Ahora empiezo a desarrollar mi amistad con Curro, y los avances vienen marcados por el grado de complicidad y empatía de nuestras miradas. Curro progresa, pero todavía no ha llegado al nivel que sé que alcanzará. No es que todavía no me mire, pero cuando lo hace suele ser en petición de algo, y no por el puro deseo de compartir una complicidad, una amistad.
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PACO CURRO
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La relación cómplice/afectiva con un perro te ayuda a luchar contra la soledad. Mi madre, gran aficionada a los perros, me lo decía así: "si tienes un perro en tu casa siempre tendrás, repares en ello o no, una mirada amistosa que te apoyará en tu transcurrir por el mundo sin pedirte nada a cambio".
La domesticación de los animales, iniciada con el perro, fue un paso decisivo en el desarrollo cultural de la humanidad. El perro prestaba servicios importantes al hombre primitivo, uno de ellos el de sus ladridos, que están llenos de matices y eran así capaces de anunciar el tipo de peligro o amenaza que los perros habían detectado. Los lobos, por cierto, no ladran, solo lo hacen cuando son cachorros. El perro ayudó al hombre a ser cazador, luego a pastorear sus rebaños de vacas o cabras, finalmente a vigilar y guardar los primeros poblados neolíticos. Sin el perro, todas estas etapas decisivas habrían sido más difíciles de realizar. Desde entonces, además de cumplir con todas estas funciones, el perro fue compañero inseparable del hombre, amigo fiel, de esos que jamás te fallarán.
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(Datos tomados de Wikipedia) |
Hoy sigue siendo así. Junto a los 7.000 millones de humanos que pueblan la Tierra hay 400 millones de perros, que desempeñan funciones muy variadas, como la caza, el pastoreo, la vigilancia, la acción policial, la ayuda a inválidos, la compañía a personas solitarias, la amistad a niños, etc. En el cuadro que sigue he recopilado los datos de las distintas poblaciones de animales que pueblan hoy el mundo. En él puede verse cómo los animales salvajes han sido arrinconados a un papel que casi es simbólico. Esta es una huella más del paso del hombre sobre la Tierra, de su dominación absoluta sobre los demás animales, quizá con la única excepción de los insectos. Si algún día se resuelven los problemas de superpoblación y se controla el cambio climático, la población humana sobre la Tierra se habrá reducido a la mitad, y las poblaciones de animales domésticos incluso más. Esto, de acontecer por una vía pacífica, no podrá alcanzarse hasta mediados del siglo XXII. Para entonces el papel de los perros habrá cambiado completamente. Ya no habrá caza ni necesidad de perros en la ganadería, pero los papeles del perro como amigo y compañero del hombre pueden haberse enriquecido mucho, de modo que los perros les sean a los humanos de ese futuro tan indispensables como nos han venido siendo hasta ahora o más.
Pero también puede suceder que el camino de la Tierra y sus habitantes hacia el siglo XXII sea mucho más apocalíptico, lleno de guerras y conflictos interminables. Pienso en esta posibilidad cuando veo el trato que reciben perros, gatos y otros animales mascota en nuestra sociedad de hiperconsumo. Mucha gente considera a los perros mascota como un simple objeto de regalo y termina abandonándolos en una carretera cuando ya les resulta simplemente incómodo tenerlos en casa. Como lo harían con cualquier otro de los numerosísimos objetos desechables con que rodean sus vidas. Hace ya tiempo que la humanidad empezó a entrar en la civilización de lo desechable. Nuestro gran lema es "usar y tirar", como mínimo "usar y renovar". Cuando pienso en esto me duele por mis queridos perros, pero me asusta por lo que pueda llegar a pasarle a los humanos. Una civilización que no respeta a un animal amigo del hombre tampoco respetará al hombre mismo.
Cuando hace unos días hablaba con una amiga, también aficionada a los animales, de esta semejanza de humanos con perros en cuanto a la existencia de un mismo círculo virtuoso neuroendocrino que liga a la oxitocina en órganos del cuerpo con el afecto en la mente, ella me decía que de alguna forma este descubrimiento la hacía sentirse triste, porque revelaba cómo, en definitiva, los humanos como los perros no somos sino máquinas movidas por las hormonas. Yo le respondí que lo veía exactamente al revés. Cuando los perros empezaron a observar al hombre desde las orillas de los campamentos, no fue una súbita corriente de oxitocina la que los llevó a buscar la amistad de los humanos. Tampoco creo que fuera una mutación darwiniana en alguno de los genes que regulan el comportamiento. Sino una intuición en la mente del perro, y desde ella la voluntad de buscar la amistad del hombre, poco a poco, con obstinación, o lo que es lo mismo, con fe.
Y me parece que la mayor amenaza que tenemos los humanos por delante es que lleguemos a considerarnos a nosotros mismos como simples máquinas pensantes, con diferencias solo cuantitativas, nada cualitativas, respecto a un computador. Y cómo es de importante para nuestra supervivencia que desarrollemos un nuevo humanismo que ya no sea antropocéntrico, sino que incluya a todos los animales y plantas y protistas que pueblan la Tierra, a esta misma con sus rocas y sus aguas, hasta al Universo entero con todo lo que contiene, hasta a los misterios que puedan estar más allá. Un humanismo quizá contemplativo, basado en el respeto y la amistad universal, algo así como un Jainismo puesto al día.
En esta ambición nos ayudará nuestra fidelidad a los perros, nuestra confianza en ellos, el camino que nos muestran con su amistad incondicional, con su afecto. Saldremos de nosotros mismos, de nuestro antropocentrismo tantas veces ecocida y así quizá aprendamos a apreciar y respetar todo lo que es natural no siendo humano. Ese día quizá lleguemos a darnos cuenta de lo que verdaderamente vale un hombre.